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desplegaron por el frente del campo contrario al mando. del conde de Girgenti, y la seccion que ocupaba el puente destruia é incendiaba un cortijo que se hallaba á su frente, á unos trescientos metros, para que no pudiera servir de refugio á las fuerzas realistas.

Mientras tanto, el general Serrano recorria de un punto á otro la línea de batalla, y secundado admirablemente por el coronel Lopez Dominguez, jefe de su E. M. y secretario particular suyo, daba las disposiciones convenientes. para rechazar á los contrarios por cualquier parte que se presentasen.

Más de una vez hubo necesidad de recordarle que era general en jefe, y además que era la persona en quien la causa liberal fiaba su salvacion, para que no se expusiera tanto al fuego enemigo, habiendo la particularidad de que, en su afan de evitar víctimas, mandó retirar á su escolta y colocarse detrás de la casa del Capricho á cubierto de los fuegos, recorriendo constantemente el campo solo con sus ayudantes y oficiales de aquella.

A las cinco y media de la tarde, el general Echevarría, que habia recibido algunos refuerzos, cargó otra vez por la izquierda, reduciéndose el ataque à un corto número de á disparos.

En todo este tiempo la artillería no habia cesado de hacer fuego, las municiones se reducian, y un ayudante del regimiento avisaba al general Izquierdo, que con un valor á toda prueba recorria las posiciones ocupadas por el ejército, que no quedaban sino tres disparos por pieza. A consecuencia de esto, mandó el general en jefe se redujera á lo preciso el fuego de la artillería.

Muy cerca de las seis de la tarde, un batallon de infantería enemiga se dirigió en direccion al puente del ferrocarril, y habiendo llegado hasta la entrada fué rechazado por las fuerzas que allí habia, aunque de ningun modo hubiera podido atravesarlo por carecer de piso.

Empezaba á reinar la oscuridad, cuando vióse avanzar por la carretera en direccion al puente algunos batallones

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de infantería, protegidos por alguna artillería y con la caballería á retaguardia. ¡Momento sublime en que cesó el fuego del ejército liberal! No podia comprenderse el objeto de aquellos batallones, que á pecho descubierto, con el arma sobre el hombro y al compás de los acordes de las músicas marchaban decididamente sobre el ejército liberal. Un momento de perplejidad reinó en él. Hubo quien creyó que convencidos de lo horroroso de una lucha entre hermanos venian á pasarse, y hallándose como á unos cuarenta metros de la cabeza del puente dióse por las trodas que lo defendian un entusiasta ¡viva á la libertad! creyendo que sería contestado; pero solo se oyó un ¡viva á la Reina! bien unánime por cierto, que fué la señal de romper el fuego. Empezó este lo más nutrido posible; el puente estaba defendido solo por cuatro compañías; pero el corto número fué compensado por el valor que abrigaban en sus corazones los soldados, que preferian morir por libertad antes que defender la tiranía, por lo cual rechazaron, con indecible arrojo, este primer ataque, introduciendo en las filas del ejército real el mayor espanto.

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Un hado feliz protegia desde los primeros momentos á los valientes guerreros que sostenian el grito dado desde el puente de la Zaragoza, y no podian ménos que triunfar los que defendian el derecho, la razon, la justicia, la libertad y la honra de un pueblo.

Cuando los primeros batallones realistas marchaban hácia el puente, el general Serrano, que se hallaba situado en una pequeña loma á la izquierda de él, mandó inmediatamente que fuera reforzada, comprendiendo cuál era la intencion del enemigo. Al efecto, el regimiento de Valencia, que se encontraba á la orilla del rio, oculto tras unos matorrales, salió en direccion del puente, y se dió órden á la artillería que lo defendia para que se dispusiera á tirar á metralla; pero los batallones enemigos estaban muy cerca y el refuerzo ordenado no pudo llegar á tiempo para resistir el primer ataque.

El marqués de Novaliches no parecia ceder en su in

tento de forzar el paso del puente, pues ordenó nuevamente un segundo ataque. Sus columnas se reorganizaron, y puesto á la cabeza de ellas intentó atravesarlo.

El general Serrano marcha tambien hácia el punto referido, donde se encontraba el general Izquierdo, empeñándose un combate horroroso, y en el que los dos capitanes generales se hallaron, sin verse, á veinte metros uno del otro, silbando una lluvia de balas por todas partes. Empiezan á caer amontonados y revueltos hombres y caballos, hasta el extremo que llegaron á servir de parapeto á los defensores del Puente de Alcolea. En este momento supremo, entre los ayes de los heridos, el estruendo de los cañones, el último suspiro del moribundo, el sonido estridente de la fusilería, alumbrada la escena de sangre y desolacion por el incendio de un cortijo situado á unos trescientos metros del lugar del combate, se oye decir al duque de la Torre señalando al puente: Ahí está la corona de Isabel II.

