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periales á que no aflojaran en la matanza (1). «Matad, matad, les decía, á esos malvados; destrozad á esos impíos y disolutos: no haya perdón; eterno descanso gozará en el cielo el que destruya esa raza maldita: no reparéis en herir de frente ó por la espalda á los perturbadores del sosiego.>> «Pedían confesión algunos, dice el mismo obispo cronista, y no se la daban, ni aun había quien de ellos se doliese; que era una gran compasión verlos padecer así, siendo todos cristianos, amigos y parientes.» A todos los iban desnudando y dejando en carnes, y hasta al mismo Padilla le despojaron de la bordada y relumbrante ropilla de brocado que encima del arnés llevaba puesta. De los así desnudos se contaron más de cien muertos, sobre cuatrocientos heridos, y prisioneros más de mil. De los imperiales no se cuenta que muriese ninguno, lo cual no es de maravillar, pues aunque la derrota de los comuneros fué completa, no hubo batalla, y puede decirse que sólo Padilla y sus cinco escuderos pelearon (2).

Llevaron aquella noche los cuatro capitanes prisioneros al castillo de Villalva, propiedad de don Juan de Ulloa, el que tan alevemente después de rendido hirió á Padilla, y á la mañana siguiente (24 de abril) los trasladaron á Villalar para juzgarlos y sentenciarlos. Bien quisieron algunos hombres de sentimientos generosos, como el almirante, que no enrojeciera el cadalso la sangre de tan valerosos capitanes, pero prevaleció el dictamen de los más rencorosos y la dureza de la ley, que en los procesos políticos condena á los vencidos como traidores (3). Tomáronles, pues, declaración jurada, y confesado por ellos haber sido capitanes de las comunidades, se condenó á los tres á ser degollados, y confiscados sus bienes y oficios como traidores al rey (4). Don Pedro Maldonado Pimentel se libró de morir entonces, pero no más adelante, como luego veremos.

(1) Ratifica este hecho nuestra observación de que los eclesiásticos eran los más exaltados y furiosos de los dos bandos.

(2) Para la narración de esta triste jornada hemos tenido presentes y cotejado las relaciones que de ella hacen Alcocer, el presbítero Maldonado, Ayora, Pero Mejía, Sepúlveda y Sandoval en sus respectivas historias, Angleria en su epist. 720, López de Gomara en sus Anales de Carlos V, las Cartas y Advertencias al mismo por el almirante de Castilla, un MS. anónimo contemporáneo de la Biblioteca del Escorial, los documentos insertos en los tomos I y II de la Colección de Navarrete, Salvá y Baranda, y otros que nosotros hemos copiado del archivo de Simancas, Legajos de Comunidades.

(3) El mismo Sandoval lo reconoce así, diciendo en una parte: «Porque, según vemos, todas las acciones ó hechos de esta vida se regulan más por los fines y sucesos que tienen que por otra causa. Si á Cortés le sucediera mal en Méjico cuando prendió á Motezuma, dijéramos que había sido loco y temerario. Tuvo dichoso fin su valerosa empresa, y celébranle las gentes por animoso y prudente.» Y en otra parte: «De haber vencido, Padilla figurara entre los hombres de más renombre.>>

(4) Sentencia contra Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. «En Villalar á veinte é cuatro dias del mes de abril de mil é quinientos é veinte é un años, el señor alcalde Cornejo por ante mí Luis Madera, escribano, recibió juramento en forma debida de derecho de Juan de Padilla, el cual fué preguntado si ha seido capitan de las Comunidades, é si ha estado en Torre de Lobaton peleando con los gobernadores de estos reinos contra el servicio de SS. MM.: dijo que es verdad que ha seido capi

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Juan Bravo y Francisco Maldonado bramaron de coraje al notificárseles la sentencia. Padilla la recibió con la inalterable dignidad de un jefe que va á morir por una causa grande y noble. Pidió un confesor letrado para cumplir el último deber religioso, y un escribano para hacer testamento, y ni uno ni otro le fué otorgado. Confesáronse todos con el primer fraile franciscano que al acaso se encontró, y después de llenar esta sagrada obligación de cristianos, Padilla pidió recado de escribir, é inflamado de patriotismo y de amor conyugal, escribió las dos siguientes cartas, que con razón han alcanzado una celebridad histórica.

