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cudido el yugo imperial, y lo que era más, haberse aliado con los franceses cuando fueron á Nápoles con Lautrec á ocupar las tierras de aquella parte de los dominios de Carlos. Un ejército imperial compuesto de veinte mil italianos y sobre diez mil veteranos españoles y tudescos, al mando del príncipe de Orange, del marqués del Vasto, y de los capitanes Juan de Urbina, Barragán y otros españoles insignes, entró en el territorio de Florencia, se apoderó de varias plazas y puso cerco á la capital.

Los florentinos, abandonados de todo el mundo, solos en la contienda contra el inmenso poder del emperador y del papa, defendieron por espacio de muchos meses su ciudad con el valor, la constancia, el sufrimiento y el heroísmo propios de un pueblo decidido á no dejarse arrancar su li

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bertad y su independencia. Capitaneados y dirigidos por el enérgico y entendido Malatesta, sostuvieron muchos y muy reñidos combates, hicieron muy impetuosas salidas, y pusieron más de una vez en conflicto á todo

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el ejército imperial. Ellos sufrieron con heroica firmeza el extremo de las escaseces y de las privaciones, determinados á morir de hambre, y aun á arrasar la ciudad antes que rendirse. Su entusiasmo por la república degeneraba en frenesí con el peligro. Era aborrecido allí el nombre del pontí

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fice, á quien culpaban de todos sus males, y en una ocasión ahorcaron á un fraile con el hábito de San Francisco, sólo porque había hablado bien del papa (1). En otra ocasión, porque Malatesta no creía prudente hacer una salida contra los imperiales le declararon depuesto del mando, pero él dió de puñaladas al senador que fué á intimarle la orden, y la necesidad los obligó á reconciliarse con él y á reconocerle otra vez por general. Érales sin embargo imposible sostenerse ya mucho tiempo, y con todo, aun dieron una reñidísima batalla, en que pereció de un arcabuzazo el ilustre y valeroso príncipe de Orange, y en que sin duda hubieran sufrido

(1) Sandoval, lib. XIX, párr. 5.

los imperiales una derrota sin el denuedo de los españoles que capitaneaba el brioso don Pedro Vélez de Guevara, á cuyo esfuerzo se debió que este último arranque de desesperación les fuera desastroso á los florentinos (1).

Al fin la necesidad los forzó á pedir capitulación (agosto, 1530) después de una resistencia desesperada de más de ocho meses. Entre las principales condiciones á que se sometieron los rendidos fué una, y es la que á nosotros más nos interesa, que el emperador Carlos V dispondría la forma y manera cómo había de regirse en lo sucesivo aquella república. En su virtud confirió Carlos el título de duque perpetuo de ella al sobrino del papa, Alejandro de Médicis, con el derecho de sucesión en el pariente más cercano, en conformidad al tratado de Barcelona entre el papa y el César. Costó esta guerra á los imperiales la pérdida del esclarecido príncipe de Orange, á los pocos años de su edad, la del famoso capitán Juan Urbina, la de los valerosos Barragán, Sarmiento y otros muy esforzados y briosos capitanes españoles.

El emperador, después de su doble coronación en Bolonia, había partido para Alemania, donde de día en día se hacía más indispensable su presencia. Dirigióse por Mantua á Inspruck, donde tuvo el sentimiento de perder y asistir á los funerales del cardenal y gran canciller del imperio Mercurino Gattinara. Prosiguiendo su marcha, encontróse en Eniponte con su hermano don Fernando, rey de Bohemia, que salió á recibirle con la flor de la nobleza austriaca. Juntos se encaminaron á Baviera, y de allí á la ciudad de Augsburgo (18 de junio, 1530) donde había de celebrarse la Dieta del imperio.

La ida del emperador Carlos V á Alemania se enlaza ya con uno de los más grandes sucesos, que fué también la mayor novedad de aquel siglo, á saber, el de la famosa cuestión de la reforma religiosa, que traía ya la Europa grandemente conmovida y cuyo asunto exige ser tratado separadamente.

(1) El obispo Sandoval, que dedica bastantes páginas á la relación de la guerra de Florencia (la cual nosotros hemos creído deber compendiar todo lo posible), rectifica con razón en varios pasajes á Paulo Jovio que escribió su Historia, en la cual parece se propuso el historiador italiano privar á los españoles de la importante participación que en ella tuvieron, habiendo sido además los que con su valor decidieron la victoria en favor de los imperiales.

