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dora las ha llevado á descubrir y p'antar la cruz de Cristo, por los espaciosos ámbitos del mundo, si los miserables intereses fronterizos de una demasiada próxima vecindad no hubieran á veces interrumpido aquella tan providencial, á la par que gloriosísima, competencia fraternal que en las Artes y en la Literatura, en la Industria y Comercio, en las armas, y especialmente en sus atrevidas y arriesgadísimas navegaciones, las hizo brillar por tan larga serie de años á la par, como las primeras; ante los ojos de la Europa, atónita de asombro al ver tanto heroísmo y tanta grandeza. Ahora, sin embargo, lo que la promovió no fueron éstos, sino los menos plausibles de acceder á las exigencias de Inglaterra y Francia, sus aliadas respectivas, que las empujaban á su daño por satisfacer los intereses propios de su perpetua rivalidad.

Pocos días antes de la llegada de Alvear á Montevideo arribaron á aquel puerto las fragatas de guerra la Medea y la Paz, y traían la noticia de haberse declarado la guerra y de hallarse ya operando un numeroso ejército españo!, que había invadido el Portugal; por lo que estas mismas fragatas habían atacado al bergantín de aquella nación el Palomo, que encontraron en su pasaje, y lo traian apresado.

A consecuencia de esto, una de las primeras medidas que tomara el Virrey D. Joaquín del Pino fué dar (el 11 de Junio de 1801) repetidas órdenes para que se retiraran todas las partidas de demarcación con la mayor presteza por salvar los copiosos intereses que con ellas se arriesgaban; pero, desgraciadamente, hasta el II de Julio no se recibió por el correo mensual el oficio del Virrey en el pueblo de San Luis, adonde permanecía la segunda partida á las órdenes del segundo jefe D. José Cabrer, que había quedado encargado del mando por la ausencia del Comisario; el cual inmediatamente reunió á todas las Autoridades civiles y militares, consultando y disponiendo todo lo concerniente

al cumplimiento de las órdenes respectivas que se habían recibido en circunstancias tan apremiantes; y tan faltos de medios y enseres para ponerse en marcha con la mucha gente que quería seguirlos por huir del peligro, y asimismo atender à la defensa de los pueblos con la poca tropa que tenían; ello es que hasta el 28 no les fué posible estar prontos todos para empezar la retirada; la cual se fué haciendo cada dia más dificil por agregarse (á los comunes percances que en aquéllas ocurrían siempre con la impedimenta del inmenso acarreo) la súbita invasión de los indios fronterizos, que atacaron las casi indefensas poblaciones (y aun ayudados por algunos de los indios nuestros, con el ansia inmoderada del botín), y las saqueaban y robaban todo lo que á mano hallaban, inclusos los equipajes de algunos de la partida que se quedaban atrasados por no tener ya casi escolta; pues Cabrer había ido cediendo sus dragones á las Autoridades de aquéllas para su mejor defensa.

Cerca de tres meses tardó este digno oficial en efectuar su retirada á Buenos Aires por aquellos caminos, que no lo eran de intransitables que estaban; y luego navegando á duras penas, casi siempre con vientos contrarios, el dificultosísimo río Paraná.

Afortunadamente pudo acarrear sin daño alguno toda la documentación y la soberbia colección de instrumentos de la partida, que Alvear entregó á poco, en el real Consulado de la capital de orden del Virrey, en diez grandes cajas, encerrados todos los estuches, en perfecto estado, según satisfactorio recibo que le dieron; siendo ésta la segunda colección que tuvo á su cuidado, que la primera la había entregado por orden del Ministro de Marina en 1789 al Capitán de fragata D. Alejandro Malespina, que arribó á Montevideo con los dos buques de su mando para la célebre comisión científica de dar la vuelta al globo, que tan alto renombre diera á aquel otro distinguido marino; que es

grato recordar al paso los eminentes servicios que á la ciencia y á la Patria hicieran algunos del sinnúmero de sabios y entendidos Oficiales que constantemente, pero muy en particular en aquellos tiempos de grandeza para la Marina, dieron gloria á su esclarecido Cuerpo y á la Nación.

