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ES PROPIEDAD DE LOS EDITORES

PARTE TERCERA

INTRODUOCION A LA EDAD MODERNA

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ESPAÑA AL ADVENIMIENTO DE LA CASA DE AUSTRIA

I. Consideraciones sobre la transición de la edad media á la edad moderna.-II. Trasformación social en España.-Carácter de la guerra y conquista de Granada: importancia y trascendencia de este suceso: unidad religiosa.-III. Reflexiones sobre el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo.-Unidad del globo.-Relaciones generales de la humanidad.-Destino de la gran familia humana.-España pone en contacto los dos mundos.-Síntomas de marcha hacia la fraternidad universal.IV. Guerras de Italia.-El rey Fernando y el Gran Capitán.-Conquista de Nápoles.-Preponderancia de España en Europa.-V. Diplomacia europea.- Confederaciones y ligas.-Sagacidad política de Fernando.-VI. Las conquistas de España en Africa. Cisneros y Navarro.-VII. Sobre la incorporación de Navarra á Castilla.-Unidad nacional.-VIII. Pensamientos y proyectos de la reina Isabel sobre la unión de Portugal y Castilla.-Juicio sobre el destino futuro de Portugal.-IX. Organización interior de España.-El trono. -La nobleza.-El estado llano.-Las cortes.-La administración de justicia.-Consejos.-Tribunales.- Legislación.-Costumbres.-Sistema económico.-Medidas restrictivas.-Leyes suntuarias.-Reforma del lujo.-X. El principio religioso en los reyes y en el pueblo.-Sobre el fanatismo y la inmoralidad.-El clero.-Provechosa reforma que hizo en él la Reina Católica. -Conducta de Isabel y Fernando con la corte pontificia.-Regalías de la corona.La Inquisición.-Bautismo y expulsión de los moriscos.—Ideas religiosas de aquella época.-XI. Errores políticos y económicos en el sistema de administración colonial de América.-Crueldades con los indios.-Abundancia de oro y plata en España.Pobreza de la nación en medio de la opulencia.-Sus causas.-XII. Hombres insignes que florecieron en este tiempo en España.--Capitanes y guerreros.-Sacerdotes y prelados.-Diplomáticos y embajadores.-Jurisconsultos y letrados.-Profesores y literatos ilustres.-Mujeres célebres.-Sabios extranjeros que vinieron á ilustrar la España y á naturalizarse en ella.-Diferente conducta de Isabel y Fernando con los grandes hombres de su tiempo.-XIII. Estado general de la monarquía española cuando vino á ocupar el trono la dinastía austriaca.

I. «El reinado de los Reyes Católicos, dijimos en nuestro discurso preliminar, es la transición de la edad media que se disuelve á la edad moderna que se inaugura.>>

Pocas veces en tan breve plazo ha entrado un pueblo en un nuevo desarrollo de su vida. Entre la edad antigua y la edad media de España se interpuso el largo y no bien definido período de la dominación goda; trescientos años y treinta reyes. Menos de medio siglo ha sido bastante

para obrar la transición de la edad media á la edad moderna española: cuarenta años y un solo reinado. ¡ Tan corto término bastó á dos monarcas para regenerar el cuerpo social! Prueba incontestable de su actividad prodigiosa.

El reinado cuyo bosquejo acabamos de trazar es una de esas épocas en que se ve más palpablemente lo que avanzan de tiempo en tiempo estas grandes porciones de la familia humana que llamamos naciones, en virtud de la ley providencial que las dirige; y en que se ve comprobada una de esas verdades consoladoras que hemos asentado como uno de nuestros principios históricos, á saber: «la humanidad marcha hacia su progresivo mejoramiento, aunque á veces parece retroceder.» El viajero de la edad media parecía caminar por un interminable y desierto arenal, cuyo suelo movedizo se hundía á sus pisadas ó retrocedía bajo sus pies. Al ver su marcha fatigosa y pausada y su andar lento y penoso, se diría que no adelantaba un paso. Al observarle muchas veces, ó parado ante un obstáculo, ó empujado hacia atrás por una fuerza superior, se temería que no había de llegar nunca al término de su viaje.

