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Marruecos con quien mantenía España buenas relaciones, vino á sitiar á Tremecén que obedecía á los Argelinos; pidió artillería al Gobernador de Orán, Conde de Alcaudete, quien no queriendo ponerla en aventura, se la negó: por ello, y por haber acudido Hascén al socorro con más de 20.000 hombres y una fuerte escuadra, levantó el cerco acosado por el Argelino que le derrotó junto á Fez. Alcaudete, como varón de larga experiencia, quiso aprovechar el enojo del Xerife y propúsole confederarse y atacar á Tremecén y á Mostagán, quedando aquella plaza por suya y ésta para España. Vino en ello el Xerife, y el Conde solevantó las tribus enemigas de Argel, y cuando lo creyó en sazón, marchó á la Corte, expuso sus planes, y aunque con repugnancia de los Consejos de Estado y Guerra, logró por fin que se le autorizase. El 26 de Agosto de 1558, dejando confiada la plaza á su hijo mayor D. Alonso, salió el Conde con 6.500 peones, 200 caballos y á más los aventureros, llevando por segundo á su hijo D. Martín de Córdoba, mancebo de grandes esperanzas.

Temiendo la veleidad natural de los Moros y no fiando en sus promesas el sustento del ejército, cargó de vitualla y munición nueve bergantines, que costeando habían de apoyarle en sus operaciones. Cual lo había sospechado, acontecióle: los Moros en vez de unírsele, según lo ofrecido, levantaron bienes y hacienda y se refugiaron en Mostagán. A los pocos días hambreaba el ejército y tuvo que torcer la ruta en busca de la flota. Acometióle gran golpe de Turcos y Alárabes, pero desbaratados con pérdida de 300, acogiéronse á Mostagán y el Conde hizo vía hacia Mazagrán, en busca de los víveres que necesitaba en gran manera. Desgraciadamente, una escuadra argelina, que venía de saquear á San Miguel del Condado de Niebla, topó con los bergantines, y apresándolos quedó sin vitualla el ejército. Acongojóse la gente, y quién quería volver á Orán por municiones y víveres; quién, combatir á Mostagán, donde encontrarían abundancia de bastimento y fácil defensa contra los enemigos. A esta opinión se arrimó el Conde, porque no se dijera había retrocedido; vano punto de honra, que no debió prevalecer contra la razón de la guerra.

Acometió la vanguardia, rompió á la guarnición que esperaba fuera de Mostagán, y tan brava siguió en la acometida, que algunos peones se encaramaron en los muros, y un Alférez llegó á plantar su bandera. Temiendo quizá un descalabro, el Conde, en lugar de favorecer, prohibió hasta usando de la fuerza, secundar tan venturoso ataque: obedecieron los soldados, que el mandar es de la cabeza, aunque el error del que manda lo hayan de pagar todos.

Formó campo, cañoneó sin efecto con dos piezas uno de los torreones, y tuvo noticia de que venía Hascén á toda prisa en socorro de Mostagán con 8.000 peones turcos, gente de nervio y bien disciplinada, 10.000 caballos y gran número de Alárabes.

Dicen que D. Martín, mozo de gran seso para las cosas de la guerra, que no todas las partes de buen Capitán se cifran en los años; pidió licencia á su padre para con 4.000 hombres caer de rebato sobre los Turcos cansados y dormidos, y al seguro derrotarlos en la trasnochada, y que se la negó el Conde. Limitóse por ello D. Martín á hacer un reconocimiento sobre las avanzadas del ejército argelino, que retrocedieron replegándose con algún desorden. Se criticó por ello después á Alcaudete; pero si se esperaba el suceso de las armas, de la sorpresa, se le criticó sin razón; que Hascén, diligentísimo Capitán, no aflojó un punto en su vigilancia y tuvo toda la noche ensillada y embridada la caballería, y no hay más fácil derrota que la del soldado que acomete pensando vencer sin combatir, y encuentra seguro el combate y en balanza la victoria.

Fiado el Conde en el valor de sus tropas, prefería la batalla abierta, pero no contaba con la insubordinación de su ejército. Mientras D. Martín escaramuzaba con los Turcos, los Capitanes que habían quedado en el campo, se presentaron en tumulto al Conde, exigiendo que se retirase en vista del número y fortaleza de los enemigos. Excusó el Conde la contestación, alegando que cuando volviese su hijo se trataría lo que debía hacerse. Quizá en esto faltó el Conde, no dando muestra de aquel severo espíritu militar que le distinguía, castigando en el acto en las principales cabezas, la sublevación de todos : quizá no tenía en aquel trance á quien volver los ojos, y esto es lo más cierto, y hubo de asentir á lo que no le era posible evitar.

