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quirirla con injusticia y violencia. No puede llamarse un bien à lo sobrado, que para nadie sirve, sino para los malos hombres. ¿Los de esos paises son por ventura mas robustos que nosotros? ¿Viven mas años? ¿Son entre sí mas conformes? ¿Tienen vida mas quieta, mas libre Y agradable? Al contrario, deben ser celosos unos de otros, carcomidos de una vil envidia, inquietos siempre con la ambicion, el miedo y la avaricia, incapaces de aquellos gustos que son sencillos y puros; porque son esclavos de necesidades falsas, de las cuales han hecho que dependa la felicidad de sus vidas.» Así hablan aquellos hombres que no han aprendido otra prudencia sino la que enseña la perfecta naturaleza.

>> Tienen horror á nuestra galantería, y es fuerza confesar que la de estos pueblos es muy grande en su candidez. Viven todos juntos sin dividir las tierras, y cada familia se gobierna por su cabeza, que es en ella el verdadero rey que la rige à su voluntad. El padre de familias tiene derecho de castigar á sus hijos y nietos, cuando cometen alguna mala accion; pero antes consulta con el resto de la familia, Casi nunca sucede que se castigue à alguno, porque las costumbres inocentes, la buena fé, la obediencia, el odio al vicio imperan en aquel delicioso pais. No parece sino que Astrea, que dicen se retiró al cielo, vive escondida todavía entre aquellos mortales afortunados. No tienen necesidad de jueces, porque los suplen sus propias conciencias. Son comunes allí los bienes; los frutos de los árboles, las legumbres, la leche, son riquezas tan abundantes, que pueblos tan moderados no han menester partirlas. Es bello el pais sobre todo encarecimiento; las familias, nó— mades, trasportan sus tiendas de un territorio á otro cuando han consumido el fruto y los pastos del lugar donde antes estaban. De esta suerte no tienen rentas que defender los unos de los otros, y se aman con un amor fraterno que ninguna cosa perturba. Lo que les mantiene en esta paz, concordia y libertad es la privacion voluntaria de las vanas riquezas y placeres engañosos. No hay entre ellos mas preeminencia que la de los ancianos sabios, ó la de algunos jóvenes que igualan á los viejos consumados en prudencia y virtud. En aquel pais, amado de los dioses, nunca hacen oir su bárbara voz el engaño, la violencia, el perjurio, los pleitos y las guerras. Allí la tierra jamás se tiñó de sangre humana, y apenas se ha visto correr sino la de las reses. Cuando se les dá noticia de las sangrientas batallas, de las veloces conquistas, de las ruinas de estados que se ven en otras naciones, no pueden acabar de admirar

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se. ¿No son harto mortales los hombres, dicen asombrados, sin que se den pronta muerte unos á otros? Los pueblos de la Bética no comprenden cómo se admira tanto á los conquistadores que sojuzgan los grandes imperios. Consideran al conquistador como un instrumento de los dioses indignados contra el género humano, suscitado por ellos á fin de que, arrebatado del ciego ímpetu de su saña, estienda el espanto por todas partes, con el despecho y la miseria de los infelices reinos conquistados, esclavizados y destruidos. Esos grandes conquistadores que à nosotros se nos presentan con tanta gloria, son para ellos como rios que saliendo de madre anegan y asuelan las campiñas que debian regar y fertilizar.

>>>Los habitadores de la Bética no beben vino aunque tienen viñas en abundancia, porque le consideran el pervertidor de los hombres, y una especie de veneno que hace al ser racional frenético y lo trasforma en bruto. No conocen la poligamia: cada cual mantiene á su mujer mientras vive: la honra del marido depende de la fidelidad de la esposa, y la de esta de la fidelidad de aquel: entre ambos se reparten los cuidados, teniendo el hombre los de fuera de casa, y la mujer los de dentro. La templanza, la moderacion y puras costumbres les hacen gozar una vida dilatada.

