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cayeran en nuestras manos; y al querer aumentar nuestros conocimientos, ignoraríamos que guia elegir en el confuso laberinto que dificulta las entradas del reino del saber. Por esta razon la bibliografía ha sido el primer estudio á que han consagrado sus afanes cuántos han querido sobresalir en las letras. Al principio fueron fáciles estos conocimientos: los pocos medios que habia para escribir hacian que fuesen escasos los libros; de suerte que bastaba una mediana memoria para retener los principales que en todas materias existian: pero despues que el arte de la imprenta ha facilitado las ediciones, y el deseo de la gloria, ó el afan del lucro multiplicado los libros de todas facultades con asombrosa profusion, que de dia en dia se aumenta, abrumando nuestra mente mas bien que instruyéndola, no le es dado á hombre ninguno por dilatada vida, infatigable aplicacion y excelente memoria que posea, abarcar este estudio y conocer cuánto bueno, malo y mediano se ha escrito sobre cada ramo del árbol fructífero de las ciencias.

Para obviar estos inconvenientes vieron bien pronto los literatos la necesidad de formar las obras que generalmente se designan con el nombre de Bibliotecas. Poco despues del descubrimiento de la imprenta no habia nacion de la Europa culta que no tuviese recogidos por los sabios de mas nota los nombres de sus escritores, y el catálogo de sus obras, en gruesos volúmenes, como puede verse en el prólogo que D. Nicolás Antonio puso á su famosa obra, en el cual trata de las utilidades de este género de diccionarios. La España, despues que Marineo Sículo en sus libros de Laudibus Hispania y el sevillano Alfonso

García de Matamoros, en su elegante obra latina sobre las academias y doctos varones de España, entresacaron algunas espigas de mies tan abundante, halló en Andrés Escoto un digno colector de sus glorias literarias. Al viajar este sabio flamenco por nuestra patria, no pudo menos de ver con lástima que una nacion que entónces aventajaba á todas en sabiduría y cultura, hiciese ignorar á la Europa cuántos sobresalientes profesores habia dado á las artes y ciencias, cuántos trabajos dignos de la estimacion universal legaba á la posteridad, y recogiendo materiales para suplir esta falta, hija de nuestra incuria, escribió una obra, que bajo el nombre de Andrés Peregrino imprimió en Francfort en 1608, siendo esta la primera Biblioteca española; pues, aunque la precedió en un año el Catálogo de claros escritores de España, publicado por Valerio Andrés Taxandro, ni puede este escrito aspirar á tal honor por no ser mas que una desnuda lista de los nombres de nuestros autores que han escrito en latin, en la cual se anotan algunas de sus obras del modo que pueden serlo por un viajante extranjero, ni casi puede considerarse como escrito de otro autor que Escoto, pues se hizo por un familiar suyo, bajo su direccion, acaso para que sirviese de índice alfabético á su obra: y si se publicó ántes, fué sin duda por ver si los españoles se animaban á aumentar el catálogo y á advertirle sus faltas.

Mas el trabajo de Escoto es defectuoso é incompleto, tanto porque omitió todos los escritores que habian usado en sus obras la lengua vulgar, como por que aun de los latinos ignoró muchos; no siendo posible que un extranjero tuviese suficientes conoci

mientos en nuestra literatura para que nada dejase que desear en materia tan vasta. Solo un español podia dar á esta empresa la perfeccion necesaria; y este empeño lo tomó sobre sí el incomparable D. Nicolás Antonio, quien disponiendo de otros medios y sabiendo aprovecharlos con una aplicacion y constancia infatigable, se hizo inmortal con una obra, admiracion de los sabios por su erudicion inmensa y su juiciosa crítica.

En el siglo pasado comenzó á promoverse un género de estudio que entónces podia considerarse como nuevo, y es el de la historia literaria. Los sabios marinos Rivet y Clemencet emprendieron la de Francia, que quedó incompleta; el juicioso Tiraboschi llevó á feliz término la de Italia; en España los dos hermanos Mohedanos comenzaron á publicar una de su patria con tan excesiva extension, que no bastando el trabajo de dos hombres para concluirla, quedó despues de publicados doce tomos, como era de temer, muy á sus principios; y en fin, un espulso jesuita español se atrevió á emprender una universal, y tuvo la gloria de conducirla á cabo no sin éxito.

