sidad y hado las cosas, con una inhumana severidad en el desprecio de los bienes externos y en los afectos y pasiones del ánimo. Mas adelante estaban los pitagóricos, entre los cuales hablaban pocos y callaban muchos, muy observantes en el importuno silencio de cinco años. Luego encontramos á los epicureos, los cínicos y los heliacos. Retirado de todos estos filósofos, menos vano y mas desengañado, estaba Diógenes, cuyo estudio hurtaba algunas horas á las ocupaciones públicas para la contemplacion de las materias estóicas, templando lo austero de aquellos maestros y mostrándose en nada dependiente de alguna fuerza superior, y mas cortés con los afectos y pasiones naturales; el cual á la márgen de un arroyo contemplaba su corriente, y por la corteza de un álamo con la punta de un cuchillo moralizaba la claridad y pureza de sus aguas en este epigrama español: Risa del monte, de las aves lira, Cuán sin malicia, candida, murmuras! Huyes del hombre y vives en las fuentes. Pendiente de un ramo de aquel álamo tenia una tarjeta ovada, y en ella pintada una concha de perlas, cuya parte exterior, si bien parecia tosca, descubria dentro de sí un plateado y cándido seno, y en él aquel puro parto de la perla, concebida del rocío del cielo, sin otra mezcla que manchase su candidez, y por mote ó alma desta empresa aquel medio verso de Persio: Nec te quaesiveris extra; en que mostraba el filósofo su desprecio á la emulacion y á los juicios exteriores de la invidia, contento con la satisfacion propia de su ánimo, siempre puro y atento á sus obligaciones. En lo mas oculto de aquellos bosques habia la naturaleza, sin asistencia alguna del arte, abierto una puerta á las entrañas de un monte, á cuyos senos, por rústicas claraboyas entre peñascos escasamente penetraban los rayos del sol. Horror causaba la entrada; pero al deseo y curiosidad de ver, pocas cosas hacen resistencia, y la compañía de Marco Varron (ya versado en aquellos lugares) lo facilitaba todo. Por ella nos arrojamos, pisando las dudosas sombras de aquellos escuros lugares, y á pocos pasos tropecé y caí sobre dos cuerpos, que el sobresalto me representó muertos. Pero no se engañó mucho, porque estaban dormidos. Despertaron ambos; y sabiendo yo que el uno era Artemidoro y el otro Cardano, dije á este que, siendo muchas de sus vigilias tan dotas y tan provechosas á aquella repúbli ca, era delito el entregarse tan torpe y tan ociosamenta el sueño, imágen de la muerte. «Antes, me respondió, es imágen de la eternidad, pues en él, como en un espejo, vemos el tiempo presente y el futuro.» Reime de su proposicion, creyendo que aun estaba dormido, y él, picado, prosiguió diciendo: «No os burleis de los sueños, los cuales hacen divino al hombre con el conocimiento de lo futuro, atributo por naturaleza reservado á Dios; porque en ellos, como en un teatro, se le representan en diversas figuras las cosas que han de suceder y á veces las sucedidas, para advertimiento propio y ajeno; y así, no es torpe ni ocioso el tiempo que dormimos, ni lo dejamos de vivir; porque seria engaño de la naturaleza el haber defraudado al aliento de la vila la mitad della; y es conforme á razon que,siendo el hom bre por su entendimiento una semejanza de Dios, y h biendo dado dos tiempos, uno de vigilia y otro de sueño, no le habia de faltar en ambos el ejercicio desta semejanza, teniendo por tan largo espacio de tiempo enajenados y inútiles los sentidos. Para el remedio pues de ambos inconvenientes dispuso la divina Providencia que, como en la noche presiden la luna y estrellas con la luz prestada del sol, para que careciendo de su presencia no careciesen de sus rayos, así tambien dispuso que la fantasía y las operaciones intelectuales se ejercitasen en el desvelo del alma mientras duerme el hombre, á pesar de la humedad del celebro; y como es inmortal el alma y entonces se halla en cierto modo fuera de los engaños del cuerpo, por estar impedido, se une á sí misma y obra con destino superior, reconociendo lo futuro, para que ni este acuerdo ni esta presciencia faltasen al hombre, imágen de Dios.» Este devaneo agudo de Cardano me pareció peligroso para conferido, y sin