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á sus dominios los de los Reyezuelos colindantes; bien á instancias de todos para que les auxiliase en la guerra santa que iban á declarar al Monarca leonés, fué Yusuf llamado á España. Placióle, con tal de que le ayudasen á conquistar á Ceuta y Tánger, que le aseguraban la retirada. El Rey moro de Sevilla convino, y Yusuf sitió á Tánger. Los defensores hicieron una salida con más ardimiento que fortuna, y la ciudad cayó en poder de los Almoravides. Para evitar mayores males, capitularon los de Ceuta al poco tiempo. Yusuf, que estaba ya á las puertas de la Península, entró por fin en ella en 1086; venció en Zalaca á los Cristianos; pero la muerte de su hijo llamóle al África, donde meditó la ruina de los Muslimes peninsulares.

Después de varias invasiones, como auxiliar, hízola como conquistador llevando ejército poderosísimo: prendió al Rey de Granada y al Gobernador de Málaga, y volvió á su reino encomendando á su General Sir-ben-Beker el ejército que desde Ceuta reforzaba diariamente con los feroces Bereberes, á quienes el celo religioso, el ansia de nuevas conquistas y el amor al pillaje, traían desde los confines del desierto.

El Rey de Sevilla osa resistir al General de los Almoravides; pierde el reino, y por capitulación marcha al Africa á morir de pesadumbre y de miseria, hondamente gimiendo por el apacible Guadalquivir.

Casi todos los Reyes moros de la Península habían sido despojados por los Almoravides á la muerte de Yusuf, que designó por succesor á su hijo Alí-Abul-Hassán, nacido en Ceuta de una cristiana cautiva.

Apenas en el trono, el joven Rey pasa á España, recibe el juramento de obediencia de los Jefes almoravides y confía las tropas á su hermano mayor Temín, que gana la batalla de Uclés ó de los siete Condes, con muerte del tierno Infante D. Sancho.

Reinaba entonces en Portugal Alfonso I, y las conquistas de Santarem, Cintra y Lisboa sobre los Mahometanos, diéronle alientos para atacarlos en sus propias tierras. D. Fuas Rufinho, con una poderosa armada, invade la patria de Alí: Ceuta se defiende valerosamente; muere Don Fuas, cunde en sus soldados el desaliento, abandonan la empresa y vuelven maltratados á Lisboa.

Sin embargo, Alí-Abul-Hassan sostenía ya trabajosamente la gloria de su linaje. Era destino de los Árabes que nuevas razas, con su barbarie primitiva, triunfasen de las que se ostentaban cultas. Comenzaba á palidecer la estrella de los Almoravides, asomando ya por el Mediodía

los feroces Almohades.

CAPÍTULO IV.

Principio de los Almohades.-Mohamad-Abu-Abdilla.-Muerte de Ali.-Coronación y muerte de Taxfin.-Abdol-Mumén se apodera de las costas.-Expulsa á los Almoravides de España.-Conquista todo el Mogreb.-Batalla de Alarcos.-Batalla de las Navas. Reinado de Almamón.-Rebelión de los Benimerines. -Destronamiento de AbuHafi.-Muerte de Edris.-Abu-Dabbus.-Fin de la dinastía de los Almohades.-Expedición de San Luis á Túnez.

Un Africano de la tribu de Herga, Mohamad Abu-Abdilla el Mehedí ó Mahdi (Director), comparece en Bagdad enseñando una nueva doctrina contenida en el libro de Abu-Amid, libro declarado herético, y como tal, quemado públicamente en el soco de Córdoba. Pasa á Mehedía, predica contra los vicios y desafueros de los Almoravides; temen éstos que, según acontece casi siempre, la predicación de reformas sea el primer paso para la rebelión; tratan de prenderlo, y avisado el Mehedí á tiempo, huye á Bugía. Perseguido, se esconde en Melilla, pasa al Africa Oriental, reune prosélitos, alza bandera contra Alí y ayudado por las tribus de los Masamudas, derrota en repetidos encuentros á los Almoravides.

Creyéndose bastante fuerte, descuélgase de sus riscos, baja á la llanura, desafía de poder á poder á sus enemigos, dispersa dos ejércitos y sitia á Marruecos. Por fortuna de Alí, se encontraba con él un Moro andaluz, ó según otros, y el apellido abona esta opinión, un Caballero catalán, por nombre Revertér, que le aconsejó variar la táctica y reformar las armas de sus tropas. Trábase á los pocos días una batalla campal, y el ejército almohade queda destruido. Con los fugitivos llega la noticia á Mohamad, que ansioso pregunta si se había salvado su General Abdol-Mumen, y al saberlo «nuestro Imperio aún existe,» dice gozoso: consideraba que nada había perdido, aunque había perdido todo su ejército.

