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menta, y cual si se hubiese despues desvanecido no pensaron en precaverse de los rayos agenos, sino en lanzar los suyos. Mataflorida redobló las proscripciones: á la sombra del riesgo aumentóse el espionage político: en las principales ciudades y Obstinacion puertos del reino pasaron del lecho á los calabozos yfuror de la los ciudadanos pacíficos; y volando en las alas de

Corte.

la inseguridad la inquietud por todos los ángulos de la monarquía, temblaban los españoles por la conservacion de su existencia, y ansiaban salir de aquel estado de angustia y de agonía por el camino mas breve. Hasta la inquisicion aconsejó al rey la clemencia y la templanza en borrasca tan desecha; pero prevaleció el voto de los palaciegos de antesala, encenagados en la venganza y en el tortuoso camino que habian seguido desde el principio. El conde de La Bisbal, herido en su orgullo con la separacion del mando del ejército espedicionario, ocultaba bajo las falsas flores de la adulacion que prodigaba en palacio el veneno de su encono, premeditando en su interior los medios de vengarse. Y para clavar el aguijon mas á mansalva adormecia á la camarilla con mentidas seguridades de tranquilidad, para que mas á las calladas estallase la revolucion y no conociesen su importancia hasta que llamara á las puertas del real alcázar, como mas adelante sucedió.

El ejército espedicionario, que por efecto de la fiebre amarilla habia acampado en las Cabezas, la Corredera, Arcos y otros puntos, quedó aturdido con el golpe descargado por el conde de La Bisbal en la jornada del Palmar; pero recobrado pronto de su asombro, y conociendo la flojedad y ningun talento del viejo conde de Calderon, recuperó su aliento y volvió á atizar el amortiguado Anudanse los fuego y á tramar nuevamente los rotos hilos de la conjuracion. Escarmentados con el doble juego

rotos hilos.

que habia empleado el de La Bisbal, no quisieron los conspiradores descubrir su secreto á los gefes, y confiaron el éxito de la empresa á oficiales subalternos, que debian perecer en ella ó subir al supremo mando. Sin embargo pocos ignoraban el proyecto que llevaban los conjurados entre manos: solo el imbécil conde de Calderon no veía los progresos que á sus propios ojos hacia la encendida hoguera, alimentada con el descontento general y con las violencias de la Corte. En las provincias fructificaba la siembra de odio á los opresores, cuya siembra, regada con la sangre de Porlier y de Lacy, habia reverdecido y echado nuevos retoños. Los pueblos es verdad que no tenian la instruccion necesaria para ansiar una forma determinada de gobierno; pero como Fernando á su vuelta habia derrocado el sistema establecido en Cádiz, parecíales que el reverso de los males actuales era aquella Constitucion, y que asi como á la noche sigue el dia, á la miseria, proscripciones, turbulencias é injusticias de las tinieblas del despotismo, sucederian súbitamente la abundancia, la union, el reposo y la justicia, apenas amaneciese la luz de la libertad. Era pues general el deseo de un cambio; pero si algunos individuos de la clase mas ilustrada y menos numerosa, fijando la vista en el trono, consideraban en Fernando el origen y manantial de los públicos infortunios, la nacion por el contrario miraba siempre al monarca como al sol en el firmamento, empañado su esplendor por las nubes de la camarilla, pero incapaz de mancha, puro siempre, inocente y autor de todos los bienes que si no llegaban á su adorado pueblo, era por la interposicion de aquella turba palaciega. Mas obcecados los primeros é interpretando mal el desasosiego de la segunda, soñaban planes de destronamiento ó de repúbli

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ca, tan quiméricos en España como inoportunos Ensueños. y engendradores de la discordia. La venda que ofuscaba á algunos tenia tanta espesura que antes de espirar el año presentóse en el cuarto del infante don Francisco un coronel preguntando á S. A. si queria tomar las riendas de la república que iba á establecerse sobre las ruinas del solio de su hermano. Negóse el infante á tomar parte en la revolucion que el militar le anunciaba; y aterrado despues de la ida de aquel con el peligro que corria la vida del monarca, descubrió al duque de San Fernando la visita que habia recibido. El ministro participó al rey la revelacion de su hermano, y practicadas varias diligencias y habido el coronel, hubiera éste perecido en el cadalso, no obstante su negativa y su silencio, si precipitándose los sucesos á manera de torrente no le hubieran salvado con la mudanza de sistema político que mas adelante adoptó Fernando.

Representa cion de Florez

Estrada.

(*Ap. lib. 8. núm. 16.)

