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«Protesto y declaro que mi decreto de 19 de Marzo, en el que he abdicado la corona en favor de mi hijo, es un acto á que me he visto obligado para evitar mayores infortunios, y la efusion de sangre de mis amados vasallos, y por consiguiente, debe ser considerado como nulo.»

Con estos elementos, encendida la guerra entre el padre y el hijo, natural era que Napoleon los pacificase, ¿y qué mejor medio que el de quitar á entrambos la causa de la discordia?

Escoiquiz y los suyos, embriagados con el triunfo, lo veian todo de color de rosa.

-¡Napoleon es nuestro! se decian.

María Luisa, su esposo y Godoy, pensaban otro tanto.

X.

Sigamos viendo los actos del nuevo poder para labrar la felicidad de España.

Escoiquiz fué condecorado con la gran cruz de Cárlos III, y obtuvo el nombramiento de Consejero de Estado.

El duque del Infantado fué nombrado coronel de Guardias españolas, y presidente del Supremo Consejo de Castilla.

El duque de San Carlos, fué elegido para mayordomo mayor de Palacio.

Otros muchos colaboradores de la insurreccion alcanzaron los mejores empleos.

De aquí se deduce que las revoluciones sucesivas no han hecho más que seguir las huellas de la primera.

Creo que mis lectores estarán de acuerdo conmigo, cuan

do les diga que nos está haciendo falta á toda prisa la última.

XI.

«Las primeras medidas del reinado de Fernando, dice uno de sus más estensos y mejores historiadores, llevan el sello del partido que las dictó; no se ve en ellas á un heredero legítimo, que subiendo al sólio por las gradas de las leyes, no tiene agravios que vengar ni servicios que enaltecer. Al contrario, contra el espíritu y letra de la legislacion española, se confiscan los bienes de unas personas á quienes no puede darse en rostro sino con la fidelidad que han conservado al verdadero monarca de la nacion, quien se gloría de su fé, y no desconoce, sino ensalza á los acusados.

>Los reyes que anteriormente habian empuñado el cetro, habian respetado los actos de sus antecesores, para no despojar al trono del prestigio que los cerca.

>El gabinete de Fernando destruyó la Superintendencia general de policía, no por moralidad, puesto que dejaba vigente el Santo Oficio, sino porque habia sido creada en el anterior reinado.

>>Suspendióse la venta del sétimo de los bienes eclesiásticos concedida por bula del Papa para halagar al fanatismo, y convencer á los frailes de que se habian equivocado en la eleccion de su héroe.»

La prosperidad de España, cuya riqueza territorial yacia en poder de manos muertas, dependia en gran parte de la venta de aquellos bienes, pero los hombres que deben su ensalzamiento á un bando, no pueden atender á los intereses

generales, sino al de sus afiliados. La privanza distribuida entre los duques del Infantado y de San Carlos, y del consejero Escoiquiz, se apoderó de las riendas del gobierno.

Sus opiniones y sus caracteres eran conocidos; en ninguno de ellos brillaba la llama del ingenio; eminentes en las intrigas de antesala habian sobresalido en Palacio; al dirigir los destinos del reino, al salir á la luz del sol iban á hacer ver en su desnudez la pobreza de sus conocimientos y la flojedad de su ánimo.

Dejados aparte sus artificios en las conspiraciones anteriores, el arcediano de Alcaraz, es decir, Escoiquiz, se habia caracterizado á sí mismo en el folleto que publicó en defensa de la Inquisicion.

El duque de San Cárlos, que habia adulado á la reina María Luisa y al príncipe ee la Paz, de quien se glorió de ser pariente, descubria un alma falsa y nada elevada, que á trueque de figurar, saltaba por encima de los más sagrados objetos.

En el duque del Infantado se traslucia un cortesano flojo y distraido, consecuente solo en su sistema de persecuciones; duro, tenaz y sin ninguna de las prendas que deben adornar á los hombres de Estado.

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En un punto céntrico se encontraban sus tres almas, en el ánsia de reinar: y fijaron pues sus primeros pensamientos en las bodas imperiales, blanco de su anhelo, porque podia asegurar y cimentar el trono recien levantado.

Y al efecto enviaron á obsequiar á Napoleon, y darle cuenta de lo sucedido con una carta del rey á los duques de Medinaceli de Frias, y al conde de Fernan-Nuñez. Para halagar igualmente á su cuñado Murat, que, sabedor

de los tumultos de Aranjuez precipitaba su marcha á Madrid, salió á su encuentro el duque del Parque.

XII.

Entró en la córte el gran duque de Berg, precedido de, la guardia imperial y rodeado de su ostentoso y brillante Estado mayor, excitando la admiracion de la pasmada multitud.

Los madrileños, embriagados de gozo, porque juzgaban ver en los franceses otros tantos defensores de su idolatrado Fernando, se esmeraron en recibir con muestras de cordial agasajo á los simulados huéspedes. Y como embargaba su alma la nueva que se habia estendido de que al dia siguiente haria su entrada triunfal el monarca recien exaltado al sólio, henchia los corazones el gozo y para todos relucia un cielo azul, presagio de felicidades.

Aquella noche, impaciente el pueblo por demostrar su amor y su entusiasmo, agolpóse al camino de Aranjuez, que bien pronto se vió cubierto por un inmenso gentío qne, á pié, á caballo y en carruajes de todas clases, salia á esperar el dia y á recibir á su rey.

¡Infelices!

Pero no filosofemos, describamos, ó mejor dicho, oigamos describir á un testigo ocular la entrada en la córte del flamante Fernandito.

XIII.

«El sol, dice, iluminó con sus hermosos rayos aquel espectáculo tierno y patético, que no es dado al hombre describir.

>La riquísima diadema de dos mundos que ceñia la frente del jóven monarca, era ménos bella, ménos envidiable que la corona popular que los españoles le tejieron en aquella gloriosa mañana.

>Montado en un brioso caballo Fernando VII, con escasa escolta, pero escudado por el más acendrado amor, apenas podia adelantar un paso, apenas podia moverse.

>>Los pueblos vecinos se habian derramado por el camino; pero al entrar el rey en Madrid por la puerta de Atocha, seguido de los infantes D. Cárlos y D. Antonio, era tal el gentío, tal el alborozo, tantas las lágrimas de contento que vertian jóvenes y ancianos, que hubiérase dicho que iba á comenzar el siglo de oro.

>>El estampido del cañon, el repique de las campanas, el incesante clamoreo de vivas, los hombres tendiendo sus capas por las calles para que las hollase el caballo, y abrazando las rodillas de su héroe, las mujeres agitando sus pañuelos desde los balcones y ventanas, y esparciendo flores, todo formaba un cuadro de gloria, más pura y radiante que la de los vencedores de Roma.>>

El prínclpe, que no grabó en su corazon la imágen de aquel dia con caracteres de fuego, que no palpitó de gratitud toda su vida, al recordar tanto entusiasmo, tanto amor, ó

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