Y sin embargo, este caminante iba haciendo insensiblemente sus jornadas. Covadonga, Calatañazor, Toledo, Zaragoza, las Navas, Valencia, Sevilla y Granada, son otras tantas columnas miliarias que señalan el itinerario de la edad media española, en su marcha simultánea hacia la unidad geográfica y hacia la unidad religiosa. La unión de las coronas de Asturias, de Galicia y de León en las sienes del primer Fernando, y su incorporación definitiva con la de Castilla en la cabeza de Fernando III; el doble y perpetuo consorcio de los reinos y de los soberanos de Aragón y Cataluña con Petronila y Berenguer; el príncipe Fernando de Castilla llamado á ser el primer Fernando de Aragón, y el segundo Fernando de Aragón venido á ser el quinto Fernando de Castilla, señalan las jornadas de esta múltiple y fraccionada monarquía hacia su unidad social. Los Fueros municipales, el Real, las Partidas, los Ordenamientos y Ordenanzas, las Cortes, son otros tantos pasos hacia la unidad política y social.

Así, á pesar de la disolución que la sociedad española había padecido, y en medio de las luchas, oscilaciones y vicisitudes por que hubo de pasar para regenerarse, lucha de reconquista contra un pueblo usurpador, lucha de independencia contra un dominador extranjero, lucha religiosa contra los enemigos de su fe y de su culto, lucha de rivalidad entre los habitantes de las diversas zonas de la Península, lucha política y civil entre los diferentes elementos constitutivos de los Estados, lucha doméstica entre gobernantes y gobernados, entre las clases, las jerarquías, los individuos de unas mismas familias; á vuelta de tantas luchas y de tantas contrariedades, la sociedad española de la edad media iba de tiempo en tiempo avanzando en la reconquista, ganando en extensión, progresando en cultura, adelantando en su reorganización social, política y civil, porque la ley de la humanidad tenía que cumplirse, y la ley de la humanidad se cumplía.

Los Reyes Católicos, á quienes se debió la general trasformación que hemos visto sufrir á la España, no fundaron una sociedad nueva. Las sociedades no mueren, aunque parezca á veces paralizada su vitalidad, que

es otro de nuestros principios históricos: la edad moderna tenía que ser una modificación de la edad media, como la edad media lo fué de la edad antigua: los tiempos se encadenan; el presente, hijo del pasado, engendra lo futuro, y los períodos de desarrollo de la vida social de los pueblos vienen á su tiempo como los de la vida de los individuos, y unos y otros padecen en los momentos de la crisis.

Cierto que á la mitad y en el último tercio del siglo XV por una larga serie de calamidades había venido la sociedad española, y principalmente Castilla, la monarquía madre, á tan miserable estado de descomposición, de anarquía y de abatimiento, que parecía amenazada de una disolución semejante á la que sufrió en el siglo VIII, y es natural que los que vivieran en aquella edad desventurada se preguntaran: «¿cómo es posible hallar quien levante de su postración y comunique aliento y vida á este cuerpo cadavérico?» Pero la ley providencial tenía que cumplirse, y la manera como se realizó su cumplimiento fué maravillosa.

Si en situación tan desesperada hubiéramos visto sentarse en el trono de Castilla un hombre de edad madura y de robusto brazo, de larga experiencia y de acreditado saber, la regeneración social de España, bien que meritoria, nos hubiera parecido el resultado del orden natural de los sucesos. Mas cuando pensamos en que esta ardua misión fué encomendada á una mujer, á una joven princesa, hija y hermana de los más débiles reyes, y no ensayada ella misma en el arte de gobernar, entonces no puede dejar de mirarse la trasformación con cierto asombro. Si se hubiera debido sólo á Fernando, la miraríamos como la obra admirable de los esfuerzos de un hombre. Si Isabel la hubiera realizado sola, habría quien lo atribuyera todo á la Providencia. Ejecutada por Isabel y Fernando juntamente, representa la obra simultánea de Dios y de los hombres.

Por una cadena de acontecimientos, de esos que en el idioma vulgar se nombran casos fortuitos, que el fatalismo llama efectos necesarios del Destino, y para el hombre de creencias son providenciales permisiones, se vieron Isabel y Fernando elevados á los dos primeros tronos de España, á que ni uno ni otro habían tenido sino un derecho eventual y remoto. Por no menos singulares é impensados medios se preparó y realizó el enlace de los dos príncipes, que trajo la apetecida unión de las dos monarquías. ¿Pero hubiera bastado el matrimonio de los dos príncipes para producir él solo el consorcio de los dos reinos?

