Imágenes de páginas
PDF
EPUB

sus pasos hasta encontrar la estabilidad y bienestar, ofrecidos en perspectiva allá en el fondo de confusa y oscura lontananza.

En esta duda, en tan penosa incertidumbre, cuando el auxilio de la razon es un peso que embaraza y embarga el entendimiento, forzoso es dejarse llevar por los sucesos mismos y seguir esa especie de predestinacion contra la cual es impotente el esfuerzo del hombre. Así lo hizo el señor Gil: escrito estaba que habia de servir un empleo, y renunciar para siempre al trato y comunicacion con las ciencias, aun cuando hubiese de llegar un dia en que ni aquel ni estas fuesen ccupacion especial de su talento. Precisado pues á servir un empleo, obtuvo el de escribiente del ministerio de la Gobernacion, donde ascendió á oficial del archivo.

Poco le duró ese breve tránsito desde sus antiguos gustos y aficiones al nuevo campo de los negocios públicos, en donde entraba, como á pesar suyo, volviendo la vista al pacífico y sosegado de las ciencias y letras, incesante objeto de sus tareas y desvelos. La violenta reaccion política del año 1823 volvió á confundir nuevamente todos sus cálculos, á robarle todas sus esperanzas, y á no permitirle formar proyecto alguno que ofreciese un porvenir estable y halagueño. En semejante incertidumbre, agoviado por el tedio y la ociosidad, sin gusto para los estudios graves, imposibilitado de regresar á Madrid por haber sido oficial de la milicia nacional, y no pudiendo menos de permanecer en Cádiz, único asilo que á la sazon podian hallar los partidarios de las ideas liberales, comenzó á dar rienda suelta á otro linaje de conocimientos que corriendo dias y ayudados de su ingenio, habian de servirle para hacer frente á los desmanes de la fortuna, y aumentar al propio tiempo el lustre de la literatura castellana. Siguiendo pues el primitivo impulso que en 1816 le obligó á escribir en ratos ociosos una comedia, titulada la Comico-mania, con objeto de criticar las comedias caseras, y otra en 1822 con el título de la Familia catalana, en que se propuso pintar los tristes efectos del encono de los partidos, y que por último inutilizó en Cádiz, compuso en esta ciudad otras tres bien conocidas del público, cuyos títulos son el Entremetido, Cuidado con las novias, y Un año despues de la boda; la primera en prosa y las otras dos en romance asonantado. Aquella se representó en Madrid en 1825, todavía ausente el autor, y estas en 1826 cuando ya habia obtenido licencia del gobierno para regresar á la corte.

:

El periodo comprendido desde 1824 al 33, notable bajo muchos aspectos, ya se le considere como un cuadro político en que no pocos aciertos aparecen manchados por multitud de errores, ya se le mire como época de transicion en la serie de reacciones inevitables en las revueltas políticas de un estado, fué todavía mas señalado y notable por el apocamiento, miseria y postracion en que llegó á verse nuestra literatura, y con especialidad la poesía dramática. Aquel período, pues, al cual se vió tan estrechamente unida la mala suerte de nuestro teatro, no podia menos de influir de una manera eficaz en la conducta literaria de los que para él escribian, con mas arrojo que esperanza de un éxito favorable. Por esta razon y por hallarse enlazados con aquella época los nombres de don Manuel Breton de los Herreros y don Antonio Gil y Zárate, juzgamos oportuno dar aquí una ligera idea del estado de nuestros teatros al fallecimiento del último monarca.

No tomaremos por punto de partida de esta breve y suscinta narracion, la historia de la decadencia de nuestra literatura dramática en el siglo XVII; la tiránica tutela que sobre ella ejercieron en el XVIII los teatros francés y aleman; ni la inutilidad de cuantos esfuerzos han hecho algunos amantes de nuestra literatura, por levantarla del abatimiento en que la hemos visto durante el primer tercio del siglo presente. Semejante empresa, si bien muy interesante para los fastos político-literarios de nuestra patria, seria ajena por su extension del objeto que llevamos al escribir estas líneas.

