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tingue sus dos especies con los nombres de celia ceria y de cerbisia. Te dirá que las alforjas del arriero son la legítima descendencia de la sarcina de que habla Caton el Censor, y de la bulga romana, y te probará con este verso de Lucilio

«Cum bulga cœnat, dormit, lavat, omnis in una,»

el antiguo y respetable derecho de este mueble á ser considerado como el apéndice obligatorio de nuestra persona en la vida trashumante. Te hará ver que la fórmula de ofrecerlo todo aunque no haya intencion de regalarlo, es oriental y muy antigua, citando al canto el pasaje del Génesis en que Ephron hace á Abraham el cumplido de poner á su disposicion la cueva doble que tenia en su heredad para que entierre en ella á Sara, y luego se la vende por cuatrocientos siclos de plata; que tambien nos viene de oriente la magestuosa aunque aparente frialdad con que el actual descendiente de cinco razas poderosas mira las cosas mas dignas de alabanza, y con que recibe las dádivas ú obsequios; evocando el testimonio de Tácito: «gaudent muneribus, sed nec data imputant, nec acceptis obligantur.»

El ingenioso Solitario por su parte, sólidamente versado en el tecnicismo de la bulla y zambra andaluza, nos representará al vivo las animadas ferias de Ronda y de Mairena, la majeza en toda su bravura, nos retratará al señorito garrido y flamante, al chalan tramposo y embustero, en quien vive perpétuo el famoso Ginés de Pasamonte; y tambien nos conducirá canceles adentro bajo los emparrados donde la animada sevillana desmenuza el bolero y el fandango, y donde la voluptuosa gaditana se zarandea con el ole y la zarabanda Ꭹ los demas derivados de aquellas lúbricas danzas de las célebres hijas de la isla Eritrea, delicias de Marcial, Horacio y Petronio.

Los pintores y escultores finalmente sacarán de las costumbres de los tipos lo mas adecuado á su arte respectivo. El pintor encuentra en las escenas de la vida comun de Andalucía, forma, color, originalidad: para producir un cuadro de género rico de tonos é interesante, no tiene mas que ponerse á copiar: la buena-ventura, la improvisacion cantada en el cortijo, el baile en la hera, la disputa en la taberna ó en la romería, la familia gitana en su rancho, el coloquio amoroso á la reja pelando la pava, la buñolera de Sevilla, el barquero del Puerto, un grupo cualquiera de chalanes ó caleseros, con sus jacos y sus vehícu

los, ó sin ellos, parados ó caminando, tumbados durmiendo su siesta, ó en corro requebrando á una despótica maja, ya bebiendo, ya comiendo, ya jugando, ya rasgueando la guitarra y ululando, como decia Silio Itálico, las monótonas cañas de Tarteso, serían para un Wilkie, para un Hogarth, para un Goya, como lo han sido para el malogrado Becquer (1), otras tantas ocasiones de fecunda inspiracion, modelos impagables de dibujo y de riquísima entonacion, mina inagotable y variada de actitudes espresivas y de graciosos incidentes. De la fiel observacion de las costumbres meridionales, sin quitar ni poner, sacó el ingenio de Cervantes la linda figura de Preciosa, la descarnada de su supuesta abuela la gitana vieja, la egipciaca y varonil de aquel elocuente y viejo gitano que hizo á D. Juan de Cárcamo la viva pintura de las costumbres de su tribu: y qué cuadros no podrá componer un pincel ejercitado representando con colores materiales aquellas mismas escenas del gran novelista, v. gr., la ruidosa entrada de la Gitanilla en Madrid à son de tamboril y castañetas, rodeada de otros gitanos de su aduar y de los muchachos y mujeres que acuden á verla bailar tocando las sonajas y cantando el romance de Sta. Ana; ó la profesion de gitano del enamorado D. Juan, cuando sentado sobre el alcornoque, en el rancho adornado de ramos y juncia, con el martillo y las tenazas en la mano, y presentes otros gitanos de ambos sexos, oye de boca del gitano viejo que le entrega á Preciosa aquellas terribles palabras: «nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas ó amigas; con la misma facilidad las matamos y las enterramos por las montañas y desiertos, como si fueran animales nocivos: no hay pariente que las vengue, ni padres que nos pidan su muerte.» Todo, en efecto, es en el pueblo de Andalucía característico y pintoresco: sus fisonomías, sus trages abigarrados, los jaeces de las bestias, el ornato ninivita y babilónico de los arreos. Figuráos un pintor observador y perspicaz como Teniers, y enérgico como Salvador Rosa: un Goya, por ejemplo: qué partido no hubiera él sacado de una de esas dramáticas meriendas de gitanos que suelen ser el final obligado del peligroso ejercicio de las alumnas de Telethusa (2). Una moza desenvuelta y provocativa, aunque irremisiblemente

(4) Y como lo son para otro distinguido artista sevillano de este mismo apellido, aunque mas aficionado por la esquisita educacion de su sentimiento estético á otros ramos mas sublimes de la pintura.