Encastillado en las asperezas de donde había salido, las fortifica de nuevo, y pronto reune á sus dispersos partidarios, que se aumentan con incesantes refuerzos; rechaza varias veces á los Almoravides, y arrollándolos en todas partes, avanza de nuevo hacia Marruecos, y aun

que no puede tomarlo, domina en aquel extenso territorio. Enfermo, vuélvese á sus montañas, reune á los principales de su corte en la mezquita, les dice que va á descansar eternamente, entrega su libro de oraciones al General Abdol-Mumén y muere en 1130, dejando fundada la dinastía de los Muahedim (Almohades ó Unitarios), que proclaman succesor al intrépido Abdol-Mumén.

Alí, el gran Jefe de los Almoravides, consumido por la tristeza, llama á su hijo Taxfín que peleaba en la Península, quien con la ufanía de la juventud y de las victorias adquiridas, ataca á Abdol-Mumén, le acorrala en las sierras de Tremecén, trata de forzar aquellas formidables posiciones y pierde su ejército en el asalto. Muere Alí y ocupa el trono Taxfín: indomable su espíritu, no desmaya, crea recursos, junta nuevas fuerzas, ataca otra vez á Abdol-Mumén, y otra vez queda derrotado. La acción es decisiva, acabó en ella el imperio de los Almoravides: Taxfín huye á uña de caballo, refúgiase en Tremecén, lo sitia el Almohade; pero cansado de la resistencia, levanta el campo y ponese sobre Orán ó Guarán, donde custodiaba Taxfín sus mujeres y sus tesoros. Temeroso de perderlos, el valiente Almoravid rompe las líneas de los Almohades, entra en la plaza y defiéndela reciamente. Prolongándose el sitio, falto de recursos para levantarlo y no queriendo caer en manos del vencedor, una noche obscura salva el campo enemigo en busca de las naves que para refugiarse en España tenía de largo tiempo prevenidas en Mazalalquibir, resbala su mula y rueda hasta el fondo de un precipicio, donde encontraron al siguiente día su destrozado cadáver. Poco tiempo después el sitiador penetra á viva fuerza en la ciudad y pasa por la espada á sus defensores.

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No reposa un instante Abdol-Mumén; por la violencia ó por tucia se apodera de todas las costas de la Mauritania, la guerra es de exterminio: el Almohade triunfa de todos sus adversarios; rinde las plazas del Estrecho, entra en Túnez por capitulación, se apodera de Sifakis,

1 Las condiciones fueron, según el historiador árabe et Tidjani: 1.0 Entregar al vencedor la mitad de sus bienes inmuebles los habitantes de Túnez, y la mitad de los muebles, los de los pueblecillos de los alrededores: 2.o destierro à Bugía del Gobernador de la ciudad Ali-ben-Ahmed-Ebu-Khorassán.

Forzó á los Cristianos y Judíos à abrazar la religión mahometana, degollando à los que se negaron.

Habiendo jurado pasar á cuchillo á cuantos Tunecies encontrase al apoderarse de la ciudad, para no faltar á su juramento ni á la capitulación, mandó que el día de su entrada se encerrasen los habitantes en sus casas; obedecieron, excepto un viejecito que quedó en la calle, y que en cumplimiento de su voto mató Abdol-Mumén en el acto.

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Mehedía y Bona, que obedecían á los Cristianos de Sicilia; de Mers-al-kevir, Tremecén, Medina, Alghezair (Argel), Bugía y Constantina, y por traición, de Fez en el año 1145. En 1149 sublévase Ceuta, y comprime rápidamente á los sublevados, demuele la población, y destierra perpetuamente á los más distinguidos ciudadanos. Envía á sus Generales á España, que vencen á los Almoravides y los persiguen sin descanso, hasta que las miserables reliquias de aquellos terribles conquistadores evacuan la Península con rumbo á Mallorca. Sigue su triunfal camino: Marruecos le abre sus puertas en 1554 y decapita al hijo de Texfín, Abu-Ysach.

