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cilio que «la Iglesia, lejos de poner obstáculos al cultivo de las artes y de las ciencias humanas, las ayuda y hace progresar de mil maneras. Pero acaso se dirá: «¿De qué modo favorece à las ciencias humanas? No las ama, las desprecia, particularmente á aquellas que tienen por fin la utilidad material y las comodidades de la vida. Esto es una calumnia, y el Concilio lo declara muy alto. Ademas, proclama que estas ciencias, cultivadas como deben serl, conducen á Dios.

En efecto: descubriéndonos las potencias ocultas de la naturaleza, el órden admirable que reina en el universo, ¿no nos suministran estas cosas una prueba admirable de la bondad y de la grandeza de Dios, y nuevas ocasiones para rendirle los homenages de nuestro amor?

Inundando nuestra inteligencia con nuevas verdades, la perfecciona, la asimila mas à Dios, ciencia infinita, y contribuye así á la gloria del Creador, que es el fin de todas las cosas. Hijos de la Iglesia, amamos las ciencias, aun aquellas que tienen á la materia por objeto; trabajamos en favor de su progreso, y saludamos con alegría sus magníficos descubrimientos: solamente deploramos el abuso que de ellas se hace. Muchos escritores católicos han revelado esta verdad; pero bueno es que se afirme á la faz del mundo en una definicion de fe y por un Concilio ecuménico.

Es una respuesta perentoria á las calumnias de los adversarios, y una advertencia á ciertos católicos, demasiado dispuestos á confundir en una misma maldicion la ciencia y los abusos de la ciencia.

Otra calumnia que frecuentemente brota de la pluma de los enemigos de la Iglesia, es la de que esta avasalla la ciencia, sujetándola á sus dogmas infalibles. El Con

cilio, para responder á esta calumnia, declara solemnemente que las ciencias humanas tienen sus métodos y sus principios propios. Dios no los ha revelado, ni la Iglesia los enseña: el sabio queda en completa libertad para proceder como mejor le plazca, y aun para engañarse si quiere.

La Iglesia no pone mas que cierto límite á esta independencia; y es que el sabio no ataque á la revelacion, ya negando formalmente los dogmas revelados, ya pretendiendo esplicarlos y tratarlos segun los métodos de las ciencias humanas. Constituida guarda de la fe de Jesucristo, vela por su conservacion con esmerado celo; pero á esto se limita su obra, y, como Dios, deja lo demas á las discusiones de los hombres. El freno que pone á la humana inteligencia en nada lastima los derechos de la ciencia, supuesto que, necesaria para la conservacion de la religion, no tiene otro resultado para el sabio que preservarle de errores funestos, de que acaso no se verá libre jamás.

Ningun cánon corresponde á este párrafo; pero las doctrinas contrarias á las que afirma habian sido ya condenadas en el Syllabus por las proposiciones XII y XIV. Sin embargo, entre el testo de la proposicion XII y el testo del párrafo que acabamos de esplicar, existe una diferencia notable. En efecto: el Syllabus condena esta asercion, «que los decretos de la Santa Sede Ꭹ de las Congregaciones romanas impiden el libre progreso de las ciencias;» y el Concilio se contenta con hablar de la Iglesia en general. El silencio que guarda el Concilio sobre las Congregaciones romanas, ¿debilita la autoridad de la proposicion que acabamos de citar, ó modifica al menos su sentido? De ninguna manera, y esto por dos razones. Primera, porque el Syllabus y la Consti

tucion Dei Filius son dos actos completamente independientes, sin mas relacion que la semejanza de las materias tratadas. Segunda, porque la doctrina del Concilio es la misma que la del Syllabus, supuesto que las Congregaciones romanas forman uno de los principales órganos por cuyo medio ejerce la Iglesia su Magisterio ordinario y universal. Pero, ¿por qué no han hablado los venerables Padres de las Congregaciones romanas? Acaso porque han creido que semejante esplicacion estará mejor en otra Constitucion; acaso porque suscitaria objeciones históricas que han querido evitar; acaso porque han creido inútil repetir una condenacion claramente espresada en el Syllabus, ó por otra razon que nosotros no conocemos. En todo caso, la autoridad y el sentido de la proposicion XII del Syllabus quedan absolutamente lo mismo que antes.

