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caballo, y lo despidió del servicio militar, diciéndole:

-Castígote así, ¡voto á tal!, porque no eres para este oficio, sino para fraile; que el buen soldado del Perú ha de comer un pan en el Cuzco y... echarle en el Titicaca.

En poder de hombre tal estaba, pues, irremediablemente perdido Martín Prado.

Llegados al sitio donde se encontraban amarrados á un tronco los cuatro prófugos, dijo Carbajal al verdugo:

-Cuélgame de ese árbol á estos pícaros, y en concluyendo con ellos, harás la misma obra en este hidalgo, ahorcándolo en la rama más alta, que algún privilegio ha de tener el alférez sobre los soldados.

Martín Prado se deshizo en súplicas, y convencido de que su jefe no le escuchaba, terminó por pedir que siquiera se le diese un confesor.

-No se apure por eso, señor alférez-le contestó Carbajal,-que mancebo es, y escasa ocasión de pecar habrá tenido. Rece un credo, que para los pocos pecados que tendrá en la alforja, yo los tomo por mi cuenta, cierto de que no añadirán gran peso al bagaje de los míos. ¡Ea! Acabemos y sepa morir como hombre; que de mujerzuelas es, y no de barbados, eso de andar haciendo asco á la muerte. Conmigo no vale dar

puntada sobre puntada como sastre en víspera de pascua.

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Y, sin más ni menos, el verdugo colgó de la rama más alta al infortunado alférez.

Luego, volviéndose hacia el oficial que había estado al cargo de los presos y á quien Carbajal tenía sus motivos para no creerlo

muy leal, dijo con aire entre amenazador y zumbático:

-Señor Alonso Alvarez, roguemos á Dios muy de corazón que se contente con la migajita que acabo de ofrecerle.

En seguida Carbajal tendió su capa, que era de paño veintidoseno de Segovia, al pie del árbol donde se balanceaban los cinco. ahorcados, y acostóse sobre ella, murmurando:

-¡Buen madrugón me he dado! Pues, señor, á gentil sombra estoy para echar un sueño.

Bostezó, hizo la cruz sobre el bostezo y se quedó dormido con el sueño de un bienaventurado que no trae sobre la conciencia ni el remordimiento de haber dado muerte á una pulga.

El demonio de los Andes.--5

VI

LOS POSTRES DEL FESTIN

Gran banquete daba en el palacio de Lima el Muy Magnífico señor don Gonzalo Pi

zarro.

Pero antes de ir á la mesa se reunieron en el salón hasta sesenta de los personajes más comprometidos en la causa rebelde. Allí estaban entre otros, don Antonio de Ribera, Francisco de Ampuero, Hernán Bravo de Lagunas, Martín de Robles, Alonso de Barrionuevo, Páez de Sotomayor, Gabriel de Rojas, Lope Martín, Benito de Carbajal y Martín de Almendras, gente toda principal y que, antes de quince días, debían decir: A la vuelta lo venden tinto, voltear casaca y traicionar á su caudillo. Allí estaba también el capitán Alonso de Cáceres (¡ gran traidor!),

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