>>> Como esta sabia nacion jamás ha usado de violencia, nadie desconfia de ella, y los pueblos vecinos la respetan por su virtud. Si alguno se entra por sus tierras, fácilmente se las ceden, porque dicen que mientras haya tierras libres no quieren defender las que ocupan contra quien las quiera señorear. No hay entre estos felices moradores ni orgullo, ni infidelidad, ni ansia de gobernar: de donde proviene el no tener que temer de sus vecinos, á quienes siempre dejan en paz. Antes de dejarse esclavizar abandonarian el pais, ó se dejarian matar. Es tan dificil sojuzgarlos, cuanto ellos están agenos de sojuzgar á otros, y en esto consiste que dure allí siempre la paz. >>

Aun suponiendo que el griego Adoamo solo haya existido en la mente de Fenelon, y que este cuadro de la vida patriarcal de los primitivos españoles del mediodia sea puramente novelesco en sus pormenores, como lo hacen sospechar ciertas reflexiones solo propias del genio francés de la época de Luis XIV bajo la impresion de inocentes utopias filosóficas; fuerza será convenir en que las alegorías de los poetas de la antigüedad abren ancho campo á estas otras semejantes narraciones,

y que lo mismo que los geógrafos confirman esas alegorías por lo tocante á la naturaleza del clima, á la calidad de las producciones terrestres y marítimas y á la índole de los habitantes, las confirmarian los historiadores en cuanto á lo que de la vida pública y privada se puede colegir, si hubiera habido en aquellos remotos tiempos quien consignase sus hechos. Entonces veríamos quizá patente el fundamento que tuvo Homero para colocar en la antigua Bética el trono del justo Rhadamanto y el reino de Pluton, y justificadas las palabras de Hesiodo «Júpiter distinguió á estos moradores del resto del mundo: habitan los Campos Elíseos, tienen una vida feliz, y en su pais reina una primavera contínua que dá dulces manzanas tres veces al año. >>

Hay que remontarse á una época anterior á la arribada de los Fenicios á las costas ibéricas para encontrar el modelo de la cultura que nos ocupa: porque no es la cultura de las maneras basada en la prosperidad del tráfico, de la riqueza metálica y de las artes, la que aquí se nos ofrece; sino la civilidad de los instintos resultado de la falta de necesidades y de la feliz ignorancia de lo que se llama industria y comercio. Y aquí la fábula, cuya caprichosa forma suele encerrar siempre algo de verdad, nos presta un auxiliar poderoso para nuestras averiguaciones. La fábula y la tradicion, de que tanto desprecio han hecho algunos escritores, son la única brújula con que podemos aventurarnos á bogar en el oscuro mar de los tiempos antehistóricos.

Un descendiente de Noé, Tharsis ó Tubal, ú otro cualquiera, aportó en la tierra meridional de España cuando la dispersion de las gentes despues del diluvio, y allí señaló estancias en que moraron y quedaron muchos de los que consigo traía. Dió á esta region el nombre de Bética, voz caldea derivada de Behin, que significa tierra fértil ó deleito– sa: «enseñó en ella costumbres fundadas en toda bondad y virtud, y cosas de gran sustancia, declarando principalmente á sus moradores los secretos de la naturaleza, los movimientos del cielo, las concordancias de la música, las excelencias y grandes provechos de la geometría con la mayor parte de la filosofia moral, haciéndoles reglas y leyes razonables en que viviesen, las cuales dejó señaladas en metros bien compuestos para que mas fácilmente las pudiesen retener (1).» ¿Qué inconve

