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SOBRE LOS RETRATOS

DE CRISTOBAL COLON,

SU TRAGE Y ESCUDO DE ARMAS:

LEIDO

A LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

POR SU AUTOR

DON VALENTIN CARDERERA,

individuo de número.

Sic ut Columbus dignus omnino videri possit qui à Liguribus...... luculentissima statua decoretur.

(PAUL, JOVIUS in Cristof, Columbi Elogio.)

Contemplar el retrato verdadero, la imágen venerable de los varones eminentes, es sin duda una de las agradables satisfacciones que experimenta el corazon. Pero no siempre es dado disfrutarla respecto de los que cuentan alguna antigüedad: nos privan de ella muchas veces el atraso de las artes en la época en que florecieron aquellos, los estragos del tiempo, y la adulteracion y falsificaciones hechas por ignorancia, por codicia ó por vicio de las artes mismas.

Cuatro siglos hace que el nombre de Colon es célebre en el mundo: en todas las naciones ha sido general el entusiasmo por el descubridor de América; los historiadores no encuentran expresiones suficientes para referir su grande y feliz empresa; los poetas no hallan inspiraciones bastante enér

gicas para ensalzarlo; los pintores y estatuarios han empleado sus colores y cinceles en representar su noble figura ; y sin embargo, tenemos que dudar de su verdadero retrato, desechar como apócrifos la mayor parte de los que llevan su nombre, y acudir á buscar con diligencia en antiguas tablas y crónicas la interesante fisonomía del héroe, que en vano pretende crear la imaginacion ardiente del artista. Hoy que Génova, realizando la antigua prediccion de Jovio, trata de erigirle un monumento para eterna memoria de sus ciudadanos, las investigaciones se han multiplicado, y literatos y artistas se afanan en descubrir el verdadero retrato de tan insigne personage.

La Academia de la Historia no podia permanecer indiferente en medio del general interés y deseo. Dedicóse con empeño á esta investigacion, por voluntad propia, cuando apareció el folleto y retrato que publicó Mr. Jomard, y ha redoblado despues sus esfuerzos al recibir del Gobierno de S. M. la comision de hacer cuantas exploraciones y diligencias condujeran á encontrar un retrato auténtico del intrépido y afortunado navegante.

Al observar la necesidad de tales investigaciones, de temer es que haya quien extrañe que el sublime genio, que dió un nuevo mundo á Castilla y Leon, no tenga verdaderos traslados de su figura, no solamente en tablas y lienzos, sino tambien en mármoles y bronces. Preciso es sin embargo hacerse cargo de que si aun las obras ejecutadas en estas durísimas materias sucumben á la fuerza de los siglos, no seria extraño que las producciones del pincel, consignadas en otra por lo regular muy perecedera, hubieran desaparecido por efecto de tantos trastornos como se han sucedido en nuestros tiempos. Y por lo que hace á las obras de escultura, sabido es que hasta principios de este siglo, apenas se contaban en todas las mas cultas y opulentas ciudades de Europa una docena de estátuas erigidas á sus distinguidos compatricios: parece que solo á los monarcas ó príncipes estaba reservada esta especie de apoteosis, en que la adulacion tenia gran parte. Si en nuestros dias se trata de reparar aquelle culpable indiferencia y se han erigido infinitas estátuas en la Europa septentrional, tampoco ha permanecido nuestra nacion en la apatía. Aunque amagada ya de las discordias civiles, erigió una al gran Cervantes; ha dirigido despues sus esfuerzos á descubrir las cenizas de Velazquez para elevarle un monumento digno de su gloria, y no ha escaseado medios de perpetuar la memoria de otros genios privilegiados. Colon, el inmortal Colon tiene su mausoleo en la Española y en Cuba, en el frontispicio de Améri

ca, y su monumento es un Nuevo Mundo. Eríjansele ademas estátuas en todas partes, y así como se han esclarecido modernamente con los escritos originales sus grandiosas hazañas, regístrense con ansia los antiguos documentos para encontrar el verdadero traslado de su venerable é interesante fisonomía. Tal ha sido y es nuestro objeto.

Incompletos en verdad son todavia los datos que podemos presentar, mas no dejan de tener un valor inapreciable: nos servirán de guia en medio de la oscuridad que envuelve el asunto, y con su auxilio cumpliremos acaso el árduo empeño que hemos contraido. Acudiremos al testimonio de los escritores españoles del tiempo de Colon; analizaremos las pinturas y grabados que han resistido á la accion destructora de los siglos; y fundados en uno y otro, emitiremos nuestra opinion, si no tan segura como desea la Academia, apoyada al menos en razones de gran peso.