Por último, habiendo ya dado cuenta Alvear de lo relativo á la retirada de la partida de su mando con el regreso de Cabrer, dió el Virrey orden para que todos sus individuos volvieran á sus respectivos Cuerpos; quedando Alvear agregado desde luego á la escuadra surta en el puerto de Montevideo ínterin se recibían órdenes para su regreso á España, como deseaba y había pedido, una vez dada por terminada aquella importante comisión de la demarcación de límites entre los dominios de España y Portugal, de tan magna concepción como de laboriosa ejecución. La cual, en efecto, hubiera debido estar ya completamente finalizada si los de esta Nación no hubieran extremado su oposición con tan gran tenacidad, causando serios perjuicios á España, la que con espléndida generosidad había sostenido los cuantiosos gastos de todas las partidas, inclusas las dos portuguesas, en cuanto á su constante manutención y servicios de utensilios, dependencias y ganado requeridos, y al celosísimo jefe español, muy grave contrariedad, pues veía con hondo pesar el poco fruto que por haber prolongado tan desmesuradamente la fijación de los límites se habían obtenido por entonces, al menos, de tantos trabajos pasados y tan dilatadas operaciones con tanta conciencia y perseverancia, y aun condescendencia de su parte, ejecutadas, para que legaran å feliz término. Acaso ahora, no ya para la patria España, pero sí para las varias Repúblicas que en aquellas sus antiguas hermosas provincias se han constituído, se pueda obtenerlo mayor aprovechando los sólidos estudios y el discreto juicio que prevalecieron entonces para la determinación de

límites; cuya cuestión, siempre difícil y enojosa, se suscita también al presente entre estas Naciones respectivamente y con el vecino Brasil, que de este modo quedaría en gran parte logrado aquel objeto; como al verlas florecientes hoy día, parece cumplido también el otro que se proponía, al hacer en casi todas sus obras una tan detallada descripción de la riqueza y grandeza de aquel fertilísimo é inmenso territorio americano, y la gran prosperidad que le sería fácil alcanzar si los pueblos y los individuos supieran corresponder á la iniciativa de una buena administración; que se complacía en ver ya inaugurada por parte del Gobierno español, con los más felices y lisonjeros auspicios.

Aunque hayamos dado algunas sucintas noticias de lo difícil y penosa que fué aquella comisión de que estuvo D. Diego de Alvear encargado, permítasenos ahora añadir que no es fácil, ni aproximadamente, tener idea de la inmensidad de trabajos que pasó, de los peligros que corrió, de las fatigas é incomodidades que hubo de sufrir en aquellos dieciocho años que duró (desde Diciembre de 1783, en que la principió, hasta Octubre de 1801, que regresó á Buenos Aires), y de la que sin intermisión estuvo siempre ocupándose. Alvear rarísima vez los menciona en su Diario, atento solamente á describir el país y anotar los datos que interesan á la demarcación; siendo acaso la gran responsabilidad que le incumbía por el mejor acierto en su desempeño, y la vigilancia y asiduo cuidado con que velaba para disminuir los unos, dominar los otros y proteger á su partida contra la multitud de accidentes. y enemigos que por doquiera y de todas clases le rodeaban: los que más le labrában. Los indios bravos, especialmente los tupis y los charrúas, los más feroces entre ellos, les asaltaron repetidamente; aunque sin poderles sorprender, como es su táctica, por la exquisita vigilancia y severo orden que había impuesto en el campamento; pero hubieron de batirse en sangrien

tos combates, que causaron dolorosas pérdidas algu

na vez.

Los ríos, peligrosísimos de navegar, como hemos dicho, siempre contra sus corrientes desconocidas, lo mismo que sus remolinos, bajos y demás accidentes, hacían zozobrar las canoas á menudo, á pesar de todas las precauciones; y por acaso sin poder salvar los tripulantes, perdiéndose los pertrechos y víveres frecuentemente, y quedando ellas destrozadas; otras veces, por evitar los escollos y saltos de las aguas, era forzoso sacarlas y acarrearlas por tierra; y otras, por fin, que abandonarlas por completo, teniendo que dedicarse á hacer nuevas más arriba. La terrible faena de abrir picadas sin fin por los intransitables é inmensos bosques cansaba á los más fuertes, y los desalentaba de tal modo, que á menudo hubo que relevar toda la tropa y á los indios; que, exhaustos por el arduo trabajo, no podían soportar fatigas tan grandes.

Mucho sufrieron también de las enfermedades ocasionadas por la intemperie á que estaban siempre expuestos, inhalando los nocivos gases que los fuertes calores levantaban de aquella tan exuberante vegetación, y la siempre perniciosa humedad que recogían en la estación de las aguas y conservaba perenne su espesa fragosidad; unido esto á los malos alimentos, continuamente averiados y escasísimos á menudo, disminuyéndose por la necesidad en que los acarreadores se veían obligados de alimentarse ellos mismos, llegando casi desfallecidos cuando se alargaban las distancias; por ser preciso acarrearlos á hombros, más de cincuenta y sesenta días, á veces, hasta alcanzar en lo alto de los montes á los hambrientos exploradores, que ya habían consumido los que llevaran primero; á pesar de limitar las raciones á la más mínima cantidad; y por último, las plagas molestísimas de insectos de todas clases que les mortificaban sin cesar de día y de noche, de mosquitos, engenes, tábanos, etc.; los innumerables

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