Tras largo tiempo de decadencia literaria, despues de la invasion de una nueva escuela formada sobre los modelos literarios de la antigua Grecia, adulterados con el espíritu razonador, galante y afectado de la corte de Luis XIV; apareció en España la secta de imitadores y traductores, que por desgracía todavía prevalece, y nuestro teatro abandonó la principal cualidad que pudiera envanecerle, la originalidad. En los últimos años del siglo pasado se enseñorearon de la poesía cómica y de la escena, dos hombres célebres, cuyos talentos eminentes hubieran podido saciar el orgullo español, si en época mas afortunada florecieran : hablamos de Moratin y Maiquez. Ambos conocieron el corazon humano; ambos fueron fieles intérpretes de sus sentimientos, de sus debilidades y miserias: mas el primero desalentado, sin suficiento estímulo para entrar de lleno en la brillante carrera á que su ingenio le conducia, escribió para satisfacer los estímulos de su amor propio, labró su reputacion literaria, y satisfecha esa necesidad moral de los hombres, enmudeció para siempre; y pobre y abatido por la desgracia, buscó el reposo del alma y el descanso eterno del cuerpo en una tierra extranjera. El segundo, cubierto de laureles que nadie le ha disputado todavía, sin recompensas ni aun materiales, atropellado, desterrado y empobrecido, debió tan solo á la piedad cristiana el último albergue que ofrece la tierra aun á los que sobre ella pasan sin nombre y sin gloria. La desapa

rición de estos dos mantenedores del antiguo renombre de nuestro teatro, acabó por hundirla en la nada.

No podia suceder otra cosa. Al restablecerse la monarquía absoluta en 1823, creyeron sus sectarios que la estabilidad y firmeza de su triunfo dependia de la adopcion de un sistema moral restrictivo, capaz de contener el ímpetu de las ideas novadoras del siglo. ¡Ridículo empeño por cierto, el de oponer á la violencia de un torrente, montones de escombros de un edificio derruido por la mano destructora del tiempo! Y como si fuera posible olvidar lo que lisonjea el ánimo, ó renunciar esperanzas que la experiencia no ha convertido en desengaños, los vencedores del año 23 llegaron á lisonjearse con el silencio de los vencidos, y á considerar como cambio de ideas lo que no era otra cosa que un disimulo forzoso para no despertar la ira implacable de un poder intolerante.

