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>>Prometo que S. M. guardará todas las leyes del reino como lo ha jurado, y las provechosas al reino aunque no se hayan usado.

>>Prometo que si han puesto algunas imposiciones ó hecho cuerpo de rentas en alguna manera que no fué acostumbrada, que se revocará.

>>Prometo que ningún oficial del reino terná mas de un oficio, y que los oficiales de la casa real serán castellanos y no extranjeros, y que la casa real estará en pié con todos los caballeros é contínuos que solian tener los pasados.

>>Prometo que todos los oficios que vacaren serán proveidos en Castilla, é non fuera del reino, é que así será lo de las renunciaciones.

>> Prometo que el consejo é chancillería se terná de personas de ciencia é de conciencia, y tales que el reino no pueda de ellas tener sospecha; y que S. M. mandará tomarles residencia de tres en tres años, é á los presidentes é alcaldes del consejo, é chancellería, é de la corte.

>>Prometo que se tomará estrecha cuenta á los oficiales reales para saber las rentas del rey qué se han hecho.

>>Prometo que se verán los cambios y logros que se han pasado, y que se hará restituir todo lo mal levado.

>>Prometo que se hará perdon general á todo el reino de todas las cosas pasadas, ansi para perlados como para caballeros, como para las comunidades é pueblos de todo el reino, y que S. M. dará forma para que se satisfaga el daño que se hizo en la villa de Medina del Campo en la quepor los otros daños que se han hecho en el reino.

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>> Prometo asimismo que la gente de armas será pagada de cuatro en cuatro meses, de manera que no puedan comer en los aposentos á costa de los pueblos.

>>Que las fortalezas que tienen agora tomadas las tengan así hasta que esto se firme y cumpla, con tal que seyendo firmado las dejen como antes estaban.

>>Paréceme, señores, que si deseais como decís el bien general del reino, que debeis tener por bien esto, pues se os otorga con buena voluntad, que non querello por fuerza é con daño del reino. Y si, lo que Dios no quiera, esto no tubiéredes por bien, desde agora tomamos á Dios delante, y esperamos en él que será nuestro capitan (1).»

Parece que los comuneros deberían haberse dado por satisfechos con tan amplias concesiones propuestas con tan buen modo. Pero la conducta inconsiderada del condestable y de los otros nobles había agriado ya demasiado los ánimos. El conde de Benavente con fingidos halagos y torcidos designios había intentado que Valladolid le franqueara sus puertas, y la ciudad, que se mantenía inflexible, le dió una repulsa muy urbana, y no menos ladina que su proposición. Así, cuando el almirante se vino de Cataluña á Castilla y solicitó que Valladolid le admitiera en su seno, negóselo también el vecindario, escamado con la sospechosa pretensión del

(1) Sacado de un códice MS. de la biblioteca del Escorial, señalado ij V. 3.—Pueden verse otros pormenores relativos al almirante en Alcocer, Mejía, Sepúlveda, Maldonado, Sandoval, en las cartas de Fr. Antonio de Guevara, y en otro manuscrito de la biblioteca del Escorial, titulado: Fuero de Cuenca.

conde. Mas no por eso desmayó el desairado almirante en sus benéficos planes de avenencia. Colocado en Torrelobaton, pidió á la Junta su beneplácito para presentarse en Tordesillas, negáronselo también los procuradores, pero le enviaron tres de ellos para oirle y tratar con él. Aveníase ya el generoso Enríquez á hacer salir de Rioseco los consejeros reales, y á derramar la gente de los nobles siempre que la Junta despidiera también la suya. Mas como los procuradores exigieran además la salida del cardenal, y que el condestable que tiranizaba á Burgos dejara de formar parte de la regencia, no pudo el almirante acceder á demandas que tenía por exageradas y desdorosas, y se acabaron las pláticas sin poder reducirlos á términos de concordia. Entonces Enríquez pasó á incorporarse con Adriano y los próceres reunidos en Rioseco, donde fue recibido con el mayor júbilo y agasajo.

