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II.

Elevada cultura de los árabes españoles.- Eflorescencia de la poesía entre ellos.

La historia no ofrece ejemplo de más inmensas y rápidas conquistas que las de los primeros sectarios del Islam. Embriagados con las promesas del Profeta, salieron de sus soledades, como el ardiente huracan del desierto, para difundir su creencia y ganar así el ofrecido paraíso. Apénas habian pasado cuarenta años desde la muerte de Mahoma, cuando ya habia llegado hasta el Océano Atlántico el estampido de aquella tempestad. Segun refiere la leyenda, el fiero general Okba llegó á la costa occidental de África, entró en el mar, y exclamó, mientras que las olas espumosas pasaban sobre la silla de su camello: «¡Alah, yo te invoco por testigo de que hubiera llevado más allá el conocimiento de tu santo nombre, si no lo estorbáran las encrespadas olas que amenazan tragarme!» No mucho despues ondeaba el estandarte musulman desde los Pirineos y las columnas de Hércules hasta las montañas celestes, de

la China, y por un momento estuvo en duda si se pondria á orillas del Garona, en vez de la cruz de los templos, como ya Abu-Dschafer-al-Mansur le habia llevado por la Mesopotamia y le habia plantado sobre las pagodas de los indios. Asi llegó, al terminar el primer siglo de la Egira, á adquirir el imperio de los califas mayor extension que otro alguno; más que el romano ántes; más que despues el de los mongoles. Pero el peligro de una pronta division no podia ménos de amenazar á un tan monstruoso conjunto de diversos países, y casi al mismo tiempo vino á hacerse sentir en los dos extremos del imperio. Mientras que en el extremo Oriente, en las crestas del Parapamiso, los Tahiridas levantaban de nuevo la antigua bandera del Iran, la provincia más occidental se separó tambien del dominio de los califas. Cansados ya de las luchas con que los gobernadores dependientes del califato devastaban la tierra, los jeques del Andaluz, nombre que se daba entónces á toda España, buscaron un príncipe que los gobernase con independencia, y le hallaron en Abdurrahman, vástago de los Omiadas.

La caida de esta dinastía, dominadora del mundo, es una de las más espantosas tragedias que registra el Oriente en sus anales. Despues que el califa Merwan sucumbió en una batalla contra su rival Abul-Abbas, éste dió órden á su lugarteniente en Siria y Egipto, de perseguir y matar á todos los individuos de la destro nada dinastía. Abdalah, que mandaba en Damasco,

mostró un celo extraordinario en cumplir la voluntad de su señor; atrajo á su palacio á unos noventa Omiadas, fingiendo que deseaba tomarles juramento de fidelidad y celebrar en un festin la reconciliacion de la antigua dinastía con la nueva. Cuando aquellos incautos estaban ya presentes y prontos á sentarse á la mesa, entró en la sala el poeta Schobl, probablemente excitado á ello, y recitó los versos siguientes:

Tiene la casa de Abbás

Seguro y firme el imperio,
Ya que el afan de venganza,
Reprimido largo tiempo,
En sangre de los Humeyas
Pudo quedar satisfecho.
Mas conviene exterminar
Este linaje protervo,

Desde el tronco de la palma
Hasta el retoño más tierno..
Miéntras mienten amistades,
Acicalan los aceros.

No fieis de sus engaños:
Mucho me pesa de verlos,
Sobre almohadones mullidos,
Tan cerca del trono excelso.
Lo que Dios ha roto ya,
Hoy aniquilar debemos.
Venganza pide la sangre
De Said; venganza aquellos
Que en las arenas desiertas
Del Curdistan perecieron.

Al oir estos versos, mandó Abdalah que matasen á cuantos allí estaban reunidos. Gente armada penetró en el salon, y acabó con los convidados, dándoles de

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golpes con largos palos de tiendas. Sobre los moribundos y los muertos se extendieron alfombras; y miéntras que resonaba el ruido de los platos y vasos á par de los gemidos de las víctimas, Abdalah y los suyos prosiguieron la fiesta en aquel salon lleno de sangre, solemnizándola con regocijados cantos de victoria. No contento Abdalah con haber asesinado á los Omiadas vivos, volvió tambien su furor contra los muertos: abrió en Damasco los sepulcros de los califas, esparció al viento las cenizas de Moawia, enclavó en una cruz el cadáver de Hischam, y le quemó luégo en una hoguera.

Con la misma crueldad que en Damasco, se procedió en las otras ciudades principales del inmenso imperio contra los individuos de aquel desventurado linaje, y sólo pocos se pudieron salvar, apelando á una rápida fuga (1).

Uno de estos últimos fué el mancebo Abdurrahman, hijo de Moawia. Despues de haber vagado fugitivo, entre mil peligros mortales, en los desiertos arenosos de África, halló amistosa acogida en las tiendas de algunos beduinos hospitalarios, donde recibió la embajada de los jeques andaluces, la cual le presentó su demanda. Abdurrahman, aceptando los ofrecimientos que se le hacian, desembarcó en las costas de España, y pronto se vió cercado de numerosos parciales; venció á sus

(1) ABULFEDA, ed. Reiske, I, 490, etc.

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contrarios, y, como soberano independiente de España toda, colocó el trono de su imperio en la ciudad de Córdoba. Áun amenazaron una vez al Islam, desde el Norte, las huestes de Carlomagno; pero despues que fué herido Roldan en la funesta garganta de Roncesvalles, y pidió socorro en vano, tocando su cuerno, sólo quedó por competidor del Coran en la Península, un puñado de valientes godos, refugiados en las montañas de Astúrias, apénas perceptible cuna de la monarquía castellana.

Con el intento de hermosear su capital por todos estilos, á imitacion de las ciudades de Oriente, empezó Abdurrahman en Córdoba, de cuyo esplendor puso los cimientos, la construccion de la gran mezquita, que áun en el dia sobresale, entre las ruinas de tantas obras maestras del arte arábiga, como una maravilla del mundo. Al mismo tiempo edificó una quinta hácia el noroeste de la ciudad, á la cual dió por nombre Ruzafa, en conmemoracion de una casa de campo cercana á Damasco y perteneciente á su abuelo Hischam. En los jardines que se extendian en torno de este palacio hizo plantar árboles raros de Siria y de otras tierras del Oriente. Una palma, que allí, bajo el apacible cielo de Andalucía, creció como en su patria oriental, y que parece haber sido la madre de todas las otras palmas de Europa (1), infundiendo en el alma de Abdurrah

(1) AL HOLAT, ed. Dozy, s. 35.

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