Trescientos años hacía que se habían unido en matrimonio un rey de Aragón y una reina de Castilla, y sin embargo, aquel enlace no sirvió sino para avivar los celos, enconar las rivalidades, y encender más las discordias y las guerras entre los naturales de los dos pueblos. ¿Era acaso menos ambicioso de dominio y de poder Fernando II que Alfonso I de Aragón? Con tan arrogantes pretensiones vino el uno como había venido el otro de dominar en Castilla como esposo de una reina castellana. ¿ Cómo, pues, en el siglo XV, con hechos y circunstancias tan análogas y semejantes, se verificó la dichosa unión que estuvo tan lejos de verificarse en el siglo XII?

Obra fué esta, tal vez la más grande (y es en la que menos parece haberse fijado los historiadores), del talento, de la discreción y de la virtud

de Isabel. La hermana de Enrique IV, siguiendo opuesta conducta á la que había observado con su esposo el rey de Aragón la hija de Alfonso VI, supo moderar con suavidad las aspiraciones del aragonés, y reducirle con su prudencia á aceptar un convenio de justa partición de poderes y de mando. Merced al carácter de Isabel, desde el matrimonio hasta la muerte marchan acordes las voluntades de los dos esposos. Isabel parecía ejercer una especie de fascinación sobre Fernando; pero su talismán era solamente su amor, su discreción y sus virtudes. Con él resolvió el difícil problema de poderse regir dos distintas monarquías con un mismo cetro, de poderse gobernar con dos cetros una monarquía misma, y de poder reinar dos monarcas juntos y separados. Isabel, dominando el corazón de un hombre y haciéndose amar de un esposo, hizo que se identificaran dos grandes pueblos. Esta fué la base de la unidad de Aragón y Castilla, y el principio de los grandes progresos de este reinado

II. Halló Isabel cuando comenzó á reinar una nación corrompida y plagada de malhechores, una nobleza díscola, turbulenta y audaz, un trono vilipendiado, una corona sin rentas, un pueblo agobiado y pobre: halló prelados opulentos y revoltosos como el arzobispo Carrillo de Toledo, caballeros ambiciosos y rebeldes como el gran maestre de Calatrava, magnates codiciosos é intrigantes como el marqués de Villena, próceres osados y traidores como Pedro Pardo, ricos delincuentes como Álvaro Yáñez, alcaides criminales como Alonso Maldonado, una competidora al trono incansable y tenaz como la Beltraneja, un rival despechado, presuntuoso y emprendedor como Alfonso V de Portugal, un enemigo poderoso, político y astuto como Luis XI de Francia, un ejército portugués dentro de Castilla, otro ejército francés en Guipúzcoa, y por todas partes tropas rebeldes capitaneadas por magnates castellanos.

A los pocos años los magnates se ven sometidos, los franceses rechazados en Fuenterrabía, los portugueses vencidos y arrojados de Castilla, la competidora del trono encerrada en un claustro, el jactancioso rey de Portugal peregrinando por Europa, el ladino monarca francés firmando una paz con la reina de Castilla, los ricos malhechores castigados, los receptáculos del crimen derruídos, los soberbios próceres humillados, los prelados turbulentos pidiendo reconciliación, los alcaides rebeldes implorando indulgencia, los caminos públicos sin salteadores, los talleres llenos de laboriosos menestrales, los tribunales de justicia funcionando, las cortes legislando pacíficamente, con rentas la corona, el tesoro con fondos, res petada la autoridad real, restablecido el esplendor del trono, el pueblo amando á su reina y la nobleza sirviendo á su soberana. Castilla ha sufri do una completa trasformación, y esta trasformación la ha obrado una mujer.

Sin esta favorable mudanza en los ánimos y en las costumbres públicas y privadas, sin esta variación en el estado social y político del reino, no se hubiera podido realizar la empresa de la conquista de Granada. Por eso los monarcas que la habían concebido supieron aguantar insultos, sufrir injurias, padecer y callar antes de acometerla, hasta contar con elementos para no malograrla. El mérito de la oportunidad fué también de la reina Isabel, que templando la impaciencia, y moderando los fogosos ímpetus

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