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Y temeroso de que á su vuelta estallase una tormenta parecida á la que afligió su ánimo al regreso del Escorial, la dilató cuanto pudo. En este verano los baños de Bañeras se vieron llenos de personages y militares españoles fugados que solo res-piraban sed de venganza, y que anunciaban en einbrion, multiplicadas tramas contra la libertad de su patria. Ya en 29 de Junio escapado de Mallorca, donde el gobierno le habia destinado de cuartel, llegó á Bayona en una lancha pescadora el general Eguía, autorizado por Fernando para formar una junta céntrica de conspiraciones, y dirigir aquella máquina escandalosa y funesta de invasiones y de partidas facciosas que asolaron la España. Con semejante rey ni era posible cimentar la tranquilidad ni contener á los anarquistas, cuyos motivos de desasosiego tenian tan fundada

causa.

La Fontana de Oro, como igualmente las reuniones patrióticas de las provincias, eran el eco de las sociedades secretas, y revelaban los planes misteriosos de estas en los discursos con que arrastraban á la muchedumbre á su ejecucion. En su ignorancia de la época y del estado de Europa, los oradores aspiraban á sublevar las naciones vecinas y á generalizar los gobiernos libres, contando principalmente con que la Francia entera se levantaria al primer grito de libertad que resonase en sus fronteras. Y no pareciéndoles el código de 1812 bastante democrático pretendian reformarle en sentido republicano, despojando al trono de la prerogativa de rehusar dos veces la sancion de las leyes: para ello contaban con Zaragoza y Barcelona, y solo les faltaba para dominar en la corte entronizar el terror que habiau infundido con la muerte de Vinuesa, y que comenzaba á disiparse, gracias á la confianza que infun32

T. II.

1821.

dia la firmeza de San Martin y de Morillo. Para recobrar pues el terreno perdido quisieron repetir la sangrienta escena de Mayo en un infeliz pintor sentenciado á diez años de presidio por haber -conspirado contra el sistema representativo: los oradores anunciaron al pueblo su designio de descargar el martillo sobre la cabeza del preso; pero las autoridades tomaron sus medidas con tanto pulso y arrojo, que los agitadores se vieron detenidos é imposibilitados de llevar á cima el nuevo crimen. No desmayando empero con semejante contratiempo tocaron otro resorte: los guardias que en la plaza de palacio acuchillaron á los que insultaban al rey, permanecian encerrados en un convento, y los individuos de la Fontana inflamaban el corazon del vulgo hablando de la impunidad de los conspiradores, y presagiando que ella acarrearia la muerte de la libertad. Irritada la plebe pedia la sangre de los guardias, y los anarquistas, dirigiéndose al lugar de su encierro, amenazaron al piquete que custodiaba á los reos; mas los soldados, despues de haberse defendido con bizarría, peligraban ya acometidos por una muchedumbre que iba siempre de aumento. Luego que Morillo supo el acometimiento de los amotinados mandó redoblar Arrojo de la guardia, y tirando de la espada disipó los grupos y restituyó su aplomo á la alterada calma.

Morillo.

Rabiosos los alborotadores con el arrojo del conde de Cartagena, que asi les disputaba las víctimas destinadas por ellos al sacrificio, acusaron de tirano á Morillo en la Fontana, y dijeron que habia infringido las leyes, y que debia ser castigado. El general renunció el mando de Castilla, y pidió que le juzgase un consejo de guerra, afirmando que no volveria á empuñar el baston interin no se pusiesen en claro su lealtad y su inocencia. El consejo se reunió y absolvió de todo cargo al conde de

Cartagena, que se encargó segunda vez del mando en 18 de Setiembre, para terror de los perturbadores del sosiego público que tanto trabajaban Fara que triunfase el desorden. Desbaratados de este modo sus inicuos planes en la capital de la monarquía por el valor de las autoridades, restábales la esperanza de que la victoria coronara sus conatos en Aragon y Cataluña.

