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pudo, parando los golpes que le asestaban yan-
pero Alain no tardó en conocer que D. Pedro era
abandonó al que atacaba, diciendo à voces: «Es-
de Aragon.» D. Pedro, que se hallaba precisamente
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de guardar por mas tiempo un incognito que repugna-
su conocido valor, se mostró abiertamente, gritan-
Ciertamente que no es el rey, pero aquí está! Y
al decir esto una maza de armas turea, derribé de un
giuete francés que se le puso por delante
mas crude de la pelea, haciendo prodigios de valor y

rey de

Aragon.

hé la embestida de D. Pedro, tanto, que parece descon- Muerte del momento á sus contrarios; sin embargo, Alain y Fbaimaron el valor de los suyos, aturdidos ante las prozas Haba ba un hombre solo, y le rodearon por todas partes, a verdadera carnicería en los caballeros que junto à

&Boucy et mess. Flourens de Villes viren celui qui avoit vestir les arme sous tout ensemble: cila se deffendi au mieux qu' ilz peut; mais er ericit meilleurs chevaliers; de trop, si s' escrid, et dist cils molz ene Quant li roys de Arragonne, qui estoit assez prés du chevalie et ne se volt plus celer, ains haschd & haulte voix : voirement une macque turcoise, comme als qui estoit bons chevaliers chevalier dels nostres, et le fist volar & terre jus de cheval, veilles d'armes. (Crónica de Balduino de Avesnes).

TON. 11.

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tados por el primer favor que acababan de deber á la suerte de las armas, se arrojaron como una avalancha sobre el cuerpo de tropas aragonesas, que resistieron valientemente la primera embestida. El choque fué tan violento que, para servirnos de la poética frase de un cronista provenzal, el estruendo de las armas se parecia al que hacen una cuadrilla de leñadores cuando derriban á hachazos los árboles seculares de un bosque.

La segunda línea del ejército de los cruzados acudió para sostener á la primera en aquel instante decisivo, y el cuerpo mandado por D. Pedro se vió envuelto por todas partes. Dos caballeros franceses, llamados Alain de Roucy y Florencio de Ville, que parece se habian desafiado á quien de ellos daria muerte al rey de Aragon, contando con su muerte asegurar la victoria, se precipitaron á un tiempo hácia el caballero que veian revestido con sus armas y consiguieron llegar hasta él á través de los combatientes. El caballero se defendió lo mejor que pudo, parando los golpes que le asestaban y dándolos á su vez; pero Alain no tardó en conocer que D. Pedro era mejor caballero, y abandonó al que atacaba, diciendo á voces: «Este no es el rey de Aragon.» D. Pedro, que se hallaba precisamente no léjos de Alain en aquel momento, dió de espuelas á su caballo, y sin cuidar de guardar por mas tiempo un incógnito que repugnaba de seguro á su conocido valor, se mostró abiertamente, gritando á su vez: Ciertamente que no es el rey, pero aquí está! Y enarbolando al decir esto una maza de armas turca, derribó de un golpe al primer ginete francés que se le puso por delante, y se arrojó á lo mas crudo de la pelea, haciendo prodigios de valor Y dando realmente pruebas de ser uno de los caballeros mas valientes, mas cumplidos y de mas corazon de su época (1).

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Terrible fué la embestida de D. Pedro, tanto, que parece descon– certó por un momento á sus contrarios; sin embargo, Alain y Florencio reanimaron el valor de los suyos, aturdidos ante las proezas que ejecutaba un hombre solo, y le rodearon por todas partes, haciendo una verdadera carnicería en los caballeros que junto à él se

(1) Alains de Roucy et mess. Flourens de Villes viren celui qui avoit vestir les armes le roy d' Arragonne: si li coururent sous tout ensemble: cilz se deffendi au mieux qu' ilz peut; mais mess. Alains se perceut bien que li roys estoit meilleurs chevaliers; de trop, si s'escriá, et dist cilz molx envers le roy d' Arragonne: ce n'est ilz mie. Quant li roys de Arragonne, qui estoit assez prés du chevalier, oy ces paroles, ilz fery des esperons, et ne se volt plus celer, ains haschá á haulle voix : voirement ce n'est il mie; mais vées le cy: et haustche une macque turcoise, comme alz qui estoit bons chevaliers, et vaillant, et de gran euer, et enfiert un chevalier dels nostres, el le fist volar á terre jus de cheval, et puis se lança en la presse et la fist merveilles d'armes. (Crónica de Balduino de Avesnes).

TOM. II.

22

Muerte del

rey de

Aragon.

habian agrupado. D. Pedro no cesaba de herir y matar á su vez gritando Aragon! Aragon! pero casi todos los que permanecieron á su lado estaban muertos ó heridos (1), y él, entonces, viendo ya perdida la batalla, viendo el destrozo hecho en los suyos, decidió hacer lo único que hacer podia en tal trance un rey de Aragon: morir como bueno en el campo. «Nuestro padre el rey En Pedro dice con sublime laconismo en su crónica su hijo D. Jaime, murió en aquella batalla siguiendo la divisa que han tenido siempre los de nuestro linaje y que Nos seguiremos siempre: Morir ó vencer.» Bella y admirable frase en boca de tan gran rey!

