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CAPÍTULO XII

ITALIA

MEMORABLE ASALTO Y SAQUEO DE ROMA

De 1525 á 1527

Sensación que produjo en Italia la traslación de Francisco I á Madrid.-Quejas y enojo de los generales Borbón y Pescara contra el virrey Lannoy.-Planes del canciller Morón.-Intenta libertar la Italia de la dominación española. — Induce á ello al marqués de Pescara.—Vacila el marqués.-Resuelve denunciarle.-Artificio que usó para descubrir y prender á Morón.-Sitia Pescara al duque de Milán.--Muerte del marqués de Pescara.-Sucédele el duque de Borbón.--Conducta de Francisco I después de su rescate.-Niégase á cumplir el tratado de Madrid.--Confederación contra Carlos V: la Liga Santa: tratado de Cognac.-Refuerza el emperador el ejército de Italia.Inacción de Francisco I: compromete á los aliados: triunfo de los imperiales en Milán. Conjuración contra el papa: entrada de los conjurados en Roma: prisión del pontífice: condiciones con que recobró su libertad.—Escaseces y apuros de los imperiales en Lombardía: terribles medidas del duque de Borbón: crítica y desesperada situación del país y del ejército.—Arrojada y funesta marcha de Borbón contra Roma. - Imprudente confianza del pontífice.-Asalto de Roma por los imperiales: muerte de Borbón: entrada y saqueo horrible de Roma: escándalos, sacrilegios, crímenes inauditos.-Prisión del papa Clemente.-Manifiesto de Carlos V á los príncipes sobre el asalto y saco de Roma.-Manda hacer rogativas por la libertad del papa.-El papa sigue cautivo.—Conjuración europea contra el emperador.-Anuncio de nuevas guerras.

Durante el cautiverio del rey de Francia en Madrid habían pasado en Italia acontecimientos importantes, y fraguádose en secreto una terrible trama contra el emperador Ya indicamos en el anterior capítulo cuán bien había sabido explotar la reina Luisa de Saboya, madre de Francisco I y regente de Francia, los celos que al papa, á los venecianos y al rey de Inglaterra inspiraba el excesivo engrandecimiento y el asombroso poder del rey de España y emperador de Alemania, y cómo se habían ido desviando los que antes habían sido sus más eficaces auxiliares y sus más útiles amigos.

Por otra parte, el bullicioso canciller de Milán Jerónimo Morón, una vez expulsados los franceses de este aucado, mirábalos ya con menos enemiga y encono; y las onerosas condiciones y las reservas con que el emperador, después de mucho trabajo, accedió á otorgar la investidura del señorío de Milán al duque Sforza, en cuyo nombre se había conquistado, le hicieron sospechar y calcular que si á Carlos le diera tentación de agre

el Milanesado al reino de Nápoles, corría gran riesgo de que viniera á su poder toda la Italia. Libertar la Italia del yugo extranjero era tiempo hacía el pensamiento favorito de los políticos italianos. y emanciparla de la dominación de los españoles era la empresa que se le presentaba más gloriosa al canciller Morón, ya que tanta parte le había cabido en la ex

pulsión de los franceses. A este designio encaminó sus planes, y no tardó en presentársele una ocasión que le parecía muy oportuna.

La traslación de Francisco I á Madrid, hecha por el virrey Lannoy secretamente y sin dar conocimiento de ella ni al duque de Borbón ni al marqués de Pescara, resintió altamente y ofendió el amor propio de estos dos generales, á cuyo esfuerzo se había debido principalmente el triunfo de Pavía. Borbón se vino, como hemos visto, lo más pronto que pudo á Madrid, receloso de que Lannoy pudiera perjudicarle en sus intereses. Hiciéronse aquí Borbón y Lannoy mutuas y muy duras recriminaciones á la presencia misma del emperador. El de Pescara quedó al frente del ejército, tronando contra el virrey y blasfemando de su solapada acción, resentido además y quejoso del emperador porque no le había premiado tan cumplidamente como creía merecer por sus servicios. Este descontento y enojo del vencedor de Pavía fué el que se propuso el intrigante Morón utilizar para sus planes. Con mucha maña le inflamaba en su resentimiento, y le avivaba los celos que ya le daban las preferencias del emperador hacia Lannoy, permitiéndole que dispusiera del monarca francés, siendo el de Pescara el caudillo á cuya dirección y bizarría se debió el triunfo de Pavía y la prisión del rey.

