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LXXX.

Demás del gran milagro que amor hizo, Haciéndome despues de estar deshecho, Fué muy maravilloso y nuevo hecho, Ver que un amor me hizo y me deshizo. Amor fué quien muy mal me satisfizo, Y agora por amor voy satisfecho; Es esto de saber cómo se ha hecho, No nos parezca que es ruido hechizo. Salieron de un amor varios efetos, Porque fué vario el medio con que ha obrado, Y hallo tambien en mí varios sugetos. Del mal medio nacieron los defetos; Pero del bueno, en serme presentado, Nació el bien sobre mil bienes perfetos.

LXXXI.

Un nuevo amor un nuevo bien me ha dado, Ilustrándome el alma y el sentido,

Por manera que á Dios ya yo no pido,
Sino que me conserve en este estado.

A mi bien acrecienta el mal pasado,
Tan sin temor estoy de lo que ha sido,
Y en las yerbas compuestas que he bebido,
Mi fuerza y mi vivir se han mejorado.
Anduvo sobre mí gran pestilencia,
Hasta matar los páxaros volando,
Y casi quanto en vida fué criado.

Este influxo cruel se fué pasando:

Y así desta mortal, brava dolencia
Con más salud quedó lo que ha quedado.

LXXXII.

Dulce reposo de mi entendimiento; a
Dulce placer fundado sobre bueno;
Dulce saber, que de saber soy lleno,
Pues tengo de mi bien conocimiento.
Dulce gozar de un dulce sentimiento,
Viendo mi cielo estar claro y sereno,
Y dulce revolver sobre mi seno,
Con firme concluir, que estoy contento.

Dulce gustar de un no sé qué sin nombre, Que amor dentro en mi alma poner quiso, Quando mi mal sanó con gran renombre.

Dulce pensar que estoy en paraiso,

Sino que en fin me acuerdo que soy hombre, Y en las cosas del mundo tomo aviso.

LXXXIII.

Tristes años y largos fuí cuitado
En tormentos de amor tan afligido,
Que en cosa ningun ser ví tan perdido,
Que no tuviese invidia de su estado.

Contemplaba la piedra sin cuidado,
La planta mejorada en su partido,
Y el animal más baxo y abatido
Era, á mi parecer, muy prosperado.

Yo solo andaba fuera deste bando,
Despertando en las gentes la memoria,
Hasta que Dios con su absoluto mando

Mi guerra convertió en tanta vitoria, Que agora vencedor estoy triunfando, Dexando escrita en todos larga historia.

LXXXIV.

Amor es bueno en sí naturalmente, Y si por causa dél males tenemos,

Será

porque seguimos los estremos,

Y así es culpa de quien sus penas siente.
El fuego es el más noble y ecelente
Elemento de quantos entendemos;
Mas tanta leña en él echar podrémos,
Que al mundo abrasará su fuerza ardiente.
Quánto más, si le echais otras misturas
De pez ó de alquitran para movelle,
Como aquellas que eché en mis desventuras.
Por donde en el ardor de sus tristuras
Tan quemado quedé con encendelle,
Que en mi rostro se muestran mis locuras.

LXXXV.

Este fuego que agora yo en mí siento, Es puro y simple y puesto allá en su esfera; Y quando acá desciende su hoguera,

Es

porque tal materia le presento,

Que en su calor revivo y me caliento, Templando todo el ayre en tal manera, Que do quiera que estoy, es primavera, Con flores y con fruto en un momento.

Su luz al derredor do estoy presente, Alumbra en un instante quanto veo, Mudándolo en color claro y luciente.

Si este tal fuego hurtára Prometéo, Quando quiso alegrar la mortal gente, Tuviera gran desculpa su deseo.

LXXXVI.

Si en mitad del dolor tener memoria Del pasado placer, es gran tormento; Así tambien en el contentamiento, Acordarse del mal pasado es gloria.

Por do, segun el curso desta historia, No hay cosa que me venga al pensamiento, Que toda no se vuelva en un momento En lustre y en favor de mi vitoria.

Como en la mar, despues de la tiniebla, Pone alborozo el asomar del dia, Y entonces fué placer la noche escura; Así en mi corazon (ida la niebla), Levanta en mayor punto al alegría El pasado dolor de la tristura.

LXXXVII.

a

Gran tiempo fuí de males tan dañado, Por el dañado amor que en mí reynaba, Que á sanos y á dolientes espantaba, La vista de un doliente tan llagado. Conveníame andar siempre apartado, Segun de mí la gente se apartaba; Y aquello en que más yo me reposaba, Era hartarme de ser desdichado. a

Víme sano despues en un momento, Y vueltos en placer los males mios; Miraban todos esta salud mia,

Con un maravillado sentimiento: Como al ciego miraron los Judíos Espantados de velle como via.

LXXXVIII.

El alto monte de Olimpo, do, se escribe,
Que no llega á subir ningun nublado,
Ni alcanza allá el furor apoderado

Del viento, por más chozas que derribe.
Sobre sus altas cumbres me recibe,
Porque allí esté seguro y sosegado,

Un claro amor que el alma me ha ilustrado,
Con la clara virtud que en mí concibe.
Miro de allí do estaban los amores,
Que perdido en el mundo me traian;
Y miro por quál arte sus errores,
Concibiendo dolor maldad parian.
Nacieron de la qual otros dolores
Que en deshonra medraban y crecian.

LXXXIX.

O monte levantado en el alma mia,
En la cumbre del qual agora siento,
Con quánto lamentar fuí escarmiento,
Para toda la gente que me via!

Hablilla fuí que en mí se componia,
De lástima y dolor y de tormento;
Y entre lenguas se mejoraba el cuento,
Que á su placer cada uno le decia.

a

Sé que es así, no sé cómo se ha hecho, Que ahora libre entre todos me contemplo, De la fuerte prision do fuí envuelto.

Y así agora en memoria de un tal hecho, Colgando estoy los hierros en el templo, Adonde amanecí, despierto y suelto.

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