replicalle me retiré. Vimos á un lado y otro muchos hornillos encendidos, con gran variedad de redomas, alambiques y crisoles, en que estaban ocupados infinito número de hombres, todos pobres y rotos, abrasados del fuego, tiznados del humo y manchados de los mismos olios y quintas esencias que sacaban. Su ejercicio era aplicar mixtiones, procurando las alteraciones, corrupciones, sublimaciones y trasmutaciones de las materias. Su lenguaje era extraño al plomo llamaban Saturno, al estaño Júpiter, al hierro Marte, al oro Sol, al cobre Vénus, al azogue Mercurio, y Luna á la plata: gente espléndida y rica en los vocablos, en lo demás pobre y abatida, que cobraba en humo sus grandes esperanzas. Luego conocí que eran alquimistas, y me doli mucho de vellos tan laboriosamente ocupados en aquella vana pretension de engendrar metales, obra de la naturaleza, en que consume siglos. Allí (¡oh gran locura!) para hacer oro consumian el poco que tenian, pertinaces en aquel intento, sin conocer cuán imposible es al arte introducir nuevas formas, ni que aun acompañada de la naturaleza pueda pasar los metales de unas especies en otras. Lo que mas admiré fué que muchos príncipes, arrimado el ceptro, hinchaban los fuelles para animar las llamas, con no menos cudicia que los demás. Nu pudimos sufrir la vehemencia del olor de aquellas sales, de cuyas cocciones nacian efectos nunca imaginados de la filosofía; y penetrando por aquellas confusas sombras, se nos ofrecieron á la vista las sibilas: la Délfica, la Eritrea, la Pérsica, la Líbica, la Cumea, la Tiburtina y otras ; unas arrimadas á simulacros de Apolo y otras á las bocas de ciertas cuevas en forma de templos; todas inflamadas y arrebatadas de un espíritu celestial, y puestas en un furioso éxtasis, casi incapaces á tanta divinidad; las cuales, ya en voces, ya en hojas de árboles daban sus oráculos ó respuestas, y confusamente descubrian los futuros sucesos. Después dellas, Hiarco, uno de los bracmanes; Hérmes, egipcio; Zoroástes, persa, y Buda, babilónico, con gran atencion consideraban los principios y causas de las cosas, la recíproca conexion de los elementos, sus combinaciones, la generacion y corrupcion de los mixtos, las impresiones meteorológicas, los ciegos movimientos de la tierra, la naturaleza de las yerbas, plantas, piedras y animales; y ya con la fuerza de la misma naturaleza, ya con varios círculos, caractéres y rumbos animados con trémulas invocaciones de espíritus, obraban maravillosos efectos. Allí los nigrománticos susurrando lamaban las sombras infernales infundidas en aparentes cuerpos de difuntos. Los pirománticos adivinaban echando pez deshecha en el fuego y notando el estrépito de las llamas, su luz clara ú escura, derecha ó torcida. Lo mismo consideraban en ciertas teas encendidas, escritos en ellas varios caractéres. Los hidrománticos hacian pronósticos por anillos pendientes en vasos de agua, y por el movimiento y ruido de las olas. Los-aerománticos por las impresiones del aire, en cuyos escuros espacios formaban varias figuras. Los sicománticos por hojas de higuera ó salvia, escritos nombres en ellas, y arrojadas al viento. Los clerománticos por las hojas de los libros de Homero ó Virgilio. Los geománticos por puntos iguales ó desiguales, los cuales reducian á los signos del cielo, juzgando por ellos como por las casas del zodiaco. Los quirománticos por las rayas de las manos, notando sus colores encendidas ó pálidas,sus principios y fines, sus vueltas y cortaduras. Entre estos asistian los augures, haciendo juicio de los sucesos futuros por los vuelos de las aves, derechos ó torcidos. Los arúspices por las entrañas de los animales, si estaban ó no gastadas, atendiendo al color del hígado y del corazon, y á los movimientos y mudanzas de la sangre. Otros por el relincho de los caballos, por el piar ó picar de los pollos, y por otras cosas semejantes formaban agüeros y pronosticaban los sucesos prósperosy adversos. Peligrosa me pareció la conversacion y trato de esta gente; porque, si bien el entendimiento conocia la supersticion de sus oráculos y la vanidad de sus pronósticos, se dejaba lisonjear dellos la voluntad, llevada de