(2) Célebre bailarina de la antigua Gades, inmortalizada por Marcial y Petronio.

casta, pues si no lo fuera no existiria, baila el ole en medio de un gran corro de gitanos y gitanas, jóvenes y viejos, entre los cuales hay un busné, mocito boquirrubio, cristiano alegrillo y un tantico curioso que no sabe en qué nido se ha metido ni entre qué casta de pajarracos anda revuelto: comienza el braceo con los redobles de las castañuelas, acompáñale el muelle contoneo del cuerpo, el menudo taconeo y la lánguida mirada, y la «poesia del deleite (1)» se anima y crece con las esclamaciones del insaciable enjambre: «bien parado! déjala que se canse; ¡mas puede! ¡mas puede!» Y todos acompañan el son y la danza con palmaditas acompasadas, y la doncella cobriza se enardece, y aumenta la excitacion en los ya exaltados cerebros, y el incauto estrangero sale de sus casillas, Y la graciosa bacante que le seduce, despues de hecho el último esfuerzo, cae en su asiento exhausta y hecha pedazos lanzándole una mirada que le derrite el corazon. El pobre busné, que no conoce la naturaleza especial del gitano, interpreta aquella mirada por las reglas de la elocuencia europea, y mientras la gente morena se refresca con aguardiente y manzanilla, se propasa imprudente á declaraciones y pesadeces que entre nuestras errantes bayaderas jamás se consienten. La bailadora, verdadero ponche helado para un sofocon, recobra repentinamente su dignidad egipcia: el fascinado busné se queda petrificado sin saber lo que le pasa, y la parentela masculina de la mala hembra le saca de su estupor con un astillazo ó un chirlo, y acaba la zambra con navajadas y cabezas rotas. En este mismo drama hay ¿quién lo diria? accidentes no pocos para satisfacer el mas delicado instinto de lo bello, y en los cuales sin embargo casi nadie repara; pero si un escultor familiarizado con las creaciones del genio griego y latino acierta á detenerse en Cádiz ó en Sevilla á la entrada de un ventorrillo, ó á la puerta del corral donde suena el castañeteo, y la curiosidad le mueve á contemplar el espresivo baile del ole ó de la zara— banda, presto sorprenderá entre las voluptuosas posturas de la mujer la de la famosa Venus Callipige de Nápoles y la de la Bacante de la villa Albani. Los artistas de la antigüedad, entre quienes no era privilegio especial dado á muy pocos, como lo es hoy, la percepcion clara y sin velo de la belleza, sacaban gran partido de las escenas comunes: ellos vieron la mencionada lindísima estátua en la vulgivaga Te

(1) Die poesie der Wollust, llama Huber á los bailes gaditanos.

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lethusa, como vieron en otras mozuelas dedicadas al mismo ejercicio, de las que llamaria Cervantes de la casa llana, la linda figura que baila en un banquete nocturno y que admiramos hoy en un vaso Etrusco del Museo Borbónico, y otra más que con purísimo deleite estudian los aficionados de moral mas severa entre las pinturas del sepulcro de Cuma, rodeada de espectadores en actitud de llevar el compás dando palmadas y de excitarla con esclamaciones, ni mas ni menos que como lo hacen hoy los bravos de Andalucía. Porque debemos observar, aunque sea de pasada, que el genio que bajo la corteza de lo vulgar y comun sabe encontrar la verdadera belleza, saca la forma pura con toda su original pudicicia del cieno con que la deslustra y deforma el vicio, como el minero saca el oro del fango de la mina. No son numerosos en verdad los genios; así que, esos hermosos trasuntos de la forma corporal purgada de sus imperfecciones accidentales, solo se hallan en los vasos antiguos, en los bajo-relieves y estátuas griegas, en algunas tablas de Rafael y de Pusino; pero la naturaleza es siempre igualmente fecunda, y si los buenos artistas escasean, no faltan por cierto modelos que ostenten la mas hermosa creacion de Dios en toda su virginal pureza entre esas doncellas singulares de la vagabunda raza oriental que con tanta frecuencia recordamos, llenas de magestad aunque sumidas en la abyeccion, castas y sin pudor, provocativas y sin amor, que cantan y bailan y tienen la mirada triste, que parecen hijas de reyes egipcios y nacen de sangre de chalanes Y ladrones. Es menester saber buscar, y ver, y sentir, cuando se trata de copiar para los talentos adocenados no hay en las escenas populares sino lances muy comunes: lo defectuoso y malo es lo único que á sus ojos se presenta, y aun así y todo, todavía es para mi un desideratum un cuadro bueno sobre el manoseado tema de las costumbres andaluzas de majencia y bravura con sus peripecias, sus contrastes, sus movimientos y su fuga, sus dramas y sus horrores, ó sus lances cómicos y su chistosa animacion. Vemos por todas partes pinturas de tipos y de escenas meridionales: la bolera, el majo, el contrabandista, los famo— sos niños de Écija, el último bandolero de vida épica y verdadero rey de la Sierra, José Maria, andan prodigados hasta por los témpanos de las panderetas causándonos hastio; y con tanto copiar y recopiar esos tipos, con tanto repetir y multiplicar mujerotas bailando el fandango, y majos empalagosos paseando la calle de la Sierpe ó la Velada, y bandoleros á caballo con la querida en ancas y el trabuco al costado, Ꭹ el

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