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principio de reacción por parte de los criollos para admitirla en homenaje á las exigencias de la causa común. Los españoles advirtieron el peligro, y encabezados por Magariños, cuya elocuencia tempestuosa dominó la Asamblea, rechazaron el avenimiento propuesto (1). Así fué que el diputado de la Junta de Buenos Aires obtuvo por toda contestación que << ante todas cosas fuera reconocida la Regencia del Reino. » Parece que tal fracaso le disgustó sobremanera, agregándose á ello la ofensa de algunos gritos desaforados y acciones bruscas producidas por varios de los asistentes al Cabildo abierto. Retiróse el emisario, dejando las posiciones deslindadas entre las dos ciudades del Plata.

Es notable la asiduidad con que el Uruguay ocurría entre tanto á las penurias de la Metrópoli, auxiliándola con dinero y comestibles para llevar adelante su resistencia á la invasión francesa. Pasaban de 34.000 pesos oro y 74.000 en efectos, los que se habían remitido con ese designio. Algunos de los ejércitos españoles que peleaban contra Napoleón, debieron su alimento al tasajo uruguayo, y los armamentos navales de la Península recibieron el modesto refuerzo de nuestros buques (2).

(1) Relación de los servicios de Magariños (cit).

(2) No 15 en los D. de P.- Larrañaga y Guerra, Apuntes históricos.

APÉNDICE CRÍTICO

APÉNDICE CRÍTICO

1. Establecimiento del Gobierno español en el Uruguay.-2. El Rey. -3. Paralelo entre Carlos II y Fernando VI.-4. Reinado de Carlos III.-5. Los Virreyes.-6. El Consulado de Buenos Aires. — 7. Los Gobernadores.-8. Los Cabildos.-9. El clero.-10. Los colonos.-11. Formación de la raza uruguaya.-12. Faz prominente de la política portuguesa.-13. Causas que provocaron la revolución. 14. Causas que la favorecieron. - 15. De cómo el Uruguay estaba preparado á ser una nación independiente. 16. De cómo la independencia traía consigo el sistema republicano.— 17. Resumen.

1. Puesto que va á sonar la hora de la separación entre la Metrópoli y su lejana colonia, corresponde hacer un balance previo de los beneficios recibidos por ésta y de los esfuerzos hechos por aquélla en su favor. no aprovecharse el momento actual, ninguno de los que siguen será adecuado para emprender semejante tarea, porque el fragor de la lucha, y sus complicadas consecuencias, no dejarán ocasión ni serenidad al ánimo para volver la vista atrás.

Como si los españoles hubieran querido resarcirse del tiempo que perdieron sin hacer cosa de provecho en el Uruguay durante dos siglos, apenas se inició la nueva evolución encarnada en Zavala, cuando desplegaron grande y provechosa actividad. Diéronse á fundar pueblos, con los indígenas sometidos, con los portugueses prisioneros, ó con

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los colonos que traían expresamente de Europa y África á ese fin. Levantaron la categoría de las autoridades, edificaron templos y fortalezas y extendieron gradualmente los beneficios de la industria por los campos, implantando así la civilización de un extremo al otro del país. Esta empresa requirió largos y costosos esfuerzos, y tuvo á su servicio hombres que en su mayor número desplegaron dotes distinguidas en el arte de la guerra. No era el gobierno del Uruguay una sede que convidara á los placeres del boato, ni que pudiera proporcionar goces capaces de compensar las inquietudes de la política. Gobierno pobre y rodeado de enemigos, incrustado en un país semi-bárbaro y abierto á la codicia del extranjero, debía ser regido por gentes animosas, de condición guerrera y de espíritu nada vulgar. Así fué que la Corte envió con ese fin, servidores probados en el duro oficio de la guerra, y los puestos que alcanzaron más tarde, son indicio del aprecio en que les tenía al destinarlos aquí. Bajo el imperio de tales circunstancias, el gobierno debía ser necesariamente militar, y lo fué. Las poblaciones se construyeron en parajes estratégicos, siendo á la vez centros de civilización para el país y de resistencia contra el enemigo; erizáronse de fortalezas los caminos y fronteras, y tuvo el primer puesto entre todos el soldado.

Esta civilización militar respondía al estado social de la Metrópoli y al nuestro. España, desde el entronizamiento de la casa de Austria, había caído bajo el poder del despotismo, cuya expresión más acabada es el gobierno de la fuerza. Destruídas sus libertades municipales por Carlos V, avasallado el resto de sus prerrogativas populares por Felipe II, siguióse de ahí una sucesión de reyes que per

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