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hombre siempre guiándole al bien; y al bien más que nunca dirigió en este caso al caudillo de que nos ocupamos, pues proporcionándole aquel cargo, le puso en estado de ser uno de los primeros en saludar al brillante dia de regeneracion que despuntó en el horizonte de nuestra querida pátria.

Izquierdo no era entonces político; obedeciendo como militar al ministro de la Guerra, aceptó con fecha 26 de Junio el destino para que se le nombró; sabia que se fraguaba una gran conspiracion, pero no sabia ni por quiénes ni con qué bandera; y habiendo ido el 27 á despedirse de sus amigos los generales duque de la Torre, Córdoba, Dulce, Rivero, Echevarría y otros, comenzó à iniciarse involuntariamente en los secretos de aquella conspiracion.

Expondremos los hechos con sencillez.

Los generales Dulce y Córdoba, que fueron los únicos que le hablaron de política, le manifestaron el estado del país, y los generales, regimientos y batallones que se hallaban comprometidos á apoyar el movimiento nacional, el cual de un dia á otro debia estallar en toda la nacion. Ambos generales le suplicaron no desenvainase su espada en contra de la opinion general y del voto del país; y él les prometió que si el movimiento era verdaderamente nacional, su persona estaria á disposicion del movimiento, y que el dia que ellos salieran á campaña, en campaña le encontrarian á su lado; pero que no se le exigiese dia ni hora, aunque les ofrecia la seguridad de ser el primero en el puesto de peligro cuando creyese que la nacion necesitaba de su brazo. Tambien dijo á aquellos ilustres generales que no admitia escritos ni comisionados; por lo tanto, que ni recibiria los primeros, ni las personas que fuesen á hablarle en favor del alzamiento nacional serian oidas.

Así sucedió en efecto con el benemérito Vallin, quien por encargo del general Dulce se acercó á hablarle sobre tan delicada cuestion, y le despidió, si bien con la fina cortesanía que le es propia, prohibiéndole volver á verle si habia de insistir en tocar semejante asunto.

Llegó el general Izquierdo á la encantadora Sevilla el dia 28, y el 29 se hizo cargo de la plaza y su provincia.

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A su arribo á la estacion del ferrocarril fué recibido por el mayor de plaza, coronel graduado teniente coronel D. José Anguita y Calvo, y el comandante secretario del gobierno militar D. Ignacio García, jefes distinguidos durante largos años de servicio, y el primero de ideas conservadoras, pero con gran amor y entusiasmo hacia su pátria.

Este jefe, á quien Izquierdo conocia, sin que se apercibiera de ello, y sin que Izquierdo le hiciese la más insig. nificante confianza hasta el momento preciso de obrar, fué quien mejor le preparó el terreno para asegurar la causa de la revolucion el dia en que se levantara la bandera de la libertad y de la reforma. ¿Y cómo un jefe tan apegado al régimen que entonces gobernaba pudo prestar su ayuda á un jefe de la revolucion? De una manera muy sencilla; porque Izquierdo, tan sagaz en el terreno de la política comó valiente en el campo del honor, logró dominar y explotar á aquel hombre; porque Izquierdo, dirigiéndose á él en conversaciones generales, y al parecer indiferentes, averiguó el estado del país, la necesidad que tenia de saber cómo pensaban los jefes principales de los cuerpos de la guarnicion de Sevilla y su oficialidad; en una palabra, porque inocentemente le descubrió el terreno.

Por él supo que dichos cuerpos se encontraban en plena disciplina; que los oficiales ejercian gran influencia en sus subordinados, y así, tomando noticias seguras de todo cuanto le rodeaba, pudo desenvolver libremente su pensamiento y darle el sesgo más oportuno entre las grandes dificultades que ofrecia, dificultades que su talento poco comun y su corazon de hierro lograron al fin vencer, consiguiendo que triunfara la revolucion, que con tanto frenesí fué saludada por los nobles, por los honrados hijos de la Iberia.

A mediados del mes de Julio, el brigadier Peralta, que ya habia visitado al general Izquierdo diferentes veces, se

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le presentó y manifestó que, confiando en su caballerosidad, no podia ménos de hacerle saber que él era quien estaba en aquel punto al frente de los trabajos para el alzamiento nacional; que si el general pensaba lo mismo, se pondria á sus órdenes, y de comun acuerdo esperarian los acontecimientos y trabajarian para su más feliz desarrollo.

