ÉGLOGA PRIMERA y en cayendo su rayo se levanta y la medrosa forma en que se ofrece aquella que la noche nos encubre, hasta que el sol descubre su luz pura y hermosa; tal es la tenebrosa noche de tu partir, en que he quedado de sombra y de temor atormentado, hasta que muerte el tiempo determine que a ver el deseado sol de tu clara vista me encamine. Cual suele el ruiseñor con triste canto quejarse, entre las hojas escondido, del duro labrador, que cautamente le despojó su caro y dulce nido de los tiernos hijuelos, entre tanto que del amado ramo estaba ausente, y aquel dolor que siente con diferencia tanta por la dulce garganta despide, y a su canto el aire suena, y la callada noche no refrena su lamentable oficio y sus querellas, trayendo de su pena al cielo por testigo y las estrellas:/ desta manera suelto ya la rienda a mi dolor, y así me quejo en vano de la dureza de la muerte airada. Ella en mi corazón metió la mano, y de allí me llevó mi dulce prenda; que aquel era su nido y su morada. ¡Ay muerte arrebatada! Por ti me estoy quejando al cielo y enojando con importuno llanto al mundo todo: 315 320 325 330 335 340 345 350 primero no me quitan el sentido. Una parte guardé de tus cabellos, a Elisa, envueltos en un blanco paño, que nunca de mi seno se me apartan ; descójolos, y de un dolor tamaño enternecerme siento, que sobre ellos nunca mis ojos de llorar se hartan. Sin que de allí se partan, con suspiros calientes, d más que la llama ardientes los enjugo del llanto, y de consuno E casi los paso y cuento uno a uno juntándolos, con un cordón los ato. F Tras esto el importunc E dolor me deja descansar un rato. Mas luego a la memoria se me ofrece aquella noche tenebrosa, escura, que tanto aflige esta ánima mezquina con la memoria de mi desventura. Verte presente agora me parece en aquel duro trance de Lucina, y aquella voz divina, con cuyo son y acentos a los airados vientos pudieras amansar, que agora es muda; me parece que oigo que a la cruda, inexorable diosa demandabas en aquel paso ayuda; y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas ? en que tu Nemoroso era seguir tu oficio, persiguiendo las fieras por los montes, y ofreciendo 355 360 365 370 375 380 385 330 a tus sagradas aras los despojos? dejas morir mi bien ante los ojos? contigo mano a mano busquemos otros montes y otros ríos, sin miedo y sobresalto de perderte? - - Nunca pusieran fin al triste lloro los pastores, ni fueran acabadas las canciones que sólo el, monte oía, si mirando las nubes coloradas, al tramontar del sol bordadas de oro, no vieran que era ya pasado el día. La sombra se veía venir corriendo apriesa ya por la falda espesa del altísimo monte, y recordando se fueron recogiendo paso a paso. 395 400 405 410 415 420 ÉGLOGA SEGUNDA ALBANIO EN medio del invierno está templada el agua dulce desta clara fuente, y en el verano más que nieve helada. ¡Oh claras ondas, cómo veo presente, en viéndoos, la memoria de aquel día de que el alma temblar y arder se siente! En vuestra claridad vi mi alegría escurecerse toda y enturbiarse; cuando os cobré, perdí mi compañía. ¿A quién pudiera igual tormento darse, que con lo que descansa otro, afligido venga mi corazón a atormentarse? El dulce murmurar de este ruido, el mover de los árboles al viento, el suave olor del prado florecido, podrían tornar, de enfermo y descontento, cualquier pastor del mundo, alegre y sano; yo sólo en tanto bien morir me siento. ¡Oh hermosura sobre el ser humano! ¡Oh claros ojos! ¡Oh cabellos de oro! ¡Oh cuello de marfil! ¡Oh blanca mano! ¿Cómo puede ora ser que en triste lloro se convirtiese tan alegre vida, y en tal pobreza todo mi tesoro ? Quiero mudar lugar, y a la partida quizá me dejará parte del daño que tiene el alma casi consumida. ¡Cuán vano imaginar, cuán claro engaño es darme yo a entender que con partirme de mí se ha de partir un mal tamaño! ¡Ay miembros fatigados, y cuán firme es el dolor que os cansa y enflaquece! Al que velando el bien nunca se ofrece, SALICIO ¡Cuán bienaventurado aquel puede llamarse que con la dulce soledad se abraza, y vive descuidado, y lejos de empacharse en lo que al alma impide y embaraza! No ve la llena plaza, ni la soberbia puerta de los grandes señores, ni los aduladores a quien la hambre del favor despierta; no le será forzoso rogar, fingir, temer y estar quejoso. A la sombra holgando de un alto pino o robre, o de alguna robusta y verde encina, el ganado contando de su manada pobre, que por la verde selva se avecina, plata cendrada y fina, y tanto lo aborrece, que aun no piensa que dello está seguro; y como está en su seso, rehuye la cerviz del grave peso. Convida a dulce sueño aquel manso ruido del agua que la clara fuente envía, y las aves sin dueño con canto no aprendido |