De vuelta D. Martín, se opuso al abandono del campamento; mas los Capitanes no cedieron y entonces les dijo: «Caballeros, pues que queréis que nos retiremos, hágase; pero mañana veréis que es retirarse de Turcos y Moros, y cuán peligrosa cosa pelear con ellos retirándose.» Decidido levantar el campo, aquella misma noche se emprendió la ruta de

1 «Lo que el Conde había de hacer es, que después de idos á sus alojamientos había de enviar á llamar á cada uno de por sí, y comenzando por los que parecían más culpados, les había de mandar descabezar, y después de hecho, había de llamar á los soldados y ostrárselos degollados y decir por qué lo hizo, y elegir otros Capitanes luego; y con esto aaciguara el alboroto y desvergüenza. Esto dicen que dijo Juan de Vega, el Presidente, e era una de las mejores cabezas de España y de mejor juicio: esta es la culpa que se puede poner desta jornada, y no fué poca.-Morales, Diálogo de las guerras de Orán.

Mazagrán, y al conocerlo cargaron los Argelinos sobre la retaguardia, que sostenía D. Martín con los caballos y alguna infantería. Pareciéndole que se juntaban demasiado, mandó una carga; pero apenas si le siguieron 30 caballos, que al verle herido de un arcabuzazo, volvieron grupas cobardemente y con ellos toda la retaguardia.

En esta confusión ocurrió un grande estrago: el repuesto de la pólvora voló, con muerte de más de 500 hombres, y el valiente catalán Ginés de Osete, que con unas pecezuelas sostenía á los soldados viejos, tuvo que abandonarlas. A la explosión y al tumulto de la retaguardia que huía, se desordenan todos, y el escuadrón de la batalla tira las picas, y á todo correr se refugian en Mazagrán. Al ver el Conde la rota, pasa de la vanguardia á la retaguardia, y afrentando á unos y animando á otros, da dos veces del acicate al caballo, y á la tropa el grito de Santiago; pero nadie le sigue. Sólo quedaban en el campo sosteniendo el ímpetu de los Turcos y Moros, los soldados viejos de Orán, que si bien cedían el terreno, era en buena formación y defendiéndose con cargas muy ordenadas.

Tres veces entró en Mazagrán el Conde, herido ya de un brazo (según se dijo, por sus mismos soldados, que también mataron al valeroso Capitán Juan de Angulo), suplicando á los fugitivos que saliesen á pelear, pues ya veían que con los pocos que estaban firmes, detenía la victoria de los Turcos; pero soldados bisoños los más, y que habían roto el freno de la disciplina, volvíanle unos las espaldas y los más deslenguados le contestaban: «que saliese él, que ellos no querían salir.» Sin esperanza ya de reducirlos, el Conde los dejó diciendo: Salgamos á morir y no pierda su honra la casa de Montemayor; y al pasar por un postigo, arremolinóse la gente, se le enarmona el caballo, cae, y en aquella angostura muere pisoteado por la multitud.

Muerto el Conde, cierran los amotinados las puertas de Mazagrán á tiempo que llegaba Hascén y le envían parlamentarios, ofreciéndose por cautivos, con tal que pudieran rescatarse los principales. Si algún soldado ignorante de los tratos ó no decaído de valor, disparaba el arcabuz, los Capitanes le daban de cuchilladas, diciendo: «Sal fuera tú, que no eres de rescate.>>

hizo

Cuando esta vileza supo D. Martín, que estaba curándose la herida, que lo sacaran en brazos, y con lágrimas en los ojos les conjuró: «que ya que por ellos había muerto su padre, no hicieran otra cosa peor vendiéndole á él: que tuvieran ánimo, que si resistían, él los sacaría á todos en salvo.» Prometiéronselo; pero apenas se lo llevaron, siguieron sus

tratos conviniendo en que se rescatarían cincuenta Capitanes á razón de 1.000 ducados cada uno; en lo que no quiso entrar D. Fernando Cárcamo, que se hallaba muy enfermo, y se cerró en que lo dejasen fuera del concierto, para salir por derecho ó correr la fortuna de D. Martín. Hechas las capitulaciones, Hascén mandó custodiar las puertas de Mazagrán, para que los Alárabes no degollasen á los cautivos; pero los Xeques reclamaron su parte, y alancearon bárbaramente á 800.

El cuerpo del Conde fué presentado á Hascén, que quiso ver con sus propios ojos los restos de aquel fiero Capitán, espanto de Berbería: luego cedió el cadáver á D. Martín por 2.000 ducados, prometiéndole que lo enviaría á Orán, quedando él mientras cautivo en Argel donde permaneció algunos años. No tardaron muchos en que el cautivo y su señor volvieron á encontrarse frente á frente en los campos de batalla.

