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diarlos en la iglesia mayor, guardándolos hasta siete mil hombres, los más de ellos ya armados, con lo cual los dos caudillos enviaron cartas al rey mostrando la pena que les causaba no poder acudir á su llamamiento, presos como se hallaban por el pueblo. Los bandos y pregones del corregidor eran ya abiertamente desobedecidos, y creciendo el tumulto popular, después de algunas refriegas con las autoridades y alcaides de las fortalezas, se apoderaron los amotinados de la ciudad, de los puentes y del alcázar. Cuando don Pedro Laso de la Vega, desterrado en Padrón por el rey, supo este movimiento, salió secretamente de aquella villa, y haciendo rodeos logró entrar en Toledo, donde fué recibido en triunfo, aclamándole nobles, clérigos y populares, como defensor de la patria. De esta alteración tuvo noticia don Carlos antes de partir de la Coruña: su primera tentación fué de venir en persona sobre Toledo á escarmentar ejemplarmente á los revoltosos, pero disuadiéronle sus cortesanos, ansiosos de dejar á España, pintándole la asonada como una llamarada pasajera y fugaz (1).

Pronto se trasmitió el fuego de la insurrección á Segovia, donde estalló de una manera más sangrienta. Indignada esta ciudad con la venal conducta de sus procuradores á cortes, y en efervescencia los ánimos, descargó primeramente el furor popular contra dos infelices corchetes que se atrevieron á defender al delegado de la autoridad real. Aquellos desventurados fueron uno tras otro arrastrados por el pueblo con una soga al cuello, y colgados en seguida por los pies en una horca de improviso levantada extramuros de la población. Noticiosos de este horrible caso los dos procuradores, Juan Vázquez y Rodrigo de Tordesillas, que acababan de regresar de la Coruña, el primero anduvo muy prudente en no presentarse en la ciudad; pero el segundo, ó más altivo, ó más confiado, sordo á los avisos que con loable caridad le dieron, cometió la imprudencia de acudir vestido de gala á la iglesia de San Miguel donde aquel día se hallaba reunido el ayuntamiento, á dar cuenta del desempeño de su cometido según costumbre. Tordesillas tenía contra sí, no sólo el haber votado el donativo contra las instrucciones que llevaba, sino también venir agraciado con un buen corregimiento y con un oficio de la casa de la moneda.

Sabedor el populacho de la ida de Tordesillas al ayuntamiento, congregáronse multitud de cardadores, pelaires y otros artesanos, forzaron furiosos las puertas del templo, hicieron pedazos los capítulos de las cortes que Tordesillas les entregó, y sin querer oirle se apoderaron violentamente de su persona y le llevaron á la cárcel, donde le echaron una soga á la garganta, y le sacaron arrastrando por las calles dando desaforados gritos de ¡muera el traidor! En vano el deán y el cabildo entero, revestidos todos y llevando el Santísimo Sacramento, se presentaron ante la desaforada muchedumbre. Lo que más enternecía y quebrantaba el corazón era ver á un hermano del mismo Tordesillas, fraile franciscano muy

(1) Mártir de Angleria, epist. 677.-MS. anónimo contemporáneo, de la Biblioteca del Escorial.-Maldonado, Comunidades de Castilla, lib. II.—Alcocer, Mejía y Sandoval, en sus respectivas historias.

grave, vestido como para celebrar el santo sacrificio y con la hostia sagrada en la mano, arrodillado, con todos los religiosos de su convento, ante la desenfrenada turba, pidiendo con lágrimas y por Jesucristo que no inataran á su hermano. Nada bastó á ablandar aquella empedernida gente. Rogábanles los sacerdotes que al menos le permitieran confesarse, y contestaban que no había más confesor para los traidores que el verdugo. Lleváronle, en fin, al lugar del suplicio, donde llegó exánime, y colgáronle por los pies de la horca entre los dos ahorcados del día precedente. Excusado es decir que el pueblo se apoderó tras esto del gobierno de la ciudad, deponiendo á las autoridades reales (1).

Zamora se alzó también al propio tiempo y por las mismas causas, con la diferencia que los procuradores, votantes también del subsidio, no pudiendo ser habidos, porque tuvieron la feliz precaución de evadirse, fueron quemados en efigie en la plaza pública, y puestos sus retratos en las casas de ayuntamiento con rótulos infamantes. Restableció allí al pronto la calma el conde de Alba de Liste, con no poco peligro de su persona, principalmente por ser el sostenedor de la revolución el obispo Acuña.