Entusiastas admiradores de las glorias de Colon, consignaron nuestros abuelos en sus escritos los rasgos característicos de aquella fisonomía franca y varonil. Hemos reconocido los preciosos apuntes que han llegado hasta nosotros, y entre ellos aparecen algunos, de tal interés para nuestro propósito, que debemos ponerlos aqui por primer fundamento.

Testigo ocular Gonzalo Fernandez de Oviedo, nos dice (1): «Que era de buena estatura y aspecto, mas alto que mediano y de recios miembros, los ojos vivos y las otras partes del rostro de buena proporcion, el cabello muy bermejo y la cara algo encendida y pecosa». En la historia de D. Fernando Colon, se dice (2): «Fue el Almirante hombre de bien formada y mas que mediana estatura, la cara larga, las mexillas un poco altas, sin declinar de gordo ó macilento, la nariz aguileña, los ojos blancos (3) y el color encendido en su mocedad tuvo el cabello blondo, pero de treinta años ya le tenia blanco : en el comer y el beber y en el adorno de su persona, era muy modesto y continente».

Antonio de Herrera (4), á quien su diligencia y exactitud dan todo el

(1) Historia general de Indias, libro 2, cap. 2.

(2) Traduccion del italiano al castellano por Ulloa, cap. III. Habiéndose perdido el texto original de D. Fernando Colon, solo hemos podido consultar la traduccion italiana y su restitucion al castellano.

(3) El texto italiano tambien dice sola

mente et gli ochi bianchi: muchos escritores italianos llaman asi á los ojos de color azul claro: acaso se suprimió en lo antiguo la palabra turchini antepuesta al adjetivo bianchi. Conviene esto con lo que dice Thomassino en el elogio de Colon, occhi azzurri.

(4) Historia general de las Indias Occidentales. Década 1.a, lib. 6, cap. 15.

carácter de testigo abonado, dice: «Fué D. Cristóbal Colon alto de cuerpo, el rostro luengo y autorizado, la nariz aguileña, los ojos garzos, la color blanca que tiraba á rojo encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo, rubios, puesto que muy presto con los trabajos se le tornaron canos, y era gracioso y alegre, bien hablado y elocuente». Con datos tan fidedignos, en medio de las infundadas conjeturas con que en nuestros tiempos pretenden muchos dar autenticidad á los retratos que poseen del célebre navegante, hemos procedido á un detenido exámen de las pinturas que le representan, tanto de las que existen en la córte, como de las que están en otros puntos del reino y en paises extrangeros.

Parecia natural dirigirse al sucesor del Almirante, el Excmo. Sr. Duque de Veragua, en busca del retrato de su esclarecido abuelo; pero desgracia lamente el que conserva S. E. está ejecutado á fines del siglo XVII, y si bien se trasluce en él algun confuso rasgo de la fisonomía de Colon, la demasiada juventud que representa, los bigotes, lechuguilla y otras incoberencias en el rostro y trage, deponen completamente contra la autoridad de este lienzo. Muy generales fueron tales defectos en el siglo XVII, y aun en el siguiente, en que se pintaron muchos de estos retratos históricos, especialmente en séries numerosas para los salones de linages y asambleas de corporaciones eclesiásticas y civiles. La escasa crítica con que tantos historiadores escribian y los brillantes delirios de los poetas, arrastrados por una fantasía desordenada, debieron comunicarse como un contagio á los pintores y estatuarios, que se dejaron llevar de la lozanía de su genio y de la extravagante pompa de los trages coetáneos. De esta suerte se verifica casi siempre que, participando de un mismo espíritu las letras y las artes de imitacion, á entrambas alcanzan iguales defectos en la época de su decadencia

Pero en medio de estas impropiedades y falta de crítica, no era menos saludable el efecto moral de aquellas apócrifas representaciones. Bastábale á aquella sociedad un imperfecto simulacro de sus héroes, designados mas bien por epígrafes ostentosos, que por la exactitud y veracidad de su semblante y atavíos; y los vastos salones de sus castillos y palacios tapizábanse con largas filas de retratos de esforzados guerreros, cuyo marcial continente aguijoneaba á la juventud á imitar sus hazañas, que deletreaba en dorados caractéres desde la tierna infancia. Poderoso talisman han sido siempre, para las almas de temple noble y generoso, los nombres de los héroes que dieron á su patria dias de inmarcesible gloria!

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