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1. Media armadura de Juan Padilla, jefe de los Comuneros. - 2. Armadura completa del marqués de Pescara. - 3. Armadura milanesa de Antonio de Leiva. -4. Media armadura de Diego García de Paredes. (Consérvanse en la Armeria Real de Madrid.)

intentaron con arrojo y denuedo los sitiadores. El conde de Haro, que desde Tordesillas acudió en auxilio de los cercados con un buen refuerzo de peones y jinetes, hubo de volverse por desavenencias con el almirante y por orden de éste, sin otro resultado que algunos soldados que llevó de menos A los ocho días, después de haber recibido Padilla un refuerzo de tres mil infantes y cuatrocientos caballos de los veteranos de los Gelbes, combatida y aportillada la parte más flaca del muro, fatigada y debilitada ya la guarnición, penetraron á escala vista los comuneros, llevando delante la bandera de Valladolid, rindiéronse los defensores, fué preso su caudillo Garci Osorio, y la villa fué entregada á un horroroso saqueo. Al día siguiente, aislados y desalentados los del baluarte, hicieron también su entrega, á condición de salvar las vidas y la mitad de su ropa y haciendas (1).

Si inmediatamente después de la toma de Torrelobaton se hubieran lanzado los comuneros de improviso y sin perder instante sobre Tordesillas, con el prestigio que les daba su reciente triunfo, consternados como se hallaban los regentes y los nobles, y sin fuerzas suficientes para presentarles batalla, sin duda se hubiera terminado la guerra y resuelto la lucha en favor de las comunidades. Todo en efecto parecía ya hacedero y fácil con soldados tan intrépidos y con un jefe tan brioso como Juan de Padilla. Pero en vez de avanzar aquel paso, dieron imprudente oíco á las proposiciones de una tregua de ocho días que hicieron los regentes y á los tratos de concordia que volvieron á anudarse: tregua y tratos que estuvieron á punto de romperse de una manera estruendosa y de convertirse en tumultuoso estallido, por los vigorosos, ardientes y coléricos discursos que en las conferencias fulminó fray Pablo de Villegas, uno de los comisionados por la Santa Junta á Flandes, que acababa de llegar rebosando de ira por el desaire recibido allí del emperador. Hasta en las calles peroraba furiosamente á las turbas, concitándolas contra Alonso Ortiz y otros negociadores de la paz, apellidándolos traidores, y á las voces del acalorado fraile se formaron grupos de gente armada que penetraron hasta en la sala de sesiones. La Junta, no obstante, logró aplacarlos, y prevaleciendo el partido contrario á la guerra, se ajustó al fin la tregua entre la Junta de Valladolid, los gobernadores de Tordesillas y los capitanes de Torrelobaton; tregua, aunque corta, mal observada por ambas partes, infringida con mutuos asaltos, escaramuzas y robos de la indisciplinada soldadesca de ambos bandos, y cuyas consecuencias exaltaron al partido belicoso, en términos, que en una reunión habida en el pueblo de Bamba en que se trató de prorrogar el armisticio, hubo quien amenazara á Padilla de muerte, viéndose éste obligado á volverse á uña de caballo á Torrelobaton (2).

En realidad había quien trabajaba por la paz de buena fe; el almirante

(1) Mártir de Angleria, epist. 714. - Maldonado, Movimiento de España, lib. VI.— Pero Mejía, Hist. de las Comunidades, lib. 11, cap XVI. - Cabezudo, Antigüedades de Simancas, MS. - Sandoval, libro VIII. - Carta del arzobispo de Granada al emperador Carlos V. MS. de la Real Academia de la Historia.

(2) Cartas de Gonzalo de Ayora. - Sandoval, libs. VIII y IX.

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