Ya en comunicación los tres regentes, don Fadrique Enríquez (dice oportunamente el más reciente historiador de las comunidades) representaba la paz á todo trance, don Iñigo de Velasco la guerra hasta obtener la muerte ó la victoria, el cardenal de Tortosa nada. Oscurecido siempre que le asociaban al gobierno españoles, como le sucedió antes con Cisneros, «ahora que le igualaban en poder dos castellanos de la primera jerarquía con numerosa clientela, estaba igualmente destinado á ser una verdadera nulidad en los negocios de Castilla (1).»

En tal estado, y cuando así marchaban, no sin posibilidad todavía de pacífico desenlace, las negociaciones, recibió nuevas la Junta de que sus enviados al emperador, portadores del memorial, el uno había sido preso, y los otros dos no se habían atrevido á presentarse á él por temor de que peligraran sus vidas. Esta repulsa, este agravio hecho por un rey de Castiila á súbditos autorizados para exponerle las quejas y clamores de un pueblo ultrajado y á pedirle el remedio, fué mirado por los castellanos como una intolerable afrenta, como un rasgo del más insufrible despotismo. Encendiéronse en ira los ánimos de los comuneros, perdieron la templanza hasta los más moderados, vieron en aquel acto desmentidas las galantes promesas del almirante, y no se veía ya otra solución que la de las armas.

Desgraciadamente unos emisarios despachados por la Junta á Burgos para notificar al condestable que licenciara su gente, después de agasajados por aquel magnate, fueron conducidos con escolta y entregados al conde de Alba de Liste, que con frenético arrebato asió á uno de ellos, camarero de la reina doña Juana, que llevaba la voz por todos, le hizo dar garrote en un calabozo, y soltó á los demás para que contaran á la Santa Junta cómo eran recibidos sus mensajeros en Burgos. Con esto ya no podía haber transacción. La Junta pregonó por traidores al condestable y al de Alba de Liste, apercibió su ejército, le engrosó con nuevos contingentes de las ciudades de la liga. le dió sus instrucciones para la campaña, y todo anunciaba grandes calamidades, y larga efusión de sangre de hermanos en los campos de Castilla (2).

(1) Ferrer del Río, Historia de las comunidades, cap. V.

(2) Mejía, lib. II.-Sandoval, lib. VII, donde se hallan abundantes aunque mal coordinadas noticias de estos sucesos.

CAPÍTULO IV

LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES

De 1520 á 1521

Don Pedro Girón es nombrado general de los comuneros.-Resentimiento y retirada de Padilla.-Marcha del ejército de las comunidades hacia Rioseco.-Peligro de los regentes y magnates.-Extraña conducta de Girón.-Sospechosa intervención de Fr. Antonio de Guevara.-Traición de don Pedro Girón.-Injustificada retirada del ejército á Villalpando.-Apodéranse los imperiales de Tordesillas.-Sensación y resultados de este suceso.-Girón y el obispo Acuña en Valladolid: descrédito de aquél y popularidad de éste.-Retírase Girón de la guerra odiado y escarnecido.— Triste situación de Castilla.-Valladolid y Simancas.-Padilla es nombrado segunda vez capitán general de las comunidades: entusiasmo popular.-Sublevación de las Merindades: el conde de Salvatierra.-Operaciones y triunfos de Padilla y del obispo Acuña.-Crítica situación de Valladolid.-Tratos y negociaciones de paz.— Rómpese de nuevo la guerra.-Padilla se apodera de Torrelobaton.-Nuevos tratos de Concordia: tregua: error de los comuneros.-Se rompe la tregua.-Campaña del obispo Acuña en Toledo -Derrota al prior de San Juan.-Incendio horrible de la iglesia de Mora: quémanse más de tres mil personas.-Acuña es proclamado tumultuariamente arzobispo de Toledo.-Escándalos y sacrilegios en la catedral.—Entereza y dignidad del cabildo.-Decadencia de la causa de las comunidades.

