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las ondas imitando en el moverse.
Pudiera también verse casi viva
la otra gente esquiva y descreída,
que, de ensoberbecida y arrogante,
pensaban que delante no hallaran
hombres que se pararan a su furia.
Los nuestros, tal injuria no sufriendo,
remos iban metiendo con tal gana,
que iba de espuma cana el agua llena.

El temor enajena al otro bando ; el sentido, volando de uno en uno, entrábase importuno por la puerta

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de la opinión incierta, y siendo dentro,

en el íntimo centro allá del pecho

les dejaba deshecho un hielo frío,

el cual, como un gran río, en flujos gruesos,

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por médulas y huesos discurría. Todo el campo se vía conturbado y con arrebatado movimiento; sólo del salvamento platicaban.

Luego se levantaban con desorden, confusos y sin orden caminando, atrás iban dejando con recelo, tendida por el suelo, su riqueza. Las tiendas, do pereza y do fornicio, con todo bruto vicio obrar solían, sin ellas se partían. Así armadas, eran desamparadas de sus dueños. A grandes y pequeños juntamente era el temor presente por testigo, y el áspero enemigo a las espaldas, que les iba las faldas ya mordiendo.

César estar teniendo allí se vía a Fernando, que ardía sin tardanza por colorar su lanza en turca sangre. Con animosa hambre y con denuedo forcejea con quien quedo estar le manda. Como lebrel de Irlanda generoso que el jabalí cerdoso y fiero mira, rebátese, sospira, fuerza y riñe,

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y apenas le constriñe el atadura,
que el dueño con cordura más aprieta ;
así estaba perfeta y bien labrada
la imagen figurada de Fernando,
que quien allí mirándola estuviera,
que era desta manera bien juzgara.
Resplandeciente y clara de su gloria
pintada la victoria se mostraba ;
a César abrazaba, y no parando,

los brazos a Fernando echaba al cuello.
Él mostraba de aquello sentimiento,
por ser el vencimiento tan holgado.
Estaba figurado un carro extraño
con el despojo y daño de la gente
bárbara, y juntamente allí pintados
cautivos amarrados a las ruedas,
con hábitos y sedas variadas;
lanzas rotas, celadas y banderas,
armaduras ligeras de los brazos,
escudos en pedazos divididos,
vieras allí cogidos en trofeo,

con que el común deseo y voluntades
de tierras y ciudades se alegraba.

Tras esto blanqueaba falda y seno
con velas al Tirreno de la armada
sublime y ensalzada y gloriosa.
Con la prora espumosa las galeras,
como nadantes fieras, el mar cortan,
hasta que en fin aportan con corona
de lauro a Barcelona, do cumplidos
los votos ofrecidos y deseos,

y los grandes trofeos ya repuestos,
con movimientos prestos de allí luego,
en amoroso fuego todo ardiendo,
el Duque iba corriendo, y no paraba.
Cataluña pasaba, atrás la deja;

ya de Aragón se aleja, y en Castilla,
sin bajar de la silla, los pies pone.
El corazón dispone a la alegría
que vecina tenía, y reserena

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su rostro, y enajena de sus ojos
muerte, daños, enojos, sangre y guerra.
Con sólo amor se encierra sin respeto,
y el amoroso afeto y celo ardiente
figurado y presente está en la cara;
y la consorte cara, presurosa,
de un tal placer dudosa, aunque lo vía,
el cuello le ceñía en nudo estrecho,
de aquellos brazos hecho delicados;
de lágrimas preñados relumbraban
los ojos que sobraban al sol claro.
Con su Fernando caro y señor pío

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la tierra, el campo, el río, el monte, el llano, alegres a una mano estaban todos, mas con diversos modos lo decían. Los muros parecían de otra altura; el campo, en hermosura, de otras flores pintaba mil colores disconformes ; estaba el mismo Tormes figurado, en torno rodeado de sus ninfas, vertiendo claras linfas con instancia, en mayor abundancia que solía;

