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gado de ese género hecho en artículo de muerte, se conceptuaría nulo, castigándose como falsario al escribano que lo autorizase (1). Sólo así pudo ponerse coto á esta perversión del sentido moral.

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Mientras el Cabildo asentaba en sus libros todas las disposiciones mencionadas, para hacerlas cumplir en la parte que le eran relativas, llegó desde la Corte la confirmación del nombramiento de D. Joaquín del Pino, que pasaba á ser Gobernador propietario. Por despacho datado en el Pardo á 7 de Marzo de 1776, decíale el Rey: << quiero, y es mi voluntad entréis desde luego á servir en propiedad este gobierno, por espacio de cinco años, que han de empezar á contarse desde el día en que tomareis posesión de él, en adelante; y que le ejerzáis según y con la misma jurisdicción y facultades que vuestro antecesor. Y mando al Consejo, Justicia y Regimiento de la referida ciudad de Montevideo, que luego que vea este título tome y reciba de vos, si ya no lo hubiereis hecho, el juramento con la solemnidad que se requiere, y debéis hacer, de que bien y fielmente serviréis el expresado empleo,» etc. (2). Ojalá hubiera sido cumplido el juramento, en cuanto á los negocios internos, con la misma buena fe que se exigía!

Entre tanto, seguían su curso calamitoso los asuntos con Portugal. La diplomacia de aquella nación, engañando como de costumbre á la española, la preparaba una nueva celada. Estaba todavía en debate el derecho con que los portugueses tenían ocupada desde 1767 la banda austral del Río-grande, cuando se presentó un embajador de la

(1) Real Cédula de S. Ildefonso (L. C. de Montevideo). (2) L. C. de Montevideo.

Corte de Lisboa en la de Madrid con amplias promesas de paz, y el designio de entregar lo usurpado. El móvil oculto de esta conducta obedecía á una razón muy explicable. Había trascendido el Gobierno portugués, que Carlos III tenía expedidas ciertas órdenes al Gobernador de Buenos Aires para que arrojase á los usurpadores de la banda austral; y en este concepto, el embajador lusitano traía por objeto reservado de su misión, entorpecer en cuanto le fuera dable las providencias del Gabinete de Madrid, á fin de ganar un tiempo precioso para el desarrollo de ulteriores planes (1). Y se amañó de tal suerte el portugués en este propósito, que el Rey suspendió sus órdenes primeras al Gobernador de Buenos Aires, mandándole ahora que en todo se mantuviese dentro de la neutralidad, y caso de ser atacado, á la defensiva. No deseaban otra cosa los portugueses, así es que á la sombra de esta tregua introdujeron en Río - grande 6,000 hombres de tropas regulares, mandadas por el teniente general Juan Enrique Bohom y el mariscal de campo Jacques Funk. Seguidamente refor

(1) Como por este tiempo-dice Vertiz-regresase la expedición que el Rey envió contra Argel, y tal vez considerase el marqués de Pombal, ministro de la Corte de Lisboa y autor de todas estas desavenencias, que S. M. podía enviar considerables socorros para hacer valer sus justos derechos en estas partes, se valió de D. Francisco de Souza Coutinho, embajador de nuestra Corte, para que insinuase al señor marqués de Grimaldi anhelaba S. M. F. se tratasen amistosamente nuestras diferencias en el Rio-grande; en inteligencia de que S. M. F. había prevenido por repetidas órdenes á los comandantes de sus tropas en estos destinos, se abstuviesen de acometer á las del Rey, y retirase el Virrey del Brasil todos los auxiliares de las capitanías de Pernambuco, Bahía y Rio Janeiro de nuestras fronteras; añadiendo deseaba que por nuestra parte se procediese en los mismos términos; y se expidiesen para ello las órdenes convenientes al Gobernador de Buenos Aires. (Informe de Vertiz.)

zaron su escuadra y combinaron el plan de operaciones.

