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iba creciendo y engrosándose cada dia. Uniéronseles el conde de Medinaceli don Luis de la Cerda, el obispo de Osma don Pedro de Castilla, y hasta el conde de Ledesma desamparó la frontera de Ecija para venir á incorporarse á los de Rioseco. Algunos religiosos se tomaron espontáneamente la noble y piadosa tárea de hablar al rey y al almirante para ver si los podian conciliar, pero tuvieron que volverse á sus monasterios sin recoger el fruto de su pacífica mision. Para mas complicarse las cosas entraron de nuevo en Castilla el rey don Juan de Navarra y el infante de Aragon don Enrique su hermano, sin que supiese el rey cuál pudiera ser el objeto de su venida. El monarca navarro fué acogido afectuosamente por el de Castilla en Cuellar, pero el infante don Enrique torció á Peñafiel, donde comenzó á entenderse desde luego con los disidentes, que ya se habian apoderado de Valladolid, y concluyó por hacer causa comun con ellos (1439). El rey, con la reina y el príncipe, el condestable, el rey de Navarra y toda la córte, se movió de Cuellar á Olmedo para estar mas cerca de los de Valladolid: mas aunque llevaba consigo sobre tres mil trescientas lanzas, ni desde alli, ni desde Medina del Campo dió muestras de querer combatir á los insurrectos; y lo que hacia era ver con inesplicable impasibilidad, ó como si esperára que todos habian de trabajar en provecho suyo, que el rey de Navarra y su hermano don Enrique se vieran frecuentemente y platicáran entre sí lo que

el rey don Juan parecia ni sospechar ni traslucir. Llegó ya el caso de que el infante de Aragon y el almirante desafiáran á don Alvaro de Luna y al maestre de Alcántara. Vióse entonces que las cosas no se encaminaban bácia la concordia, y ninguna esperanza habia de que viniesen á términos de conciliacion. Mediaron al fin algunos venerables religiosos, que exhortando con fervoroso celo á la paz, ya al rey y al condestable, ya al almirante y al infante de Aragon, alcanzaron, con mas fortuna que antes, que unos y otros prometieran venir á acomodamiento, no sin repugnancia de don Alvaro de Luna, que previendo el resultado, y conociendo bien el carácter del rey don Juan, no cesaba de repetirle que mirase bien lo que hacia y que no fuese engañado.

Juntáronse pues en Castronuño compromisarios de una y otra parte, y despues de muchas pláticas, altercados y consultas, suscribió el buen rey de Castilla á un tratado de concordia tan humillante para la autoridad real como ventajoso para los confederados, cuyas principales condiciones eran: que el condestable don Alvaro de Luna saliese desterrado de la córte por seis meses, sin que en este tiempo pudiese escribir al rey, ni tratar cosa alguna en daño de los príncipes y caballeros de la liga: que al rey de Navarra y al infante don Enrique su hermano les serian restituidas todas las villas y heredamientos que tenian en Castilla, ú otros en equivalencia: que se derramase toda la

gente de armas que estaba ayuntada por una parte y por otra, y que las villas y ciudades ocupadas por los conjurados se franqueasen al rey: que se diesen por nulos todos los procesos que se habian hecho contra el infante ó contra cualquiera de los aliados. En consecuencia de esté convenio el condestable don Alvaro de Luna salió de Castronuño para Sepúlveda, villa de que le hizo merced el rey en cambio de Cuellar, que quedó para el rey de Navarra. Quiso dormir la primera noche en Tordesillas, y no le quisieron acoger: ¡tan pronto empiezan á esperimentar mudanza los que van de caida! El rey se trasladó á Toro, en cuyo camino supo la muerte de su hermana doña Catalina, muger del infante de Aragon don Enrique.

De tal manera habia dejado dispuestas las cosas el condestable á su partida, que no pudieran menos de moverse, como se movieron al instante, discordias, rivalidades y celos entre los nuevos consejeros del rey. Pero á todos mostró igual desvío el monarca, guiándose solo por los adictos y agentes secretos de don Alvaro, por cuya instigacion, sin dar aviso ni al rey de Navarra, ni al almirante, se partió acelerada y sigilosamente para Salamanca, que era como una protesta harto esplícita contra el tratado de Castronuño. Supiéronlo con sorpresa los confederados, y acordaron marchar en pos de él, pero el rey don Juan con noticia de su movimiento, abandonó á Salamanca y se retiró á Bonilla de la Sierra, catorce leguas de aquella

ciudad. Fuéronse entonces á Avila los confederados

(1440), y alli levantaron y dirigieron al rey un acta solemne de acusacion contra el condestable don Alvaro de Luna, haciéndole gravísimos cargos, de los cuales eran los principales los siguientes: que tenia usurpado el poder real: que habia procurado siempre destruir los grandes del reino, desterrando á unos y matando á otros, queriendo hacerse soberano de todos «con gran soberbia y desordenada codicia;» que habia impuesto á los pueblos, fingiendo necesidades, grandes sumas de maravedís, y tomado para sí muchas cuantías y acumulando grandes tesoros; que habia usurpado arzobispados, obispados y otras dignidades eclesiásticas para sus deudos y amigos, embarazando las elecciones mas canónicas hechas en personas muy dignas; que habia dado oficios y mercedes sin hacer siquiera mencion del rey; que todas las alcaidías que vacaban las daba á sus criados, y aun á algunos estrangeros; que habia causado la muerte del duque don Fadrique, don Fernan Alonso de Robles y de otros muy grandes caballeros. Y por último, resumíanse todos los cargos y capítulos de acusacion en las siguientes notables cláusulas: «E muy excelente >Príncipe, todos los que veen que Vuestra Señoría »da lugar á cosas tan graves é tan intolerables y enòr>>mes é detestables, creen, segun lo que se conoce de >> la excelencia de vuestra virtud é discrecion, quel » Condestable tiene ligadas é atadas todas vuestras po

>>tencias corporales é intelectuales por mágicas é dia»bólicas encantaciones, para que no pueda ál hacer salvo lo que él quisiere, ni vuestra memoria remiem»bre, ni vuestro entendimiento entienda, ni vuestra »voluntad ame, ni vuestra boca hable, salvo lo que él »quisiere, é con quien é ante quien, tanto que religioso » de la órden mas estrecha del mundo no es ni se po>>dria hallar tan sometido á su mayor, quanto lo ha >>seydo y es vuestra Real Persona al querer é volun> tad del Condestable. E como quiera que muchos ha>> yan seydo en el mundo privados de reyes é grandes >>príncipes, no es memoria, ni se lee que privado fue>>se osado de hacer las cosas en tanto menosprecio é >> desden é poca reverencia á su Señor, como este....>>

El rey no dió contestacion á esta carta. Las cosas continuaron como si no existiera la concordia de Castronuño, y los confederados dominaban en Toledo, Leon, Segovia, Zamora, Salamanca, Valladolid, Avila, Burgos, Plasencia y Guadalajara. Entabláronse nuevas negociaciones, y despues de haber hecho el rey juramento y pleito-homenage, igualmente que el de Navarra, el infante y el almirante, de estar á lo que los condes de Haro y de Benavente como árbitros propusiesen, quedó determinada la ida del rey á Valladolid, donde todos se juntaron. El primer cuidado del rey fué pedir seguro para don Alvaro de Luna, y diéronsele los de la liga ámplio y cumplido por complacer al monarca. Pero ocurrió que un dia despues

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