CARTA DE JUAN DE PADILLA Á LA CIUDAD DE TOLEDO

«A tí, corona de España y luz de todo el mundo, desde los altos godos muy libertada. A tí, que por derramamientos de sangres extrañas como de las tuyas cobraste libertad para tí é para tus vecinas ciudades. Tu legítimo hijo Juan de Padilla, te hago saber como con la sangre de mi cuerpo se refrescan tus victorias antepasadas. Si mi ventura no me dejó poner mis hechos entre tus nombradas hazañas, la culpa fué en mi mala dicha y no en mi buena voluntad. La cual como á madre te requiero me recibas, pues Dios no me dió mas que perder por tí, de lo que aventuré. Mas me pesa de tu sentimiento que de mi vida. Pero mira que son veces de la fortuna que jamás tienen sosiego. Solo voy con un consuelo muy alegre, que yo el menor de los tuyos morí por tí; é que tú has criado á tus pechos á quien podrá tomar enmienda de mi agravio. Muchas lenguas habrá que mi muerte contarán, que aun yo no la sé, aunque la tengo bien cerca: mi fin te dará testimonio de mi deseo. Mi ánima te encomiendo, como patrona de la cristiandad: del cuerpo no hago nada, pues ya no es mio, ni puedo mas escribir, porque al punto que esta acabo, tengo á la garganta el cuchillo, con mas pasion de tu enojo que temor de mi pena.»>

tan de la gente de Toledo é que ha estado en Torre de Lobaton con las gentes de las Comunidades, é que ha peleado contra el condestable é almirante de Castilla gobernadores de estos reinos, é que fué á prender á los del consejo é alcaldes de Sus Majestades. >> Lo mismo confesaron Juan Bravo é Francisco Maldonado haber seido capitanes de la gente de Segovia é Salamanca.

>> Este dicho dia los señores alcaldes Cornejo, é Salmeron é Alcalá dijeron que declaraban é declararon á Juan de Padilla, á Juan Bravo é á Francisco Maldonado por culpantes en haber seido traidores de la corona Real de estos reinos, y en pena de su maleficio dijeron que los condenaban é condenaron á pena de muerte natural, é á confiscacion de sus bienes é oficios para la cámara de Sus Majestades, como á traidores, é firmáronlo.-Doctor Cornejo.-El licenciado Garci Fernandez.-El licenciado Salmeron.» Archivo de Simancas, Comunidades de Castilla, n.o 6.

El señor Ferrer del Río, el último y el que con mejor crítica ha escrito la historia del Levantamiento y guerra de las Comunidades, indica equivocadamente haberse condenado á los tres caudillos sin forma de proceso. Hist. de las Comunid., lib. X, página 251. Lo mismo viene á decir Sandoval, de quien sin duda lo ha tomado. «En la justicia que se hizo de este caballero (Padilla) no se hizo, dice, proceso ni auto alguno judicial de los que suelen hacerse en cosas de otros crímenes.» Hist. de Carlos V, libro IX, párr. 19. Pero contra estos asertos está la letra de la sentencia, que sin duda Sandoval no conoció.

Á DOÑA MARÍA PACHECO SU ESPOSA

«Señora: si vuestra pena no me lastimara mas que mi muerte, yo me tuviera enteramente por bienaventurado. Que siendo á todos tan cierta, señalado bien hace Dios al que la da tal, aunque sea de muchos plañida, y de él recibida en algún servicio. Quisiera tener mas espacio del que ten. go para escribiros algunas cosas para vuestro consuelo: ni á mi me lo dan, ni yo querria mas dilacion en recibir la corona que espero. Vos, se ñora, como cuerda llorad vuestra desdicha y no mi muerte, que siendo ella tan justa de nadie debe ser llorada. Mi ánima, pues ya otra cosa no tengo, dejo en vuestras manos. Vos, señora, lo haced con ella como con la cosa que mas os quiso. A Pero Lopez mi señor no escribo porque no oso que aunque fuí su hijo en osar perder la vida, no fuí su heredero en la ventura. No quiero mas dilatar, por no dar pena al verdugo que me espe ra, y por no dar sospecha que por alargar la vida alargo la carta. Mi criado Losa, como testigo de vista é de lo secreto de mi voluntad, os dirá lo demás que aquí falta, y así quedo dejando esta pena, esperando el cuchillo de vuestro dolor y de mi descanso (1).»>

