sin esperanza de recibir merced alguna, entenderán mejor lo que fuere servicio de Dios, de su rey y bien público...:-Que no se sacara de estos reinos oro ni plata, labrada ni por labrar.-Que separara los consejeros que hasta allí había tenido y tan mal le habían aconsejado, para no poderlo ser más en ningún tiempo, y que tomara á naturales del reino, leales y celosos, que no antepusieran sus intereses á los del pueblo:-Que se proveyeran las magistraturas en sujetos maduros y experimentados, y no en los recién salidos de los estudios:-Que los alcaldes fueran residenciados cuando dejaran las varas, y que no hubiera corregidores sino en las ciudades y villas que los pidieren:-Que á los contadores y oficiales de las órdenes y maestrazgos se tomara también residencia para saber cómo habían usado de sus empleos, y para castigarlos si lo mereciesen:-Que no se consintiera predicar bulas de cruzada ni de composición, sino con causa verdadera y necesaria, vista y determinada en cortes; y que los párrocos y sus tenientes amonesten, pero no obliguen á tomarlas:-Que á ninguna persona, de cualquier clase y condición que fuese, se dieran en merced indios para los trabajos de las minas y para tratarlos como esclavos, y se revocaran las que se hubiesen hecho:-Que se revocaran igualmente cualesquiera mercedes de ciudades, villas, vasallos, jurisdicciones, minas, hidalguías, expectativas, etc., que se hubieren dado desde la muerte de la Reina Católica, y más las que habían sido logradas por dinero y sin verdaderos méritos y servicios; que no se vendieran los empleos y dignidades; y que se despidiera á los oficiales de la real casa y hacienda que hubieran abusado de sus empleos, y enriquecídose con ellos más de lo justo con daño de la república ó del patrimonio:-Que todos los funcionarios públicos desde el tiempo del Rey Católico dieran cuenta de sus cargos ante personas nombradas por el rey y por el reino:-Que todos los obispados y dignidades eclesiásticas se dieran á naturales de estos reinos, hombres de virtud y de ciencia, teólogos ó juristas, y que residan en sus diócesis:Que se anulara la provisión del arzobispado de Toledo hecha en extranjero sin ciencia ni edad, á quien podía dar las rentas que quisiere en otra parte; y que los clérigos no entendieran en causas criminales contra seglares: Que hiciera restituir á la corona cualesquiera villas, lugares, fortalezas ó territorios que retuviesen los particulares contra lo mandado y dispuesto por la reina doña Isabel:-Que los señores pecharan y contribuyeran en los repartimientos y en las cargas vecinales como otros cualesquiera vecinos:-Que tuviera cumplido efecto todo lo otorgado al reino en las cortes de Valladolid y la Coruña:-Que se procediera rigurosamente contra Alonso de Fonseca, el licenciado Ronquillo, Gutierre Quijada, el licenciado Janes y los demás que habían destruído y quemado la villa de Medina:-Que aprobara lo que las comunidades hacían para el remedio y reparación de los abusos, concluyendo con un proyecto de decreto ó edicto real dando sanción á todos los capítulos y mandando que fuesen observados en el reino (1).» (1) Con el título impropio de Proyecto de la constitución de la Junta de las comunidades de Castilla, se imprimió y publicó en 1842 en Valladolid una especie de Compendio de los capítulos ó peticiones que se hicieron al emperador, sacado del archivo TOMO VIII 6 Al propio tiempo que enviaron emisarios á Flandes con la carta y los capítulos, despacharon un mensaje al rey de Portugal suplicándole escribiese al emperador y le aconsejara como padre y hermano tuviese á bien cumplir lo que la Junta le demandaba, por ser tan razonable y justo, pues de otro modo tomarían á Dios en su protección y defensa. El monarca portugués desestimó completamente sus instancias. Y por lo que hace al emperador, obraban con demasiada candidez los comuneros en el hecho de pensar que había de mover un escrito á tan larga distancia al mismo á quien no había afectado la presencia de los males cuando los había visto por sus propios ojos en España, ni se había dejado conmover por las murmuraciones y quejas de los pueblos, ni por las súplicas verbales: y no conocían que desaprovechando la ocasión de poder dar ellos mismos por ley lo que creían tan conveniente al bien del reino cuando no había quien pudiera estorbárselo, y que obrando como súbditos sumisos cuando podían obrar como vencedores, daban una insigne prueba de