Apoyo formidable de ese poder fueron las censuras civil y religiosa por donde habian de pasar todas las obras del talento y de la imaginacion, encomendadas á la imprenta; y fácil será concebir que las composiciones dramáticas, mas influyentes que otras por su doble efecto en la lectura y en la escena, no serian las mejor libradas en la severa y minuciosa inspeccion que habia de purificarlas antes de ver la luz pública. Y así era en efecto. El señor Gil y Zárate en la biografía que ha escrito del señor Breton de los Herreros, presenta varios hechos para patentizar la vergonzosa y degradante humillacion por donde habian de pasar los mas esclarecidos ingenios, obligándolos á someter sus producciones á la estúpida censura del famoso P. Carrillo, fraile Victorio, célebre en los Tastos de esa época menguada para las letras españolas. Era, pues, de inferir que habiéndose entregado el señor Gil á la poesía dramática, como recurso indispensable para atender á su subsistencia, le alcanzaria de igual manera que al señor Breton y demás escritores de aquel tiempo, la férula frailesca del reverendísimo padre. No pudo menos, pues, de pagar el debido tributo á la época; y la siguiente anécdota, copiada literalmente de un artículo biográfico del señor Gil, escrito por don Antonio María Segovia, é inserto en la coleccion de Escritores contemporáneos, dará completa idea del carácter del P. Carrillo y del criterio y temple de sus censuras. Dice así: «En 1827 tradujo (el señor Gil) la tragedia de D. Pedro de Portugal, que se representó en el teatro de la Cruz, no sin haber tenido que vencer grandes inconvenientes por parte de la censura. Ejercia esta en lo eclesiástico el célebre padre Carrillo, á cuya vergonzosa ignorancia parece como que se quiso dar fama eterna, cometiéndole encargo tan impropio de su estolidez, cuando el señor Gil presentó su Rodrigo, primera tragedia original. Repugnóla el censor; quiso el autor empeñaile con recomendaciones poderosas; desairólas aquel; volvió este á abogar por su obra, oponiendo á la severa critica del fraile un argumento á que otras veces habia cedido. argumento no conocido de los dialécticos, pero sí de los escritores madrileños que habian de haberselas con el P. Carrillo, y era... en una palabra... un bote colmado de exquisitísimo rapé. Pero ¡oh prodigio! La rectitud del censor se hizo esta vez superior al rapé como á las recomendaciones, y manteniéndose inexorable, se determinó á resistir heróicamente que saliese á la escena el último monarca de los godos; porque decia el buen religioso: Aunque en efecto haya habido en el mundo muchos reyes como don Rodrigo, no conviene presentarlos en el teatro tan aficionados á las muchachas. Esta anécdota como otras muchas muy sabidas en Madrid, da idea de lo que se llamaba censura en aquel tiempo... Pocos, muy pocos podrian conservar aliento contra tantos obstáculos: Don Antonio Gil fué uno de ellos: tradujo otras dos tragedias, y la censura no solo las prohibió, sino que (trabajo cuesta el creerlo) ni aun quiso jamás devolverlas al autor. Eran sus títulos Artajerjes, y el Czar Demetrio. La misma suerte tuvo de allí á poco Blanca de Borbon, otra tragedia original. »

;

No se limitan á estos solos hechos los títulos de oprobio con que tuvo la gloria de cubrirse la censura de aquellos años. Pudiera perdonarse á la suspicacia de quienes miraban un enemigo, un conspirador en cada hombre capaz de escribir para el público, el estar en continuo acecho de cada idea, de cada palabra que pudiese despertar pensamientos atrevidos, ó deseos contrarios al órden de cosas establecido. Pero extender esa misma suspicacia á las obras de nuestros antiguos escritores, cercenarlas, mutilarlas, y obligarlos á decir lo que nunca pensaron, reservado estaba únicamente á los que equivocando los mas luminosos principios de la sana razon y de la política de los gobiernos, labran á un tiempo su propia ruina y la de la sociedad que tuvo la desventura de ser por ellos gobernada. Hable por nosotros la Coleccion de comedias escogidas de nuestro antiguo teatro, publicada en aquel tiempo; y las innumerables supresiones y lagunas con que se destiguró su texto depondrán de nuestra verdad, haciendo á la vez el panegirico de tan justa como memorable censura.

Con semejantes trabas, con el inmenso cúmulo de dificultades y aun de obstáculos, á veces insuperables, con que era forzoso lucharan cuantos á la sazon se veian acometidos del insensato deseo de escribir para el público, era imposible dejasen de sucumbir á tan continuada pugna, y menos evitar que un mortal desaliento viniese á reemplazar en su

ánimo la fervidez y entusiasmo de la imaginacion. Ese fué cabalmente el término que por entonces tuvieron las tareas literarias del señor Gil. Aburrido y desanimado, abandonó las musas dramáticas, conceptuando mas seguro y lucrativo dedicarse á la enseñanza de la lengua francesa en la escuela de Comercio del Consulado de esta corte, cuya cátedra obtuvo por oposicion en 1828. Allí, ya que no adquiriese ni utilidades ni renombre, vivia tranquilo y sosegado; y, cuando menos, se miraba exento de las impertinencias y sandeces del P. Carrillo.