Llegada la hora salieron los tres sentenciados camino del lugar donde había de ejecutarse el suplicio, que era al pie del rollo de la villa. Iban en mulas cubiertas de negro y auxiliados de sacerdotes. Como en la carrera fuese gritando el pregonero: «Esta es la justicia que manda hacer S. M. y los gobernadores en su nombre á estos caballeros. Mándalos degollar por traidores..... Mientes tú, y aun quien te lo mandó decir, exclamó altiva y fieramente Juan Bravo: traidores no, mas celosos del bien público y defensores de la libertad del reino. A lo cual le contestó con noble entereza Padilla: Señor Juan Bravo, ayer fué día de pelear como caballeros, hoy lo es de morir como cristianos. El capitán segoviano guardó silencio, y así llegaron á la plaza. Degüéllame á mí primero, le dijo al verdugo, porque no vea la muerte del mejor caballero que queda en Castilla. Y la cuchilla segó su garganta. Llegóse al cadalso Padilla, y quitándose unas reliquias que llevaba al cuello las entregó á don Enrique Sandoval y Rojas, primogénito del marqués de Denia, que se hallaba á su lado, para que las trajese mientras durase la guerra, suplicándole las enviase después á doña María Pacheco, su esposa. Vió el cadáver de Juan Bravo y exclamó: ¡Ahí estáis vos, buen caballero! Levantó los ojos al cielo y pronunció el: Domine, non secundum peccata nostra facias nobis, é instantáneamente le fué cortada el habla y la vida separándole la cabeza del cuello. Lo propio se ejecutó con Francisco Maldonado, y las tres cabezas fueron clavadas en escarpias y puestas á la expectación pública en lo alto del rollo (2).

(1) Hay quien ponga en duda la autenticidad de estas cartas, pero nosotros no hallamos razón ni motivo fundado para sospechar de ellas.

(2) E luego incontinente se ejecutó la dicha sentencia é fueron degollados los susodichos. E yo el dicho Luis Madera, escribano de Sus Majestades en la su corte é en todos los sus reinos é señoríos que fuí presente á lo que dicho es, é de pedimiento

Así acabaron los tres más bravos caudillos de las comunidades. Su suplicio fué también la muerte de las libertades de Castilla. La jornada de Villalar en el primer tercio del siglo XVI no fué de menos trascendencia para la suerte y porvenir del reino castellano, que la de Epila para el aragonés al mediar el siglo XIV. En esta quedó vencida la confederación de las ciudades, como en aquella quedó vencida la Unión. Con la diferencia que allí, el vencedor de Epila, Pedro IV de Aragón, si bien rasgó con el puñal el privilegio de la Unión, fué bastante político y prudente para conservar y confirmar al reino aragonés sus antiguos fueros y libertades: aquí un monarca que ni corrió los riesgos de la guerra, ni se halló presente al triunfo de los realistas en Villalar, despojó, como veremos luego, al pueblo castellano de todas las franquicias que á costa de tanta sangre por espacio de tantos siglos había conquistado. Por siglos enteros quedaron también sepultadas en los campos y en la plaza de Villalar las libertades de Castilla, hasta que el tiempo vino á resucitarlas y á hacer justicia á los campeones de las comunidades. Al tiempo que esto escribimos, los nombres de los tres mártires de Villalar, Padilla, Bravo y Maldonado, por una ley de las cortes del reino, se hallan decorando, esculpidos con letras de oro, el santuario de las leyes y el sagrado recinto de la representación nacional española.

