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Más justiciero el Rey de España, debía dar al incidente una solución en que no prevaleciesen mezquinas rivalidades. El Cabildo de Montevideo nombró en comisión á su Alcalde de 2.° voto D. Manuel Pérez Balbás y al Dr. D. Nicolás Herrera, con instrucciones para trasladarse á la Corte, llevando el parte oficial de la reconquista y gestionando de paso la adopción de ciertas medidas favorables al comercio de la ciudad y conservación de estos dominios. Herrera no era un desconocido en España, donde, en pos de brillantes pruebas, había obtenido su título académico: pero el apresamiento por una escuadra inglesa, de los buques españoles donde iban los justificativos de los servicios de Montevideo, dejando á los comisionados que estaban á la espera de ellos en la Corte, con las manos vacías de pruebas, retardaron el éxito de la negociación. Por fin el Rey expidió una Real Cédula, declarando que, << atentas las circunstancias concurrentes en el Cabildo y Ayuntamiento de la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo, y la constancia y amor acreditados al Real servicio en la reconquista de Buenos Aires, venía en concederle título de Muy fiel y reconquistadora: facultad para que usase de la distinción de Maceros: y que al Escudo de sus Armas pudiese añadir las banderas inglesas abatidas que apresó en dicha reconquista, con una corona de olivo sobre el Cerro, atravesada con otra de las Reales armas, palma y espada.» (1)

Mientras se liquidaba esta polémica entre las dos ciudades rivales, sobre mejor derecho á conservar los trofeos de la victoria, grandes acontecimientos influían sobre el por

(1) N.o 8 en los D. de P.

C

venir de ambas. La reciente invasión inglesa no era más que el preludio de hostilidades militares, destinadas á po ner á prueba el espíritu marcial de los pueblos del Plata, repentinamente transformados en adversarios victoriosos. de la más soberbia de las naciones europeas. Vencido y prisionero el ejército de Beresford, ese hecho cambiaba el aspecto de las cosas, imponiendo á Inglaterra, no ya la prosecución de la conquista al solo objeto de favorecer miras comerciales, sinó la realización de un vigoroso esfuerzo para restablecer el crédito de sus armas. Presentida por los pueblos amenazados aquella actitud, se prepararon á defenderse á raíz de la victoria, encontrando dentro de su propia energía, medios de oponer al enemigo una resistencia inesperada.

Semejante disposición de ánimo, concluyó por ser una revelación para vencedores y vencidos; persuadiendo á los ingleses que habían dado origen, sin quererlo, á la emersión de nuevas nacionalidades, y descubriendo á los criollos que eran aptos para gobernarse por sí mismos. Sin embargo, la victoria fué sangrienta, y todo el peso de la guerra cayó esta vez sobre el Uruguay, cuyos campos talados, cuyas ciudades bombardeadas, cuyos defensores muertos ó prisioneros en su porción más escogida, constituyeron el precio impuesto al sacrificio. Pero como si la Providencia. hubiese deseado amaestrarle desde la cuna en el arte de proveer á la defensa propia sin contar el número de sus enemigos, el pueblo uruguayo aceptó la segunda guerra contra los ingleses, con idéntica espontaneidad que aceptara la primera, y esa heroica decisión, influyendo sobre la marcha final de los acontecimientos, facilitó, según ha de verse, la victoria definitiva.

Los sucesos posteriores á la reconquista, comenzaron á tomar en Buenos Aires un aspecto de rebelión muy pronunciado. Mal avenido el pueblo con la conducta del Virrey, pedía su destitución, sin cuidarse de que semejante acto fuera recurso inadmisible dentro de las prácticas legales. Las corporaciones civiles, deseando aplacar aquella irritación pública, convocaron diversas reuniones populares, en las que por último se invistió á Liniers con el mando de las armas. Sabidó el hecho por el marqués de Sobremonte, lo desaprobó, resistiéndose en un principio á confirmar la autoridad concedida á Liniers; pero asustado por las resistencias que inspiraba su persona, é impotente para luchar contra la popularidad del nuevo caudillo, pasó al fin por todo, aprobando el nombramiento de Liniers y delegando en la Audiencia el mando político. De esta manera, la ruina del régimen colonial, cuyas bases había socavado el Cabildo de Montevideo con su declaración de 18 de Julio, quedaba consumada de propio consentimiento, en la persona del que con razón apellidan sus compatriotas << el último de los virreyes ».

