Imágenes de páginas
PDF
EPUB

1

lonos que, ayudado por el capitán D. Pedro Manuel García, debía transportar consigo, consiguiéndoles además los instrumentos de carpintería y labranza imprescindibles. Se dedicó en seguida á estimular el celo de los oficiales de milicias cuyo prestigio se estrellaba contra el desgano del vecindario á presentarse en las filas, y concluídos con el año los últimos preparativos, pudo considerarse habilitado para abrir operaciones en Enero de 1801..

Cuando se lisonjeaba de conseguirlo á toda satisfacción, un acontecimiento inesperado obstaculizó sus planes. Don Félix de Azara, que ambicionando la gloria de colonizador, ensayaba sus fuerzas en Batoví, no se consideró seguro con 50 soldados disponibles, y pidió dos compañías de blandengues para fundar el establecimiento allí proyectado. En el acto defirió Avilés á la solicitud, ordenando á Pacheco que se desprendiese de aquella fuerza para socorrerlo. Inmediata fué la obediencia á la orden, pero amarga la re-. convención que inspiró su cumplimiento. « Si D. Félix de Azara-decía Pacheco al Virrey encuentra dificultad en sostener con cincuenta soldados ó más que tiene, la población que hoy establece en la guardia de Batoví que hace tiempo se halla situada, y en la cual los indios gentiles consideran poder que los contenga, ¿cuánta más debía ser mi dificultad para crear cuatro villas en campos desiertos, habitación de los mismos enemigos, y para esto sólo me quedan un capitán, un teniente, dos alféreces, cinco sargentos, un tambor, trece cabos y ciento diez y nueve soldados?.... Pero no obstante, V. E. disponga, que yo soy todo resignación y todo obediencia; si se me manda presentarme á los contrarios con un solo soldado, allá corro tan gustoso como si fuera á la cabeza del más poderoso ejército

pues no hay otro peligro que sea capaz de atribular mi espíritu sinó el que no correspondan las resultas de mis operaciones con las diligencias que pondré en su desempeño, exponiéndome por esto á la mordaz crítica del pueblo

censor. >>

Así mermado de fuerzas, no se desanimó, sin embargo, activando la regimentación de los que deseasen acompañarle para fundar la villa de Belén, sobre el Yacuy, primera de las que proyectaba establecer. El 24 de Enero se le presentaron voluntarias 11 familias, que mandó empadronar de conformidad á lo observado hasta entonces. Éstas, agregadas á las que proporcionó el capitán García, y algunas más, vinieron á constituir un núcleo de 52 familias. Como Pacheco hubiese convocado á los indígenas cristianos del distrito para ayudarle á verificar el transporte de los nuevos colonos, inmediatamente de saberlo el Virrey, le ordenó que restituyese á sus hogares á los de la orilla oriental del Uruguay y pueblo de Paysandú, para evitar que los españoles convecinos, les usurpasen sus propiedades á pretexto de la ausencia. Cumplida la orden, se puso en marcha. Superando las crecientes de los ríos y escabrosidades de los caminos según él mismo lo expresa- llegó el 14 de Marzo de 1801 al Yacuy, en cuya pintoresca rinconada dió comienzo á la fundación de la villa de Belén.

Junto con su llegada al Yacuy, ya experimentó Pacheco las resistencias que debía provocar aquella actitud entre los indígenas. El teniente D. Ignacio Martínez, que con 50 blandengues iba en protección de Azara, fué derrotado á los cinco días de marcha, con pérdida de 3 soldados muertos, 15 heridos, entre ellos el mismo Martínez, y toda

su caballada. Destacó Pacheco en socorro del vencido al capitán D. Felipe Cardoso con otros 50 hombres, y comunicó el hecho al Virrey, avisándole que esta desmembración de fuerzas le dejaba al frente de 200 hombres mal montados desmoralizados; pero y ello no obstante, apenas asegurase la población de Belén, marcharía á incorporarse á Cardoso, para perseguir á los indígenas. Contestó Avilés condenando la conducta de Martínez, que ordenaba fuese reemplazado por oficial más idóneo, pues urgía ante todas las cosas reforzar á Azara, y así mismo previno á Pacheco que no emprendiese operación alguna contra los indígenas hasta no contar la seguridad de batirles (1).