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del monte se veía el verde seno

de ciervos todo lleno, corzos, gamos,

que de los tiernos ramos van rumiando;
el llano está mostrando su verdura,
tendiendo su llanura así espaciosa,
que a la vida curiosa nada empece,
ni deja en qué tropiece el ojo vago.
Bañados en un lago, no de olvido,
mas de un embebecido gozo, estaban
cuantos consideraban la presencia
déste, cuya excelencia el mundo canta,
cuyo valor quebranta al turco fiero.
Aquesto vió Severo por sus ojos,
y no fueron antojos ni ficiones s;
si oyeras sus razones, yo te digo
que como a buen testigo lo creyeras.
Contaba muy de veras que, mirando
atento y contemplando las pinturas,

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hallaba en las figuras tal destreza,
que con mayor viveza no pudieran
estar si ser les dieran vivo y puro.
Lo que dellas escuro allí hallaba,
y el ojo no bastaba a recogello,
el río le daba dello gran noticia.

-Este de la milicia-dijo el río-
la cumbre y señorío tendrá solo
del uno al otro polo, y porque espantes
a todos cuantos cantes los famosos
hechos tan gloriosos, tan ilustres,
sabe que en cinco lustres de sus años
hará tantos engaños a la muerte,
que con ánimo fuerte habrá pasado
por cuanto aquí pintado della has visto.
Ya todo lo has previsto, vamos fuera,
dejarte he en la ribera do estar sueles.

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Quiero que me reveles tú primero, -le replicó Severo,-qué es aquello que de mirar en ello se me ofusca la vista; así corusca y resplandece, y tan claro parece allí en la urna, como en hora nocturna la cometa." -Amigo, no se meta-dijo el viejoninguno, le aconsejo, en este suelo en saber más que el cielo le otorgare; y si no te mostrare lo que pides,

tú mismo me lo impides, porque, en tanto que el mortal velo y manto el alma cubren mil cosas se te encubren, que no bastan tus ojos, que contrastan, a mirallas. No pude yo pintallas con menores luces y resplandores, porque sabe, y aquesto en ti bien cabe, que esto todo, que en excesivo modo resplandece tanto, que no parece ni se muestra, es lo que aquella diestra mano osada y virtud sublimada de Fernando acabarán entrando más los días. Lo cual, con lo que vías comparado,

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es como con nublado muy escuro
el sol ardiente, puro, relumbrante.
Tu vista no es bastante a tanta lumbre,
hasta que la costumbre de miralla
tu ver al contemplalla no confunda.
Como en cárcel profunda el encerrado,
que, súbito sacado, le atormenta
el sol que se presenta a sus tinieblas
así tú, que las nieblas y hondura,
metido en estrechura, contemplabas
que era cuanto mirabas otra gente,
viendo tan diferente suerte de hombre,
no es mucho que te asombre luz tamaña;
pero vete, que baña el sol hermoso

su carro presuroso ya en las ondas,

s;

y antes que me respondas será puesto. -Diciendo así, con gesto muy humano tomóle por la mano. ¡ Oh admirable

caso, y, cierto, espantable! Que, en saliendo, se fueron estriñendo de una parte

y de otra de tal arte aquellas ondas,
que las aguas, que hondas ser solían,
el suelo descubrían, y dejaban
seca por do pasaban la carrera,
hasta que en la ribera se hallaron;
y como se pararon en un alto,

el viejo de allí un salto dió con brío
y levantó del río espuma al cielo,
y conmovió del suelo negra arena.
Severo, ya de ajena ciencia instruto,
fuése a coger el fruto sin tardanza
de futura esperanza; y escribiendo,
las cosas fué exprimiendo muy conformes
a las que había de Tormes aprendido ;
y aunque de mi sentido él bien juzgase
que no las alcanzase, no por eso
este largo proceso sin pereza
dejó, por su nobleza, de mostrarme.
Yo no podía hartarme allí leyendo,
y tú de estarme oyendo estás cansado.

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