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hecho en virtud de sus poderes; él sólo tenía facultad de sustraer uno ó más miembros del poder de sus superiores inmediatos; él sólo podía crear nuevas provincias; él tenía la superintendencia de todos los colegios; él convocaba la congregación general ó las provinciales, y tenía dos votos en todas las asambleas; él estipulaba todo contrato de compra, venta, ó empréstito de bienes muebles ó inmuebles de la Compañía; él mantenía una correspondencia activa con todos los provinciales, por medio de la cual sabía todo lo que pasaba en los lugares más remotos, como si se hallase presente; á él le enviaban de cada provincia catálogos con expresión de la edad de cada súbdito, la proporción de sus fuerzas, sus talentos naturales ó adquiridos, sus progresos en la virtud ó en las ciencias, y destinaba á cada uno á lo que le parecía más apto á su instituto; nadie podía negarse á ir donde el general le destinaba, sin réplica ni examen; nadie podía publicar una obra sin someterla á tres examinadores al menos. designados por el general. El poder, pues, del general era ilimitado; era la aplicación, en su más vasta escala, del principio absoluto al gobierno de una orden religiosa.

Muchas eran las condiciones para entrar en la Compañía. Ningún religioso de otra orden cualquiera podía ser recibido en ella. Todo novicio en el acto de su ingreso renunciaba á su propia voluntad, á su familia, á todo lo que hay más caro en la tierra. Había en la Compañía seis órdenes ó estados, á saber: Novicios, que se dividían en tres clases, destinados al sacerdocio, á los empleos temporales, é indiferentes: Hermanos temporales formados, empleados en el servicio de la comunidad; no se los admitía á los votos públicos sin diez años de prueba y treinta de edad: Escolares aprobados; éstos hacían los votos simples de religión y continuaban su carrera de pruebas: Coadjutores espirituales formados; que se destinaban al gobierno de los colegios, á la predicación, á la enseñanza ó á las misiones: Profesos de tres votos; eran ya pocos, y de aquellos que faltándoles alguna cualidad para la profesión de los cuatro, tenían algún mérito espe cial para que la orden pudiera sacar partido de ellos en cierto círculo de ideas: Profesos de cuatro votos; era el estado superior; eran los iniciados en todos los secretos de la orden; solos ellos podían ser generales, asistentes, secretarios generales ó provinciales. Los últimos votos no se podían hacer hasta la edad de treinta y tres años.

Ignacio de Loyola no quiso que su Compañía se pareciera á ninguna de las órdenes religiosas existentes, porque era también otro su objeto y su fin. Así, ni siquiera le dió traje particular, sino el ordinario de los sacerdotes seglares de cada país, como á hombres destinados á vivir dentro de la sociedad. A los frailes, como destinados á la vida contemplativa, como á gente apartada del mundo, se les prescribía la soledad, la oración, el ayuno, el silencio, las mortificaciones, los oficios divinos, el coro: esta era la base de su instituto. Los jesuítas, destinados á ser una milicia activa y laboriosa, y no un cuerpo ascético, necesitaban otra clase de ejercicios y de alimentos, más de estudio que de contemplación espiritual, más de conocimiento del corazón humano que de maceraciones corporales, más de lectura que de coro, más de política social que de claustral retiro: y para su admisión se prefería á los que tuviesen buena salud, constitución

robusta y hasta físico agradable, porque para correr del un cabo del mundo al otro eran menester robustez y fuerzas.

Siendo uno de sus principales fines catequizar y ganar almas con habilidad y con destreza, tenía que ser uno de sus principales medios apoderarse de la educación de la juventud, de la dirección de las conciencias y de la enseñanza pública. Para esto necesitaban ellos estudiar mucho y saber mucho, para poder desempeñar con ventaja el magisterio, el confesonario y la predicación. Necesitaban también los conocimientos profanos y la instrucción amena para influir en todas las clases de la sociedad. Por eso se dedicaban al estudio de las lenguas, de la poesía, de la retórica, de la física, de las matemáticas, como al de la filosofía, de la teología, de la historia eclesiástica y de la Sagrada escritura (1).

Tales eran algunas de las bases de la constitución de la Compañía de Jesús, con las cuales guardaban armonía todas las demás, formando entre todas un admirable conjunto, el más á propósito para las ideas y fines de su hábil fundador. Compréndese que una asociación en tales circunstancias y de tal manera organizada, y protegida por los romanos pontífices, había de ejercer grande influencia, no sólo en la cuestión religiosa que agitaba entonces las naciones europeas, sino en la condición social, moral literaria y aun política de todo el mundo. No es todavía ocasión de anunciar hasta dónde llegó, y en qué sentido, esta influencia, puesto que la sociedad acababa de plantearse, y el tiempo y la historia nos lo irán descubriendo. Ahora, mientras sus fundadores se derraman por el mundo á hacer prosélitos, concluyamos con la fisonomía que á este tiempo iba presentando la cuestión de la reforma luterana.