Con mucha sagacidad le fué Morón insinuando la idea de que la mejor venganza de tales agravios, y al propio tiempo el mejor camino para ganar gloria inmortal, sería erigirse en libertador de su patria, sacudiendo el yugo de la dominación extranjera; que á él más que á nadie correspondía llevar á cabo empresa tan generosa y noble; que á tan grandioso designio le ayudarían con decisión todos los pueblos; que él podría ser el alma de la liga secreta que se estaba formando entre el papa, Venecia, Florencia, Milán y la gobernadora de Francia, Luisa de Saboya; y que siendo el reino de Nápoles feudo de la Santa Sede, podía estar cierto de que los aliados le darían con gusto aquella corona, y con no menos satisfacción le otorgaría el pontífice la investidura.

Tentadora era la perspectiva para un genio ambicioso como el de Pescara, y para un hombre que, como él, se mostraba quejoso por sentirse mal remunerado. Suspenso se quedó al pronto, sin dar respuesta categórica, como quien fluctuaba entre la idea risueña de un porvenir brillante y la infamia de la traición que para ello necesitaba cometer. Por si se decidía á seguir las inspiraciones de Morón, quiso descargar su conciencia oyendo el parecer de hombres doctos, á quienes consultó, «si podía un vasallo levantarse legítimamente contra su señor inmediato por obedecer al señor feudal.» Los teólogos y letrados de Milán y Roma contestaron afirmativamente, que para todo hallaba favorable solución la jurisprudencia de los casuistas de aquel tiempo. Pero reflexionó de nuevo, y bien fuese que le horrorizara la alevosía, bien que viera dificultades en la realización del proyecto, bien que la enfermedad que entonces padecía el duque de Milán Francisco Sforza le sugiriera el pensamiento de sucederle en el ducado, como premio que el emperador no podía negarle por la revelación del secreto, decidióse á descubrir á Carlos todo lo que contra él se tramaba, deslizándose así, por querer huir de una traición, por una pendiente de no menos abominables alevosías.

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Manifestósele el emperador informado ya de todo; y como quien indirectamente reprendía á Pescara lo tardío de la delación, y como quien le allanaba el camino de salvar aquella falta con nuevas pruebas de lealtad, le encargó que continuara tratando con los de la liga, y sondeándolos hasta arrancarles el secreto de todos sus planes. Pescara tuvo la flaqueza de aceptar la odiosa comisión de espía, además del papel abominable de traidor que antes no había acertado á rechazar. En desempeño, pues, de su nuevo oficio, citó un día á Morón para tener una conferencia en Novara. El canciller acudió á la cita sin ningún recelo. Allí hablaron de los medios de llevar adelante la conjuración, y Morón se explicó sin rebozo y con toda expansión y confianza. Compréndese cuál sería su asombro al verse sorprendido por Antonio de Leiva, que salió de detrás de una colgadura donde el de Pescara le había ocultado para que oyera la plática. En el mismo instante fué preso Morón y conducido al castillo de Pavía. Inmediatamente marchó Pescara con los imperiales contra el duque Francisco Sforza, que se hallaba enfermo en Milán. le declaró destituído á nombre del emperador, y le intimó la entrega de las fortalezas y ciudades de aquel Estado. Sabida por el duque la prisión de su canciller, y viendo no quedarle remedio para otra cosa, accedió á hacer la entrega que se le pedía, reservándose sólo los castillos de Cremona y Milán para seguridad de su propia persona.