El desastre de Villalar infundió, como era consiguiente, el desaliento en las ciudades de Castilla. Sin obstáculo pudieron llegar los vencedores hasta las puertas de Valladolid, y la junta de los comuneros se dispersó intimidada. A la voz de perdón se abrieron las puertas de la ciudad á los imperiales, que entraron ostentando orgullo en una población que con su silencio, con la soledad que se notaba en sus calles, con las ventanas de las casas cerradas, significaba la tribulación que la afligía. Doce solos fueron exceptuados del perdón, que al fin tuvieron la fortuna de salvarse escondiéndose ó huyendo, á excepción de un alcalde y un alguacil que fueron habidos y justiciados (1).

Benigno y generoso como siempre se mostraba el almirante don Fadri que Enríquez, y el que antes con tan buena intención había exhortado á la paz, no negó su indulgencia á los mensajeros de Toro, de Zamora, de Salamanca y de León, que acudieron á solicitarla. Fuéronse rindiendo las poblaciones situadas entre Valladolid y Burgos. Dueñas recibía de nuevo á su conde. Palencia habría las puertas al condestable. No tardaron en enviar mensajes de sumisión Medina del Campo, Ávila, Soria, Cuenca y Murcia. Volvía Alcalá á la obediencia del duque del Infantado. El primer conde de Puñonrostro don Juan Arias Dávila sometía á Madrid bajo las del fiscal de Sus Majestades lo susodicho fice escrebir é fiz aqui este mio sino á tal.— En testimonio de verdad. – Luis Madera.» Alcocer, Mejía, Sepúlveda, Maldonado, Sandoval, en sus citadas obras.

En el tomo I de la Colección de documentos inéditos, págs. 284 y siguientes, se hallan unas notas biográficas muy curiosas de Juan de Padilla y de su mujer, sacadas de los documentos originales que existen en el archivo de Simancas por el penúltimo archivero don Tomás González.

(1) Sandoval inserta el edicto del perdón que se concedió á Valladolid, fechado en Simancas el 26 de abril. La entrada de los imperiales fué el 27.

mismas condiciones que otorgaban los regentes á las demás ciudades. Y por último, los realistas que aun seguían sosteniendo el alcázar de Segovia estando la ciudad por los comuneros, salieron libres (27 de mayo) á dominar la población, que también se puso bajo la obediencia de los gobernadores y del soberano. Así se fué apagando el voraz incendio tan rápidamente como se había levantado y cundido.

Para mayor fortuna de los imperiales, el conde de Salvatierra que tan alborotadas tenía las Merindades, y servía como de auxiliar á los comuneros de Castilla, había sufrido también una completa derrota en el puente de Durana, teniendo que fugarse él solo con un paje, dejando en poder del enemigo seiscientos prisioneros, y siendo entre ellos decapitado el capitán Barahona; con lo que había quedado todo sosegado y sujeto por la parte de las Merindades.

Sucedió en este tiempo una invasión de franceses en Navarra, motivada por las eternas discordias que ya habían comenzado entre Carlos V y Francisco I, y como las tropas reales se hallasen ocupadas en destruir las comunidades de Castilla, los franceses se habían apoderado fácilmente de Pamplona, y avanzando por un país desguarnecido sitiaban á Logroño. Citamos sucintamente este suceso, cuya explanación corresponde á otro lugar, sólo por hacer notar un rasgo de españolismo de los que habían seguido las banderas de las comunidades y acababan de ser derrotados y vencidos. Estos hombres, cuyos jefes habían perecido en un patíbulo, donde todavía humeaba su sangre, á la noticia de una invasión extraña en territorio español, olvidan si han sido comuneros, y acordándose sólo de que son españoles, acuden en defensa de su patria, y juntos marchan á Navarra próceres y populares. El desleal don Pedro Girón, Sánchez Zimbrón, el mensajero de la Santa Junta á Flandes y compañero de fray Pedro Villegas, los procuradores fugitivos de la junta de Valladolid, y hasta los dispersos del día aciago de Villalar, todos acuden á las fronteras de Navarra en unión con los gobernadores que tanto los habían humillado y maltratado; y olvidando recientes agravios los ayudan á lanzar del territorio español á los extranjeros. Así obraron los comuneros de Castilla, cuya causa han venido pintando con tan feos colores nuestros historiadores por espacio de tres siglos (1).

(1) Sandoval, Hist. de Carlos V, lib. X.

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