Las conferencias que se habían acordado entre los teólogos católicos y protestantes se entablaron en Worms, más fueron interrumpidas de orden del emperador para volverlas á comenzar á su presencia en la Dieta que convocó en Ratisbona. Es notable que ambos partidos convinieran en facultar al emperador para que nombrase tres teólogos de cada uno de ellos. que hubieran de debatir en público certamen los artículos que motivaban la contienda (diciembre, 1540). Así se hizo; mas después de largos debates, y de convenir en algunos puntos y no poder concertarse en otros, en que la Iglesia católica no podía admitir variación que pudiera afectar á sus inalterables dogmas y antiguas instituciones, deseando ya Carlos poner fin á la Dieta, se adoptó á pluralidad de votos la resolución siguiente: que los artículos en que habían convenido los doctores se tuvieran por determinados, y aquellos en que no estaban acordes se remitieran á la decisión de un concilio general, ó en su defecto, de un sínodo que se tendría en Alemania, y en último extremo, al fallo de una Dieta general del imperio. Grandemente ofendido se mostró el papa de que la determinación de tan graves asuntos religiosos se sometiera á una asamblea que se

(1) Estas breves noticias acerca de la organización de la Compañía de Jesús, las hemos tomado de sus mismas constituciones, y aun hemos extractado las que da Crétineau-Joly en su Historia religiosa, política y literaria de la Compañía de Jesús, autor que no puede ser más adicto á la Compañía. De otros particulares de esta institución, ya se nos ofrecerán ocasiones de hablar.

había de componer más de legos que de eclesiásticos; lo singular de esta resolución fué que dejó también descontentos á católicos y protestantes, porque unos y otros esperaban sacar más partido de las conferencias. Por último, Carlos, temiendo nuevas alteraciones en Alemania si dejaba disgustados á los reformistas, les confirmó todas las prerrogativas y concesiones que antes le había hecho.

Obraba el emperador con esta lenidad, y aun condescendencia con los herejes, porque siempre tenía atenciones y negocios con otras potencias que le obligaban á sacrificarlo todo á la paz del imperio, y le impedían obrar con desembarazo. Ahora, además del rompimiento que temía por parte de la Francia, llamaba su atención el conflicto en que se hallaba su hermano don Fernando en Hungría, á consecuencia de una revolución que acababa de verificarse en aquel reino, y había producido la entrada en él del gran sultán de Turquía Solimán II con poderoso ejército, el cual después de algunas victorias y de una alevosía infame se apoderó de Hungría y la incorporó al imperio otomano. Por esto, Carlos, lejos de poder desplegar energía con los protestantes de Alemania, tuvo que ser obsecuente con ellos, á fin de tenerlos propicios á que le auxiliasen, ó bien á rescatar la Hungría, ó bien á defender las fronteras de Austria amenazadas por el turco. Ellos, en efecto, le ofrecieron hombres y dinero para la defensa de los dominios imperiales, y por aquella parte pudo quedar tranquilo.

Desde allí volvió á Italia con objeto de conferenciar con el pontífice sobre los medios de terminar las fatales contiendas religiosas que tan perturbada traían la cristiandad. Mas sobre no ser fácil que se convinieran dos príncipes, que si bien deseaban un mismo desenlace, el triunfo de la unidad católica, llevaban, en cuanto á los medios, distintas miras y aun encontrados intereses, antojósele al emperador realizar otra empresa, que tiempo hacía ocupaba su pensamiento, y ajena al parecer de todo punto á lo que entonces se trataba, á saber: su proyectada expedición á Argel.

CAPÍTULO XXIV

TRATOS CON BARBARROJA. - DESASTROSA JORNADA DE CARLOS V Á ARGEL

1541

Silencio de los historiadores sobre este punto.-Documentos que nos informan de él.— Carta del capitán Alarcón á Barbarroja.—Entrevista de Alarcón y Barbarroja en Constantinopla.-Tratos para atraer á Barbarroja al servicio de Carlos V y condiciones que faltaban para venir á concierto.-Capítulos á que Barbarroja accedía.— Sentida carta del rey de Túnez al secretario de Carlos V, exponiéndole su situación y pidiendo auxilio.—Ida y estancia oculta del capitán Vergara en Constantinopla. -Proposiciones de Barbarroja.—Cómo se desconcertaron los tratos.-El capitán Rincón.-Proyectos del sultán contra Túnez.-Determina Carlos V la conquista de Argel.-Razones que alegaba para justificar la expedición.-Las de sus generales en contra de la empresa.-Resuélvese Carlos contra el dictamen de éstos.-Grande ejército y armada.-Peligrosa navegación.-Arrogancia del gobernador argelino.Huracanes y borrascas.-Triste y calamitosa situación de los imperiales á la vista de Argel.-Estragos grandes en la flota y en el campamento.-Valor y serenidad de Carlos V.-Desastrosa retirada.-Magnanimidad del emperador. --Reembárcase el ejército.- Nuevos infortunios.-Dispersión de la flota.-Regreso de Carlos á España.

