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vista otro candidato de estrecha relación suya, esto abonaba todavía en favor del recién llegado para aumentar la popularidad de su persona. Y tan contento estaba el Cabildo y tan pocos deseos tenía de poner obstáculos á la marcha del nuevo Gobernador, que pasó por alto exigirle afianzamiento para el caso de ser enjuiciado en residencia, como deliberadamente lo preceptuaban las leyes y era costumbre. Tres meses después de recibido Viana, fué que inició el Cabildo la gestión del afianzamiento en términos muy corteses, y el Gobernador se tomó un mes para replicar, excusándose con su inexperiencia, y presentando á D. Juan Bautista y á D. Francisco Pagola para fiadores (1).

Sin embargo, no era gaje de un mando pacífico, el estado en que se hallaba el país, particularmente la campaña, hondamente conmovida por recientes disturbios y amenazada de peligros que se dejaban temer. Mal apagados los rencores de la última guerra, vivían los charrúas á disgusto con motivo de la invasión de sus tierras, que á pretexto de bonificarlas por el trabajo y la cría de animales destinados al subsidio común, se las iban apropiando los españoles. Con esto, y con ser los naturales uruguayos tan poco inclinados á la sumisión, comenzóse á sospechar nuevo alzamiento de su parte. Viana, que lo preveía, y estaba asesorado de las ideas dominantes en los consejos del Gobernador de Buenos Aires á este respecto, tuvo por prudente anticiparse á los hechos. Ordenó, pues, que el sargento mayor D. Manuel Domínguez con 220 hombres de armas y provisiones para dos meses, abriese campaña contra los indios del país.

(1) Oficio de Viana, 9 Junio 1751 (Arch del Cab).

Púsose en movimiento Domínguez muy rápidamente, y debido á la actividad de sus marchas no fué sentido de los naturales. Al llegar al arroyo Tacuarí, aprehendió un jefe que espiaba sus movimientos, y que angustiado de la sorpresa, delató la situación de los suyos; teniendo, empero, la entereza de matarse en seguida como muestra de arrepentimiento algo tardío es verdad, pero no menos sincero. Asesorado Domínguez del paradero de los charrúas, cayó sobre ellos de sorpresa, matándoles muchos individuos y haciendo 91 prisioneros. Creyó el jefe español que este golpe desalentaría á sus contrarios, mas no pasaron así las cosas. Rehiciéronse los sorprendidos, y se prepararon á jugar el éxito de su fortuna en una batalla. Al día siguiente de la sorpresa, salieron de un bosque inmediato bien organizados y dispuestos al combate. Fué tan sangriento, que se reputa de bueno entre los mejores; pero con todo, resultaron vencidos (1).

Pacificado el país por este lado, comenzó la industria á dar alentadoras muestras de vida. Don Francisco Pinto Villalobos, oficial de guerra de la Colonia, consiguió en 1751 de la Corte de Madrid permiso para extraer mulas con destino á los dominios portugueses. Lo esencial del contrato era, que Pinto había de pagar á la Real hacienda la tercera parte del valor de los animales extraídos. Concedió el Gobernador de Buenos Aires un permiso para la extracción de 3800 mulas, y más adelante lo extendió hasta permitir que fueran extraídas 6000. Pero el Cabildo de Buenos Aires y el Gobernador de Tucumán, que suponían precursor de profundas alteraciones comerciales este en

(1) Funes, Ensayo, etc; III, V, III.

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sayo, tomaron cartas en el asunto, ponderando el alza de precios que traería consigo una concesión en su sentir tan desatinada. Con sus razonamientos extraños, apocaron el ánimo del Virrey de Lima, quien tomando en serio cuanto aquéllos le dijeran, hizo frustránea la resolución anterior, reduciendo al solo transporte de las primeras 3800 mulas todo el permiso otorgado á Pinto (1).