Las tropas del marqués de Novaliches, rechazadas en este segundo ataque, empiezan á batirse en retirada, y el general Serrano, queriendo derrotarlas por completo, dice á uno de sus ayudantes: Al brigadier Blanco que venga con la division de caballería: voy á cargar á la cabeza.

La division de caballería llegó al galope llena de entusias. mo, por creer habia llegado para ellos el momento de obrar, cansados como estaban de la inaccion á que se habian visto condenados durante el dia, mientras sus compañeros vertian su sangre en aras de la pátria. Mas el fuego de fusilería se habia hecho muy débil; el enemigo se retiraba con bastante confusion; la noche cubria con su oscuro manto el horizonte (eran las ocho y media) y el general Serrano no creyó ya prudente cargar con la caballería, teniendo que pasar sobre montones de cadáveres y no viéndose ni aun las masas que habia que cargar. ¡Quizás el general Serrano tuvo un momento de divina inspiracion! Si hubiera cargado sobre aquellos batallones que se retiraban batidos, desalentados y envueltos por la noche, hubiera causado una confu

sion y una mortandad horrible, y tal vez los defensores de una misma causa se hubieran muerto los unos á los otros el resultado hubiese sido el mismo.

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El duque de la Torre con aquella inspiracion ahorró porcion de víctimas y demostró que sabia ser general en jefe, pues economizó cuanta sangre pudo, que es lo que debe hacer todo general que ama á sus semejantes y abriga sentimientos generosos.

La brigada Lacy, que al oir los ¡vivas á la Reina! que dieron en el puente las columnas de ataque, así como los disparos y el estruendo del combate, creyó que habian conseguido forzar el paso sus compañeros, intentó un tercer ataque por la izquierda, con el objeto de reunirse al grueso del ejército realista; pero bien pronto se convenció de su error y tuvo que retroceder.

Así terminó la memorable batalla de Alcolea.

«A los sesenta años, tres meses y veintiun dias, en que un puñado de valientes españoles, á las órdenes del coronel D. Pedro Echavarri, se batian denodadamente sobre el puente de Alcolea, con el formidable ejército francés, mandado por Dupont, sepultaban en el mismo sitio los soldados de la libertad el cetro y la corona de una Reina ingrata, conquistando para el pueblo español el uso de su soberanía, envuelta con los inmarcesibles laureles de la vietoria.» Que ha de constituir uno de los fastos más brillantes de las armas liberales.

Inmediatamente despues de la accion el general Serrano cuidó primeramente de municionar y racionar su ejér cito, ordenando la traslacion de los heridos á Córdoba, y como hombre previsor, por si al dia siguiente intentaban otro nuevo ataque, dispuso conservar las mismas posiciones.

En la mañana del dia de la accion llegó á Alcolea un tren con 16 piezas rayadas de 12 centímetros, y estas bocas de fuego que no pudieron descargarse bajo el fuego enemigo, lo fueron por la noche por el tercer regimiento de artillería de á pié y los marineros que desde Cádiz seguian al

ejército, siendo situadas en batería á una altura conveniente detrás de la estacion de la línea férrea,

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Si estas piezas hubieran podido descargarse aquella mañana, ó si el marqués de Novaliches hubiese intentado un ataque el dia 29, el destrozo de sus tropas hubiera sido completo, pues la accion se hubiese reducido por parte del ejército liberal á un nutrido cañoneo, que habria impedido al ejército antirevolucionario acercarse por ninguna parte - á las posiciones que ocupaban los liberales.

El duque de la Torre, para estar preparado á todo evento y poder marchar hácia Madrid, hizo venir de Sevilla en la madrugada del 29 municiones para la artillería de campaña y víveres para el ejército, empezando á llegar los trenes con estos á las diez de la noche, racionándose los cuerpos seguidamente que terminó la batalla, como decimos anteriormente. En la mañana del 29 llegaron las municiones y con ellas un tren con 12 piezas Krupp, que inmediatamente se colocaron en batería.

La noche de la accion la pasó el general Serrano en la cocina de la casa del Capricho, así como los generales Rey y Caballero de Rodas y los estados mayores de estos.

El general Izquierdo estuvo toda la noche, sin descansar un momento, recorriendo las avanzadas de los dos puntos.

A las cuatro de la mañana del dia 29, el general Serrano, acompañado solamente por el ayudante que se hallaba despierto, pues no quiso incomodar á los demás, recorrió á pić todas las posiciones de la derecha y el frente, dando las órdenes convenientes por si se intentaba un nuevo ataque.

Empezó á amanecer y á verse, á pesar de la mucha bruma, las fuerzas del ejército de Novaliches, que se movian en retirada.

Al toque de diana se hizo la descubierta, no viéndose ya el enemigo por ninguna parte, y esto lo confirmaron en el reconocimiento que hicieron por el frente los regimientos de caballería de Santiago, Villaviciosa y un escuadron de carabineros, no encontrando sino montones de cadáveres.

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