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-Pues, camarada, que no sea lo que yo quiero, que es ir, ni lo que vos queréis, que es quedar, sino que, como entre amigos, se tome un medio que ni vayáis ni quedéis. ¿Qué os parece?

-Que me place-contestó el soldado.-Vuesa merced discurra.

-Discurrido está. El medio es... es... articuló Carbajal rascándose la punta de la nariz.

-¿Cuál, don Francisco?

-Que venga Cantillana y que lo ahorque sobre tabla; y no me diga el felón que ha menester confesarse, que de eso no se le dé nada; que yo tomo por mi cuenta sus pecados, que son muchos y gordos.

Y un minuto después, el infeliz emprendía viaje á la eternidad.

Cuando en Pocona le presentaron herido y prisionero á Lope de Mendoza y á su segundo Heredia, díjoles Carbajal:

-¡Hola! ¡Hola! & Conque eran vuesas mercedes los malandrines que habían jurado

ahorcarme por su mano? Pues ahora vamos á ver quién mata á quién.

Lope de Mendoza y su compañero levantaron con altivez la cabeza y se encerraron

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en un silencio despreciativo. Al fin se cansó Carbajal de apostrofarlos, sin obtener de ellos una palabra, y dirigiéndose á la puerta gritó á un oficial que pasaba:

-Alférez Bobadilla, venga acá, si es servido, y mande dar garrote á este par de bellacos y que les corten la cabeza y tráigamelas, que holgaréme de verlas separadas del tronco.

Cumplida la sentencia, el mismo Dionisio de Bobadilla partió para Arequipa conduciendo las dos cabezas, que debían ser puestas en la picota de la ciudad.

Sabido es que Carbajal quería infinito á su ahijada Juana Leyton, mujer de Francisco Voto, un tunante que traicionó más tarde al padrino pasándose á las filas realistas. Esta Juana era una muchacha portuguesa, hija adoptiva de doña Catalina, la querida que Carbajal trajo al Perú. Juana Leyton fué siempre, cerca del indomable Demonio de los Andes, un ángel que salvó muchas vidas é impidió no pocas atrocidades ; pues el maestre de campo no desairó jamás ruego ó empeño de su mimada Juana.

Al saberse en Arequipa la comisión que traía Bobadilla, fué Juana Leyton á la posada de éste y le dijo:

-Suplícoos, señor don Dionisio, que me hagáis merced de la cabeza de Lope de Mendoza para que yo la entierre lo mejor que pudiere, aunque no sea sea como ella lo merece. Mirad que de nada os sirve puesta en la picota.

-Duéleme, doña Juana, que no seáis por

mí servida, y que yo ni por Dios ni por sus santos tengo de desobedecer á mi señor don Francisco y arriesgarme á que, en justicia, me descuartice.

Insistió la dama, lloró, ofreció plata y agotó el arsenal de recursos que para casos tales puso el cielo á disposición de la mujer. Bobadilla era lo que se llama hombre de un sí y de un no. Cansada de bregar, salióse doña Juana del aposento, gritando con aire profético :

-Pues ponla muy en hora buena, que mala será para ti, y poco vivirá quien no la viere quitar, para enterrarla con mucha honra, y poner la tuya en su lugar.

Bobadilla se echó á reir del pronóstico, y encaminóse á la picota con el sangriento fardo. Al desenvolver las cabezas, uno de los ayudantes del verdugo hizo un gesto de asco, y dijo:

-Puf! ¡Y vaya si apestan!

-Mientes, pícaro-le interrumpió Bobadilla, que cabezas de enemigos huelen á ambrosía.

Cuando dos años después, vencido el Muy Magnífico Gonzalo Pizarro, cayó prisionero

Dionisio de Bobadilla, mandó La Gasca que le cortasen la cabeza y la colocasen en Arequipa, en el mismo sitio que había ocupado la de Lope de Mendoza, cuya memoria se honró con una gran misa fúnebre.

La verdad es que una maldición de mujer es tan atroz como maldición de gitano; pues no parece sino que las hijas de Eva tuvieran, á veces, el privilegio de deletrear en el libro del porvenir.

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