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Menos desgraciada fué otra tentativa de los vecinos de Montevideo. Bajo pretextos tan fútiles como todos los que entonces se ponían en juego para dificultar la industria, estaba prohibido arrancar piedra del recinto de la plaza hasta tiro de cañón. Nadie se explicaba satisfactoriamente tal conducta de la autoridad militar, pues más bien servían de estorbo que de ayuda una serie de pedruscales, que ubicados entre los límites del terreno vedado, ni favorecían la defensa de la plaza, ni procuraban á los vecinos posibilidades de buena comunicación entre sí. Con este motivo, cesó la edificación por carecer, de un concurso elemental, y la ciudad, en vez de prosperar con los nuevos pobladores que recibía, comenzó á estacionarse en su antigua condición. Dolido el Cabildo de tales muestras de atraso, reclamó contra la medida, fundándose en los pocos recursos con que contaban los pobladores, y en que la mente del Rey había sido concederles amplio permiso para extraer toda la piedra que necesitasen, excepción hecha de la nativa de las canteras que se explotaban para obras públicas. Á vueltas de tan poderosas razones, consiguió que la prohibición se revocase,

(1) Larrañaga y Guerra, Apuntes históricos, etc. - Funes, Ensayo, etc; loc cit.

y el vecindario, provisto de tan abundante material, se dió á la construcción de los edificios y poblaciones de que había menester.

Paralelamente al desarrollo de la industria, crecían los impuestos destinados á vivir á su arrimo. España conservaba vigentes ciertas contribuciones de origen medioeval, entre ellas la llamada Bula de la Santa Cruzada, que siendo para el orbe cristiano una indulgencia pontificia en favor de los que marchasen á la conquista de Tierra Santa, surtía iguales efectos en la Península siempre que sus habitantes pagasen un tributo al Rey para guerrear contra infieles. Nombrado el Gobernador de Buenos Aires, por despacho expedido en Aranjuez á 12 de Mayo de 1751, Superintendente de Cruzada en el distrito de su jurisdicción, inmediatamente de recibir letras de la Corte lo comunicó al Cabildo, excitando su celo para mejor llenar el cometido, y delegó en fray Armandos la comisión de expender en Montevideo una gran cantidad de bulas, para lo cual venía bien provisto de ellas aquel religioso. Y mientras que esta noticia del impuesto de bulas era comunicada. á todos los pueblos americanos del dominio español por una Real Cédula, otra Real Cédula vino en pos, prescribiendo la clase de tela y galón que debería usarse en los ataúdes y el número de velas en los entierros.

Con todo, el Cabildo atendía siempre á estimular los progresos del país, punto objetivo de sus cuidados. Desde que se fundó Montevideo, constituía la distribución de solares un manantial de querellas, porque, como ya se ha visto, trataban los oficiales militares de apropiárselos con gran disgusto de los pobladores. Esto había dejado al Cabildo sin acción para hacer aquellas mercedes que el au

mento de pobladores requería, y como las quejas subiesen de punto y no tuviera la corporación medios disponibles de adelantar la ciudad, se fijó en la necesidad de amojonar y deslindar los terrenos llamados de Propios que la pertenecían exclusivamente, y sobre los cuales ya había hecho propuestas directas al Rey, según queda narrado. Al efecto, pues, nombró una comisión compuesta del piloto D. Antonio Camejo Soto, D. Bruno Muñoz, D. Pedro Montesdeoca y D. Francisco Pagola para que practicasen el indicado amojonamiento y deslinde, en lo cual prestaban gran servicio. La comisión comenzó desde luego sus trabajos, concluyéndolos en Agosto del siguiente año.

Entre tanto, llegaba al puerto de Montevideo, en 27 de Enero de 1752, el navío S. Peregrino (a) Jasón, conduciendo á su bordo al marqués de Valdelirios y demás comisarios encargados de llevar á efecto el tratado de límites últimamente concluído con los portugueses. Evacuadas las diligencias de cortesía en la ciudad y tomado el reposo necesario á una navegación tan larga, el marqués y su comitiva se trasladaron á Buenos Aires, desembarcando allí en 19 de Febrero siguiente. Acompañaban á Valdelirios el P. Luis Altamirano, delegado del general de los jesuítas, y el P. Rafael de Córdova, compañero de éste; esperándoles el P. José Barreda, ex provincial del Perú, recientemente transferido con el mismo cargo al Paraguay, en previsión de que su falta de raigambre en estos dominios le permitirían proceder con la imparcialidad que era requerida. Se alojó el marqués en el Colegio de los jesuítas, y á los ocho días entregó á Andonaegui la cédula del Rey que acreditaba el carácter de que venía investido.

La ambición y las zozobras batallaban cruelmente en el

DOм. ESP.-II,

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