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Lastimoso espectáculo el de la llegada del cadáver á Orán en un serón, atravesado en una acémila; pero la lástima cedió pronto al miedo. Todos se creían ya en poder del Argelino, y azorados miraban la vía de Tremecén, creyendo ver las tropas enemigas y sin ánimo para la defensa. Afortunadamente al saber el tristísimo suceso, D. Francisco de Córdoba, que mandaba dos galeras de la Orden de Santiago, arrancó de Cartagena á Orán y confortó á los vecinos, mandando fortificar los puntos más débiles de la plaza, para resistir el cerco que se tenía por inevitable. En esto asomó una nao en que iban 200 hombres para reforzar la guarnición; pero faltándole el viento, fué acometida por unas fustas turquescas, y aun cuando el Capitán Jerónimo de Mendoza, Caballero de Baeza, se defendía valerosamente, estaba el barco tan maltratado y roto, que no le quedaba otra elección que el cautiverio ó la muerte dejándose ir á pique. Don Francisco salió con sus dos galeras haciendo creer á los Turcos que eran unas que esperaban de Levante, y por una atrevida maniobra remolcó la nave al puerto, perseguido inútilmente por las fustas cuando conocieron el engaño. La llegada á los pocos días del nuevo Gobernador D. Alonso de Córdoba, que logró algunas cabalgadas más venturosas que prudentes, volvió á levantar el ánimo abatido de los Españoles, que con las recientes ventajas, olvidaron pronto las anteriores derrotas.

Con tan repetidos descalabros, pensó Felipe seriamente en la guerra de África. Pretendían las Cortes que se limitase á defender las costas; el Gran Maestre de la Orden de San Juan, que residía en Malta, aconsejaba 1a reconquista de Trípoli. Hallábase á la sazón Felipe más desahogado con

/ Luis de Cabrera, en su historia Don Felipe II, rey de España, y otros autores.

la paz con Franceses, á consecuencia del tratado de Chateau-Cambresis, y dió oídos á las pláticas del Maestre, nombrando para esta expedición al Duque de Medinaceli, Virrey de Sicilia. Hiciéronse grandes aprestos, y á fines de Octubre de 1559, zarparon de Mesina 54 galeras, 28 naos, dos galeones y 30 vasos menores con 14.000 hombres; mas los vientos en contra, y el picar del contagio, por el bizcocho corrompido con que se racionaba la tropa; le obligaron á fondear en Malta, que se convirtió en un hospital, teniendo la armada que estacionarse hasta el siguiente año, cundiendo la indisciplina en la soldadesca, y dando tiempo á los Turcos para reforzar con 2.000 hombres la guarnición de Trípoli.

Antes de narrar los desgraciados sucesos de esta expedición, no queremos pasar por alto la increible hazaña del Mallorquín Juan Cañete, que aconteció en este tiempo. Con un pequeño bergantín tenía en jaque á los más atrevidos corsarios de Argel, y le temían las marinas berberiscas, como á Dragut y á Barbarroja las españolas. Conocedor de toda la costa africana, de las calas y caletas de ella donde poder ocultarse y guarecerse, pensó hacer por sí solo lo que no podían lograr todas las fuerzas de la Cristiandad, que era entrar de noche en el puerto de Argel é incendiar la armada. Se emboscó; entró en el puerto, y al poner por obra su temeraria empresa, quiso su mala fortuna que arribasen dos galeotas armadas, que en recio combate le hicieron prisionero. El júbilo de los Moros al saber que el terrible Cañete había caído en sus manos, fué sin medida; le pasearon por las calles de Argel, exigiéndole que apostatara; negóse, y á palos, y despedazado lentamente, dió la vida á su Criador; tan firme en los tormentos por la fé, como valeroso en los combates por la patria.

Llegó el año 1560; la armada española, no completamente repuesta de sus contratiempos, y con 4.000 hombres menos, emprendió la suspendida marcha á Trípoli; pero lo recio del mar no se lo permitió, y tuvo que correr el viento, descubierta por cuatro naves contrarias que alertaron á todas aquellas marinas.

Diez y seis galeras, que con algún rezago venían de Malta, tocaron en las Roquetas para hacer aguada: cayeron los Turcos sobre ellas de sobresalto, y cautivaron 80 hombres, con los Capitanes Guzmán, García, Venegas, Bermúdez, Mercader y Sotomayor. A pesar de los grandes esfuerzos de D. Pedro de Saavedra y D. Luis Gil, les fué imposible rescatarlos, y con el dolor de abandonar á sus compañeros, zarparon en busca de la armada, surta en las aguas de Zerbi ó de los Xerves, de tan aciaga memoria para los Españoles.

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