no sé qué secreta inclinacion de saber lo futuro; fuerza de aquella parte de naturaleza divina que está en las almas, que, como emanaron de la eterna sabiduría de Dios, auhelan por parecerse á su Criador en aquello que solamente es propio de su divinidad, que es la sciencia de los futuros contingentes; y así, no tenemos la misma curiosidad de saber lo que sucedió; aunque no hay diferencia alguna de los sucesos pasados, si se ignoran, y de los futuros, si no se saben. Á un lado se levantaban dos collados en forma de mitra recamada con torzales de lauros y mirtos entre racimos de perlas, que dejaban pendientes de los ramos los traviesos saltos de una clara y apacible fuentecilla, aborto animado de la coz del caballo Pegaso, á cuya herradura debieron ingeniosos errores las edades. Al rededor desta cristalina vena, nacida con mas obligaciones á la naturaleza que al arte, estaban ociosamente divertidos Homero, Virgilio, el Tasso y Cámoes, coronados de laurel, incitando con clarines de plata á lo heróico. Lo mismo pretendia Lucano con una trompeta de bronce, encendido el rostro y hinchados los carrillos. Con mas suavidad y delectacion tocaba 1 Ariosto una chirimía de varios metales. Acompañaban este concierto músico Píndaro, Horacio, Catulo, Petrarca y Bartolomé Leonardo de Argensola, con liras de cuerdas de oro; á cuyo son Eurípides y Séneca, calzados el pié derecho con un coturno vistoso y grave, y Plauto, Terencio y Lope de Vega con zuecos danzaban mara villosamente, dejando con sus acciones purgados los afectos y pasiones del ánimo. Por aquellas vecinas faldas apacentaban su ganado Teócrito, Sanazaro y el Guarino, con pellicos de blancos y suaves armiños, y entonando con alternativos coros sus flautas y albogues, les hacian tan dulce música, que las cabras dejaban de pacer por oillos. Todo lo notaban Juvenal, Persio, Marcial y don Luis de Góngora, y sin respetar á alguno, picaban á todos agudamente con unas tablillas en forma de picos de cigüeña. No me pareció que estábamos seguros de sus mordaces lenguas, y nos retiramos apriesa de aquella fuente; y en lo alto de uno de sus collados vimos al rey don Alonso, aquel que entre los reyes de España merecio nombre de Sabio; el cual, con gran elevacion de ánimo, levantado á los ojos un astrolabio, observaba en la parte austral del cielo entre las constelaciones de Hércules y Bootes la latitud de la corona de estrellas de Ariadna, sin advertir que al mismo tiempo le quitaban la suya de la cabeza. No admite el arte de reinar las atenciones y divertimientos de las sciencias, cuya dulzura distrae los ánimos de las ocupaciones públicas y los retira á la soledad y al ocio de la contemplacion á las porfías de las disputas; con que se ofusca la luz natural, que por sí misma suele dictar luego lo que se debe abrazar ó huir. No es la vida de los príncipes tau libre de cuidados, que ociosamente pueda entregarse á las sciencias. y Después destas soledades deshabitadas entramos en lo poblado y culto de la ciudad, que reconocida por dentro no correspondia á la hermosura exterior; por 1 Edicion de Ambércs: sonaba, das en mármol; y los que lacian repertorios á los libros eran ganapanes que trabajaban para los demás. que en muchas cosas era aparente y fingida, levantadas algunas fábricas sobre falsos fundamentos, ocupados sus habitadores en fabricar con mas vanidad que juicio obras nuevas con las ruinas de unas y con los materiales de otras; en que toda aquella ciudad andaba revuelta y embarazada, con mas confusion que fruto de su vana fatiga, que renovaba y no engrandecia la república; antes la defraudaba de aquel lustre y aumentos que luviera, si sus hijos entre sí compitiesen en buscar nuevas trazas y materias de palacios y otras obras públicas. Los ciudadanos estaban melancólicos, macilentos y desaliñados. Entre ellos habia poca union y mucha emulacion y invidia. Allí eran nobles los aventajados en las artes y sciencias, de cuya excelencia recibian lustre y estimacion, y los demás hacian número de plebe, aplicándose cada uno al oficio que mas frisaba con su profesion; y así, los gramáticos eran berceros y fruteros, que de unas tiendas á otras con verbosidad