Esta aficion hacia la historia literaria no podia menos de fomentar el estudio de la bibliografía; siendo cierto que las noticias de los autores, editores é impresores, el título de los libros, el número de sus ediciones, la pobreza é incorreccion de unas, el lujo y magnificencia de otras, manifestándonos como fiel barómetro el grado de ilustracion á que llegó cada siglo, sus inclinaciones y preferencias, son los documentos fidedignos en que se funda la historia literaria. Conociendo la dificultad de las bibliotecas generales,

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dedicáronse los autores á la composicion de bibliotecas parciales: no hubo órden monástica, no hubo apenas provincia que no tuviese la suya: hiciéronse descripciones y catálogos de las mas ricas librerías de Europa; y no solo se dieron á luz las de los reyes y príncipes, ó las destinadas á la pública utilidad, sino las de estudiosos particulares, honrándose España con los catálogos de la de Mayans y Santander, mientras la Italia poseia los de la de Fabricio y Credenna. Llegó á ser tal el número de estas obras que ya á principios del siglo pasado, Montfaucon creyó necesario escribir una Biblioteca de las Bibliotecas; y despues se han aumentado tanto que, segun el abate D. Juan Andrés, las referidas por Montfaucon no llenarian mas que algunos estantes del vasto depósito que las contuviese todas. Mas como quiera que algunas de estas modernas han logrado oscurecer los trabajos de todas las antiguas, siendo imposible igualar el inmenso tesoro de erudicion de las de Fabricio, ni el mérito de la Arábico-Escurialense de Casiri, que tiene en su favor sobre todas las otras el ilustrarnos en una literatura casi del todo desconocida; sin embargo, estas Bibliotecas que abarcan todo género de ciencias y profesiones, aunque se limiten á hablar solo de los autores de una nacion, provincia ó instituto, por grandes que sean los talentos de su autor, por mucha que sea su instruccion y doctrina, tienen que adolecer de lagunas, inexactitudes y defectos; debiendo considerarse imposible que pueda un hombre solo tener conocimientos especiales de tantas y tan diversas ciencias como ocupan al entendimiento humano, para poder formar juicios exactos y atina

dos de la diversidad de libros compuestos sobre todas ellas.

Seria, por lo tanto, muy ventajoso que antes de escribir una bibliografía general, se dedicasen autores á escribirlas particulares de cada ciencia, analizando cuántos escritos la ilustran, como D. Juan Sempere y Guarinos lo ensayó, aunque sin el caudal de erudicion necesario, en la Española económico-política. Esto es lo que D. Martin Fernandez de Navarrete con mas estudio y saber pretendió hacer respecto á las ciencias marítimas en la presente obra, que se publica á espensas y bajo los auspicios del Gobierno ; compilacion erudita, en que el autor podria haber cifrado uno de los principales títulos de su reputacion, si por desgracia, á causa de no haber podido dedicar á ella todo el tiempo que su arreglo requeria, no hubiese salido de sus manos sin la perfeccion que podian darle su instruccion reconocida, la rectitud de su juicio y la elegancia de su pluma.

Concibió el plan de esta obra, cuando en el año de 1789, ideando el Excmo. Sr. Bailió Valdés, ministro entónces de Marina, formar un museo de este ramo en la nueva poblacion de San Carlos, y queriendo que en él hubiese una biblioteca que no solo abrazase cuántas obras facultativas publicasen las Academias científicas de Europa, y modelos de cuántas máquinas é instrumentos se inventasen de nuevo para" perfeccionar la navegacion, sino además todos los libros y documentos que se pudiesen haber á mano, concernientes á la marina española, comisionó para tales objetos á los jóvenes de mas esperanzas de nuestra armada. Elegido el Sr. Navarrete para reconocer

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