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ble y la buena fe que sobresalen en sus razonamientos en defensa de los intereses de España, y la leal interpretación de las instrucciones y del Tratado entre ambas Naciones.

La demarcación fundada sobre los accidentes naturales del terreno, y las instrucciones del Tratado preliminar, que se basaban en los antiguos y reconocidos derechos de posesión, por más que la Corte de España cediera mucho en esto, habían de resultar siempre muy contrarias á las pretensiones de los portugueses, que tenían usurpados é invadidos considerables porciones de hierbales y riquísimos terrenos que no estaban en animo de perder; por lo tanto, hicieron uso de todos los medios posibles para frustrar y hacer imposible el Tratado; suscitando innumerables cuestiones que alargaban y dificultaban las operaciones; proponiendo, como se ha visto, nuevos reconocimientos de lejanas comarcas y oponiéndose á demarcar las que ya estaban reconocidas con vanos pretextos; y lo que era peor, queriendo elevar consultas á las Cortes de Europa; cuyas decisiones, desgraciadamente, se hacían esperar por años, si por acaso se resolvían.

Y ya desde el principio, por no haber nombrado la Corte de Lisboa más partidas que las dos primeras de que hemos hablado, ó no haberse presentado si las llegaron á nombrar, se quedaron inutilizadas las españolas 3., 4. y 5., que, al mando de D. Félix Azara y don Juan Francisco Aguirre las dos primeras, estaban encargadas de las operaciones que habían de hacerse en las provincias de Mojos y Chiquitas: y la última, á las órdenes de D. Rosendo Chico, las había de llevar hasta conducirlas á la gran laguna y pantanos de las Jarayes, que dan origen al río Paraguay; si bien estos dignísimos jefes buscaron honrada ocupación, lo más análoga que pudieron, en estudiar y describir el país, levantar planos, coleccionar objetos mineralógicos que han enriquecido los Museos de Madrid, etc., etc.

Varios hubieron de retirarse por último, dejando el Gobierno encargado en substitución á los Gobernadores de las provincias; como sucedió principalmente con el Brigadier D. Francisco Requena, Gobernador que era de la de Maynas: que quedó encargado de la demarcación del art. 11 al último; que cogía lejísimos y de tan dilatada y extensa región que se acercaba al gran río Marañón y no hubiera podido practicarse sino con grandísima dificultad, aun estando acordes y de buena fe los lusitanos; á lo que no estaban muy dispuestos, como se ha visto, por no comprometer los intereses de su Nación.

Este D. Francisco Requena hizo esfuerzos muy laudables en los diez años que de ello se ocupó, pero la mayor parte infructuosos en cuanto à la demarcación; pero sí trajo al llegar á Madrid planos de todos. aquellos sitios, y con tanta claridad expuestas las varias cuestiones que se suscitaran que mereció ser encargado por el Príncipe de la Paz de levantar el p ano ó mapa general de todos los trabajos hechos por los diferentes Comisarios á propuesta del Oficial de la Secretaría de Estado, D. Vicente Aguilar Jurado, que lo estaba de informar sobre los progresos y resultados de aquella múltiple Comisión (1). Y no está de más añadir que en este mapa se incluyen, naturalmente, las resultas delos planos y mapas de Alvear; como certificó el mismo Requena, en carta que conservamos, con fecha de 28 de Noviembre de 1813, en la que manifiesta «que habiendo tenido á su vista todos los documentos dirigidos por los jefes de las otras partidas, me consta, dice, que el Brigadier D. Diego de Alvear tuvo á su cuidado, desde el principio de aquellos trabajos, la ejecución de los que contenía el art. 8.o del Tratado de límites de 1777, como jefe de una de aquellas partidas de demarcadores; y

(1) Informe al Príncipe de la Paz, por D. Vicente Aguilar Jurado, sobre los trabajos de las partidas de Demarcación de Limites (dos tomos, 1795).

después de retirarse D. José Varela, de lo que se mandaba en los artículos 3.0, 4.° y 5.o; lo cual constaba también en los diarios, relaciones, oficios y mapas que remitió al ministerio de Estado, donde existían al tiempo que construí el mapa general y obra citados. Francisco Requena.»