y arrogancia se deshonraban unos á otros, motejando tambien á los que pasaban á vista dellos, sin tener respeto á ninguno. A Platon llamaban confuso, á Aristóteles tenebroso y giboso, que entre escuridades celaba sus conceptos ; á Virgilio ladron de versos de Homero, á Ciceron tímido y superfluo en sus repeticiones, frio en los principios, ocioso en las digresiones, pocas veces inflamado, y fuera de tiempo vehemente; á Plinio rio turbio, acumulador de cuanto encontraba ; á Ovidio fácil y vanamente fecundo, á Aulo Gelio derramado, á Salustio afectado, y á Séneca cal sin arena. En esta república, como en la de los egipcios y lacedemonios, se tenia por virtud el hurtar con pretexte de imitacion; y así, los oficiales unos á otros se haciaa grandes robos, y cada dia se veian levantadas nuevas tiendas con mercancías ajenas. Los que mas se aprovechaban desta licencia eran los letrados y poelas; aquellos por la variedad de libros y escritos de que se valen, y estos porque, como entraban á vender sus juguetes por las casas, hurtaban dellas las mejores alhajas. Gobernaban esta ciudad diversos senadores autorizados por su ancianidad y experiencia, entre los cuales estaba dividido el cuidado público. Plutarco, Tito Livio, Dion y Apiano gobernaban las cosas del puebl; Julio César, Veleyo, Amiano y Polibio las militares; Tácito las políticas; censores eran Diodoro, Mela y Estrabon. Y porque ningun cuerpo de reino ó república se puede mantener sano (aunque su cabeza sea de buen consejo y estén perfectamente organizados sus miembros) si el estómago, que es el secretario, no fuere tan robusto, que sin iudigestiones de despachos cueza biea las materias, y con práctica y conocimiento político suministre á cada una de las partes la substancia que ha menester, se servia esta república de Suetonio Tranquilo, varon grande, criado en negocios, versado entre naciones, celoso, prudente y secreto. Por una calle venia Mecénas en una litera de varios colores, recostado en un lecho y llevado de ocho escla vos vestidos á la soldadesca. A su lado iba Virgilio á Los críticos eran remendones, ropavejeros y zapa- pié, dándole quejas de Horacio porque, olvidado de las teros de viejo. Los retóricos saltimbancos, que vendian quintas esencias y acreditaban con gran copia de palabras algunos secretos medicinales. Los historiadores casamenteros, por las noticias que tienen de los linajes y intereses ajenos. Los poetas vendian por las calles jaulas de grillos, ramilletes de flores, melcochas y mantequillas, chochos y muñecas. Los médicos eran carniceros, enterradores y ejecutores de justicia; y porque aquella república, como tan discreta, no admitia boticas, se aplicaban los boticarios á forjar armas y fundir piezas de artillería, y en lugar dellos, Dioscórides vendia yerbas y otras drogas ó simples por las calles. Los astrólogos se aplicaban á la navegacion y agricultura. Los perspectivos eran mercaderes, que sabian disponer la luz á sus tiendas para hacer mas hermosas sus telas. Los lógicos eran corredores, mohatreros y regatones. Los filósofos, jardineros. Los juristas, lenceros y de otros oficios de vara. Los inclinados á juntar centones y sentencias ajenas y á componer dellos una obra, se daban á hacer escritorios de taracea y mesas de diversas piedras engasta mercedes y honras recibidas, habia murmurado del en nombre de Maltino, que traia la toga arrastrando. Reime del caso, y mas de Mecénas, porque gastaba su hacienda en la proteccion de un liberto atrevido, sin advertir cuán peligrosos son los ingenios agudos y picantes, y cuánta prudencia es estimallos y no tenellos cerca; porque, provocados de su misma agudeza, ofenden á quien tienen presente, sin disimulalle sus faltas; no habiendo gratitud tan poderosa con el amor propio, que pueda obligalle á retener dentro del pecho un buen dicho sin que salga á los labios. Apuleyo en un asno alazan se paseaba por la ciudad, no con poca risa del pueblo, que, corriendo tras él, unos le silbaban y otros le llamaban cuatrero, porque era fama habelle hurtado. ¡Oh cuán fácilmente admite el vulgo por cierto las calumnias en los varones grandes! A quien antes no volvia el