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para organizar el estado y gobierno general de la Nación en la larga interinidad causada por la ausencia del Monarca, que seguía detenido y preso en Francia; todavía eran más numerosas y frecuentes las Comisiones que llegaban con el objeto de presentar peticiones para su pronta reunión, aclarar ó destruir objeciones, y tener pronto los candidatos para Diputados; que muchos habían de elegirse de los que allí había presentes por imposibilidad de hacer debidamente la elección en aquellas provincias ó pueblos dominados por el enemigo.

Los ingleses, cuya afición á viajar y ver mundo es tan conocida, y que se veían imposibilitados de satisfacerla entonces por el bloqueo general con que Napoleón les había cerrado todos los puertos de Europa, imponiéndose á los Soberanos de los varios Países que había subyugado ó batido con sus victoriosas armas; los ingleses, digo, celebraron vivamente la interesante vía que les ofrecía el visitar á Cádiz, ver y asistir á alguna acción con los franceses desde la Isla: oir contar las memorables hazañas de los españoles, conocer sus héroes, y por acaso alguno de los terribles guerrilleros que llenaban de espanto á los franceses y de admiración al resto de Europa; y luego, pasando por Gibraltar y Malta, seguir en el Mediterráneo estudiando la vertiginosa persecución que en pos de la Armada francesa hiciera el gran Nelson hasta encontrarla en Alejandría y destrozarla en la famosa batalla de Aboukir; y todavía continuar navegando hasta su extremo oriental para llegar á San Juan de Acre, la antigua Ptolemaida, á la falda del monte Carmelo, en Siria, en la que habían de recorrer curiosos los lugares señalados por el valor, la suma habilidad y la heroica constancia que aquel otro ilustre compatriota suyo, el Almirante Sir Sidney Smith, mostrara en aquella ciudad defendiéndola en el largo sitio que sostuviera en 1799 contra todo el poder y genio militar de Napoleón, entonces

aún General Bonaparte, en su victoriosa y gloriosa campaña de Egipto. Sesenta dias de trinchera abierta con numerosos asaltos y pérdidas considerables de gente de uno y otro lado, ni la derrota que sufriera el gran ejército turco que venía al socorro de la plaza, y á su vista, en la célebre batalla del Monte Tábor, ganada por el francés el 16 de Abril, fueron capaces de quebrantar en lo más mínimo el vigor y la pericia de la resistencia sostenida por aquel jefe; viéndose, por último, obligado Bonaparte á levantar el sangriento sitio, que, ayudado por la peste y el hambre, diezmaba y destrozaba su ejército.

Este viaje, que interesaba á la par que enorgullecía el patriótico espíritu de los hijos de la soberbia Albión, se puso á la moda, como vulgarmente se dice ahora, y pocos eran los que, pudiendo, se dispensaban de hacerlo antes ó después.

El mismo Almirante Sir Sidney Smith estuvo mucho tiempo en la Isla, donde él y su cuñada Lady Smith, que le acompañaba, señora de gran ilustración literaria y mucho mérito, se hicieron muy amigos de mis padres; allí aprendió el español, pues era poliglota y con suma facilidad adquiría el uso de los idiomas; y muchos años después, ya anciano, habiéndole visto en París, nos pudo hablar en el nuestro, que no había olvidado. Era de una conversación agradabilísima, hombre de tan buena sociedad como gran marino; había visto tanto mundo, y tantas cosas extrañas y de importancia, en las que tomara principal parte, que realmente interesaba oir al veterano; entre otras refería aquella su célebre hazaña de librarse con singular astucia é increíble serenidad del temible poder de la Convención francesa, que le tenía preso en un castillo. Había estado enfermo, y en la convalecencia los facultativos le mandaron hacer ejercicio, que no le era posible realizar sino en el terrado alto; por lo que el Gobernador se oponía, cediendo ante la formal promesa del preso de que no se

escaparía, pues no estaba para ello, que cuando llegara este caso se lo avisaría; y, en efecto, paseó en compañía del Gobernador siempre. Algún tiempo después le dijo en tono de broma: «Ya estoy bueno; ahora le digo á V. que, como pueda, me escapo.» El castillo no estaba muy lejos de la costa, y el Gobernador, por lo que pudiera suceder, pensó sería mejor transladarle al interior, y así lo propuso al Comité revolucionario; recibiendo á los pocos días la orden para entregar el preso al Oficial que con una escolta se la traía. Alegróse el Gobernador, y muy satisfecho despidióle, pues al otro día el Almirante y el Oficial estaban libres y en Londres.

XVII

APERTURA DE LAS CORTES EXTRAORDINARIAS

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L 29 de Mayo se hubieron de transladar los Regentes á Cádiz, en cuya ciudad, y en el suntuoso edificio de la Aduana, se les había dispuesto un lujoso alojamiento adecuado á su alta dignidad, y fueron recibidos con todos los honores que son debidos á las personas reales y se acostumbra en semejantes casos hacer: poniendo colgaduras en los edificios públicos y privados, tendiendo las tropas por la carrera, saludando con salvas de artillería, felicitaciones y demás muestras de respeto, adhesión y regocijo; las que se continuaron al siguiente día 30, el que, por ser la festividad de San Fernando, nombre del Rey cautivo, se celebró con gran pompa, asistiendo los Regentes ya con su verdadero Presidente, el Obispo de Orense, que se les había reunido el día anterior, á la gran función de iglesia en la Catedral; y luego tuvieron corte y besamanos, convite diplomático con muchos brindis por el triunfo de la buena causa, etc.

Allí siguieron ocupándose con más desembarazo y facilidad de lo concerniente á la guerra, distribución de fuerzas y mandos militares en las provincias; de las cuestiones de las Américas, que empezaban á presentarse inquietas y con conatos amenazadores de revueltas próximas y escisión algunas, aunque otras, las más, continuaban dando pruebas extraordinarias de adhesión y generosa lealtad; de las de Hacienda, siempre apremiantes, y de todas las demás que les incumbiera en el desempeño de la dificultosísima misión de que se hallaban impuestos; entre las cuales sobresalía ya con urgencia muy popular la de la reunión de las Cortes generales y extraordinarias del Reino, que entusiasmaba á la juventud principalmente, aunque sin dejar de asustar algún tanto á los que juzgaban que los tiempos no eran á propósito para discutir, sino para obrar con decisión y energía, para lo que la unidad en el mando parecía ser requisito indispensable. Pero no siendo ya posible diferir ni aplazar su celebración, se fueron reuniendo pareceres, estudiando antecedentes, venciendo obstáculos y allanando las dificultades para hacer la elección y demás preliminares, hasta decidir, por último, la fecha para la convocación de los diputados, el día 24 de Septiembre, en la isla de León, adonde había de inaugurarse el Congreso al tenor del decreto expedido con anterioridad, el día 1.o de Enero del mismo año, por la Junta Central, que había precedido en el gobierno de la Nación al Consejo de la Regencia. Conformándose ésta con dicha disposición, desde luego con asentimiento general por considerarse aquel punto el más á propósito y que mayor confianza inspirara para asegurar la independencia y libertad de las sesiones de amagos populares, como lo estaba de enemigos exteriores, á pesar de los extraordinarios esfuerzos que éstos hacían en aquellos momentos, extremando los medios por agua y tierra, construyendo gran número de fuerzas sutiles para proporcionar el desembarco de tro

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