Leíase tambien entonces en los círculos mas encumbrados de Madrid con muchas precauciones y misterio la esposicion elevada al rey por don Alvaro Florez Estrada, impresa en Londres (*), que habia penetrado en España á pesar de las persecuciones del santo oficio. Organo fiel de la verdad, y eco de los gritos de la Europa entera, que clamaba contra el escándalo de un gobierno inmoral, el ilustre escritor pintaba con elocuente pincel los abismos que rodeaban el trono, los desaciertos que le habian conducido al borde del despeñadero, y conjurábale á salir de tan inminente peligro con un esfuerzo digno del cetro, para restituir la patria al grado de prosperidad que merecian sus heróicos sacrificios en la pasada lucha. Si los bandos que dividen á las naciones oyesen alguna vez los avisos de la razon, y dando la espalda á las pasiones volviesen sus miradas al bien

comun, las elocuentísimas razones del señor Florcz Estrada hubieran triunfado de la mentira y de la lisonja, y Fernando se hubiese salvado de la tormenta que sobre él venia, y se salvara la infeliz y abatida España.

Alzamiento

Brilló por fin el primero de Enero de 1820, de las cabezas y estalló la revolucion preparada en el ejército de San Juan. espedicionario: don Rafael de Riego, reuniendo en las Cabezas de San Juan, donde estaba acuartelado, el batallon de Asturias, de que era comandante, y enardeciendo con su arenga á los soldados, apellidó Constitucion al frente de banderas, y jurada con entusiasmo partió al frente de los suyos á Arcos. Debia concurrir á este punto el batallon de Sevilla desde Villamartin al mando de su segundo comandante don Antonio Muñiz; mas estraviados los guias no fue posible realizar la reunion de ambos batallones. Alojábase en el referido Arcos con su estado mayor el descuidado é imbécil conde de Calderon, cuya casa sorprendió Riego á media noche, desarmando la guardia; y apoderándose de conde y de los generales Fournás, Salvador y Blanco, prosiguió su marcha á San Fernando, donde se reunió al coronel don Antonio Quiroga, que libre de la prision habia dado roga. igualmente el grito de libertad con los batallones de España y Corona, no obstante haber ascendido á la clase que ocupaba por traer á la corte la noticia de la muerte del desventurado Porlier. Para coronar la empresa faltaba penetrar en Cádiz y enseñorearse de la plaza, en cuyo caso la Andalucía entera se hubiera sometido probablemente al partido liberal: unidos Riego y Quiroga á las demas tropas que habian concurrido á la insurreccion, acercáronse pues á Cádiz la noche del 3 de Enero, apoderándose sin resistencia del puente Zuazo, llave de aquella posicion. Mas el telégrafo

:

Reúnense Riego y Qui

1820.

diz.

Córdoba.

habia anunciado desde la mañana el pronunciamiento del ejército, obligando á desplegar suma Resistese Cá- actividad al teniente de rey; y defendida la cortadura de San Fernando por el entonces oficial del Fernandez de estado mayor espedicionario don Luis Fernandez de Córdoba con un puñado de antiguos urbanos, contuvo á los liberales, quienes retrocedieron á los primeros cañonazos, ignorantes de la débil defensa que les podia oponer. Los soldados de la libertad, que ascendian ya á algunos miles, acamparon en el istmo de la isla de Leon entre Cádiz y entre el general don Manuel Freyre, destinado por la Corte á combatirlos, quien recogiendo las reliquias de los espedicionarios que no se habian declarado á favor de la causa constitucional y los refuerzos enviados por el gobierno, logró juntar trece mil combatientes. Tomó el mando en gefe de los libres Quiroga, acompañado de O-Daly, Arco-Agüero, San Miguel, Labra, Marin y otros oficiales superiores, despues de haberse posesionado de la Carraca y declarádose en su favor la artillería y el batallon de Canarias en Osuna. Situadas de este modo las fuerzas de uno y otro bando, parecia que un combate iba á decidir la suerte de la trabajada monarquía; pero contentáronse los gefes con observarse mútuamente, calcular su poder, y esperar quizás el eco que tendria en el reino el pronunciamiento de las Cabezas de San Juan. Porque la insurreccion debia perecer en su misma cuna, como se apaga la llama en un arbol aislado cuando no puede comunicarse á los demas del bosque, si no repetian las lejanas provincias el grito alli lanzade.

Los amigos de la libertad, conociendo el impulso que esta recibiria si á pesar del malogrado amago contra Cádiz lograban enarbolar en su recinto el estandarte que habian tremolado Riego y Quiroga, pusieronse de acuerdo entre sí, y en la

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