(1) Florian de Ocampo. Crón. gen., cap. IV. Estrabon dice, hablando de los Turdetanos: Hi omnium Hispanorum doctissimi judicantur, utunturque grammatica, et antiquitatis monumenta habent conscripta, ac poemata, et metris inclusas leges, à sex

niente hay en creer que la memoria de esta civilizacion patriarcal y primitiva durase entre algunas tribus hasta los tiempos en que se supone viajó Homero por la Bética? El célebre poeta de Esmirna florecia al es— pirar el décimo siglo antes de J. C. (1), y las fábulas relativas à la historia de España hasta la primera invasion cartaginesa, ocurrida en el sétimo siglo antes de nuestra Era, nos ofrecen una série no interrumpida de conflictos en que siempre la raza aborigena descuella como fielmente apegada á sus antiguas leyes y costumbres, haciendo triunfar su nacionalidad al cabo de sangrientas resistencias. Al tranquilo reinado de Beto, que murió sin hijos, sigue la tiranía de Gerion, tan nombrado de los es

millibus (ut ajunt) annorum. Trad. de Casaubon, lib. III. De manera que el verídico geógrafo griego reconoció al comenzar próximamente nuestra Era que la civilizacion Turdetana databa de los mas remotos tiempos. Fáltanos determinar la época á que se remontan los seis mil años que el escritor menciona apoyado en la tradicion. Palmerio al anotar este pasage quiere que en vez de años, como dice el texto, se lea escritos ó poemas; pero no se alcanza la necesidad de esta correccion cuando de escritos y poemas se habia hecho ya mencion anteriormente. Muchos de nuestros escritores tienen por absurda la época de seis mil años que Estrabon asigna; pero «si consideráran, dice un erudito anotador suyo español (Notas á Strabon, m. s. 47 de la Real Academia de la Historia), el juicio del geógrafo en sus dichos, y que este no habla de años solares como ellos pretenden, no tendrian por tan disparatado su aserto.» «No tiene duda, prosigue, que las naciones antiguas tuvieron varios modos de computar el año. Unas lo formaron de uno, otras de tres, otras de cuatro y otras de seis meses. Entre nuestros críticos hay la disputa de si han de ser de tres ó de cuatro meses, pues no se pueden presumir, y con razon, que Estrabon, atento su juicio y crítica, dijese al aire que las leyes de los Turdetanos tenian seis mil años de antigüedad.» Ocampo en el cap. 9 del lib. I hace el año de cuatro meses, y segun este cómputo la civilizacion Turdetana data para él de dos mil años antes de J. C., época que coincide con la tradicional gobernacion de Tubal. Romey en su Historia de Espuña dá al año de los Turdetanos solo tres meses, y por consiguiente solo saca á la cultura de que Estrabon habla mil quinientos años de antigüedad; época que corresponde, segun él, con la primera venida de los Fenicios á España. El uno, pues, atribuye á los primeros pobladores de la Bética de que hay noticia una civilizacion puramente caldea: el otro reconoce en ellos una cultura propiamente fenicia. ¿Cuál de los dos tiene razon? En nuestro concepto el primero, y no porque demos la preferencia á su modo de computar los seis mil años de Estrabon, sino por otra circunstancia que hasta hoy no se ha tomado en cuenta. ¿Es tan indudable como parece creer Mr. Romey que el primer arribo de los Fenicios á España acaeciese quince siglos antes de nuestra Era? Consultemos las autoridades. No contento Estrabon con mencionar las ciudades que los Fenicios fundaron, añade la época en que vinieron á poblar á España, diciendo que fué «poco despues de la guerra de Troya.» La ruina de esta ciudad fué el año 1484 antes de J. C.; con que la venida de los Fenicios pudo ser como en el siglo XI antes de nuestra Era. Mela (lib. III, cap 6) solo dice que la fundacion de Cádiz fué de los Fenicios, y su origen desde la destruccion de Troya; pero Veleyo Patérculo (lib. 1, cap. 2) circunstancia mas la época comenzando así el capítulo de la fundacion de Cádiz: Casi ochenta años despues de tomada Troya... etc.; de modo que la venida de los Fenicios á España en que fundaron ciudades fué á fines del siglo XII ó principios del XI antes de là Era cristiana. Hay de consiguiente sólidas razones para afirmar que la cultura Turdetana, aun computando los seis mil años de Estrabon segun el sistema de Mr. Romey, es tres ó cuatro siglos anterior à la primera colonizacion fenicia en las costas de la Bética.

