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Copia de una página del llamado MISAL RICO, usado por el cardenal Cisneros

Este misal, que se conserva en la Biblioteca Nacional, consta de siete tomos, y en su ilumina. ción invirtieron tres pintores quince años. La miniatura mide 41 centimetros en su mayor longitud.

Era una mujer la que se sentaba en el trono y la que apetecía y fomentaba la ilustración, y las mujeres respondieron al ejemplo y al impulso de su reina, y lucieron como estrellas en el horizonte español damas tan eruditas como doña Beatriz de Galindo, la Latina, que tuvo la alta honra de ser maestra de su soberana; como doña Lucía de Medrano, que enseñaba los clásicos en Salamanca; como doña Francisca de Lebrija, que daba lecciones de retórica en las aulas de Alcalá; como doña María de Mendoza, notable por su instrucción en las lenguas sabias; y como doña María Pacheco, que en el reinado de Isabel la Católica sobresalía por su erudición, y en el de Carlos V había de admirar por su heroísmo en defensa de las libertades castellanas, como esposa y como viuda del célebre é infortunado Juan de Padilla.

Por si no bastaban los ingenios españoles para obrar tan universal regeneración, venían de otros países y se apegaban al suelo de España, atraídos por la grandeza y liberalidad de Isabel como por una fuerza magnética, ó se identificaban allá como movidos por un impulso mágico con la nación española, y trabajaban por su prosperidad y engrandecimiento. Así ayudaron en Italia á los triunfos memorables del Gran Capitán guerreros tan distinguidos como los Colonas y los Ursinos, familias rivales que se aunaban para ayudar á la victoria gloriosa del Garillano. Así vinieron á ilustrar la España y á naturalizarse en ella hombres tan doctos y esclarecidos como Lucio Marineo, el autor de las Cosas memorables; como Pedro Mártir de Angleria, el maestro general de la juventud y de la nobleza castellana; como los hermanos Antonio y Alejandro Geraldino, directores de la enseñanza y educación de la princesa y de las infantas de Castilla. Así vinieron á ensanchar ilimitadamente los límites de España y á convertirse en españoles, navegantes aventureros como el inmortal genovés que descubrió el Nuevo Mundo, y como el afortunado florentino que le dió su nombre.

Bien decíamos que Fernando é Isabel parecía poseer el don singular de hacer brotar del suelo español los hombres eminentes que necesitaban para sus grandes fines, y el de atraer como un imán los ingenios de otros países que más pudieran convenir á sus designios.

No se condujeron de la misma manera los dos monarcas con los grandes hombres que ilustraron y engrandecieron su reinado. Todos hallaron una constante, decidida y generosa protectora en Isabel. Murió la reina, y Fernando dejó perecer casi en la mendicidad á Colón que le había regalado un mundo; dejó morir en el destierro á Gonzalo de Córdoba que le había dado un reino, y dió no poco graves disgustos á Cisneros, los tres hombres más insignes entre los muchos hombres insignes de aquel reinado. Cisneros sobrevivió á los disgustos del Rey Católico para recibir el último golpe de la mano de su nieto.

XIII. Hasta ahora hemos asistido al grandioso espectáculo de un pueblo que se recobra, que se reorganiza, que crece, que se moraliza y se ilustra, que conquista y se ensancha, que se dilata á inmensas regiones, que domina en las tres partes del mundo, todo bajo el influjo poderoso de una reina virtuosa y prudente y de un rey astuto y político. Por una fatal combinación de circunstancias, á la benéfica y discreta reina de Cas

tilla y al experto y sagaz monarca de Aragón, sucede en el trono de Castilla y Aragón una princesa que tiene perturbada la razón y lastimadas sus facultades mentales. Para suplir esta incapacidad intelectual, la necesidad obliga á traer á España y ceñir la múltiple corona de tantos reinos á un joven príncipe nacido en extraña tierra, y que nunca ha pisado el suelo español. Así, como dijimos en nuestro Discurso preliminar, «cuando la trabajosa restauración de ocho siglos se ha consumado, cuando España ha recobrado su ansiada independencia, cuando el fraccionamiento ha desaparecido ante la obra de la unidad, cuando una administración sabia, prudente y económica ha curado los dolores y dilapidaciones de calamitosos tiempos, cuando ha extendido su poderío del otro lado de ambos mares, cuando posee imperios por provincias en ambos hemisferios, entonces la herencia á costa de años y de heroísmo ganada y acumulada por los Alfonsos, los Ramiros, los Garcías, los Fernandos, los Berengueres y los Jaimes, todos españoles desde Pelayo de Asturias hasta Fernando de Aragón, pasa íntegra á manos de Carlos de Austria.>>

Por primera vez viene un extranjero á reinar en España, y la que era madre y señora de imperios sin límites, va á ser por muchos años como una provincia de otro imperio. España regenerada va á entrar en una nueva era social, y comienza la edad moderna.

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