Don Jorge Bessieres, aventurero francés, y segun repetidos indicios en contacto ya entonces con los agentes de Fernando, habia intentado en Barcelona mudar en república la monarquía, y en virtud de la ley de las Cortes que castigaba con la pena capital las conspiraciones contra el código reinante fue sentenciado á muerte. Los alborotadores pusieron el grito en el cielo, y quisieron que el general de Cataluña Villacampa aplicara á Bessieres la amnistía que el congreso nacional habia concedido á los facciosos despues de la victoria de Salvatierra. Entre tanto el auditor habia aprobado la sentencia, y el reo habia sido puesto en capilla: recurrieron pues al trillado y poderoso medio de las asonadas, y amenazado el auditor pór cien puñales consultó al tribunal especial de Guerra y Marina, que conmutó la pena de muerte en la de encierro en el castillo de Figueras. Bessieres amaba tanto la libertad, era tan idólatra de la república, que bien merecia la proteccion de la gente exagerada: apenas tuvo ocasion huyó del castillo, se acogió al suelo francés, y volvió á España con el negro pendon de la tiranía en la mano, siendo uno de los verdugos más crueles de los españo lés, como veremos en el curso de los futuros su→

cesos.

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En el mismo sentido de república trabajaba en Zaragoza don Francisco Villamor, y habian saltado algunas chispas de rebelion tan insensata, en Ga

1821.

Don Jorge Bessieres.

Plan de re

pública.

Riego en Zaragoza,

licia. Mandaba la capitanía general del reino araConducta de gonés don Rafael de Riego, que llevando al estremo su odio á la Francia creía que el gobierno español debia auxiliar á los hombres turbulentos de aquella nacion. Dos oficiales franceses, llamados Uxon y Cugnet de Montarlot, refugiados en España despues de haber conspirado contra su patria, pretendian enarbolar mas allá de los Pirineos la bandera republicana, y habian conseguido establecer relaciones en los pueblos guarnecidos de la frontera, y reunir algunos desertores. Como en la mente de Riego solo se necesitaba que asomasen la cabeza los republicanos para llevarse tras sí á todos los franceses, fundaba largas esperanzas en el proyecto y protegia los planes de Montarlot, ignorando quizás que estaban trabados y unidos con las alteraciones que tambien se proyectaban en la Península Hispana. Y como Riego, deseoso de infiuir en las elecciones de diputados, recorria los pueblos de la provincia predicando la exaltacion, los liberales pensaban que sus palabras recomendaban las tramas urdidas, y con esta trocatinta contribuía á facilitar el éxito de la empresa. El gefe político de Zaragoza don Francisco Moreda, á quien constaban los amaños de los revoltosos, participó al gobierno el estado de las cosas; y el rey ordenó des pojar del mando al general Riego, y que éste pasara de cuartel á la plaza de Lérida. Disponíase el don Rafael á regresar á Zaragoza, cuando cierto oficial al frente de un piquete de caballería despachado para comunicarle la orden, le encontró en médio del camino rodeado de su estado mayor, y le leyó el real decreto. La obediencia no fue el primer impulso de Riego: imaginó tirar de la espada y resistir y acometer al destacamento de caballos; pero Moreda habia tomado anteriormente las mas acertadas medidas, revelan

do al público el plan de los conspiradores, prendiendo á Cugnet de Montarlot y compañeros; poniendo la milicia sobre las armas y asegurándose de las disposiciones de la guarnicion, indignada contra semejante atentado. El oficial comisionado refirió á Riego estas circunstancias; y don Rafael tomó el partido de obedecer, receloso de compro. meter su suerte si abiertamente se pronunciaba contra la voluntad del gobierno..

Los ministros al despojar del mando de Aragon á Riego, nombraron en su lugar al, liberal sin tacha don Miguel de Alava para que la maledicencia de los partidos no tuviera donde aguzac los dientes. Inútil fue su prevision: apenas llegó la noticia á oidos de los oradores de la Fontana publicaron con su acostumbrada osadía que el minis terio obraba conforme al plan trazado por los cortesanos para derrocar el sistema constitucional, y agrupándose en la Puerta del Sol concitó la plebe á nuevos tumultos. Continuaba el monarca en San Ildefonso, y volvieron al tema de que se obligase al rey á volver a Madrid: la diputacion perma nente llena de firmeza no quiso tener comunicacion alguna con los alborotadores; é indignados estos, dirigiéronse al ayuntamiento, que en vano procuró calmar los ánimos con palabras de conciliacion y de dulzura. La plaza resonó con gritos de muerte: en su frenesí propusieron ir al Sitio y arrebatar de su palacio al príncipe; pero disipóse el tumulto por sí mismo, como todo movimiento aislado que no cuenta por base la verdadera opinion nacional, y por el temor de las medidas adoptadas por las autoridades. Y si varias veces vemos á los conspiradores contentarse con amagos sin sellar con sangre sus malvados intentos, debemos atribuirlo á este aislamiento en que se hallaban en medio de las capitales populosas, donde no llegaban á la centésima

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