No contento con esto el de Pescara, puso sitio al castillo de Milán, donde el doliente duque se había refugiado (1), y dió aviso al emperador, rogándole mandara al duque entregar los castillos de Milán y Cremona, y á él le diera licencia para tomar las ciudades de Parma y Plasencia que tenía el papa. No tuvo por político todavía el emperador ni obligar al duque á la cesión de sus dos castillos, sino pedirle que se presentara personalmente á responder á los cargos, ni romper tampoco con el pontífice; antes bien, como el papa siguiera fingiéndose amigo del emperador, disimuló también Carlos por su parte. Era jugar á quien más engañarse podía. El papa Clemente, para ocultar más la trama, envió un legado á pedir al emperador en nombre suyo y de los príncipes y repúblicas de Italia, que si el duque de Milán sucumbía de su enfermedad, tuviese á bien poner en aquel Estado ó al duque de Borbón ó á don Jorge de Austria, hijo natural del emperador Maximiliano. Y Carlos, fingiendo también ignorar lo que el papa y los de la liga tramaban contra él, aparentó tener gusto en complacer al pontífice, y dió la investidura del ducado de Milán al de

(1) Al llegar aquí el obispo Sandoval en su historia, dice: «De esta manera trató y llevó este negocio el marqués de Pescara, del cual hablaron, como suele el mundo, los descubiertos y agraviados mal por extremo, los contrarios bien, encareciendo su virtud, valor y lealtad hasta el cielo.» Nosotros creemos que se obcecó en este punto el buen juicio del obispo historiador, como con frecuencia le acontece siempre que se trata de algo favorable al emperador. La conducta de Pescara en este negocio no puede ser aplaudida por ningún hombre honrado, cuanto más ensalzada hasta el cielo, porque en ningún tiempo es virtud emplear el dolo y la traición para perder á aquellos mismos de quienes se finge ser amigo y aliado, ni una tentación de deslealtad se puede lavar con una deslealtad efectiva. Y sentimos en el alma hallar esta mancha en la carrera hasta entonces tan brillante y gloriosa del marqués de Pescara.

Borbón, que era á quien protegía con preferencia. La muerte del marqués de Pescara, ocurrida á poco tiempo de esto, dejó vacante otro importante puesto, el de general en jefe del ejército imperial de Italia, cuyo mando se apresuró también Carlos á confiar al de Borbón, que salió con este motivo de España (1).

Sucedió en esto la libertad de Francisco I, el cual no contento con eludir el cumplimiento del tratado de Madrid, según dejamos ya indicado, desde Bayona mismo escribió al rey de Inglaterra, manifestándole lo agradecido que estaba á sus servicios, y aprobando el tratado hecho entre él y la regente de Francia su madre. Y como hombre sin escrúpulos, ó como si ningún lazo ni compromiso le ligara, dirigióse también al papa y á Venecia, exhortándolos á unirse para arrojar de Italia á los imperiales. El papa Clemente tampoco escrupulizó ya en aprobar la no ejecución del tratado de Madrid, y saliendo de su política vacilante y doble, se unió abiertamente con el francés contra el emperador (2). Venecia volvió á su antigua alianza con Francia, y el sitiado duque de Milán, Francisco Sforza, pedía con urgencia socorros al papa y al monarca francés.

En su virtud se firmó en Cognac (22 de mayo, 1526) una alianza, que se llamó Liga Santa ó Liga Clementina, entre Francisco I de Francia, el papa Clemente VII, la señoría de Venecia y el duque de Milán, contra el emperador Carlos V. El rey de Inglaterra, sin adherirse abiertamente á la liga, aceptó el título de protector de la confederación, bajo la promesa de que habían de darle un principado en el reino de Nápoles después de la conquista, y otro estado al cardenal Wolsey en Italia. Las principales bases del concierto eran que Carlos V había de poner en libertad, mediante una cantidad que se ofrecía por el rescate, á los dos hijos del rey de Francia que tenía en rehenes, y poner á Sforza en tranquila posesión de Milán. De no hacerlo así, se comprometían los aliados á levantar un ejército de cuarenta mil hombres, cuyo contingente se señaló á cada uno, para arrojar á los imperiales del Milanesado, y acometer después á Nápoles por mar y por tierra (3). Se intentó, aunque en vano, ocultar esta liga á la sagacidad del emperador. El pontífice, que tanto le debía, rompió ya todo miramiento, y en virtud de la facultad de atar y desatar, relevó al rey Francisco del juramento que había prestado de cumplir la concordia de Madrid, y se atrevió á escribir al emperador diciendo: «Si queréis la paz,

(1) «Murió en la flor de su edad, dice Sandoval contando la muerte del marqués de Pescara: y si Dios le diera larga vida, fuera uno de los mayores capitanes que ha tenido el mundo... Fué de muy apacible condición, y aficionado grandemente á los españoles como verdadero español, castellano viejo, porque era biznieto por línea de varón de don Ruy López de Avalos el Bueno, condestable de Castilla, que en los tiempos turbados del rey don Juan el II por falsas informaciones que el rey tuvo de él, se hubo de salir del reino perdiendo sus estados.» Sucedió á Pescara en los suyos su sobrino el marqués del Vasto.-Sandoval, Hist. de Carlos V, lib. XIV, párr. 27.-Diego de Fuentes, Historia del marqués de Pescara.