La Junta de Tordesillas había perdido un tiempo precioso, pasándole en la inacción mientras los grandes iban agrupando y concentrando sus fuerzas en Rioseco, donde se hallaban dos de los regentes. Tal apatía, unida á la división que se había infiltrado entre los comuneros, y aun entre los procuradores mismos, siendo no la menor de las causas los celos con que veía don Pedro Laso de la Vega, no contento con la presidencia de la Junta, la gloria que Juan de Padilla había ganado como capitán general de las comunidades, produjo la idea de poner la dirección de las armas en manos de otro caudillo que hiciera revivir el amortiguado vigor de la causa popular. Recayó la elección en don Pedro Girón, hijo primogénito del conde de Ureña

Había sido contrariado Girón en sus pretensiones á la herencia del duque de Medina-Sidonia: una promesa empeñada y no cumplida por el rey en el asunto en que ponía todo su anhelo le hizo apartarse enojado del monarca, y en su despecho, y pareciéndole que podría medrar á favor de las revueltas, hizo causa con los comuneros, y se presentó á la Junta de Tordesillas blasonando de gran patriota y ofreciéndole sus servicios. Acogieron los procuradores hasta con avidez el ofrecimiento del joven prócer, que tenía reputación de esforzado, y les halagaba la idea de que unida la bandera de la esclarecida casa de Ureña á las de la ciudades, en cualquier contratiempo que pudieran experimentar los nobles, se pasaran muchos al estandarte que conducía uno de sus más ilustres deudos. Esta consideración influyó mucho en su nombramiento de capitán general de la Junta. Mas como quiera que no fuese fácil ganar de pronto la anti

gua popularidad de Padilla, no tuvo éste tampoco ni abnegación. ni polí tica para disimular su resentimiento, y so pretexto de tener su esposa enferma partió en posta para Toledo, y tras él se fué la gente que de allí había traído, con no poca satisfacción de los de Rioseco, y no poca alarma de la Junta y de las ciudades confederadas (1).

Repusiéronse, no obstante, al pronto de aquel desánimo con la oportuna llegada del obispo Acuña á Tordesillas. Llevaba consigo el famoso prelado de Zamora quinientos hombres de armas de las guardas del reino, setenta lanzas suyas, y cerca de mil infantes, en cuya hueste se contaban hasta cuatrocientos clérigos, gente resuelta y de armas tomar. El ejército de las comunidades acreció hasta diez y siete mil hombres. Sería una tercera parte la gente con que contaban los virreyes y los magnates de Rioseco. Dejando, pues, don Pedro Girón en Tordesillas para custodia de la Junta y de la reina doña Juana el escuadrón clerical de Acuña con pocos más infantes y jinetes, púsose en marcha con las demás tropas la vía de Rioseco, tan confiados él y los suyos en la victoria, que se celebraba ya de antemano, y de muchos lugares acudían las gentes á ser testigos del triunfo de los comuneros. Sin embargo, la prisión de los reyes de armas enviados por Girón á la ciudad para intimar la rendición á los gobernadores le indicó que estaban determinados á todo menos á rendirse (2) También los soldados de la comunidad ardían en deseos de entrar en pelea, y no bien habían llegado al campamento cuando ya se mostraban impacientes murmurando la tardanza en el ataque.

Movió, pues, don Pedro Girón una mañana su campo con grande estruendo de trompetas, pífanos y tambores, y con grande aparato bélico, en muy vistosa formación, llevando delante el pendón morado de Castilla y siguiendo detrás al ejército multitud de labriegos, mujeres y muchachos, llevados de la curiosidad de presenciar la victoria y del anhelo de ser los primeros á divulgar la fausta nueva por el país. Así llegaron hasta dar vista á las tapias de Rioseco: Girón envió sus corredores á provocar á batalla á los magnates, diciéndoles que allí estaban para castigar á los que habían querido gobernar á Castilla contra su voluntad. Los grandes fueron bastante prudentes para no aceptar la pelea: el jefe de los comuneros no hacía sino galopar en su brioso corcel delante de las filas, los soldados provocaban á los de la ciudad, y todos esperaban de un momen

(1) Pero Mejía, lib. II, cap. x.-Maldonado, lib. V.-Sandoval, lib. VIII. (2) Los próceres que se hallaban en Rioseco, además del cardenal y el almirante, eran: el conde de Benavente, el marqués de Astorga, el prior de San Juan, el marqués de Denia, el conde de Alba de Liste, el de Rivadavia, el de Cifuentes, el de Altamira, el vizconde de Balduerna, el señor de Alcañices, el de la Mota, el de Santiago de la Puebla y otros varios grandes y caballeros.