Empero cuanto él ganó en paz y sosiego del ánimo, se convirtió en pérdida verdadera para nuestra literatura. El mejor, el mas fecundo de los períodos de la vida le pasó el señor Gil ocupado en su cátedra, y en otros negocios particulares que le proporcionaban la necesaria subsistencia.

Mientras tanto entregado el teatro á su propio destino, se alimentaba de traducciones, las mas veces hechas á destajo entre dos, tres ó mas traductores, y casi siempre sin eleccion, sin gusto, sin correccion en la frase, adulterando lastimosamente el lenguaje castizo, y lo que es peor, sin consultar las conveniencias sociales, ni el tipo característico de nuestra patria. El menor mal producido por esa irrupcion bastarda de extraña literatura, es el habernos constituido en tributarios de una escuela extranjera, renunciando á la gloria de la originalidad, y alejando la esperanza de poder aspirar á ella en muchos años. Humildes imitadores en lo político, en lo moral y en lo literario, de una nacion vecina, mas afortunada que nosotros, sin merecerlo, hemos copiado sus errores con mas fidelidad que sus aciertos; y nuestra sociedad modificada por ese resquemo de francesismo, tan solo presenta un compuesto mestizo en que toda clase de cualidades se encuentran retratadas, menos las esencialmente españolas. No pocos ven á través de esas modifica. ciones de nuestra nacionalidad la peregrina idea de una asociacion universal, mancomunidad de ideas y pensamientos; sueño fantástico, quimera irrealizable, tan efímera y vaga como la imágen de los objetos refractados en la linterna mágica. Y desventuradas las naciones de segundo órden si semejantes ensueños llegaran á realizarse! No es tan solo por la via de las armas como verifican sus conquistas las naciones poderosas.

En semejante situacion, pocos atractivos y aun menores ventajas podia ofrecer el teatro al señor Gil, por grande que fuese su afición á la poesia dramática: enmudeció, pues, para la escena, y dedicó su pluma á objetos de mas elevado interés, de importancia mas trascendental para la causa pública. A fines de 1832 entró de redactor en el periódico titulado Boletin de Comercio, variado despues su nombre en el de Eco, que al presente conserva. Bajo ambas denominaciones escribió el señor Gil crecido número de artículos sobre política, ciencias, administracion, literatura, teatros, etc., distinguiéndose en todos ellos por la sensatez y cordura que le caracterizan. Esta suma de conocimientos y no las oscuras intrigas de los partidos que ya en 1835 alzaron abiertamente sus cabezas, fueron causa de que el Gobierno le nombrase en 11 de abril de aquel año oficial del ministerio de lo interior, ahora de la gobernacion. Nuevo cambio en las ideas, en las inclinaciones, en los hábitos y hasta en la fortuna del señor Gil. Obligado pues, á causa de sus nuevas ocupaciones, á renunciar formalmente á todo proyecto literario, hubo de separarse del Eco, así como de toda tarea incompatible con el escaso tiempo que le restaba despues de llenar las funciones de su nuevo destino.

Mas no por eso dejó de volver la vista al antiguo objeto de sus afanes y desvelos; y robando momentos fugaces al descanso, dió al teatro en aquel mismo año là Blanca de Borbon, libre ya de las repulsas del P. Carrillo. Su éxito en la escena fué muy superior al que debia esperarse, atendidas las formas dramáticas de esa tragedia en completa oposicion con las nuevamente introducidas en el teatro.

