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1820.

no robusto y templado en España, dirigido por
los principios de la carta francesa, y que adivinó
la influencia que adquiriria el gabinete de las Tu-
llerías, espidió un correo á Madrid á su compa-
ñero el embajador en aquella capital previniéndole
trabajase cuanto pudiese para desconcertar las mi-
ras De-la-Tour du Pin. No solo despertaban sus
celos nuestras futuras relaciones con Luis XVIII,
sino
que
deseaba que la anarquía destrozando con sus
cien brazos el reino, y tomando unas veces el nom-
bre de libertad y otras el de despotismo, desuniese,
como hemos apuntado el último eslabon de la cadena
que sostenia las colonias americanas. Anticipándose
pues al enviado de Francia, alarmó á los gefes de la
revolucion pintándoles la mengua de modificar la
obra sublime del año doce, y cuando De-la-Tour se
presentó á la junta no pudo conseguir cosa alguna
de unos ánimos prevenidos por la astucia inglesa.
Sin embargo la Francia al obrar asi no llevaba
iniras hostiles; y cuando mas adelante nuestro mi-
nistro en París pidió al gobierno de Luis XVIII
esplicaciones sobre las voces que circulaban de la
próxima reunion de tropas al pie de los Pirineos,
el baron Pasquier, ministro de negocios estrangeros,
respondió en 19 de Abril desinintiendo el hecho
en los términos siguientes: "El gabinete francés
no ha pensado en tomar las medidas que se su-
ponen, porque el acuerdo tomado por el rey y
por la nacion española de adoptar el sistema cons-
titucional no puede turbar la buena inteligencia
que reina entre España y Francia, puesto que la
última debe á su monarca las ventajas de un go-
bierno representativo: por el contrario debe espe-
rar que sea este un nuevo motivo para estrechar
entre las dos naciones los lazos de amistad que
tanto contribuyen á su ventura y reposo."

Los reyes pues no retiraron sus embajadores

de la Corte española: mas comenzaron á trabajar cada uno en el radio de sus deseos, encaminando el carro de la revolucion por distintos carriles, pero que todos iban á un mismo despeñadero. La Rusia, que por su posicion geográfica habia sabido la última el restablecimiento de la libertad en nuestro reino, pasó una nota á las otras potencias enumerando las desgracias que seguirian al nuevo orden de cosas, é invitándolas á retirar sus embajadores. Mas la nota llegó tarde, porque ya las demas naciones habian prestado su reconocimiento, y el emperador de Rusia siguió su ejemplo, insistiendo sin embargo en otra nota pasada al gabinete inglés en la necesidad de que la Península modificase sus instituciones. La Gran Bretaña hizo de modo que cayese el negocio en el olvido, y que no tuviese por entonces posteriores resultados (*).

La falta de recursos, las proscripciones y el descontento originado por la miseria del pais habian derrocado el gobierno de la camarilla. La clase media, perseguida en el período de los seis años por la tiranía, habia deseado la calma de la libertad: pero la grandeza era la misma de 1814; y el pueblo, lejos de ilustrarse con las doctrinas modernas, habia bebido en las escuelas abiertas en los conventos las ideas de intolerancia y supersticion, alimentándose en sus porterías con la sopa de los frailes. Fernando naturalmente amaba el despotismo por educacion y por instinto; y despues de haberse cebado en la venganza de los liberales por tanto tiempo, el aborrecimiento habia echado profundas raices, y repugnábale la idea de tener que encontrarse frente á frente con los mismos hombres de quienes se habia declarado enemigo. Asi al levantarse segunda vez de entre sus ruinas la libertad no podia contar ni con los cimientos

(* Ap. lib. 9. núm. 2.)