CAPITULO XVI

CARLOS V EN ALEMANIA

LUTERO Y LA REFORMA

De 1517 á 1534

Origen de la cuestión de reforma.—Indulgencias.-Martín Lutero.-Su doctrina y predicaciones. El papa León X.-Lutero en la Dieta de Augsburgo: protégele el príncipe Federico de Sajonia: carácter que toma la cuestión.-Bula del papa condenando como herética la doctrina luterana.—Lutero la quema públicamente: escritos injuriosos contra el pontífice.—Va Carlos V á Alemania.-La Dieta de Worms. -Comparece en ella Lutero.-Su popularidad. - Contestaciones en la Dieta.— Edicto contra el reformador.-Lutero en el castillo de Warzburgo.-Progresos de la reforma.-Profanaciones, violencias y excesos de los reformistas.-Vuelve el emperador á España.-Laudables, pero inútiles tentativas del papa Adriano VI para combatir el luteranismo.-Clemente VII.-Dieta de Nuremberg.― Revolución social en Alemania.-Guerra de los campesinos.—Ideas de igualdad y comunismo.— Resultado de la insurrección.-Escandaloso matrimonio de Lutero.-Dieta de Spira. -Se da á los reformistas la denominación de Protestantes, y por qué.-Vuelve Carlos V á Alemania.-Dieta y Confesión de Augsburgo.-Famosa liga de Smalkalde. -Fernando, hermano del emperador, es coronado rey de Romanos.-Únense católicos y protestantes para combatir al turco.-Grande ejército imperial: breve campaña: retirada de Solimán á Constantinopla.-Entrevista y tratos entre el emperador y el papa Clemente en Bolonia sobre convocación de un concilio general.-Contestaciones entre el papa y los protestantes sobre el mismo asunto.-Forma Carlos V una liga defensiva en Italia.-Regresa á España.-Nuevos planes de Francisco I contra Carlos.-Tratos entre el pontífice y Francisco.-Vistas del papa y el rey de Francia en Marsella.-Enrique VIII de Inglaterra: amores con Ana Bolena: gestiones de divorcio: negativa del papa.-Realízase el divorcio: coronación de Ana Bolena: excomunión pontificia.-El rey y reino de Inglaterra se apartan de la comunión católica.-Iglesia anglicana. - Muerte del papa Clemente VII.

Dejamos indicado que uno de los principales motivos, si no el primero y el mayor, que reclamaba la presencia del emperador en Alemania, era la cuestión de la reforma, que habiendo comenzado por las predicaciones de un fraile agustino, había hecho tantos progresos, que traía agitado el imperio y estaba causando una verdadera revolución social, á la vez religiosa y política, en el mundo; revolución de ideas que había de afectar hasta á las instituciones políticas de los pueblos, que estaba produciendo y había de consumar una lamentable división en el género humano, y romper la unidad de la Iglesia romana, separando de ella una gran parte de Alemania y de los Países Bajos, la Dinamarca, la Suecia, la Inglaterra, la Prusia y la Suiza. Necesitamos, pues, reseñar brevemente el principio y la marcha de aquella revolución, uno de los acontecimientos más importantes de la historia moderna, en el espacio de trece años que iban transcurridos desde las primeras predicaciones de Lutero hasta este viaje de Carlos V, motivado en gran parte por aquel suceso.

Sabido es que las indulgencias concedidas primeramente por el papa

Julio II y después por León X para la construcción del templo de San Pedro en Roma, ó más bien su prodigalidad, y el abuso que de ellas se hizo, fué lo que dió ocasión y pretexto á los ataques de Lutero y los reformistas contra el jefe y contra las antiguas y venerandas doctrinas de la Iglesia católica. La circunstancia de haber sido preferidos y como privilegiados para su publicación y distribución en Alemania los frailes dominicos excitó los celos de los agustinos; y la poca prudencia, discreción y parsimonia con que aquéllos se condujeron en el uso de la facultad pontificia para la recaudación y distribución de las limosnas, facilitaron á éstos cierta oportunidad para combatir á sus rivales y para levantar la voz contra lo que ellos llamaban el tráfico de las indulgencias. Protegidos los agustinos por el elector Federico de Sajonia, y á propuesta del superior de la orden, fué designado para escribir y predicar contra aquellos excesos un profesor de teología de la universidad de Wittemberg, de la orden de San Agustín, que gozaba cierta reputación de hombre de ciencia, que había predicado ya al pueblo doctrinas bastante atrevidas, y que habiendo ido á Roma á defender los privilegios de su orden había vuelto impresionado de la magnificencia de aquella capital y poco satisfecho de las costumbres del clero romano. Este hombre era Martín Lutero (1).

Comenzó Lutero por fijar en la catedral de Wittemberg noventa y cinco proposiciones ó tesis teológicas, relativas á indulgencias (1517), invitando á los sabios á discutirlas con él en una asamblea pública. Todavía Lutero no negaba ni la virtud de las indulgencias, ni la facultad pontificia para otorgarlas; sus proposiciones versaban sobre el abuso de ellas, con lo cual halagaba la opinión pública, que condenaba ya el abuso: todavía sometía su doctrina á juicio del papa y de la Iglesia; todavía su causa no era la de la filosofía racional y del libre examen; todavía Lutero era católico. El comisario general de indulgencias Juan Tetzel, dominicano, hizo no obstante quemar por su propia autoridad las proposiciones del agustino. Levantáronse otros antagonistas, los ánimos se inflamaron, y

(1) Lutero había nacido en 1483 en Eisleben, condado de Mansfeld, en Sajonia. Era hijo de padres humildes y pobres, pero esto no impidió que recibiese una regular educación literaria y científica, que no tardó en elevarle al profesorado. Cuenta la tradición que no tenía vocación alguna á la vida del claustro; pero le sucedió que filosofando un día en el campo con un compañero suyo, cayó una exhalación que quitó la vida á su interlocutor; aquel terrible fenómeno decidió á Lutero á abrazar la vida y el hábito religioso, escogiendo la orden de San Agustín. Su instrucción en la teología, y en el griego y hebreo, las dos lenguas que entonces cultivaba el mundo erudito, le hizo merecedor de una cátedra de teología en la universidad de Wittemberg, fundada por Federico, elector de Sajonia.