rostro, aunque lo debia á la admiracion de su talento, ahora, por una voz levantada de la invidia, todos le miran y notan. Así sucede (sea consuelo de la virtud) á la luna, que en sus trabajos y defetos halla fijos los ojos todos del mundo, y nadie repara en ella cuando llena de luz va ilustrando sus horizontes. Haciendo frente á una calle ancha se levantaba un hermoso edificio, cuya grandeza mostraba que era obra pública; y preguntando al sacerdote por ella, me dijo que era la casa de los locos, destinada mas para 'distincion dellos que para su cura, porque á ninguno le impedian el ejercicio de sus caprichos y temas. ExIcusada me pareció aquella separacion en ciudad que podia toda ella servir de lo mismo, siendo su poblacion de los mayores ingenios del mundo, y no habiendo alguno grande sin mezcla de locura. Dos porteros estaban á la puerta, mas atentos á vencer lo casi imposible de sus empresas que á los que entraban y salian. El uno, macilento y desvelado con un compás en la mano, procuraba sacar sobre una pizarra negra la cuadratura del círculo, y el otro, con mas cudicia que gloria, formaba un instrumento matemático, con que se persuadia haber hallado en la navegacion la certeza de la longitud. En unos salones grandes habia notables humores. Allí estaban los discípulos de Raimundo Lulio volteando unas ruedas, con que pretendian en breve tiempo acaudalar todas las sciencias. Muchos seguian á Tritemio, deseosos de penetrar su Esteganografia, en que por medio de cuatro espíritus de los cuatro ángulos del mundo pensaba haber hallado el modo de dejarse entender como ángel sin explicar con la lengua sus conceptos; invencion que á los ignorantes parecia diabólica, y no contiene mas que una cifra del abecedario. Algunos se desvelaban en leer piedras y medallas ya roidas del tiempo, y visitar los fragmentos ó cadáveres de los edificios, dejándose caer para contemplallos por las entrañas de la tierra, donde los sepultó el largo curso de los años. Otros hacian enigmas, laberintos, anagramas, repertorios, y trabajaban en traducir, glosar y componer versos de centones, en cuya ocupacion, después de una larga atencion, la obra era ajena, y solamente propio el trabajo. Otros juntaban, á favor de los perezosos, ramilletes de flores y sentencias de varios autores, en que antes merecian pena que premio, pues deslustraban aquellas sentencias, que fuera de su lugar son como piedras sacadas de su edificio, donde hacen labor, ó como moneda de vellon fuera de los reinos donde se acuña y corre. Algunos muy apriesa se paseaban encomendando á la memoria aforismos y brocárdicos para parecer dotos; y otros con la misma ambicion se aplicaban á saber los títulos de los libros y tener ciertas noticias'generales de sus materias, con que en todas las conversaciones hacian una vana ostentacion de las sciencias. En una sala vi un gran número de filósofos desvalidos y maltratados: tales eran las aprensiones disformes en que los habia puesto el continuo estudio; los cuales, procurando la quietud y felicidad de la vida, eran los que mas miserablemente la pasaban, todos dados á la especulacion de las cosas, y para asistir mejor á ellas, unos se habian sacado los ojos, otros cortado la lengua, otros se abstenian de la carne y las demás delicias del gusto 1. El desvelo los tenia tan flacos y 1 Edicion de Ambércs: otros se abstenian del humo de la carne y de las mas delicias del gusto. macilentos, que, seco y sin substancia el celebro, daban en caprichos extraordinarios. Algunos aborrecian la vida y se desesperaban; otros acusaban á la naturaleza en la composicion y miserias del hombre, corridos de haber nacido; quién desconocia el recato natural en las acciones de la generacion; quién decia de sí que se mudaba en varias formas; quién referia haber sido antes pez, después árbol, y últimamente hombre; quién, despreciando los edificios, vivia en una cuba ; quién temia que se le habia de huir el alma ; quién que se le llevase el viento, y lastreaba con suelas de plomo las sandalias. Por entretenimiento los junté, preguntándoles qué sentian de la naturaleza y substancia del alma; y unos me respondieron que era fuego, otros