Reinaba en este, con el orgullo y preponderancia de conquistador, el exagerado ro manticismo, fruto de una reaccion provocada por el austero rigor y excesiva severidad de los preceptos clásicos. Las doctrinas de la nueva escuela en abierta pugna con las de la antigua, propendian, como es inevitable en toda emancipacion moral, á la licencia y desenfreno; porque nunca la naturaleza humana en esos primeros sacudimientos de su vigorosa pujanza, puede contenerse dentro de los justos límites de la prudencia: es forzoso para ello que las duras lecciones del desengaño la den á conocer el punto único en donde puede conservar el equilibrio sin riesgo de inclinarse á extremidades peligrosas. Aquella lucha era á la sazon encarnizada y tenaz. El código del buen gusto dictado por Horacio y sus discípulos sobre el texto de Aristóteles, acaso no bien interpretado, motivó los rígidos preceptos anunciados con toda solemnidad dogmática por la vigorosa pluma de Boileau, de La Harpe y Lemercier. Estrechose en demasía el ámbito que á la imaginacion le era lícito recorrer, en términos de que esas precauciones tomadas con el objeto de evitar los extravíos de anteriores épocas literarias, se convirtieron en yugo opresor y tiránico. Contra esa opresion y tiranía alzaron bandera Ducange, Hugo, Dumas, y sus imitadores. Mas como nunca una reaccion se contiene en justos límites, y el anhelo de recorrer un campo inmenso hasta entonces prohibido, es el mayor estímulo de la imaginacion;

no se contentaron los nuevos campeones literarios con romper trabas inútiles y perjudiciales, ó deslindar las leyes fundadas en la razon y la experiencia, de las que solamente reconocian por base el espíritu de escuela ó el prurito de dogmatizar. Lejos de eso, unas y otras fueron derogadas, sancionándose el principio de que el ingenio poético desconoce toda ley, todo precepto, como no sea los que á sí mismo le plazca imponerse. Hasta aquí podian admitirse las consecuencias de la nueva escuela, porque tan solo afectarian los principios del arte si bien con detrimento de la razon. Pero cuando de los preceptos artisticos pasaron á los morales; cuando estos fueron confundidos con aquellos en el mismo anatema de proscripcion; cuando se llegó á considerar como un simple melindre la circunspeccion con que hasta entonces se habian manejado en la escena las pasiones, los afectos, las debilidades y miserias de la especie humana; la sociedad se sintió herir de muerte porque se conmovieron sus mas sólidos cimientos, y la voz de escándalo resonó á la vez en todos los ángulos de Europa.

Ni podia ser otra cosa; porque nunca las sociedades conspiran á ciencia cierta contra sí mismas. Y como la cuestion que se agitaba era puramente práctica; como su resolucion la daban los hechos diarios; y como de ellos resultaba hacer los ingenios vano alarde de presentar al hombre fisiológico entregado solamente á las determinaciones impulsivas de sus órganos, sin dependencia del ente moral que modifica y refrena esas determinaciones; muy atrasada en la civilizacion habia de hallarse la sociedad europea para que al ver un abismo insondable abierto bajo sus piés, no clamase contra el mayor de todos los atentados que con ella puede cometerse cual es el desmoralizarla.