Por último, viendo Alvear que se pasaba el tiempo sin que las Cortes determinaran las cuestiones que se habían sometido á su decisión; que las operaciones oficiales de la demarcación estaban como en suspenso, y que además empezaba á susurrarse que las relaciones entre los dos Gobiernos de Madrid y de Lisboa no seguían siendo tan cordiales como antes; que los mismos Comisarios de esta Nación se mostraban más tirantes en sus exigencias, y con un pretexto ú otro, fútiles é inexactos, amenazaban retirarse, como poco á poco lo fueron haciendo en efecto, hasta refugiarse en sus fronteras en 1797 sin previo aviso, el Brigadier Roscio: y luego llamando á su gente; á pesar de las protestas de su concurrente el Comisario español que se las comunicó por un Oficial, ante el cual hubieron de aludir á la probabilidad de próximas hostilidades, según se acentuaban las habladurías entre ellos, tomó Alvear la determinación de retirarse á su vez con su partida á San Luis, primero, y luego á Candelaria por mayor seguridad; y anunciándole al Virrey lo que pasaba y se decía, le propuso si no sería conveniente retirar de una vez las partidas, ó al menos acercarlas á Maldonado ó Montevideo; manifestándole al mismo tiempo cuán necesario era ocuparse de la defensa de todas aquellas provincias, que estaban muy expuestas á caer en manos del enemigo tan pronto como las invadiera, según el estado de abandono en que se hallaban: consultando algunas medidas que se podían tomar desde luego; y, por último, le rogaba tuviera á bien. concederle licencia para ir á Buenos Aires y llevar á su numerosa familia, que, después de pasar catorce

años sepultada, al parecer, en aquellos desiertos, ansiaba por regresar á la capital, y con mayor motivo ante la contingencia de próxima guerra.

El Virrey le contestó concediéndole permiso para ir, en efecto, á Buenos Aires, pues deseaba conferenciar con él, pero que no era el caso de retirar las partidas de la Comisión sin órdenes del Rey; y en cuanto a los indicios que le manifestara de presunto rompimiento entre las dos Naciones, guardaba completo silencio sin aludir á ello en lo más mínimo, lo que en cierto modo tranquilizó al Comisario y á sus subordinados; y tomando las medidas conducentes al mejor orden y conveniencia de éstos, y en todo lo relativo á la partida, mientras durara su ausencia, dispuso su salida para el 17 de Marzo de 1801 por la vía y picada de San Martín y gargantas ó angosturas de la gran serranía de Monte Grande ó Sierra del Tapé; en cuyas horribles asperezas hubieron de sufrir él mismo, y las muchas personas que le acompañaban, mil penalidades por los atascos y vuelcos de carros, carretas y carruajes en que iban, debiendo grandes auxilios á los portugueses en aquellos dificiles pasos por ser aquélla ya su frontera (atravesada la Sierra), teniendo su primera guardia en San Pedro das Ferreiros y á poca distancia el campamento de río Pardo, adonde el Coronel Roscio se había retirado; como igualmente á la guardia española que por la nuestra había en la picada de la Victoria.

En el campamento de Santa María se detuvieron diez días, y de allí pasaron á Batoví, reconociendo la cuchilla neutral inmediata al camino y las márgenes del Ibicuy, el río Santa María ó Hicuiminy; dobló los montes del Santa Ana y se detuvo doce días en las márgenes del Yaguary, reconociendo este río, que se había propuesto por último, como dijimos, en vez del Iguary, que no existe, para marcar por él la línea divisoria por ser el que reunía las condiciones indicadas en las instrucciones; coincidiendo en aquella aprecia

ción con su amigo y compañero D. Félix Azara, que estaba allí con el encargo de formar una población, y otra en la horqueta de Santa María.

Desde Batoví cortó á Jacuarembó; y rebasada la guardia de San Rafael, vino á parar á Santa Tecla, dejando allí la cuchilla general (así nombran el camino reconocido entre grandes distancias por las serranías) que da sus revueltas; pasó á la estancia de Freyre, y verileando la sierrra del Acegua salió á la de Mazangano; y apartándose á la derecha del camino de la cuchilla, siguió por las Pulperías viejas, en las tierras de D. Bernardo Suárez, hasta el Fraile Muerto, luego al Cordolés; al de Yi, adonde hubo de detenerse quince días por el gran impedimento que suscitó la gran creciente del arroyo de Santa Lucía, para transladarse á la casa de Artigas, cerca de Casupá.

Cuatro jornadas le llevaron á Pando, y de allí otra á la gran ciudad de Montevideo, en la que con grande alegría entraron con ánimo de descansar los más de los viajeros de tan largo y fatigoso viaje; y D. Diego, por ver con suma satisfacción las mejoras y progresos que en cuanto á edificios, población, comercio y otros ramos se ofrecían á su vista en el ventajoso cambio que se había verificado desde la primera vez que la visitó; y como era su sistema, da cuenta de ellas y de todos los puntos notables que recorrió en esta gran vuelta, de intento dada; asesorándose por completo de la rectitud de juicio que le había guiado á él y á los otros Comisarios españoles en las opiniones y cuestiones que habían sostenido con los portugueses sobre los límites que se debían señalar definitivamente.

La guerra desgraciadamente había estallado, en efecto, entre las dos Naciones, que debieran en todo ser hermanas; unidas por las muchas circunstancias de naturaleza, situación, clima, idioma, carácter y glorias, que las han hecho iguales casi en los varios sucesos de su historia, y por doquiera que su misión civiliza

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