Parece que Pacheco adquirió esa seguridad, luego que el teniente de Gobernador de Yapeyú le remitió 283 caballos, auxilio de que carecía. Munido, pues, de los elementos que necesitaba, á los que agregó la consabida traílla de perros, se puso en campaña á últimos de Abril contra los charrúas. El 29 de ese mes, á las 3 de la madrugada, sorprendió una partida de 24 indígenas, que al mando de Surdo, arreaban en el Arapey-grande, lugar llamado de Tropas, un grueso trozo de animales caballares. Pacheco, para atacarles, desmontó 70 hombres de los 110 que llevaba, y penetró con ellos al monte, dejando el resto á órdenes del teniente de milicias D. Ambrosio Velasco, con cargo de atacar por el frente. Los indígenas, sorprendidos, pelearon hasta morir todos, quedando heridos Velasco y 2 soldados. Se les represó un cautivo y todos los ganados que arreaban.

Al día siguiente tuvo Pacheco noticia, por el alférez

(1) Correspondencia entre Pacheco y Avilés (MS en N. A.).

D. José Rondeau, comandante de una de sus partidas exploradoras, de haberse descubierto en el Corral de Sopas rastros de indígenas. Llegada la noche se puso en marcha para allí, uniéndose á Rondeau con 120 hombres; pero por más precauciones que tomó, no pudo sorprender á los charrúas que lo habían sentido y estaban muy vigilantes. Resolvió entonces atacarles de frente, partiendo en dos trozos su columna, y encargando el de la izquierda al capitán D. Felipe Cardoso, mientras él tomaba el mando de la derecha. Á las 6 de la mañana del 1.o de Mayo les llevó la carga en esa forma. Los indígenas, favorecidos del terreno, habían ocultado sus familias y trastos en lo espeso del monte, y defendían la entrada en buena formación. Fué recibida la columna con una nube de flechas y piedras y algunos tiros de fusil que la desordenaron, obligándola á desmontarse para romper el fuego con éxito. Los charrúas, no pudiendo resistirlo, después de escasa pérdida, se ocultaron en el bosque. Previendo Pacheco que esta operación respondiese á la espera de algún refuerzo, hizo alto y se mantuvo formado durante dos horas; pero viendo que tal refuerzo no aparecía, introdujo á Rondeau en el monte con 50 tiradores escogidos y orden de sacar á los indígenas al llano. Conseguido esto, cayó sobre ellos, y les hizo tal destrozo, que sólo escaparon 7 jóvenes á la carnicería. Murieron en esta acción 2 mujeres y 37 hombres, entre ellos los caciques. Blanco y Sara; y fueron trofeos de la victoria 3 cautivos, 13 chinas y 11 criaturas, con más 300 caballos y 27 yeguas, todas inútiles.

Después de este triunfo, dirigió Pacheco sus marchas al potrero de Arerunguá, donde tuvo noticia el 18 á la tarde de sentirse fuerzas enemigas á poca distancia del paso

de Vera. Continuó entonces la persecución sobre este dato, hasta el día 20, en que perdió todo rastro, quedando desorientado. Á fin de tomar nuevamente el hilo, destacó á Rondeau para que explorase el campo á vanguardia, y á la noche ya tuvo noticia de los indios por este oficial, que los había encontrado á inmediaciones del primer gajo del río Tacuarembó; con cuyo aviso se puso el jefe sobre ellos. Una densa niebla, de que apareció cubierto el campo al siguiente día 21, hubo de hacer infructuosa toda operación; pero afortunadamente para Pacheco, la traílla de perros que llevaba, bien adiestrada para estos lances, husmeó á los indígenas é indicó la posición cierta que ocupaban. Con indicio tan seguro, al romper el día mandó el capitán forzar los pasos que conducían al campamento de los charrúas. Tres veces avanzaron las fuerzas cristianas

y tres veces fueron rechazadas con pérdidas. Á la cuarta embestida lograron, empero, su objeto, obligándolos á refugiarse al monte, donde estaba Pitao chico con el grueso de su gente. Luego que se disipó la niebla, y dueño de los pasos, el capitán expedicionario desmontó su fuerza, excepto la muy necesaria para impedir la fuga del enemigo por los costados. En ese orden penetró al monte, entablando un combate á muerte. « Pelearon - dice el mismo Pacheco uno á uno y dos á dos, con tanto espíritu como si tuvieran á su lado un ejército: no hubo de ellos quien se quisiese rendir.» (1) Y así fué efectivamente, porque desde Pitao-chico hasta el último quedaron en el campo; y eran tantos los muertos, que Pacheco declaró no serle posible detenerse á contarlos. ¿Para qué, tampoco?

(1) Parte de Pacheco á Avilés (Col Lamas).

« AnteriorContinuar »