(2) Correspondencia del Cardenal de Yorck; Colección de documentos sobre Fran. cisco I, núm. 258.-Negotiat. Diplomat., t. II, pág. 656.

(3) Recueil des traités, t. II.-Sandoval inserta el texto del tratado, lib. XV, párrafo 3.

bien; si no, sabed que no me faltarán armas ni fuerzas para libertar la Italia y la república cristiana. >>

Resuelto Carlos á no ceder un ápice en lo comprendido en el tratado de Madrid, y sobre todo á no escuchar proposición alguna contraria á lo estipulado respecto á la restitución absoluta de la Borgoña, envió al virrey Lannoy y á Fernando de Alarcón á intimar al rey de Francia, ó que cumpliera la concordia en todas sus partes, ó que se restituyera á la prisión de Madrid, conforme se había obligado. Tan inútil como era la demanda del emperador fué pueril el medio que buscó Francisco para eludirla. Mandó comparecer á la presencia de los embajadores á los representantes de los estados de Borgoña, y les manifestó el compromiso en que con el emperador se hallaba. Ellos contestaron, como era natural y se suponía, que si el rey había condescendido en desmembrar el reino y entregarlos á una potencia extranjera, ellos estaban resueltos á morir con las armas en la mano antes que consertirlo. «Ya lo veis, dijo Francisco volviéndose á los embajadores, me es imposible cumplir el tratado.» Y ofreció, en equivalencia á la restitución de la Borgoña, dos millones de escudos. Lannoy y Alarcón no eran hom es para dejarse engañar por el artificio cómico de Francisco y los borgoñones, y se retiraron asegurando que su señor no renunciaría una sola cláusula ni permitiría eludir un solo compromiso del tratado.

Irritado Carlos con la conducta de Francisco y del papa, desahogaba su enojo contra el primero llamándole soberano sin fe y sin honor, lasche et mechant, como él mismo le había dado derecho á hacerlo en las pláticas confidenciales de Illescas; y amenazaba al segundo con su cólera, intimidándole además con apelar á un concilio general, anuncio que parecía recibir como una terrible conminación el papa. Mas no se limitaba Carlos á simples amenazas y recriminaciones, sino que con su natural actividad se apresuró á reforzar el ejército de Italia, al propio tiempo que con maña y destreza, por medio de su embajador en Roma duque de Sessa, y de don Hugo de Moncada, interesaba en su favor la poderosa familia de los Colonas, y especialmente al que hacía cabeza de ella, el cardenal Pompeyo Colona, hombre tan hábil como ambicioso, rival y enemigo, aunque disimulado, del pontífice Clemente, como aspirante que había sido á la tiara, y que conservaba todo el resentimiento de un pretendiente burlado.

Francisco no había sido tan activo: los infortunios y los padecimientos le habían amansado, y ya no parecía el rey belicoso de otros tiempos. Dado á los goces tranquilos como quien los cogía á deseo, desconfiando de su fortuna en la guerra, y ávido de reposo, prefería negociar con el emperador esperando alcanzar por dinero la conservación de la Borgoña y el rescate de sus dos hijos, que le importaba más que la independencia de Italia. Así, en vez de corresponder con auxilios prontos y eficaces á las obligaciones contraídas en Cognac, respondía á las reclamaciones de los aliados con vagas promesas é interminables dilatorias (1). A duras penas y á fuerza de instancias pudieron lograr que una flota francesa al mando del tránsfuga español Pedro Navarro partiera del puerto de Marsella, con

(1) Cartas del embajador de Venecia, obispo de Bayeux, al rey y á la reina madre.

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