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IMPRENTA Y ESTEREOTIPIA DE M. RIVADENEYRA,
calle del Duque de Osuna, número 3.

ADVERTENCIA PRELIMINAR

DEL TRADUCTOR.

Si este libro no me pareciese de muy amena lectura y de bastante interes para los españoles, no me hubiera puesto yo á traducirle, y á publicarle despues, seguro, como lo estoy, de la poca ó ninguna recompensa que ha de alcanzar mi trabajo. No voy aquí á encomiar el libro y á recomendarle á los lectores. Ellos comprenderán su mérito sin que yo me canse en hacerle patente. Tampoco voy á contradecir ó á impugnar al autor, poniendo de manifiesto los errores en que puede haber incurrido; mi grande ignorancia de la lengua y literatura arábigas no lo consiente.

Yo me hubiera abstenido de poner palabra alguna, propia mia, al frente de esta obra, si no fuese

porque quien la leyere traducida por mí, y sin ad-
vertencia alguna, podrá pensar que coincido con el
autor en opiniones, que no son las mias. Ni yo soy
tan entusiasta, como él, de los árabes, ni denigra-
dor, como él, de los arabistas españoles.

Siempre he creido que toda gran civilizacion
nace, crece y vive entre los pueblos que llaman de
raza indo-germánica, y, en particular, entre los
que habitan en Europa, sobre todo en el Mediodía:
en Grecia, Italia, España y Francia. Sólo un pue-
blo de otra raza, un pueblo singular, los judíos,
compite con los pueblos europeos, y áun descuella
por su inteligencia, influyendo de un modo enér-
gico, poderoso y bienhechor en el progreso hu-

mano.

En los árabes veo poco ó nada original, y no
hablo del carácter, sino de la inteligencia, salvo la
poesía ante-islámica, bárbara y ruda por los senti-
mientos, refinada, culterana y hasta pedantesca
por el estilo, y falta de todo ideal. Su filosofía, su
ciencia, casi toda su cultura, y hasta cierto punto
su poesía misma, posterior al islamismo, me pare-
cen, como el propio islamismo, un reflejo y un
trasunto del saber de los judíos y de las civiliza-
ciones de los pueblos indo-germánicos; en Oriente,
de los indios y de los persas. Grecia influyó tam-

bien, con extraordinario brío, en el desarrollo intelectual de los musulmanes; sin Aristóteles y Plasy ton, acaso nunca los musulmanes hubieran filosofado; sin Hipócrates y Galeno, no hubieran tenido buenos médicos; ni hubieran comprendido nada de las ciencias exactas y naturales, sin Euclides, Ptolomeo y el ya mencionado Estagirita.

En las artes tampoco tienen los árabes nada propio, si se exceptúa la arquitectura; pero, aunque yo me admiro de la Alhambra y de la mezquita de Córdoba, mi entusiasmo no raya muy alto. No lamento y deploro tanto como otros el que se haya levantado un templo cristiano en el centro de la soberbia fábrica de Abdurrahman. Todavía me parece aquel templo cristiano más noble y hermoso que el arábigo que le circunda, y los primores de la celebrada capilla, vulgarmente llamada del Zancarron, no llegan, en mi sentir, á los primores de la sillería del coro, ni á la gracia y belleza de uno de los púlpitos.

No se opone lo dicho á que yo estime la civilizacion arábigo-hispana en todas sus manifestaciones; pero entiendo que esta civilizacion debe mucho á la influencia inspiradora del cielo de Andalucía, y á la raza que antes de la conquista habitaba allí. En Persia, á pesar del Corán y á pesar

a

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