Antes de referir la desventurada expedición del emperador Carlos Vá Argel, vamos á dar cuenta de un suceso, de que no hemos hallado noticia en historiador alguno, español ni extranjero, y cuyo conocimiento debemos á documentos inéditos y originales que han venido á nuestras manos, y que extrañamos hayan sido desconocidos hasta ahora.

Hablamos de los tratos que mediaron en este tiempo entre el emperador Carlos V y el famoso Barbarroja, para que éste, apartándose del'servicio del sultán de Turquía, se viniese al del rey de España, trayendo consigo la mayor parte de la armada turca, bajo las condiciones que luego habremos de ver. En estos tratos, en que sin duda se proponía el emperador dejar quebrantado el poder del turco, una vez que lograra la defección de su almirante, intervenía el capitán Alonso de Alarcón, obrando de acuerdo con el almirante del imperio el príncipe Doria, y con el virrey de Sicilia Fernando de Gonzaga. La siguiente carta de Alarcón á Barbarroja, fecha en Parga (ciudad de Turquía), á 21 de setiembre de 1538, nos informa ya bastante de la naturaleza de estas negociaciones y de las bases sobre qué se fundaban. Decíale así:

«Muy poderoso señor.-Yo escribí á V. A. desde el Cabo de Santa María con Dragut Arráez, dándole aviso de mi llegada allí, y de cómo el príncipe Doria era venido con gruesa armada del emperador á Corfú..., y por procurar lo que al servicio de V. A. conviene, según me lo tiene mandado, acordé de suspender mi viaje para España, y con un correo escribí al emperador mi llegada á Pulla, y como me quedaba por volver á esta armada á ver el estado en qué estaba, y por hablar al dicho príncipe Doria y al viso-rey de Cicilia que aquí viene, y ver si con ellos se podría con

cluir ó tomar algún buen apuntamiento en los negocios de V. A., pues ambos juntos y cada uno por sí tienen comisión y poder del emperador para entender en ellos como su propia persona, y llegué aquí á la Parga anoche, donde los he hallado, y holgaron con mi venida; y habiendo platicado largamente sobre cada cosa en particular, entiendo que estos dos señores serían muy contentos, y tienen deseo de ver el efecto de estas nuestras pláticas, porque tal persona como la de V. A. la querrían ver prosperada estando en devoción y buena amistad con el emperador, y particularmente cada uno le procuraría de hacer todos los placeres y servicios que fuese posible; pero estos señores me dicen que la principal cosa que les conviene hacer es procurar que la palabra y promisión del emperador en manera ninguna se quebrante con amigos ni enemigos, por mal ni bien que pueda seguirse, porque S. M. ha tenido y tiene siempre por cosa muy principal el mantener su palabra, y no consentirá que direte ni indirete se quebrante, y que hablar en dar á V. A. el reino de Túnez por la orden que se ha platicado no se podría hacer, si primero V. A. no mostrase razones bastantes y suficientes para que todo el mundo vea y sepa cómo el rey de Túnez le ha faltado á lo que le tiene capitulado y prometido; y que si el dicho rey hubiese faltado á su promesa, el emperador, en tal caso, no sería obligado á guardarlo ni á defenderlo en el dicho su reino, ni á darle ningún favor ni ayuda, y podrían libremente capitular con V. A. Pero paréceles á estos señores, que si V. A. se contentase de ir en Berbería y estar allí á la devoción del emperador, le podría dar luego á Bona, que la tiene en su mano, y le podría dar á Bujía, que es suya; pero porque aquel puerto es el mejor y más importante de aquellas partes, dicen que V. A. había de prometer de tenerlo limpio de corsarios y malhechores, y que para conquistar el reino de Bujía y todo lo que hay desde Bona hasta el reino de Tremecén, el emperador le daría á V. A. todo el favor que le demandare; y las cosas de bastimentos y mercaderías y contratación de sus reinos y vasallos serán comunes con los vuestros, y se tratarán como buenos amigos y aliados con toda seguridad, y S. M. hol-gará y tendrá por bueno todo el acrecentamiento de estado y de honra que V. A. tenga; y dicen que la plática de lo de Túnez podrá quedar para adelante, si no se halla manera y causa justa cómo el emperador, sin quebrantar su fe y palabra, pueda desemparar agora al rey de Túnez. Y en lo que toca á lo de Trípoli, dicen que aquella ciudad está en poder de la orden de los caballeros de San Juan de Rodas, á los cuales el emperador se la dió que la defendiesen y hiciesen allí su frontera, pero que muy bien podría V. A. tornarla á pedir al Gran Maestre, y creen estos señores que luego se la restituya, y desta manera el emperador la podrá dar á V. A.; y cualquier otra cosa que esté en manos del emperador ó que se pueda hacer buenamente en beneficio vuestro, estos señores holgarán que se platique en ello, y lo otorgarán y concederán con buena voluntad, contando que V. A. con brevedad se aparte de la gobernación de esa armada, y se vaya con sus servidores y amigos á Argel, ó otra parte de Berbería, donde pacíficamente pueda estar, y les deje á ellos que se avernán con el resto de la armada del gran señor, que cierto, según están poderosos estos príncipes de galeras y naves y gente, con razón parece que pueden emprender

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