irresolución y debilidad, y mostraban que los que habían tenido arranques y resolución para rebelarse y vencer, carecían de dirección y de energía para mandar y organizar. Así fué que de los tres portadores del memorial, el uno, que se adelantó á Worms, fué mandado prender por Carlos y encerrado en una fortaleza, y los otros dos con noticia de este hecho ni aun siquiera se presentaron al emperador, no atreviéndose á pasar de Bruselas. Ya antes que estos mensajeros arribaran á los Países Bajos, había tomado el emperador una providencia, que vino á ser la más oportuna para producir una mudanza favorable á su abatida causa. Aguijado por la carta del general gobernador y del consejo, en que le retrataban fielmente. la situación del reino, y le decían que no había en Castilla una sola lanza que se blandiera por él. aconsejáronle los flamencos que buscara el apoyo de la nobleza, y en su virtud determinó asociar al honrado y débil cardenal Adriano otros dos gobernadores castellanos, pertenecientes á la grandeza, poderosos ambos, acreditados en armas, y de grande autoridad é influencia en el pueblo, que fueron el condestable don Iñigo de Velasco y el almirante don Fadrique Enríquez. Tras el nombramiento y los poderes vinieron las instrucciones. Contenían éstas, entre otros capítulos, las prevenciones siguientes: que disolvieran la Junta de Ávila y echaran de Tordesillas al capitán toledano; que convocaran las cortes, pero no otorgaran nada en ellas sin consultarlo con él, y le dieran diariamente aviso de lo que en ellas se tratara; que las ciudades que no enviaran sus procuradores quedaran privadas de tener voto en cortes para siempre; que los que habían tomado fortalezas las devolvieran á sus antiguos alcaides, y que las rentas reales se repusieran en su anterior estado; que pudieran conceder indultos, pero á reserva de los instigadores principales de la rebelión; que divulgaran la voz de su venida á España antes de lo que se había pensado; que no permitieran se menoscabara en un átomo la autoridad real; que hicieran á los clérigos predicar la obligación en que estaban los pueblos de amar al rey, y las mercedes que el rey había hecho y hacía á de Simancas, y el cual tenemos á la vista. Pero están con mucha más extensión especificadas en el documento que pone Sandoval en el principio del libro VII de su historia. 1 los pueblos. Y concedía algunas cosas de las que le habían sido pedidas en cortes (1). Desde el nombramiento de los nuevos gobernadores comenzaron á advertirse síntomas de mal agüero para la causa de las comunidades. El condestable, que había logrado en un principio adulterar el alzamiento de Burgos, se hizo después tan sospechoso á los populares, que en un nuevo alboroto y rompimiento que se movió contra él se vió muy en peligro de perder la vida en más de una ocasión, y tuvo á gran felicidad el poder fugarse y buscar asilo en su villa de Bribiesca. En ella se hallaba cuando le llegó el nombramiento de virrey. Entonces entabló secretos tratos con los parciales que le habían quedado en la ciudad para entrar otra vez y enseñorearse de ella: procuró ganar al pueblo con promesas de exenciones é inmunidades, con halagos y dádivas; y derramando dinero y dando esperanzas de mejor fortuna, consiguió sobornar á unos, templar á otros, y á otros intimidarlos, hasta que, siendo ya pocos los inflexibles, la mayoría de la población determinó franquearle la ciudad, é hizo en ella su entrada el condestable, siendo recibido por sus adictos, vestidos de gran gala, si bien teniendo que sufrir todavía amenazas é insultos de la irritada muchedumbre. Este fué, sin embargo, el primer anuncio de empezar á rehabilitarse la causa del rey, que hasta entonces se había tenido por perdida. La defección de Burgos alarmó á los comuneros, como el memorial de la Santa Junta había alarmado á los nobles, viendo en él que la revolución ya no se limitaba á la reforma de los abusos y á la defensa de los derechos del pueblo contra los ataques y usurpaciones de la corona, sino que tendía también á cercenar los privilegios de la nobleza y el poder de la clase aristocrática. Así, cuando el condestable, dueño ya de Burgos, hizo publicar el nombramiento de los dos nuevos virreyes, muchos nobles de los que habían atizado, ó fomentado ó consentido el levantamiento de los comunes, torcieron de rumbo y se adhirieron á los representantes de la autoridad real, que lo eran al propio tiempo de la