(1) Por los años de 907 segun los famosos mármoles de Páros.

critores griegos y latinos: Gerion, estrangero como su mismo nombre lo indica (1), halló á los Iberos de la Bética viviendo diseminados por los campos en aldeas, sin tener quien los gobernase (2) (pintura que corresponde con la idea que de su estado social acaba de darnos Fenelon), y fué el primero que los enseñó á defenderse de la violencia de los mas poderosos. Edificó castillos, fortalezas y ciudades, vivió espléndidamente aprovechando las grandes riquezas de aquel suelo, hasta entonces menospreciadas por los naturales, y es de creer que entre los indígenas y las gentes que siguieron á Gerion, ó que alegóricamente se representan en este tirano estrangero, se estableciesen estrechos vínculos (3). Pero

(1) El nombre de Gerion, dice Mariana, en lengua caldea significa peregrino y estrangero.

(2) Mariana, cap. VIII, lib. I.

(3) Hablando Estrabon de las cualidades que distinguian á los Turdetanos, añade que segun Polibio debe esto mismo entenderse de los Celtas, sus vecinos, «no solo por causa de esta vecindad, sino tambien por los vínculos de sangre que unian á los unos con los otros (Strab., I. III).»

Suponemos que en la venida de Gerion á España esté representada la invasion céltica ó pelasgica. Para esto tenemos mas de un indicio: no solo hace á Gerion estrangero la fabula por el significado de su propio nombre, sino que ella misma determina su procedencia al consignar el hecho de la derrota de los gigantes ó Titanes por los dioses. Este hecho se esplica perfectamente, como vamos a ver en seguida, en la victoria que Osiris ó Baco alcanzó contra Gerion; de manera que ya tenemos en las meras alegorías relativas á los tiempos fabulosos una esplicación plausible de las primeras conquistas consumadas en la Bética. Los Celtas y los Pelasgos son, como sus mismos monumentos lo indican, pueblos de idéntico orígen: unos y otros se consideran como ramas de aquella gran familia indo-germánica que desde los tiempos anteriores á toda apreciación histórica se derramó por el occidente y el mediodia de Europa. Los antiguos nos representan á los Pelasgos (Celtas del mar y de sus islas) como hombres de gigantesca estatura; llevaban además el nombre de Titanes, porque se decian descendientes del dios Tis ó Teut, y por último, los restos de sus edificios que aun se mantienen en pié asombran por la descomunal dimension de las piedras que los forman, y revelan claramente fuerzas físicas superiores á las comunes. Segun esto, no nos parece violenta la interpretacion que proponemos. Una colonia caldea viene con la dispersion de las gentes de las llanuras de Sennar á España. Esta inmigracion pudo ser de raza puramente semítica: el origen semítico ó siro-arábigo de los caldeos parece cosa ya demostrada; el nombre de Tubal, lo mismo que los de los dioses asirios Baal ó Bel y otros, es semitico. Perpetúa esa colonia en la Bética la vida patriarcal y nómade del Oriente, tan acomodada a sus peculiares instintos: el hebreo, el árabe, el sirio que hoy vagan errantes por los desiertos de la Turquía de Asia (Véase á Layard en su luminoso bosquejo de las tres razas semítica, indo-europea y mongólica, Nineveh and its remains. Cap. II, parte II), viven como vivia probablemente el Turdetano: no se curan del porvenir, vegetan en la feliz imprevision de todo mal futuro, su brillante imaginacion sugiere a las obras de sus manos y á sus palabras, formas siempre bellas; la elocuencia, la música, la poesía son en ellos dotes naturales. Con este dichoso estado patriarcal y libre en que el Turdetano no reconocia vínculos legales que encadenasen ni su persona ni su entendimiento, se combinó en la Bética la ruda civilizacion de la raza indo-germánica ó indo-europea los Pelasgos ó Celtas del mediodia, acaudillados por el alegórico Gerion, introdujeron artes é instituciones hasta entonces desconocidas, y con ellas las ambiciones, la opresion y la guerra.

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