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La muerte de D. Pedro no fué solo la señal del desaliento, sino de la derrota. Los condes de Tolosa, de Foix y de Comminjes apelaron á la fuga, arrastrando consigo el resto de la caballería que se desbandó y fué perseguida por los cruzados, los cuales hicieron perecer gran parte de ella. Los infantes, bisoños casi todos, ciudadanos que habian tomado las armas sin esperiencia militar, al verse desamparados de sus jefes, se arremolinaron en lamentable confusion, y se dejaron acuchillar por los caballeros de la cruz, que continuaron aquel dia su obra de matanza y de saqueo en el santo nombre de Dios y en el de la fraternidad cristiana.

Simon de Montfort, como hábil general, se puso á la cabeza de la retaguardia, y fué marchando lentamente en órden de batalla para sostener sus tropas, que se habian dispersado en persecucion de los fugitivos, á fin de que, si los enemigos llegaban á recobrarse, encontrasen aquellas una retirada segura cerca de él. No fué sin embargo necesario. La derrota de los aliados era completa. Los fugitivos que llegaron á Tolosa, sembraron la consternacion en esta ciudad, que no debia tardar en entregarse á las armas cruzadas, y hubo tal afan por huir, que muchos se lanzaron al Garona para pasarlo á nado pereciendo entre sus aguas. Fué aquella una funestísima jornada para los condes aliados, que se desbandaron, yendo el conde de Tolosa á refugiarse en Inglaterra, despues de haber visto pasar á cuchillo la flor de su milicia. De quince à veinte mil hombres, solo por parte de los aliados, sucumbieron en los campos de Muret ó en las olas del Garona.

(1) Lo qual rey d'Aragó quand á vista la gran tuaria et desconfitura que l'on fasia de sas gents, el s' es melut á cridar tant qu' á pousgul, Aragó, Aragó: mais, nonobstant tot son cridar, el meleys y demourel, el fonc luat sur lo camp, amay tolas sas gents, ne escapet alcun, que fouc grand domatge de la mort de dil rey. (Crónica del Anónimo provenzal).

Entre los principales señores aragoneses que fueron muertos al lado de su rey, habia Aznar Pardo, su hijo Pedro, Gomez de Luna y Miguel de Luesia. No se sabe que sucumbiese ningun catalan de cuenta. D. Jaime el Conquistador, en su crónica, atribuye principalmente la pérdida de la batalla á la falta de plan y á que cada caballero peleó por sí, contra ley de armas. A tenor de lo que dice este monarca, su padre llevaba consigo á los nobles de Aragon Miguel de Luesia, Blasco de Alagon, Rodrigo Lizana, Ladron y Gomez de Luna, Miguel de Rada, Guillermo de Pueyo, Aznar Pardo y muchos otros, y á los catalanes Dalmau de Creixell (hijo sin duda del que murió en las Navas), Hugo de Mataplana, Guillermo de Horta, Bernardo de Castellbisbal y otros. Muchos de estos caballeros, dice, abandonaron al rey en la refriega, en la cual no estuvieron Nuño Sanchez y Guillermo de Moncada, los cuales acudian con las tropas de refuerzo que sin duda habian levantado en Cataluña. Estos dos nobles caballeros enviaron un mensaje al rey antes de comenzarse la batalla para que les esperase, pero D. Pedro no quiso hacerlo, fiando demasiado en su valor y en el de los suyos.

Simon

de Montfort

ante el cadáver

Simon de Montfort, el ambicioso é implacable caudillo de los cruzados, despues de haberse apoderado de todo el botin del campo enemigo, en el que halló riquísimos despojos, ordenó que se guar- de D. Pedro. dara cuidadosamente á los prisioneros, parte de los cuales murieron en los hierros, rescatándose los otros á costa de gruesas sumas. Terminado todo, el campeon de la cruzada pasó á visitar el campo de batalla, y allí pidió á Manfredo de Belveze y á otros caballeros que estaban presentes cuando muriera el rey de Aragon, que le enseñasen el sitio donde este monarca habia muerto combatiendo. Lleváronle allí, y bien pronto reconoció el cuerpo de D. Pedro, que halló en tierra y desnudo, pues la guarnicion de Muret habia salido en pos de la victoria de los cruzados, y despues de haber acabado de matar á los heridos que habian permanecido en el campo, despojó completamente á los muertos. Cuéntase que Simon de Montfort, al ver á su enemigo tendido en el suelo, ensangrentado y desnudo, no pudo contener el llanto, y los sollozos embargaron su voz al dar disposiciones para retirar el cadáver. Tambien lloró César sobre la cabeza ensangrentada de Pompeyo (1).

(1) Las autoridades para todo lo referente à la batalla de Muret y guerra de los albijenses, se hallarán en la crónica en verso de Guillermo de Tudela, en las crónicas latinas de Guillermo de Puilaurens y Pedro de Vaux-sernai, en la francesa del conde de Avesnes, en la provenzal-catalana

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