No tenían los españoles en aquellos parajes más fuerzas que 1,800 hombres, desparramados sobre una línea de 8 leguas, desde el Desaguadero hasta el fuerte de la barra. Los coroneles D. José de Molina y D. Miguel de Tejada eran los jefes de esas fuerzas, y el teniente coronel D. Francisco Betbezé de Ducós mandaba la artillería. La escuadrilla española, al mando del capitán de fragata D. Francisco Javier Morales, constaba de una corbeta, un bergantín y tres saetías, pues otra de las corbetas de su mando había zozobrado al franquear la barra de Río-grande. En tal situación y contra estos elementos de guerra, habían los portugueses forzado la barra el año anterior con una escuadra compuesta de 14 buques, al mando del comandante general Makedún; pero D. Francisco Morales, ayudado de las baterías de tierra, echó á pique uno de los buques enemigos, incendió el otro y dispersó el resto (1). Parece que con esto había suficiente seguridad de que no eran ideas de paz las que predominaban en los consejos de la Corte de Lisboa, y sin embargo la de Madrid no se alarmó como debiera ante tan acentuada manifestación de ruptura. Prosiguió el embajador portugués en sus declaraciones de paz, siendo creído en ellas, y las órdenes de neutralidad y de oposición defensiva en último caso, subsistieron para las fuerzas españolas en el Plata.

Aprovechando esta mala política, se presentaron los portugueses con más de 2,000 hombres en 1.o de Abril de 1776 al amanecer, frente á las posesiones españolas de Río-grande. Habían conseguido por medio de botes y

(1) Funes, Ensayo, etc; III, VI, XI.

jangadas efectuar á un mismo tiempo sin ser sentidos, dos desembarcos por ambos flancos de la escuadrilla española, y acometiendo por la espalda las baterías de Santa Bárbara y Trinidad situadas al frente del río, las asaltaron y tomaron en menos de un cuarto de hora. La flota española tuvo que darse á la fuga con pérdida de un buque que varó al desembocar el río, puesto que, faltándole el apoyo de las baterías de tierra y siendo acometida por una verdadera escuadra, no había resistencia posible. Las baterías « Triunfo » y « Puntual » fueron evacuadas esa tarde por los españoles, y el fuerte de la barra lo fué en la noche por Betbezé, que lo dejó minado á fin de que volase, como efectivamente sucedió. Al día siguiente, la guarnición de la villa de S. Pedro se puso en retirada con 4 piezas de tren volante de artillería y 86 carretas cargadas de efectos. Reunidos los diferentes destacamentos españoles en la guardia del Arroyo, combinaron una retirada á Santa Teresa, donde llegaron sin novedad (1). Así perdimos por segunda vez el Río-grande.

Sabidos que fueron en España estos atropellos de los portugueses, no vaciló la Corte en precipitar la realización de un proyecto que maduraba de tiempo atrás. En 8 de Octubre de 1773 había dictado el Rey providencias para que se le informase sobre la utilidad de crear el Virreinato del Río de la Plata y la Audiencia que debía complementarlo. Los informes del Virrey del Perú (22 de Enero de 1775) y del Gobernador de Buenos Aires (26 de Julio de 1776) fueron favorables; y seguía su tramitación el expediente, cuando rompieron sus hostilidades los

(1) Larrañaga y Guerra, Apuntes históricos.

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portugueses, obligando á la Corte de Madrid á tomar una actitud decisiva. Se convino en aprestar una expedición militar muy fuerte que reivindicase los territorios usurpados; y en 27 de Julio de 1776 le fué dirigido un oficio á D. Pedro de Cevallos previniéndole: « que por el Ministerio de la Guerra se le comunicaba que el Rey había confiado á su celo y experiencia el mando de esta expedición militar, para hacer la guerra á los portugueses y hostilizarlos en el Río de la Plata. » Se le decía también « que S. M. le condecoraba además para esta empresa con el superior mando del Río de la Plata y de todos los territorios que comprende la Audiencia de Charcas y además los de las ciudades de Mendoza y S. Juan del Pico, de la jurisdicción de Chile, concediéndole el carácter de Virrey, Gobernador, Capitán general y superior presidente de la Real Audiencia, con todas las facultades y funciones que á este empleo corresponden, con 15,000 pesos de ayuda de costas por una vez y el sueldo de 40,000 pesos anuales desde el día en que se hiciese á la vela de Cádiz hasta su regreso.» (1) Y como Cevallos era Gobernador de Madrid, el Rey le reservaba su empleo, con cargo de que viniera á ocuparle luego de concluída la expedición y conseguidos los objetos á que ella iba destinada.

El general era conocido y victorioso, pero pero la amplitud de su mando y lo crecido de su ejército eran una novedad para estas regiones. Verdad que ambas cosas se avenían bien con el carácter altanero de Cevallos, nacido para mandar en grande y deseoso siempre de ser obedecido sin

(1) Vicente G. Quesada, La Patagonia y las tierras australes del continente americano; cap IV.

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