En la efervescencia de tan grave crisis literaria, apareció sobre la escena Blanca de Borbon. Lo que esencialmente es bueno conserva siempre el privilegio de agradar proceda de cualquier escuela: siga ó no el rumbo que se obstinen el capricho ó la moda en señalar á la imaginacion. Blanca, pues, fué aplaudida y elogiada. Pero esa funesta carcoma de las sociedades, el espíritu fatal de pandillaje, que asi en lo literario como en lo político es el mayor obstáculo para la razon y el bienestar de la especie humana, sindicaba al señor Gil de clásico puro, ya por esa como por sus anteriores obras. Su amor propio se sintió herido, y en ello cometió un error, pero error que dió origen á otro de mayor consecuencia componiendo el Carlos II: vamos á manifestarle copiando las mismas palabras con que lo hizo el autor del artículo biográfico citado al principio... Quiso hacer alarde de la facilidad con que el verdadero genio puede tomar vuelo por cualquier rumbo, tanto mas cuantas menos trabas le sujeten, y escribió en el género de Dumas y Victor Hugo su mas conocida y celebrada obra, Carlos II el hechizado. Causó este drama el efecto que necesariamente habia de causar por sus cualidades, por su argumento, por el nombre del autor, por la época en que se dió al teatro... y à un tiempo mismo alborotó, escandalizó, y se granjeó grandes aplausos revueltos con no escasas censuras. Sea permitido á la pluma que gustosamente va trazando estas lineas en obsequio de uno de los ingenios que han salvado de un naufragio completo el moderno español teatro, disculpar aquí la severidad y amargura con que ella misma criticó entonces y aun satirizó el Carlos II. Cundia por aquel tiempo la depravacion del gusto, arrojábase nuestra juventud literata á una especie de frenético desarreglo, que aunque fundado en la imitacion de esos seductores descarríos de algunos grandes escritores extranjeros, no encontraba apoyo en los hombres juiciosos é instruidos de nuestro país: el mal amenazaba ser mayor de lo que la sensatez española ha permitido al fin que sea; mas en aquellos momentos eran de temer los estragos del contagio, y pareció peligrosísimo que viniese el nuevo drama á favorecer las exajeraciones y extremos de la moda, dándoles autoridad y peso con el brillo de su mérito, y con el nombre ya respetable del autor. Además, se hallaron en el Carlos II otros inconvenientes morales y politicos: con su representacion se imbuia en el vulgo espectador mas y mas el odio á cosas y clases que ciertamente no hay gran necesidad de desacreditar hoy en el dia; alterabase algun tanto la verdad histórica, y por último podia en tiempos de preocupaciones y errores tergiversarse su espíritu, y ser para las ideas del pueblo de no muy benigna influencia. Esto es apuntar una opinion y no otra cosa: el autor ha dicho en contestacion estas palabras, que es justo repetir sin desfigurarlas : « Dos años antes me hubiera guardado muy bien de dar al teatro semejante drama; pero cuando se representó, los males á que pudiera haber dado origen, estaban ya verificados y no tenían remedio. » «Basta con lo dicho: escrita está la obra y su crítica: tal vez es tan excesivo el rigor de esta, como aventuradas las licencias de aquella. »

No pecó ciertamente el señor Gil en haber sacudido á su vez la coyunda del clasicismo : forzoso era hacerlo y aun necesario; porque solamente de la lucha y reaccion continua entre las diversas escuelas y sistemas literarios renacen con nuevo esplendor y gallardía las buenas letras: la quieta y pacífica posesion de cualquier sistema las conduce sin sentirlo á la muerte. He aquí en breves palabras la causa de todas las reacciones morales. No insistiremos pues en repetir lo ya dicho sobre el verdadero defecto moral del

Carlos 11, cuyas consecuencias hubo de experimentar su mismo autor á consecuencia de la reclamacion hecha á las Cortes por un oscuro y remoto pariente del P. Froilan Diaz, confesor del rey Carlos, y uno de los principales personajes del drama, pretendiendo se obligara judicialmente al autor á resarcir al muerto lo que de su fama le habia menoscabado al presentarle en escena con un carácter vicioso y criminal que nunca fué el suyo. La queja era justa, pero intempestiva y ridícula: el autor hubiera evitado este incidente habiendo dado á aquel personaje otro nombre, menos conocido que el de Froilan por su desinterés aparente ó verdadero.

Empero si los respetos sociales, si la conveniencia teatral censuraron lo que parecia justo condenar, la moral aplaudió al propio tiempo las bellas máximas que el autor, bien empapado en ellas, hizo brillar por toda su composicion. ¿Qué importa el odioso carácter de Froilan, ni qué influencia podia ejercer en la pureza de la virtud contrastando con dos seres como Inés y Florencio ? Cuando estos, próximos á ser pasto de la hoguera inquisitorial, resuelven aligerar su muerte por medio de un tósigo, y repentinamente desisten de semejante intento, alumbrados por un pensamiento sublime de virtud y religion; tienen tanta verdad y vehemencia sus palabras, con tal fuerza de razon y convencimiento se expresan, que en vano el asqueroso cuadro del libertino Froilan intentaria empañar el brillo con que el anterior resplandece. Véase en comprobacion de lo dicho la escena 5a del acto 4°. Pudiera acaso el mas estricto moralista reprobar de una manera tan sólida y filosófica el atentado del suicidio, aun en un caso en que podria hallar disculpa en la justicia de los hombres? Esta y otras escenas del mismo drama le justifican sobradamente ante los ojos de la crítica imparcial; y con esa composicion escrita como por despique, bajo los principios de una escuela que no eran los de la suya, contestó victoriosamente á los que en la ceguedad de su entusiasmo pueril por las novedades, suponian neciamente que el alazan acostumbrado á la rigidez del freno, es incapaz de romperle y ostentar en plena libertad el brio y lozana gallardía de su peculiar naturaleza.