Según ha demostrado Seckendorf, Historia del Luteranismo, y después de él Lenfant y Chais, ya antes de las indulgencias había empezado Lutero á impugnar, aunque no abiertamente, varios puntos del catecismo romano.

En cuanto á los abusos que cometían los predicadores de las indulgencias y los cuestadores ó recibidores de las limosnas, están conformes todos los escritores católicos: el valor de aquéllas se llevaba á una exageración desmedida, y de éstas no se hacía el uso conveniente. Esto fué lo que dió ocasión á Lutero para predicar con una libertad, que luego degeneró en irreverencia y en insulto, pasando del abuso á la esencia de la materia, y de allí al ataque de la autoridad y del poder.

las disputas se hicieron acaloradas: el encono de sus adversarios le irritó, y la indiferencia y el silencio de Roma le alentaron en términos de propasarse ya á predicar contra la eficacia de los sacramentos, contra los votos monásticos, contra el purgatorio, contra muchas ceremonias de la Iglesia, y aun contra el poder pontificio: la Sagrada Escritura era ya para él la única regla de fe. Su doctrina lisonjeaba á los príncipes y halagaba al pueblo, que se figuraban ser libres sacudiendo la dependencia de Roma, y agradaba á los frailes y monjes que llevaban mal las trabas de la vida claustral y la ligadura de los votos monásticos. Tan laxa y halagüeña doctrina hizo pronto multitud de prosélitos, y la corte de Roma no se mostraba muy alarmada ni muy activa en atajar sus progresos (1).

Exhortado al fin el papa León X á que empleara los medios de contener tan peligrosa propagación, citó á Lutero mandándole comparecer en Roma en el término de dos meses (1518). Pero la universidad, apoyada por el elector Federico, logró del pontífice que el negocio fuera juzgado en Alemania; en su virtud el papa dió comisión al cardenal Cayetano, dominico, su legado en Alemania, y diputado en la dieta de Augsburgo, para que juzgase este negocio, autorizándole para absolver al innovador si se retractaba, ó para apoderarse de su persona si insistía en sus doctrinas. El cardenal mandó comparecer á Lutero; hízolo éste no sin repugnancia, y el legado pontificio le intimó desde luego que se retractara de sus errores. Pedía el profesor de Wittemberg que se le convenciera antes por la Sagrada Escritura, ó que se sometiera la decisión del negocio á las universidades, y protestaba todavía de su sumisión á la Santa Sede. Exigía el legado la retractación lisa y llana; negábase á ello Lutero, y apelaba del papa mal informado al papa mejor informado. En vista de esta insistencia le amenazó el cardenal con la excomunión, y temiendo Lutero y sus amigos las iras del legado, fugóse aquél secretamente de Augsburgo no contemplando allí segura su persona. Entonces fué cuando tomó la cuestión un carácter político. El cardenal legado reclamó del elector de Sajonia, ó que enviara á Roma á Lutero, ó que le desterrara de sus Esta

(1) Maimbourg, Hist. del Luteranismo.-Luden, Hist. de Alemania, t. V, ed. de París, 1845.

Debemos advertir que Robertson, en su Historia del reinado de Carlos V, en todo lo que se refiere á la reforma ha seguido, á fuer de buen protestante, los autores y las obras que más favorecen el movimiento y el espíritu de aquellas doctrinas. Muy rara vez cita algún escritor católico, y da siempre la preferencia, por ejemplo, á Seckendorf, que escribió apasionadamente su historia contra la del católico Maimbourg: á Sleidan, en la suya De statu religionis et reipublicæ Germanorum sub Carolo V ab anno 1517 ad annum 1555, que supo dar cierto aire de similitud hasta á las calumnias y no careció de destreza para desnaturalizar todos los actos de Carlos V. Obsérvase no obstante de tiempo en tiempo que no le cegó siempre el espíritu de secta, pues hay pasajes que favorecen á los católicos, cosa digna de apreciar en un escritor protestante y á sueldo de los protestantes; bien que después de su muerte se hicieron desaparecer de sus obras aquellos honrosos testimonios: véanse las ediciones de 1556 y de 1653. Lo mismo podríamos decir de otros que frecuentemente cita Robertson. Es extraño que la obra de este apreciable historiador, tan generalizada en España, haya corrido siempre en las traducciones que de ella se han hecho sin los necesarios correctivos en lo relativo á la reforma.

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