Libre de sus enemigos en África, revuelve contra la Península, donde el Emperador Alfonso el VII de Castilla, había adelantado en gran manera la reconquista. Repugnaban los Bereberes nuevas empresas, cansados de tanto combate; pero frustrada en 1161 una conjura para impedirlo, pasa Abdol-Mumén á España, entrando por Ghebal Tharic; pelea por medio de sus Generales, vuélvese al África, prepara una expedición de 500.000 combatientes, y cuando aquel hombre tenía sojuzgada ya en su pensamiento la redondez de la tierra, muere, succediéndole, con agravio del primogénito, su hijo predilecto Yusef-Abu-Yacub. Sosegadas las divisiones intestinas, sitia Yacub á Lisboa, y es herido de muerte, dejando por heredero á su hijo Abu-Yusuf- Yacub-Almanzor, que teniendo el pnente de Ceuta y Gibraltar (transductiva promontoria, ó montes del Pasaje, como les llaman nuestras crónicas), inunda la Península con su ejército, abriéndose las hostilidades con una crueldad espantosa: «furia por furia; llama por llama; ruina por ruina.» El 18 de Julio de 11951, chocaron, por fin, de poder á poder, Alfonso VIII y el Almohade, y bajo de los cadáveres de los Fieles muertos en aquella tristísima jornada, desaparecieron los campos de Alarcos.

Después de Yacub-Almanzor, reinó Mohammad-al-Nasir ó Mahomad el Verde, que pasó á España con más de medio millón de soldados, y que, vencido en la batalla de las Navas, en aquella batalla en que «sólo la muerte hacía cautivos,» tornó al África á morir do pesadumbre.

Algunos años pasaron en que las ambiciones de los Almohades es

1 El 19, según otros: seguimos al Marqués de Mondexar en su Crónica del Rey D. Alonso el Noble.

2 En el año 1200, según algunos, D. Sancho, Rey de Navarra, emprendió una expedición al África, y aliado con el Rey de Tremecén, marchó sobre Túnez. No tiene esto fundamento sólido: Maria na dice que la ida de D. Sancho fué para pedir el auxilio del Sultán Ben-Yusef contra Castilla y Aragón.

grimieron las armas contra sí mismos, hasta que los Xeques proclamaron por Rey al Gobernador de Sevilla, conocido entre los Cristianos por Almemún ó Almamón (el que confia en Dios), que, llevado de su deseo de reformas, hízose aborrecible á su pueblo, bien hallado con las antiguas costumbres.

Corría el año 1231, cuando su hermano Abu-Muza se subleva en Ceuta; diríjese allí Almamón; sabe en el camino que algunas tribus se habían levantado en tierra de Mequinéz, acude presuroso, sofoca la rebelión, y sitia á Ceuta; pero socorrida por el Xeque español Aben-Hud, que también se había declarado contra Almamón, tiene que levantar el cerco para combatir con Yahya, su rival, que marchaba contra Marruecos. Antes de llegar, le arrebató la vida súbita enfermedad, ó profunda tristeza, al convencerse de que llegaba á su término el imperio de los Almohades. Y así era: en España Mohammad-ben-Hud y el Santo Rey Fernando, les desposeyeron de cuanto dominaban: en África, el Mogreb-alAula rebelado; el Mogreb-al-Vasat, separado del Imperio por la traición del Gobernador Abu-Mohammad-Ybu; Tremecén en poder de las tribus de Beni-Zeyán; los Benimerines, de la poderosísima de los Zenetes, adquiriendo en las regiones de Zab una pujanza que les hacía considerarse como independientes; todo iba minando el poderío de los terribles Unitarios. Los Benimerines, por fin, se declaran en abierta rebelión, apoderándose de Fez, y el Mogreb queda dividido en dos reinos. El ambicioso Edris-Abu-Dabbus se concierta con los rebeldes, ofreciéndoles acrecentamiento de territorio, si le hacían dueño de Marruecos, donde á la sazón reinaba su hermano Abú-Hafi 2. Aceptan los Benimerines, derrotan al Almohade; el usurpador entra en Marruecos, niégales las tierras acordadas, le declaran la guerra y muere á sus manos, concluyendo en él su dinastía; que raras veces se goza largo tiempo el fruto de la iniquidad.

Por este tiempo, Omar, Rey de Túnez, mantenía secretas correspondencias con el de Francia; según se creía, para conseguir ventajas comerciales. Astuto, y enterado del ardiente celo por la religión, que tenía el Santo Rey Luis, pensó que las lograría mayores, indicándole que abrazaría, quizá, la religión cristiana, si podía hacerlo sin arriesgar corona y vida. Deseoso San Luis de que, si erau verdaderos sus propósitos, seguro con la protección de las armas francesas pudiera convertirse; aje

1 Budebusio, segun Mariana.

2 Almorcanda, según el mismo.

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