En el párrafo que acabamos de comentar, el Concilio parece haber tenido por fin tranquilizar á la ciencia moderna respecto de las pretensiones de la Iglesia, haciendo que aquella vea en esta, no una enemiga, sino una aliada y una bienhechora. En el párrafo quinto y último rechaza las pretensiones orgullosas de los sabios que se arrogan el derecho de interpretar la revelacion y de hacerla progresar á su manera, fuera de la Iglesia y contra la Iglesia, supuesto que dicho párrafo enseña en qué consiste el verdadero progreso de la verdad revelada. La revelacion no es una doctrina que Dios ha entregado al trabajo de la inteligencia humana para perfeccionarla y desenvolverla en el curso de las edades, como, por ejemplo, la doctrina de Aristóteles y la de Platon; la revelacion es un conjunto de verdades contenidas en la Escritura y en la Tradicion, cuya letra y cuyo sentido ha confiado á la Iglesia Nuestro Señor

Jesucristo, asegurándola ademas el auxilio del Espíritu Santo para preservarla de todo error y de toda negligencia en la conservacion de este depósito. El sentido de la revelacion es y será siempre el que Jesucristo ha enseñado á los Apóstoles, y los Apóstoles á sus sucesores. Por otra parte, siendo la Iglesia infalible para declarar cuál es este sentido, resulta que siempre es necesario atenerse á los juicios que la Iglesia formule.

Pero entonces se dirá que en la Iglesia no se realiza ningun progreso. La respuesta del Concilio está tomada de Vicente de Lerins: «Que... la inteligencia, dice, y la ciencia, crecen en cada hombre y en toda la Iglesia.» ¿De qué manera? De tal manera que el dogma y el sentido permanecen siempre los mismos.

¿Cómo se realiza este progreso? Se realiza, en primer lugar, por la enseñanza de la Iglesia, que en el curso de las edades fija para siempre el sentido de las Escrituras y de la Tradicion sobre ciertos puntos bien interpretados al principio, pero despues apartados de su significacion por cierto número de cristianos; en segundo lugar, por el desenvolvimiento lógico de los dogmas generales que están contenidos en verdades particulares que poco á poco los doctores distinguen, precisan é ilustran completamente. «No estamos tan faltos de sentido, dice Bossuet en su Esposicion de la doctrina cristiana, que al imaginarnos que la Iglesia hace las verdades católicas, solamente decimos que la Iglesia las declara; porque aun cuando están siempre en la Iglesia, no están siempre con la misma evidencia.» Las verdades contenidas en la revelacion reciben cada dia mayor evidencia, y este es el verdadero y unico progreso del dogma católico.

En el tercero y último cánon está anatematizado el

TOMO IV.

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error particularmente difundido en Alemania, segun el cual seria necesario á veces, supuestos los progresos de la ciencia, dar a los dogmas católicos otro sentido que el que la Iglesia les da y les ha dado. Esta herejía es de origen racionalista y protestante, porque supone que la Iglesia puede engañarse; que ha perdido la inteligencia de muchos dogmas cuyas fórmulas guarda; que en la Iglesia, en fin, la letra ha matado al espíritu. Este error habia sido ya condenado por varias proposiciones del Syllabus, y principalmente por la quinta.

Antes de terminar estas observaciones sobre la Constitucion Dei Filius, rogamos á nuestros lectores nos dispensen los errores en que hayamos podido incurrir. -(J. B. JAUGEY: Revue du Monde catholique, to mo Ix.-1870)

OBSERVACIONES

DE LA CIVILTÁ CATTOLICA » SOBRE LA PRIMERA CONSTITUCION DOGMÁTICA DEL CONCILIO DEL VATICANO.

Con gran alegría de los fieles, el sacrosanto Concilio del Vaticano, congregado en el Espíritu Santo, por autoridad del Vicario de Jesucristo, sobre la tumba del Príncipe de los Apóstoles, ha dictado ya su primer decreto. La palabra del Señor del Santo Monte, de la nueva Sion, ha resonado ya por boca del Maestro de Israel, y se escucha desde hoy del uno al otro estremo del mundo. Todos cuantos la oyen y son sinceros católicos, la prestan voluntariamente plena obediencia y adhesion. Y ¿qué es lo que anuncia esta palabra divina?

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