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-¿Cómo te llamas, buena alhaja?-le in

terrogó Carbajal.

-Martín Betanzos, para servir á su señoría-contestó el soldado.

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-¡Betanzos! Apellido es de buena cepa. ¿Y de qué tierra de España?

-De Vitigudino, en Castilla.

-Pues sábete, arrapiezo, que el señor tu padre fué el mayor amigo que en mis moceda

des tuve, y que algunas bromas corrimos juntos en tiempo del Condestable. El ser hijo de quien eres válete más que el ser devoto de algún santo para que el pescuezo no te huela á cáñamo.

Y volviéndose á uno de los que lo acompañaban, añadió Carbajal:

—Alférez Ramiro, numere vuesa merced en su compañía á este mozo, si es que de buen grado se aviene á cambiar de bandera.

El prisionero, que motivo tenía para contarse entre los difuntos, se regocijó como el que vuelve á la vida, y dijo de corrido:

-Señor, yo prometo de aquí adelante y juro por mi parte de paraíso servir á vueseñoría y al señor gobernador, y derramar la sangre de mis venas en su guarda y defensa.

-Dios te mantenga en tan honrado propósito, muchacho, y medrarás conmigo; que por venir de quien vienes, te quiero como el padre que te engendró.

Y lo despidió dándole una palmadita en la mejilla, con no poco asombro de los presentes, que jamás habían visto al Demonio de los Andes tan afectuoso con el prójimo.

Pero condenada estrella alumbraba á Martín Betanzos; porque alentado con las muestras de cariño que le dispensara don Fran

El demonio de los Andes.-4

cisco, no giró sobre sus talones, sino que permaneciendo como clavado en el sitio, se atrevió á decir:

-Pues tanta merced me hace su señoría, quisiera que para que mejor pueda llenar mi obligación, mande que se me devuelva mi caballo, siquiera para que pueda alzar los pies del suelo.

Nunca tal deseo formulara el infeliz. A Carbajal se le inyectaron los ojos y murmuró con voz ronca:

-¡Hola! ¡Hola! & Danle hogaza y quiere torta? Ya te lo dirán de misas, bellaco. Eres como el abad de Compostela, que se comió el cocido y aun quiso la cazuela.

Y volviéndose al negro que cerca de él ejercía funciones de verdugo, añadió:

-Mira, Caracciolo, ahórcame luego á este barbilindo, y sea de un árbol, y de manera que tenga los pies bien altos del suelo, todo cuanto él sea servido.

Martín Betanzos quiso reparar su imprudencia, y lleno de tribulación repuso:

---Perdóneme vueseñoría, que yo lo seguiré á pie y aun de rodillas; porque de la suerte que vueseñoría manda, no querría yo alzar los pies del suelo.

Pero Carbajal le volvió la espalda, murmurando:

¡Habráse visto tozudo! La cuerda lo hará discreto.

Y se alejó canturreando una de sus tonadillas favoritas:

Mi comadre, mi comadre la alcaldesa, nunca en la suya, siempre en mi mesa, y cada año me endilga un ahijado. ¡Qué compadre tan afortunado!

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