Los caudillos de las tropas de las comunidades, eran: don Pedro Girón, primogénito del conde de Ureña, el obispo Acuña de Zamora, don Pedro Laso de la Vega, caballero de Toledo, don Pedro y don Francisco Maldonado, capitanes de la gente de Salamanca, Gonzalo de Guzmán de la de León, don Fernando de Ulloa de la de Toro, don Juan de Mendoza, de Valladolid, hijo natural del gran cardenal de España, don Juan de Figueroa, hermano del duque de Arcos, con algunos otros capitanes y muchos procuradores de las ciudades.

to á otro oir la voz de ataque. ¡Esperanza vana! Pasóse así todo el día, y quedáronse todos absortos y fríos cuando ya á la puesta del sol se les dió la orden de regresar al campamento de Villabráxima.

A no dudar hubiera podido aquel día don Pedro Girón con un pequeño esfuerzo apoderarse de los principales defensores de la causa imperial, y asegurar el triunfo de las comunidades, y lo que hizo con su inacción fué dar lugar á que entrara por la otra banda de la villa el conde de Haro con refuerzo de gente; y tras él los condes de Miranda y de Luna, don Beltrán de la Cueva y otros caballeros, formando ya un ejército de ocho á diez mil infantes y más de dos mil jinetes. Gran disgusto produjo en el país el malogro de aquella ocasión, mas no por eso dejaron de aprontar las ciudades los nuevos contingentes de hombres que les fueron pedidos, armándose en algunas, como Valladolid, todos los varones de diez y ocho á sesenta años. Todavía la chancillería de Valladolid, y muy en especial su presidente, animados del buen deseo de evitar derramamiento de sangre, entablaron con calor y eficacia negociaciones de concordia. La propuesta fué bien acogida por los de Rioseco, señaladamente por el almirante (24 de noviembre, 1520), que continuaba abrigando los sentimientos y designios conciliadores tan propios de su buen corazón. No fueron tan felices aquellos magistrados en el campo de los comuneros, donde oída su pacífica misión por el obispo Acuña, á cuyos ojos se presentaba continuamente el ejemplo de Génova y Venecia que se gobernaban sin reyes, y que estaba resuelto á seguir en la demanda aunque se quedara solo, negóse á toda avenencia, y apenas partieron los desairados oidores calóse el arnés, tomó la espada, montó en su caballo y salió con una parte de su gente al encuentro de una hueste enemiga que le dijeron avanzaba desde Rioseco en ademán de ataque.

Hubo otro negociador de peor condición que los magistrados de Valladolid, más astuto que ellos, y más afortunado en el logro de sus torcidos fines. Fué éste un fraile franciscano, de no oscuro nacimiento ni escasa instrucción, fácil en el decir, enérgico en el obrar, y fecundo y mañoso en recursos. Llamábase Fr. Antonio de Guevara, y había pasado la vida alternativamente entre la soledad y silencio del claustro y el bullicio de la corte y el ruido mundanal del siglo. Veíasele andar incesantemente, é ir y venir del asilo de los magnates al campo de los comuneros con aire de tratador de paces. Aunque el obispo de Zamora sospechara de las pláticas del astuto franciscano con Girón, que llevaba alguna misión secreta, felicitábase de que trabajaría en balde y predicaría en desierto. Lo que se trataba entre los gobernadores y partidarios del rey y el caudillo de los comuneros por medio del sagaz franciscano no se reveló hasta que éste tuvo la audacia, cuando ya daba por consumada su obra, de requerir al final de un sermón al ejército de las comunidades y de mandar á sus caudillos de parte de los gobernadores que depusiesen las armas, deshicieran el campo y desencastillaran á Tordesillas. El auditorio le interrumpió con murmullos y denuestos, y le apostrofó con picantes burlas. El obispo de Zamora le dió una contestación enérgica y dura, que aplaudieron todos con entusiasmo, y concluyó diciéndole: «Andad con Dios, padre Guevara, y decid á vuestros gobernadores, que si tienen facultad del rey para pro

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