No menos que en esas tareas literarias fruto de algunos momentos robados al descanso, se daba á conocer el señor Gil en las peculiares al destino que desempeñaba en el ministerio de la Gobernacion. Correcto en sus escritos, sólido y juicioso en sus ideas, todos aquellos asuntos en que debian sobresalir ambas cualidades, se le encomendaban generalmente; y hé aquí el motivo de ser suyos el preámbulo del plan de estudios publicado por el duque de Rivas, los de los proyectos de las dos leyes municipales, y el de libertad de imprenta presentado á las Cortes en la legislatura de 1839: sin que esas tarcas desviasen su atencion de uno de sus objetos favoritos, cual era la creacion de institutos y escuelas normales, cuyo establecimiento se debió en gran parte á su tenacidad y constancia.

Al propio tiempo ejercitaba igualmente su pluma en escribir varios artículos para la Revista de Madrid, en publicar con el señor Bordiú algunos cuadernos sobre diversas cuestiones políticas y administrativas, y en redactar para el Semanario pintoresco varias y muy bien escritas biografías de personajes históricos. Y como si estos afanes literarios no bastasen para satisfacer su anhelo de utilizar sus conocimientos en beneficio del público, se comprometió á desempeñar la cátedra de historia del Liceo de esta corte, cuyas lecciones, recibidas con general aceptacion, acaban de publicarse impresas recientemente.

La opinion del señor Gil, ya respecto de sus ideas morales, ya de la escuela literaria á que deberia pertenecer, quedó en cierto modo lastimada con la representacion del Carlos II; porque ni era fácil á todos conocer á fondo la bondad característica del autor para no dudar de sus intenciones, ni en los cambios de escuela literaria dejan de ver los partidarios de la que resta abandonada, una especie de apostasía, una falta de fe imperdonable en cuantos siguen la contraria, y un trastorno completo de los buenos principios. Para alejar de sí el anatema de que se veia amenazado por ambas partes; para demostrar prácticamente que no es acertado juzgar de las cualidades morales de un autor por los caracteres que le suministró la imaginacion al trazar el plan de un drama, y en fin, para manifestar hasta qué punto puede ser conciliable la rígida doctrina de los clásicos, con las exigencias de la nueva escuela literaria y la justa libertad que debe concederse á la imaginacion y al pensamiento, escribió para el teatro del Liceo la Rosmunda. Este drama es muy superior en nuestro juicio al Carlos II, y al propio tiempo verdadero tipo de las formas dramáticas admisibles en nuestro teatro, si queremos conservarle con cierto aspecto de originalidad, y tan lejano de la sequedad y monotonía grecoromana, como del atrabiliario desconcierto de la moderna escuela francesa. Tanto mas justa es semejante consideracion, cuanto que aquella escuela, esencialmente desorganizadora, no ha podido resistir á los embates de la opinion universal, apoyada en el eterno principio de la conservacion de las sociedades; y su inmensa balumba de crímenes espantosos, friamente calculados sobre la irritabilidad natural de los órganos, desmoronada en gran parte, amenaza hundirse con el mismo deleznable cimiento en que débilmente se ha sostenido hasta el dia.

« AnteriorContinuar »