aire, otros armonía, otros número, otros luz, otros anhélito, otros espíritu; unos que era mortal, otros á tiempos mortal y á tiempos inmortal; y hubo quien afirmó, como si la hubiera visto, que bajaba volando á los cuerpos desde una selva celestial donde vivia, y que entrando en ellos perdia las alas, volviendo á cobrallas al salir. Desvanecido me tenian tan notables locuras; y saliendo de allí, oimos en el zaguan de una casa mucha gento; y llevándome á él la curiosidad, reconocí á Galeno haciendo anatomía de algunos cuerpos humanos, y que entonces desecaba cabezas de príncipes, en las cuales mostraba á Vesalio Farnesio y á otros que con atencion le asistian, que faltaban en ellas las dos celdas de la estimativa, cuyo asiento es sobre la fantasía, hija de la memoria, que está en la última parte del celebro, y que estas dos potencias estaban reducidas y subordinadas á la voluntad, en quien se hallaban incluidas. Parecióme novedad que la composicion y órganos de los príncipes se diferenciasen de los demás, y que era gran inconveniente que aquellas potencias tan necesarias faltasen ó fuesen gobernadas de la voluntad ciega y desatentada; y queriendo preguntar la causa, lo impidió un alboroto del pueblo, que ciegamente corria á unas partes y á otras por haberse esparcido voz que el emperador Licinio, como tan enemigo de aquella república, venia sobre ella con grandes tropas de godos y vándalos. La confusion era notable; y los que antes del caso parecian prevenidos y ingeniosos, se hallaban en élinútiles para la ejecucion de los remedios. Hiciéronse muchos consejos, en que entraron los senadores de esta ciudad y los cuatro grandes consejeros de estado, Platon, Aristóteles, Jenofonte y Cornelio Tácito; unos y otros estimados por varones insignes, y que en sus escritos se habian mostrado juiciosos y de acertadas máximas; pero habiéndolas de obrar en esta ocasion, se confundieron entre sí con la variedad de resoluciones que les ofrecia el ingenio, sin que el juicio se pudiese afirmar en alguna dellas, como gente ajena de la prática, y sin experiencia de semejantes accidentes; y si bien intentaron algunas defensas, fueron con medios tan impraticables (aunque parecian sútiles), que luego se descubrió cuán inútiles serian, y cuánto yerran los que fian el gobierno público de ingenios especulativos y entregados á las sciencias, irresolutos y dudosos con la variedad de opiniones, pertinaces con la viveza de los argumentos, y peligrosos con la noticia de los ejemplos, pocas veces bien aplicados al caso presente; por lo que se varian los accidentes con las mudanzas del tiempo, siendo los casos tau diversos entre sí como lo son los rostros. De esta confusion los libró un aviso cierto de que se habia dado arma falsa, porque el Emperador estaba muclas jornadas de aquella ciudad; con lo cual volvió á su quietud y sosiego, y yo pasé adelante; y entrando por una plaza, vi á Alejandro de Alés y á Escoto haciendo maravillosas pruebas sobre una maroma; y habiendo querido Erasmo imitallas, como si fuera lo mismo andar sobre coturnos de divina filosofía que sobre zuecos de gramática, cayó miserablemente en tierra, con gran risa de los circunstantes. A un lado de la plaza estaban retirados Crícias, tirano de Aténas; Epicuro, Diágoras y Teodoro, que con gran recato de no ser oidos, discurrian entre sí con voz baja y tales demostraciones de temor, que esto mismo encendió en mí mayor deseo de saber lo que trataban; y arrimándome á ellos, vi que Crícias con libres y sacrílegos labios decia que habian sido muy ingeniosos y po líticos los primeros legisladores del mundo, pues reconociendo que no bastaba el rigor de las leyes á corregir | los vicios de los hombres, porque no tenian imperio sobre los ánimos, ni podian refrenallos con el temor para que no maquinasen internamente ni obrasen cuando no hubiese testigos de sus acciones, inventaron que habia Dios, á quien los mas íntimos pensamientos estaban patentes, y que después de esta vida tenia premios eternos para las virtudes y penas para los vicios. Aprobaban los demás esta traza, desconocidos á su Criador; y Epicuro con mayor fuerza la daba por cierta, comoquien queria