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los pueblos. Y concedía algunas cosas de las que le habían sido pedidas en cortes (1).

Desde el nombramiento de los nuevos gobernadores comenzaron á advertirse síntomas de mal agüero para la causa de las comunidades. El condestable, que había logrado en un principio adulterar el alzamiento de Burgos, se hizo después tan sospechoso á los populares, que en un nuevo alboroto y rompimiento que se movió contra él se vió muy en peligro de perder la vida en más de una ocasión, y tuvo á gran felicidad el poder fugarse y buscar asilo en su villa de Bribiesca. En ella se hallaba cuando le llegó el nombramiento de virrey. Entonces entabló secretos tratos con los parciales que le habían quedado en la ciudad para entrar otra vez y enseñorearse de ella: procuró ganar al pueblo con promesas de exenciones é inmunidades, con halagos y dádivas; y derramando dinero y dando esperanzas de mejor fortuna, consiguió sobornar á unos, templar á otros, y á otros intimidarlos, hasta que, siendo ya pocos los inflexibles, la mayoría de la población determinó franquearle la ciudad, é hizo en ella su entrada el condestable, siendo recibido por sus adictos, vestidos de gran gala, si bien teniendo que sufrir todavía amenazas é insultos de la irritada muchedumbre. Este fué, sin embargo, el primer anuncio de empezar á rehabilitarse la causa del rey, que hasta entonces se había tenido por perdida.

La defección de Burgos alarmó á los comuneros, como el memorial de la Santa Junta había alarmado á los nobles, viendo en él que la revolución ya no se limitaba á la reforma de los abusos y á la defensa de los derechos del pueblo contra los ataques y usurpaciones de la corona, sino que tendía también á cercenar los privilegios de la nobleza y el poder de la clase aristocrática. Así, cuando el condestable, dueño ya de Burgos, hizo publicar el nombramiento de los dos nuevos virreyes, muchos nobles de los que habían atizado, ó fomentado ó consentido el levantamiento de los comunes, torcieron de rumbo y se adhirieron á los representantes de la autoridad real, que lo eran al propio tiempo de la grandeza. Y como coincidiese la fuga del cardenal Adriano á Medina de Rioseco, disfrazado y acompañado de un solo paje, logrando al fin burlar la vigilancia de los que le detenían y guardaban en Valladolid, vióse acudir á Rioseco en torno al cardenal regente los principales personajes de la nobleza, el marqués de Astorga, el conde de Benavente, el de Lemus, el de Valencia, y otros grandes de Castilla, todos con sus lanzas y gente de guerra, mientras el duque de Nájera enviaba al condestable quinientos hombres de Navarra, el del Infantado sujetaba á los comuneros de Guadalajara y daba garrote al capitán de ellos en un calabozo, y exponía después su cadáver en la plaza pública; el señor de Torrejón de Velasco molestaba á los de Madrid; el conde de Chinchón peleaba con los de Segovia dentro de la

(1) Quevedo, en la nota 8.a á la obra titulada: El movimiento de España, del presbítero Maldonado, copia estas instrucciones, así como las que dió el emperador á Lope Hurtado de Mendoza y á Pero Velasco cuando vinieron á traer el nombramiento de los nuevos virreyes, sacadas de los manuscritos de la biblioteca del Escorial, y suscritas por el secretario del emperador, Francisco de los Cobos.

misma catedral, cruzándose los fuegos en el atrio, en el claustro, en las naves de la iglesia, en las capillas y en el coro; el conde de Luna reclutaba gente miserable y haraposa en las montañas de León; y cuando el joven conde de Haro, primogénito del condestable, y nombrado capitán general de los imperiales ó realistas, salió de Burgos con los navarros en dirección de Rioseco, juntáronsele en el camino los condes de Oñate y de Osorno y el marqués de Falces con los soldados de sus tierras y señoríos.

Sorprendidos y desconcertados se quedaron los comuneros al ver la imponente actitud y el movimiento hostil de los nobles, muchos de los cuales habían sido hasta entonces cooperadores y amigos, ó no se habían mostrado adversarios. Burgos, segregada de las comunidades, dirigía cartas á Valladolid y á la Junta, como instigándolas, inducida ella misma por el condestable, á abandonar la causa popular. Valladolid se indignaba y no contestaba. La Junta respondía á Burgos afeándole en términos vigorosos y duros su veleidad, recordándole sus compromisos, y echándole en rostro los excesos con que más que otras ciudades había manchado su alzamiento. Reinaba en Valladolid la mayor agitación, amenazando nuevas alteraciones: la discordia se había introducido entre sus habitantes, y entre la ciudad y los procuradores de la Junta, y alimentaban la división las cartas y provisiones que desde Rioseco enviaba el cardenal Adriano, alentado y fortalecido con el refresco de los nobles (1).