de la ilustracion nacional, ni con el apoyo del monarca; y por el contrario era de esperar que al soplo de las pasiones ondease su estandarte la ignorancia, cuyos numerosos partidarios, adormecidos con la esperanza de mejor suerte, despertarian al primer grito del clero. En tal situacion el remedio era dificil, la enfermedad grave, y los médicos que tenian la conciencia del mal no la tenian de la medicina. Algunos han dicho que solo restaba un camino de salvacion: transigir con los gefes del partido absolutista, modificando el código vigente, estableciendo dos cámaras, no mirando atrás para no acordarse de lo pasado, ordenando la hacienda, mejorando el crédito, reformando la administracion, estableciendo nuevos códigos civil y criminal, ilustrando el reino con buenos estudios, y negociando con Roma una reforma gradual y lenta que sin tocar á los llamados derechos espirituales de la iglesia, restituyese á la circulacion y á la riqueza comun los bienes de las manos muertas. Pero los que tal han dicho no han estudiado las causas verdaderas de nuestra revolucion, hijas, cuando se analizan, de las pasiones privadas que tiñeron de su color los partidos. La tiranía no transige: las escenas de 1814 descubren hasta el fondo de sus pensamientos, y la sangre de 1823 vendrá á sellarlos. La dificultad verdadera é insuperable de aclimatar la libertad en España estaba en el rey, que no la queria: ¿qué hubiera importado que unas Cortes ilustradas, podando las ramas inútiles de la Constitucion, como deseaba la Francia, doblando unas é ingiriendo otras, hubiesen dado al arbol entero robustez y vida, si luego Fernando en la oscuridad de la noche, removiendo y cortando sus raices, le hubiera destruido y secado? El sepulcro le ha igualado ya con los demas hombres: digamos pues la verdad entera, ¡y

no queramos disipar con el olor del incienso la fetidez de las miserias humanas cuando la muerte despojando el esqueleto de la púrpura que cubria la carne, y de la carne que vestia los huesos, ha puesto de manifiesto todo el interior. Para fundar sobre bases sólidas el gobierno representativo en nuestra patria preciso era no solo haber modificado la Constitucion, sino tambien haber colocado el cetro en otra diestra; y para que otra diestra empuñase el cetro, necesitábase un pueblo mas ilustrado que el pueblo español de aquella época. Tal. es la clave del secreto: no la perdamos jamas de vista, y seremos mas justos con nuestros padres y con sus errores. Por otra parte el partido liberal, sin fijar sus miradas en escollos de tanto bulto, eligió entre todos los rumbos que podia seguir el que mas pronto tenia que estrellar la nave pública contra inminentes peñascos.

trióticas.

Apenas se publicó la ley del año doce, en la corte y en las provincias estableciéronse sociedades publicas, llamadas patrióticas, en los cafés de Sociedades paLorencini y de San Sebastian, en las que se ventilaban las cuestiones mas árduas del Estado, y se hablaba de lo pasado y de lo futuro, de las personas y de las cosas con el agraz de la inesperiencia. Los gabinetes estraños y el mismo rey de España influían en ellas por medio del oro y de sus agentes para herir de muerte la revolucion, porque cuando esta corre entre dos abismos, cuanto mas se acelera su movimiento tanto mas peligro lleva de precipitarse. Alli las pasiones, cabriéndose con la máscara del patriotismo, escalaban el poder, agriaban los ánimos, y creaban los descontentos fulminando rayos contra los individuos mas condecorados del pais.

Frente por frente de esta hoguera de las pasiones, encendida para alimentar la fragua de las

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1820.

luntaria.

alarmas y motines futuros, levantóse en 25 de Abril la columna en que descansa el orden público en las naciones libres: la milicia nacional. AunMilicia vo- que voluntaria corrieron á alistarse en sus filas en aquellos dias cuantos hombres estimables por sus letras, riquezas ó nacimiento deseaban la felicidad de la patria. Baluarte de las leyes, centinela siempre vigilante de la libertad, defendió el orden y el gobierno representativo con perseverancia hasta su último aliento. Asi sucede siempre que se apoya sobre sus naturales cimientos la propiedad, la honradez y el patrio amor, al cual pospone el buen ciudadano la familia y la vida.

No llegó á constituirse el ministerio hasta el mes de Abril, porque la junta provisional se empeñó en proponer al rey personas que por sus padecimientos por la Constitucion mereciesen la confianza del pueblo, al que la junta misma debia su ensalzamiento. Repugnaba naturalmente á Fernando encontrarse cara á cara con unos ministros que aborrecia, y á quienes habia injustamente perseguido; mucho mas cuando algunos pasaban de los presidios al despacho de las secretarías, rebosando en su corazon el agravio sufrido. Plegóse finalmente el príncipe á los deseos de la junta, Primer mi- y sentóse en la silla de Estado don Evaristo Perez de Castro, en la de Gracia y Justicia don Manuel García Herreros, en la de Hacienda don José Canga Argüelles, en la de la Gobernacion don Agustin Argüelles, en la de Guerra el marques de las Amarillas, en la de Marina don Juan Jabat, y en la de Ultramar don Antonio Porcel. Varones todos de mérito, y en quienes brillaban y se competian prendas de muchos quilates. La elocuencia é integridad de Argüelles, los conocimientos que en el ramo de Hacienda poseía Canga, la opinion diplomática de Perez de Cas

nisterio constitucional.

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