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los Muwahides, ó Almohades, renació el libre movimiento intelectual. Si bien esta dinastía habia subido al trono por una revolucion nacida del fanatismo religioso, hubo en ella muchos príncipes aficionados á las letras. En la córte de Abd-ul-Mumen vivieron altamente honrados los filósofos Averroes (Ibn-Roschd), Abenzoar (Ibn-Zohr) y Abu-Bacer (Ibn-Tofail), que despues se hicieron tan famosos en el resto de Europa. Mucho antes de que floreciera en Occidente el estudio de las humanidades, estudiaron estos hombres los escritos de Aristóteles y divulgaron los conocimientos filosóficos; pero se debe advertir que no leian el texto original, sino sólo las traducciones siriacas, por medio de las cuales conocian ya los árabes, desde el siglo VIII, los autores griegos. Si Córdoba sobresalia por su amor á la literatura, en Sevilla se estimaba y florecia principalmente la música. Como en cierta ocasion se discutiese sobre cuál de las dos ciudades, Córdoba ó Sevilla, se señalaba más por su cultura, Averroes dijo: « Cuando en Sevilla muere un sabio y se trata de vender sus libros, los libros se envian á Córdoba, donde hay más seguro despacho; pero si en Córdoba muere un músico, sus instrumentos van á Sevilla á venderse. » El mismo escritor que refiere esta anécdota, añade que, entre todas las ciudades sujetas al Islam, Córdoba es aquella donde se hallan más libros. Jusuf, sucesor de Abd-ul-Mumen, fué el príncipe más instruido de su época, y reunió en su córte sabios de todos los paí

ses (1). Aunque los soberanos de esta misma dinastía, que reinaron despues, no tenian las mismas inclinaciones, y aunque hácia el fin del siglo x11 hubo una gran persecucion contra la filosofía, no se puede dudar de la duracion del movimiento intelectual en la España mahometana. Todavía en el siglo XIII habia en las diversas ciudades de Andalucía setenta bibliotecas abiertas al público (2).

Cuando los ejércitos cristianos fueron adelantándose hácia el Mediodía, y el rey S. Fernando colocó al fin la cruz, en 1236, sobre la mezquita de Córdoba, y poco despues ganó á Sevilla, el mahometismo se vió reducido á muy estrechos límites en el sudeste de España; pero áun allí, en el reino de Granada, dió una última y hermosa luz aquella civilizacion, que en tiempo de los Omiadas, y en el siglo x1, habia resplandecido de un modo tan luminoso. Tratando de imitar el glorioso ejemplo de Hakem II, Muhammed-Ibn-ul-Ahmar, fundador de aquel reino, y sus sucesores los Nazaritas, crearon muchos establecimientos científicos y literarios, escuelas y bibliotecas, y ofrecieron en sus Estados un refugio á los sabios fugitivos. Así, más de dos siglos despues de la toma de Córdoba, fué cultivada en Granada la literatura arábiga, y, ántes de que cayese este último baluarte del Islam, pasó á África,

(1) ABD-UL-WAHID, 174.-Renan, Averroes, 12. (2) Journal asiatique, 1838, II, 73.

donde cada vez más fué desapareciendo y extinguiéndose, con toda la civilizacion del pueblo que la habia producido.

Durante toda la dominacion muslímica, hubo en España una viva luz intelectual, que brilló, ora más, ora ménos, segun las circunstancias, pero que no se extinguió nunca; ántes bien, cuando parecia que iba á apagarse, volvia á resplandecer de nuevo. Cuando en el resto de Europa, entre las densas tinieblas de la ignorancia, apénas se columbraban los primeros rayos del saber, en España se aprendia, se enseñaba y se investigaba por todas partes celosamente. Hasta bastante tiempo despues de haber entrado en competencia científica las naciones europeas, no se dejaron vencer los árabes. Y lo que es más de notar, no sólo se adelantaron á los pueblos cristianos en encender la antorcha del saber, sino que tambien mostraron ántes aquel espíritu de honor caballeresco y de galantería, que ennobleció los últimos siglos de la Edad Media. Mucho disto de poner en Oriente, como algunos hacen, el origen de la caballería; pero es un hecho que no pocas de las ideas fundamentales, que constituyen su sér, reinaban entre los árabes desde muy antiguo. La veneracion de las mujeres, y el empeño de ampararlas, el afan de buscar peligrosas aventuras y la proteccion de los débiles y de los oprimidos, constituian, despues del deber de la venganza, el círculo dentro del cual se encerraba la vida de los antiguos héroes del desierto; y quien lee la

maravillosa novela de Antar, ve con asombro que los guerreros orientales se movian por el mismo impulso que los paladines de nuestra poesía caballeresca. Esta manera de pensar y sentir de los árabes se acrisoló y depuró bajo la influencia de la más elevada civilizacion á que llegaron en Occidente, y ya en el siglo Ix encontramos versos de poetas andaluces, donde se muestran aquellos blandos sentimientos y aquella veneracion casi religiosa que el caballero cristiano consagraba á la dama de su corazon (1). El influjo del mismo cielo, bajo el cual vivieron tan largo tiempo en la Península musulmanes y cristianos, y el trato frecuente que, á pesar del mutuo aborrecimiento religioso, no podia ménos de haber, desenvolvió cada vez más la concordancia de ambas naciones en el mismo espíritu caballeresco, que brotaba de lo íntimo del sér de cada una de ellas. Lo mismo los historiadores musulmanes que los cristianos, dan testimonio de cómo este espíritu se habia difundido entre los árabes. Cuando el rey Alfonso VII sitiaba la fortaleza de Oreja, los árabes reunieron un grande ejército para impedir la rendicion de la plaza; pero, en vez de marchar directamente contra el campamento de Alfonso, se encaminaron hácia Toledo, cuyos campos talaron, á fin de obligar al enemigo á levantar el sitio y á volver en socorro de la capital. Entónces, cuenta la Crónica, la Reina de Castilla,

(1) Dozy, Histoire, II, 229.

que se habia quedado en Toledo, y que se vió cercada por los moros, les envió mensajeros que les dijesen de su parte: «¿No veis que no podréis ganar gloria alguna peleando contra mí, que soy mujer? Si quereis batalla, id á Oreja, y trabadla con el Rey, que os aguarda con armas y bien apercibido.» Cuando los príncipes, los generales y todo el ejército de los moros oyeron esta embajada, alzaron los ojos y vieron en una alta torre del alcázar á la Reina, que estaba allí sentada con muy ricos y regios atavíos, y rodeada de una multitud de nobles damas, que cantaban al són de cítaras, laúdes, timbales y salterios. Luégo que los príncipes, los generales y el ejército vieron á la Reina, se maravillaron y avergonzaron mucho, y, despues de saludar respetuosamente, emprendieron la retirada (1). Los autores árabes cuentan muchos lances de la vida del guerrero Hariz, famoso por sus portentosas fuerzas, que bien podrian figurar en un libro de caballerías. El Rey de Castilla, refieren, ansiaba conocer á este hombre famoso, y le convidó á que viniese á su campamento á hacerle una visita. Hariz aceptó el convite, y despues de haber tomado cierto número de cristianos importantes como rehenes para su seguridad, pasó la frontera y entró en tierra de cristianos. Con la coraza y con todas las demas armas pasó Hariz por las calles de Calatrava, y el pueblo se agolpaba para verle, y se quedaba pasmado de su corpulencia de gigante, de su porte ma(1) Chronica Alfonsi VII, 142,

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