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Después de contemplar por algunos momentos la agitación con que sus compañeros

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de vicio seguían el giro de los dados, arrojó sobre la mesa una bien provista bolsa de cuero, diciendo:

-Roñoso juego hacen vuesas mercedes, y más parecen judíos tacaños que hijosdalgos y mineros. Ahí está mi bolsa para el que se arriesgue á ganármela en punto menor.

-Rumboso viene don Antonio contestó Mendo Jiménez-y ¡por los cuernos del diablo! que tengo de aceptar el reto.

-¡A ello, y tiro!-repuso el alférez haciendo rodar los dados-¡ Ases! Ni Cristo, con ser quien fué, podría echarme punto menor. He ganado.

- Mala higa para vos! Esperad, seor alférez, que tal puede ser la suerte que os iguale.

-Idos con esa esperanza al físico de Orgaz que cataba el pulso en el hombro.

-Nada aventuro con tirar los dados á topatolondro, que de corsario á corsario no se arriesgan sino los barriles.

-Tire, pues, vuesa merced, que en salvo está el que repica.

Y Mendo Jiménez agitó el cubilete y soltó los dados. Todos se quedaron maravillados. Mendo Jiménez resultaba ganancioso.

Un dado había caído sobre el otro, cubriéndolo perfectamente, dejando ver en su superficie un solo as.

El alférez protestó contra el fallo unánime de los jugadores; á la protesta siguieron los votos; á ellos lo de llamarse fulleros y mal nacidos; y agotados los denuestos, desenvainć

don Antonio la espada y despabiló con ella el candil que estaba pendiente del techo. En completa tiniebla se armó entonces el más infernal zipizape. Cintarazo va, puñalada viene, al grito de ¡ Dios me asista! uno

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de los jugadores cayó redondo, y los demás se echaron en tropel á la calle.

El matador huía á buen paso; pero al doblar una esquina dió con la ronda, y el alcalde lo detuvo con la sacramental y obligada frase:

-Por el rey, ¡dése preso!

-No en mis días, seor corchete, mientras me ampare el esfuerzo de mi brazo.

Y aquel furioso arremetió sobre los alguaciles, y acaso habría dado al diablo cuenta de muchos de ellos, si uno más listo y avisado

que sus compinches no hubiese echado la zancadilla al alférez, quien vino cuan largo era á medir con su cuerpo el santo suelo.

Gayeron sobre él los de la ronda, y atado codo á codo lo condujeron á la cárcel. No era esta la primera pendencia de nuestro alférez por cuestión de juego. Una tuvo en que milagrosamente salvó el pescuezo. Jugando, en un pueblo del Cuzco, con un portugués que paraba largo, puso éste una mano de onza de oro cada pinta. Don Antonio echó seis suertes seguidas, y el perdidoso, dándose una palmada en la frente, exclamó : Válgame la encarnación del diablo! ¡En

vido!

-¿Qué envida?

-Envido un cuerno-dijo el portugués golpeando el tapete con una moneda de oro.

-Quiero y reviro el otro cuerno que le queda-contestó el alférez.

La respuesta del portugués, que era casado, fué sacar á lucir la tizona. Don Antonio 110 era manco, y á poco batallar dejó sin vida á su adversario. Llegó la justicia y condujo al matador á la cárcel. Siguióse causa y se le sentenció á muerte. Habíale ya el verdugo puesto el boletín, que es el cordel delgado con que ahorcan, cuando llegó un posta trayendo el indulto acordado por la Audiencia del Cuzco.

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II

El juicio fué ejecutivo y ocasionó poco gasto de papel. A los tres meses, día por día, llegó la hora en que el pueblo se rebullese alrededor de una empinada horca en la plaza de Guamanga.

Todas las pasadas fechorías de don Antonio se habían aglomerado en el proceso. El alférez nada negaba y á cada acusación contestaba: Amén, y si me han de desencuadernar el pescuezo por una, que me lo tuerzan por diez lo mismo da; ni gano ni pierdo.

Para él la cuestión número era parvidad de materia.

El sacerdote había entrado en la capilla y confesado al reo; pero al darle la comunión, éste le arrebató la Hostia y partió á correr gritando:

-¡A Iglesia me llamo! ¡A Iglesia me llamo! ¿Quién poía atreverse á detener al que llevaba entre sus manos, enseñándola á la muchedumbre, la divina Forma? Si el alférez había cometido un sacrilegio, pensaba el religioso pueblo, ¿no lo sería también ha

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