Faltaba saber si aceptaría el almirante el cargo de corregente. El almirante don Fadrique Enríquez era hombre más templado y conciliador y más querido del pueblo que el condestable. En las cortes de Valladolid fué de los que más repugnaron la aclamación de don Carlos mientras su madre viviese; había sentido y mirado como perjudicial la ausencia del rey; disgustado de los excesos de la corte, y lamentando los males del reino que no podía remediar, vivía retirado en sus estados de Cataluña, cuando recibió el nombramiento de gobernador. Hombre sin ambición, después de haber vacilado algún tiempo en admitirle, le aceptó llevado del deseo de procurar la paz y hacer un gran bien al reino. En este buen designio escribió á Valladolid una carta de nobles y humanitarios sentimientos, exhortándolos dulce y paternalmente á la paz, y aconsejándoles la concordia: revelábase en ella el afán de componerlo todo sin efusión de sangre, y fiaba en que el rey por su mediación usaría de benignidad; producíase como un comunero de corazón y como un realista de convencimiento, como quien conocía la razón que tenían los pueblos para quejarse, y reprobaba y lamentaba las violencias y los crímenes, como quien condenaba los abusos de la corte y reconocía la necesidad del restablecimiento de la autoridad real.

El mejor testimonio de las buenas intenciones y de las miras pacíficas y conciliadoras del almirante es el siguiente notable documento que diri

(1) Toda esta larga correspondencia entre Burgos, Valladolid, la Junta de Tordesillas y el gobierno de Rioseco, llena de recriminaciones y cargos, de proposiciones, de exigencias y negativas, ocupa multitud de páginas en el lib. VII de la Historia del emperador Carlos V por el obispo Sandoval.

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PUERTA DE LA IGLESIA DE LA CARTUJA (BURGOS). - COPIA DE UNA FOTOGRAFÍA

CYTILOMMY

gió á la Santa Junta, en que se ve lo poco que pedía á los comuneros, y lo mucho que les prometía en nombre del rey.

«Yo don Fadrique Enriquez de Cabrera, almirante de Castilla y de Granada, conde de Modico, etc., en nombre de los reyes nuestros señores, y de los caballeros que aquí están é mio, os requiero delante de Dios, á quien tomo por juez de mi intencion, que no querais pedir con las armas aquello que se os dará de parte de Sus Altezas sin ellas; y á nombre de Su Majestad me obligo de cumpliros todas las cosas que aquí van declaradas; é para la seguridad que serán otorgadas é cumplidas daré todo lo que pidiéredes, no seyendo en términos imposibles, é cumpliendo primero, señores, vosotros lo que aquí diré.

>>Lo que de parte de los procuradores que ahí, señores, estais, é de la Junta, se ha de hacer é cumplir primero es esto:

>>Poner á la reina en libertad sin tenella con gente.

>>Restituir al rey nuestro señor la gobernacion de su reino que hasta agora le está usurpada.

>>Restituir al conde de Buendía su casa, é al marqués de Moya, é á don Hernando de Bobadilla, é las otras cosas que están usurpadas de particulares.

>>Hecho esto por vosotros, señores, yo me obligo y prometo en nombre del rey de firmar lo que aquí dice, y traerlo dentro de tres meses firmado, para lo cual daré la seguridad que quisiéredes demandar.

>> Prometo en nombre del rey que S. M. encabezará las rentas conforme á la cláusula del testamento de la católica reina nuestra señora.

>> Prometo en nombre de S. M. que quitará el servicio que echó en la Coruña, é que de aquí adelante, cuando los pecharen, será con voto de las ciudades, é por cosa que manifiestamente vean que conviene, é con voluntad de ellas; é que quedarán libres por siempre los procuradores, con poder de consultar, ó como ellas quisieren, é que el servicio esté depositado en nombre de las ciudades, porque non pueda ser gastado en otra cosa sino en aquello porque será demandado é otorgado, y esto viendo la manifiesta necesidad, é aun en ella non habrá fuerzas sinon con su voluntad

>>Prometo que otorgará Su Alteza que ninguna dignidad, ni beneficio, ni oficio, ni encomienda ni tenencia non pueda ser dada á extranjeros. >>Prometo que no se sacará ninguna moneda de Castilla, é que para esto se dará toda la órden é seguridad necesaria.

>>Prometo que en el derecho de las bulas se terná la forma que en las ciudades de Italia, sin hacer vejaciones ni descomuniones, como en las ciudades se tiene.

>>Prometo que quitará todas las posadas del reino, que jamás se aposenten sinon por dineros.

>> Prometo que S. M. revocará las naturalezas que ha dado en el reino.

>>Prometo que no se cargará nada en naos extranjeras, sinon en las del reino.

>>Prometo que S. M. dará los corregimientos conforme á las leyes del reino, y no irá contra ellas.

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