gozar de sus delicias temporales sin los temores internos del ánimo; pero juzgaba conveniente conservar este engaño en el vulgo, porque sin él no habria seguridad en las haciendas ni en la vida. Yo extrañé la impiedad de aquellos necios ateistas, y con atencion los miré al rostro si tenian ojos, porque solamente en quien no los tuviese podia caer aquella ignorancia; que es lo que movió á los egipcios á significallos por un hombre pintado con los ojos en los piés; porque si los tuviera levantados mirando al cielo, y contemplase aquel planeta padre de la luz y conductor de innumerables escuadrones de estrellas, aquel movimiento continuo de las esferas, aquella divina arquitectura, incomprensible al ingenio humano, en quien ni el poder ni el arte de los hombres pudo tener parte, confesaria Juego una primera causa, y bajando con humildad la vista, adoraria en la naturaleza una eterna Sabiduría y Omnipotencia. Impaciente pregunté á Marco Varron por qué se permitia en aquella república una gente tan ignorante y sin religion, opuesta en esto á todas las naciones, de tan viles pensamientos, que, procurando todos los hombres hacerse eternos y que no se acabase la vida con la muerte, ellos sustentaban con sus opiniones la mortalidad del alma y el ser iguales en esto á los demás animales. «Donde se disputa (me respondió) es fuerza que haya valedores de todas las opiniones, por extravagantes que sean, y en los ateistas prevalece mas la malicia que la ignorancia. Así engañan la libertad de sus costumbres, á pesar de la luz natural. Contagiosa me pareció la compañía de tales filósefos, y aun no quise detenerme en la plaza donde estaban, si bien me llamaba la variedad de cosas que des cubria en ella; y entrando por una calle, vi á Luciano, que llevaba consigo á Plinio, Aldrobando y Gesnero, filósofos naturales, á que oyesen el último canto de na cisne que estaba para espirar, cuya música y suavidad en aquellos postrimeros acentos de la vida es tan cel brada. Fuíme tras ellos, y junto á un estanque les mostró muriéndose un asno rucio. Celebré la burla, y cho mas que Luciano, con su acostumbrada disimulacion y agudeza, quisiese persuadir que habia sido trasformacion de los dioses, para que ninguno presumiese que por ser cisne no podia morir asno. Mas adelante encontré al buen Diógenes, que con un espejo de propio conocimiento, donde se representaban al vivo los vicios y virtudes de quien se miraha en él, iba por las calles convidando á los ciudadanos á tal conocimiento. Pero ninguno hubo que se quisiese mirar, y mirándose conocerse; de que maravillé mucho, por ser aquella república de hombres al parecer cuerdos y dotos; y con deseo de excusallos, cargué la cons deracion, y discurrí entre mí si acaso, como balia Dios con particular providencia formado de tal suerte al hombre que no se pudiese ver el rostro, porque si le tuviese hermoso no estuviese á todas horas desva necido y enamorado de sí mismo, y si feo, no se abor reciese; así tambien le habia dificultado el conocimient de sus propios yerros y faltas, y principalmente de las del entendimiento; porque, como este es el que le diferencia de los demás animales y quien le da una como divinidad sobre todos, no viviese descontento si llegase á conocer sus defetos; de donde nacia que en los de poco ó mucho ingenio habia una misma felicidad que los igualaba, por la satisfacion y opinion que tienen de sí mismos, sin haber quien ceda al otro en las calidades del ánimo. diver con Apenas hubo pasado Diógenes, cuando, volviendo el rostro, vi salir de su casa á Arquímedes, la frente corrida á los ojos, y estos en tierra, tan suspenso y tido en la invencion de sus máquinas, que llevaba des calzo un pié, y un bonete colorado en la cabeza, que dormia de noche, sordo á la grita y matraca del pueblo, que con gran risa le seguia; con que conocí cuán inútiles y ineptos son para todas las acciones urbanas y ejercicios de corte los que sin moderacion se entregan á la especulacion de las sciencias, fuera de las cuales no parecen hombres, sino troncos inanimados. A la puerta de un barbero estaba Pitágoras persua diendo á otros filósofos la trasmigracion de las almas |