grandeza. Y como coincidiese la fuga del cardenal Adriano á Medina de Rioseco, disfrazado y acompañado de un solo paje, logrando al fin burlar la vigilancia de los que le detenían y guardaban en Valladolid, vióse acudir á Rioseco en torno al cardenal regente los principales personajes de la nobleza, el marqués de Astorga, el conde de Benavente, el de Lemus, el de Valencia, y otros grandes de Castilla, todos con sus lanzas y gente de guerra, mientras el duque de Nájera enviaba al condestable quinientos hombres de Navarra, el del Infantado sujetaba á los comuneros de Guadalajara y daba garrote al capitán de ellos en un calabozo, y exponía después su cadáver en la plaza pública; el señor de Torrejón de Velasco molestaba á los de Madrid; el conde de Chinchón peleaba con los de Segovia dentro de la (1) Quevedo, en la nota 8.a á la obra titulada: El movimiento de España, del presbítero Maldonado, copia estas instrucciones, así como las que dió el emperador á Lope Hurtado de Mendoza y á Pero Velasco cuando vinieron á traer el nombramiento de los nuevos virreyes, sacadas de los manuscritos de la biblioteca del Escorial, y suscritas por el secretario del emperador, Francisco de los Cobos. misma catedral, cruzándose los fuegos en el atrio, en el claustro, en las naves de la iglesia, en las capillas y en el coro; el conde de Luna reclutaba gente miserable y haraposa en las montañas de León; y cuando el joven conde de Haro, primogénito del condestable, y nombrado capitán general de los imperiales ó realistas, salió de Burgos con los navarros en dirección de Rioseco, juntáronsele en el camino los condes de Oñate y de Osorno y el marqués de Falces con los soldados de sus tierras y señoríos. Sorprendidos y desconcertados se quedaron los comuneros al ver la imponente actitud y el movimiento hostil de los nobles, muchos de los cuales habían sido hasta entonces cooperadores y amigos, ó no se habían mostrado adversarios. Burgos, segregada de las comunidades, dirigía cartas á Valladolid y á la Junta, como instigándolas, inducida ella misma por el condestable, á abandonar la causa popular. Valladolid se indignaba y no contestaba. La Junta respondía á Burgos afeándole en términos vigorosos y duros su veleidad, recordándole sus compromisos, y echándole en rostro los excesos con que más que otras ciudades había manchado su alzamiento. Reinaba en Valladolid la mayor agitación, amenazando nuevas alteraciones: la discordia se había introducido entre sus habitantes, y entre la ciudad y los procuradores de la Junta, y alimentaban la división las cartas y provisiones que desde Rioseco enviaba el cardenal Adriano, alentado y fortalecido con el refresco de los nobles (1). Faltaba saber si aceptaría el almirante el cargo de corregente. El almirante don Fadrique Enríquez era hombre más templado y conciliador y más querido del pueblo que el condestable. En las cortes de Valladolid fué de los que más repugnaron la aclamación de don Carlos mientras su madre viviese; había sentido y mirado como perjudicial la ausencia del rey; disgustado de los excesos de la corte, y lamentando los males del reino que no podía remediar, vivía retirado en sus estados de Cataluña, cuando recibió el nombramiento de gobernador. Hombre sin ambición, después de haber vacilado algún tiempo en admitirle, le aceptó llevado del deseo de procurar la paz y hacer un gran bien al reino. En este buen designio escribió á Valladolid una carta de nobles y humanitarios sentimientos, exhortándolos dulce y paternalmente á la paz, y aconsejándoles la concordia: revelábase en ella el afán de componerlo todo sin efusión de sangre, y fiaba en que el rey por su mediación usaría de benignidad; producíase como un comunero de corazón y como un realista de convencimiento, como quien conocía la razón que tenían los pueblos para quejarse, y reprobaba y lamentaba las violencias y los crímenes, como quien condenaba los abusos de la corte y reconocía la necesidad del restablecimiento de la autoridad real. El mejor testimonio de las buenas intenciones y de las miras pacíficas y conciliadoras del almirante es el siguiente notable documento que diri (1) Toda esta larga correspondencia entre Burgos, Valladolid, la Junta de Tordesillas y el gobierno de Rioseco, llena de recriminaciones y cargos, de proposiciones, de exigencias y negativas, ocupa multitud de páginas en el lib. VII de la Historia del emperador Carlos V por el obispo Sandoval. |