A este brigadier no tuvo inconveniente Izquierdo en manifestarle la palabra que habia empeñado con los generales Dulce y Córdoba, advirtiéndole que con él la empeñaba de nuevo. Esta franqueza dió confianza al referido brigadier, y desde aquel dia le visitó con más frecuencia, enterándole de sus trabajos, de la marcha que llevaban los sucesos, del movimiento que debia efectuar la escuadra, de la próxima llegada de los generales duque de la Torre, Dulce, Prim y demás.

y

En los últimos dias de Agosto se le presentó el jefe principal de cazadores de Segorbe, D. José Grases, y le dijo que contase con él para el movimiento, de que ya se hallaba enterado: el 14 de Setiembre llamó al coronel del regimiento caballería de Santiago, Sr. Blanco, y le preguntó que si para el alzamiento popular, á cuyo frente se encontraban los principales generales del reino, podia contar con él y con su cuerpo, y el Sr. Blanço contestó afirmativamente. Desde este momento consideró fácil el general Izquierdo secundar el movimiento con toda la guarnicion de Sevilla el dia glorioso en que estallara la revolucion, los hechos comprobaron su creencia. Lo que nos hace ver que cuando las revoluciones se encuentran en la mente de los pueblos, y hombres de corazon se ponen al frente de ellas, no tienen estos hombres de corazon que descender del alto puesto que ocupan, ni rebajar en un punto su dignidad para llevar su pensamiento á cabo. Esto sucedió al general Izquierdo; buen patricio para trabajar por el bien de la pátria, valiente soldado para exponer su vida, noble jefe para no rebajar ni un punto el alto puesto que ocupaba, desde él supo dirigir el movimiento y triunfar sin tener que humillarse, como muchos conspiradores de oficio

hacen mientras dura el peligro, hasta que llega el dia de la victoria.

La escuadra habia dado sobre las aguas de Cádiz el grito de libertad, justicia y órden, y suponiendo muy bien Izquierdo que los generales estaban á la cabeza, fiel á su palabra, se preparó á secundar el movimiento: para tan árdua empresa necesitaba fieles y leales compañeros que le ayudasen; los tuvo, y para que la pátria envie desde su se no un voto de gracias á aquellos valientes, consignaremos sus nombres en esta obra, cuyo objeto es trasmitir á la posteridad la memoria de los buenos patricios. El coronel Anguita, el intendente retirado Justiniam y el auditor de guerra Urbina, á los cuales hasta aquel momento no declaró su intento, fueron los que más decididamente prestaron su ayuda al general Izquierdo.

La circunstancia de haber sido nombrado por el Gobierno de Madrid el marqués del Duero capitan general de Andalucía, le fué sumamente favorable, por algunas razones que creemos oportuno reservarnos, y porque dada la órden en la plaza para formar la guarnicion y recibir al nuevo capitan general á las cuatro de la tarde, se propuso Izquierdo ponerse á la cabeza de la tropa con más facilidad y dar el grito de libertad, contando, como principal elemento para salir airoso en su empeño asaz atrevido, con su firme voluntad y con el espíritu que animaba á todas las fuerzas militares.

Llegó el momento de obrar, y sereno é inflexible el general Izquierdo, como el hombre que procede conforme á su conciencia, dió delante del capitan general Sr. Vasalo las órdenes al coronel Anguita y al Auditor Urbina para que viesen al primer jefe de cazadores de Segorbe, Sr. Grases, al coronel de Santiago, D. Manuel Blanco Valderrama, á los diferentes jefes de la guarnicion, y de su parte les manifestasen que á la hora de la formacion se pondria él á la cabeza de las tropas, y desde aquel momento quedarian separadas de la obediencia del Gobierno de Madrid, uniéndose al movimiento verificado por la distinguida es

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cuadra española. El capitan general quedó asombrado al oir aquellas órdenes del segundo cabo; pero ya no habia remedio, ya estaba todo hecho; tanto más, cuanto que los señores comisionados Anguita y Urbina volvieron con la grata noticia de que la guarnicion obedecia sus órdenes.

Tan importante, tan trascendental escena ocurria á las tres de la tarde del dia 19, y á las tres y media se recibió un telégrama del Gobierno de Madrid noticiando que ya no iba el marqués del Duero.

Rehaciéndose entonces el capitan general, mandó que los cuerpos que estaban en formacion rompiesen filas y saliesen á paseo.

Aquel mandato se cumplió; pero las tropas no salieron á paseo sin antes haber estado un gran rato en los cuarteles esperando al general Izquierdo para dar el grito.

El general Izquierdo no acudió; ¿y cómo habia de acudir si casi se encontraba arrestado en casa del capitan general, quien le obligó á almorzar y comer con él?

Todo hombre que sienta en su pecho el honor y el imperio que sobre una alma hidalga ejercen los compromisos, comprenderá los acerbos momentos que aquel dia crítico se deslizaron para el valiente Izquierdo.

La lucha era terrible, su situacion cruel.

Entonces se presentó ante él el coronel Anguita, y le dijo, hablándole al oido, que la tropa le habia esperado en los cuarteles; pero que ya no podria contarse con ella en aquel dia. Izquierdo, agobiado por el peso que le oprimia, se quedó un momento pensativo; y volviéndose luego á Anguita le dijo á medias palabras, pues el capitan general estaba presente, que á las cinco iria al cuartel, y que los que fuesen valientes estuvieran dispuestos para seguirle, 'pues antes morir que no cumplir su palabra.

El general Izquierdo resolvió dar el paso: la pátria llamó en su corazon, y siempre encuentra eco la pátria en el corazon de los buenos militares.

Entonces comenzaron á llegar avisos al capitan general de que la revolucion estallaba en Sevilla; el capitan ge

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