Este bullicioso prelado, que tanta celebridad alcanzó en las guerras de las comunidades, había obtenido la mitra de Zamora en Roma por concesión del papa Julio II sin propuesta y suplicación de la corona ni intervención del consejo; en cuya virtud se hizo una enérgica reclamación al pontífice, y se expidió orden al cabildo para que no le reconociese. Pero Acuña, que tenía más de guerrero que de sacerdote, y de tumultuario que de apostólico, se propuso posesionarse por fuerza del obispado, allegó la gente de armas que pudo, y con ella se hizo fuerte en la iglesia de Fuentesaúco, perteneciente á la diócesis. El consejo envió contra él al frente de algunas tropas al alcalde Ronquillo, magistrado que tenía merecida fama de adusto, de vehemente, de inexorable y de inaccesible á la compasión, y era por lo tanto tenido por el terror de los delincuentes ó acusados. Manejóse, no obstante, el obispo con tal valor y destreza y con tan buena fortuna, que después de haber mermado é inutilizado su gente al alcalde, le sorprendió una noche en su casa, le prendió fuego, se apoderó de su persona, le encerró en el castillo de Fermoselle, que era de la mesa episcopal, y se enseñoreó del obispado (2).

Muy propio el genio de este turbulento prelado para figurar en los movimientos y revueltas populares, y más aficionado al manejo de la espada que al rezo divino, mezclóse de lleno en la sublevación de Zamora. Obligado por el conde de Alba á salir de la ciudad, y no pudiendo tolerar el papel de fugitivo, revolvió luego sobre la población con trescientos hombres, fuerza al parecer insignificante para tomar una plaza fuerte y bien amurallada, de cuyo alarde se mofaba por lo tanto el victorioso con

(1) Pero Mejía, lib. II. cap. v. - Sandoval, lib. V, párr 31.- Colmenares, Historia de la ciudad de Segovia, cap. XXXVII.-MS. anónimo de la Real Academia de la Historia.

(2) En el cap. XXVI del libro anterior de nuestra historia le vemos ir enviado por el monarca, á negociar con el rey de Navarra don Juan de Albret para que no siguiese el partido del rey de Francia.

de. Pero el obispo contaba con numerosos amigos y parciales dentro y fuera de la ciudad, y alentados los zamoranos con la noticia que les llegó del levantamiento de Segovia, salieron en gran número á recibirle, franqueáronle las puertas de la plaza, y entrando en ella el belicoso prelado, apenas tuvieron tiempo para escapar por el lado opuesto el de Alba de Liste y sus adictos. Con esto quedaron el obispo y los sublevados dueños de la población (1). La ciudad de Toro siguió inmediatamente el ejemplo de Zamora.

Propagábase rápidamente como voraz incendio el fuego de la insurrección. Madrid, Guadalajara, Alcalá, Soria, Ávila y Cuenca se asociaron al movimiento, en unas partes triunfando el pueblo sin resistencia, en otras, como en Madrid, teniendo que luchar y que sostener formal cerco para apoderarse del alcázar: en unos puntos transigiendo los nobles con los populares, como en Ávila; en otros, como en Guadalajara, poniéndose al frente del movimiento un caudillo de alta jerarquía tal como el conde de Saldaña: allí fueron arrasadas las casas de los procuradores á cortes, y sembrados de sal sus solares como de traidores á la patria. El alzamiento de Cuenca se señaló por un suceso horrible: el señor de Torralba, don Luis Carrillo de Albornoz, que intentó contenerle, fué objeto de pesadas burlas por parte de algunos populares: su esposa doña Inés de Barrientos disimuló y meditó una venganza abominable: fingiéndose muy amiga de los promovedores de la revuelta, los convidó una noche á cenar en su casa, los agasajó espléndidamente, los embriagó, les dió camas para dormir, y cuando los había tomado el letargo del primer sueño, los envió al eterno descanso haciéndoles coser á puñaladas. Al día siguiente amanecieron aquellos desgraciados colgados de los balcones, pero el pueblo, enfurecido á la vista del horrendo espectáculo, cometió á su vez cuantos atentados sugieren la ira y el encono á una plebe irritada (2):

Extrañabase ya la quietud de Burgos, pero poco tuvieron que esperar los impacientes. La prisión de dos artesanos hecha por el corregidor á consecuencia de unas palabras dichas con cierta altivez, sublevó al pueblo contra aquella autoridad, allanáronle su casa, le quemaron las joyas, intentaron extraerle del convento de San Pablo en que se había refugiado, y tuvo que dejar la vara de la justicia, que hicieron tomar á un hermano del obispo Acuña. Ensañáronse allí los tumultuados, como era de esperar, contra los votantes del impuesto, y más especialmente contra el procurador Ruiz de la Mota, el hermano del obispo de Badajoz, señalados y decididos parciales ambos del gobierno y de la corte, así como contra otros anteriores diputados de quienes se decía que habían mirado más por sus propios intereses que por los del reino. Vengábanse los revoltosos en demolerles las casas, quemando antes las alhajas y muebles, en lo cual mostraban más ira y encono que deseo de pillaje y de enriquecerse con

(1) Sandoval, Hist. del Emperador, libs. V y VI. - Maldonado, Movimiento de España, lib. V.-Cartas de Fr. Antonio de Guevara. – Cabezudo, Antigüedades de Siman

cas. MS.

(2) Rico, Hist. de la ciudad de Cuenca, págs. 94 y siguientes.-Sandoval, libro VI.

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PORTADA DEL PALACIO DEI. INFANTADO (GUADALAJARA). - COPIA DE UNA -FOTOGRAFÍA

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