Inspirado de su habitual desacierto, el marqués se propuso, empero, reivindicar la sombra de autoridad que pudiera quedarle, ingiriéndose en las operaciones gubernamentales hasta donde fuera posible. Á este propósito se dirigió en 24 de Agosto á Ruiz Huidobro, previniéndole que cortase sus comunicaciones con el Cabildo de Corrientes, pues habían cesado los motivos que autorizaban al Gobernador de Montevideo para entenderse directamente con dicha corporación. Otras medidas similares tomaba en todo momento propicio, mientras se dirigía á Montevideo, seguido de unos 3,000 soldados de caballería, con

ánimo de hacerse cargo de la defensa de la plaza, amagada por la escuadra de Popham.

La presencia del Virrey en Montevideo debía ser motivo de continuos disturbios. Un círculo de españoles la descaba, pretextando que la autoridad del Rey había sido ultrajada en su persona por los facciosos de Buenos Aires, y era de justicia tributarle un homenaje de respeto; pero el pueblo, testigo de su ineptitud, y las autoridades, penetradas del peligro cercano que exigía unidad de acción y un mandatario inteligente y valeroso, repugnaban su posible aparición en la ciudad. Por otra parte, el Virrey, al delegar el mando político en la Audiencia de Buenos Aires, había escrito al Regente de ella, que se trasladaba á Colonia, donde esperaría la solución que el Rey se sirviese dar al conflicto producido. Cambiando ahora de plan, no solamente demostraba el deseo de reivindicar una autoridad odiada, sinó el propósito de mezclar su intempestiva solicitud en la defensa de una plaza, cuyo destino pendía del acierto con que se adoptasen las medidas militares.

Ello no obstante, los preparativos para la defensa siguieron adoptándose con firmeza. Las compañías de Vallejo y Chopitea y los voluntarios de Bofarull y Mordeille, volvieron de Buenos Aires en todo el mes de Septiembre, vigorizando así el núcleo de los elementos de fuerza. El Gobernador, con prudente solicitud, atendía á conjurar el peligro, llamando el país á las armas, y trazando al mismo tiempo un plan defensivo de la ciudad. Le secundaban con eficacia los jefes de la guarnición, distinguiéndose muy especialmente los de artillería, quienes, empezando por el octogenario brigadier sub-inspector de esa arma, D. Francisco Orduña, no se dispensaban fatiga para

completar el buen servicio de las baterías fijas, y organizar trenes volantes.

Si los habitantes del Uruguay se habían mostrado decididos y entusiastas para reconquistar á Buenos Aires, superaron aquella actitud encargándose de su propia defensa. Al decir de Ruiz Huidobro, los esfuerzos hechos en favor de la Capital fueron débil reflejo de esta nueva demostración de heroicidad y patriotismo. El vecindario de campaña se presentó en masa á las autoridades. En Montevideo, las señoras ofrecieron sus alhajas; los vecinos pudientes, que por cualquier razón no estaban alistados en los cuerpos de servicio, se incorporaron al personal de las baterías con sus dependientes y esclavos; y hasta los niños se prepararon á acudir por grupos donde asomase el enemigo. No donativos parciales, sinó la vida y la fortuna de todos, fué puesta sin restricción en manos del Gobierno, para que salvase el país de la conquista británica.

En la ciudad formáronse nuevos cuerpos, por unánime voluntad de los vecinos. El primero que se organizó fué tercio de « Gallegos y Asturianos », al mando de D. Roque de Riobó y Lozada, teniendo por capitán á D. Manuel de Jado y subteniente á D. José de Seijas, con un efectivo de 130 hombres, todos dispuestos á servir sin sueldo. Seguidamente propuso y llevó á efecto D. Mateo Magariños la organización de un cuerpo de Cazadores costeado de su peculio, teniendo por sargento mayor á D. Nicolás de Vedia y capitán á D. Dionisio de Soto, con un personal de 110 hombres. Don Hipólito Mordeille propuso y organizó, á su vez, un cuerpo de « Húsares », destinado á pelear en mar y tierra, compuesto de seis compañías de á 50 hombres y una de 20 con 2 piezas de artillería. La

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