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16 se comenzó á batir la plaza y á abrir trinchera, y por último bombas arrojadas con acierto á los cuatro ángulos de la ciudad la hicieron arder por otras tantas partes. Mermada la guarnicion y consternados los habitantes, con gritos y lamentos movieron al gobernador á proponer capitulacion, que le fué admitida (25) de agosto, 1762), siendo en su consecuencia entregada la plaza, saliendo libre el resto de la guarnicion, y quedando en poder de los españoles ochenta y tres cañones, nueve morteros, setecientos quintales de pólvora, y dos almacenes de provisiones de boca y guerra. La toma de Almeida abria el camino hasta la capital del reino; no sin razon se celebró en Madrid con fiestas públicas, y el rey hizo una promocion en todos los que en ella se habian distinguido (").

Encontrose en esta empresa el conde de Aranda, que habia sido llamado de Polonia, y vino á reemplazar en el mando del ejército expedicionario de Portugal al marqués de Sarriá, que, falto de salud, pidió su retiro, y le fué de buen grado concedido por el rey, re

munerándole sus anteriores servicios con el Toison de Oro. Sobre hallarse el de Aranda en mejores condiciones de mando que su antecesor, puesto que le favorecia la edad, el genio, el hábito de las campañas, su mismo deseo de gloria, y cierto don para captarse la

(1) Trajo la noticia á Madrid, ó mas bien al Real Sitio de San Ildefonso donde la córte se hallaba, el mismo Fernan Nuñez, au

tor del Compendio histórico de la vida de Cárlos III, que servia en aquella guerra. Asi lo dice en la Introduccion.

voluntad y el afecto de los soldados, el triunfo de Almeida habia alentado y vigorizado las tropas, el marqués de Esquilache había ido á Portugal con solo el objeto de proveerlas de víveres para seis meses, y el rey tenia en su actividad y prudencia una confianza que el de Sarriá no habia podido nunca inspirarle. Fué pues avanzando el de Aranda, con propósito y deseo de empeñar á los enemigos en una accion general, aunque tuviera que ir á buscarlos á su campo de Abrantes, si á salir de él no se arriesgaban. No mostraban en verdad ansia de entrar en combate los anglolusitanos: á parciales reencuentros tuvieron que limitarse los gefes de las fuerzas borbónicas, Orreilly, Ricla, La Torre y el mismo Aranda: en uno de ellos ahuyentó y dispersó éste la gran guardia de ingleses y portugueses que se le habia presentado delante. Algunos descalabros sufrieron tambien los nuestros, y aunque no fué de gran significacion la sorpresa que un destacamento enemigo hizo al brigadier Alvarado en uno de los pasos del Tajo cerca de Villavelha, fué lo bastante para impulsar á Aranda á hacer un esfuerzo con el fin de poner su ejército del otro lado de aquel rio; lo cual consiguió, franqueándole á nado la caballería, trasportando la infantería, hasta el número de catorce batallones, parte en una barca, los mas en grandes planchas de corcho, especie de balsas, tiradas por cuerdas (octubre, 1762).

Sin duda habria proseguido hasta Abrantes, por

que nunca habia estado mas en aptitud y proporcion de poderlo hacer, á no haber por una parte sobrevenido las lluvias de otoño, por otra ciertas noticias, no destituidas de fundamento, que circulaban ya de estarse tratando de paz entre las potencias. Con que dejando guarnecidos los principales puntos conquistados, retiróse á cuarteles de invierno, sucesivamente á Valencia de Alcántara, Badajoz y Alburquerque (4)

Pero al tiempo que en Madrid se celebraban los triunfos de las armas españolas en Portugal, en otra parte se esperimentaban desastres que no se compensaban con aquellas ventajas; desastres que la Francia compartia con nosotros en las posesiones del Nuevo Mundo, aparte de los que ella sufria en Europa (2). Las

(4) Fernan Nuñez, y Beccatini en sus historias de Cárlos III. -Gacetas de Madrid de 1761.Correspondencia entre Cárlos III. y el ministro Tanucci de Nápoles. (2) Francia, cuya situacion interior era harto calamitosa, á duras penas habia podido impedir que el príncipe. Fernando encendiera la guerra del otro lado del Rhin. Una feliz casualidad vino á sostener à Federico de Prusia al borde del abismo, cuando parecia imposible que pudiese resistir á los esfuerzos de tantos enemigos, á saber, la muerte de la emperatriz de Rusia Isabel Petrowna, y la elevacion de Pedro III. admirador entusiasta de Federico, que de este modo vino á tener por aliada una potencia que habia sido su mas terrible enemiga. Suecia siguió el ejemplo de Rusia, y celebró tambien su tra

tado particular de paz. Pero una revolucion inesperada ocurrió á muy poco tiempo en el imperio moscovita. Catalina, esposa de Pedro, amenazada de repudio, ganó al senado y la guardia imperial, hizo aprisionar á su esposo, le obligó á abdicar, y siete días después murió el czar envenenado. Catalina II. fué proclamada: queriendo mantenerse neutral, dió a sus tropas órden de abandonar la Silesia. Francia no fué mas afortunada que Austria: de dos ejércitos que tenia en el Norte, el que mandaba el príncipe de Soubise fué batido por el del príncipe Fernando, y obligado á replegarse sobre Francfort; el del príncipe de Condé había logrado algunas ventajas, pero insuficientes á compensar las pérdidas del de Soubise. El ejército austriaco se veia tam

escuadras inglesas recorrian los mares y acababan de arrebatar á Francia sus colonias. El almirante Rodney, con una de diez y ocho ó veinte navíos de línea, se apoderaba de la Martinica, de la isla de Granada, de Santa Lucía, San Vicente y Tabago. El almirante Pocock, con otra de veinte y nueve bageles, se presentaba delante de la mas importante plaza de las Antillas españolas, la Habana.

Desde el ministerio Pitt se previa, y no se le ocultaba á Cárlos III., que la isla de Cuba iba á ser uno de los objetos preferentes de la codicia y de las operaciones hostiles de los ingleses. Por eso cuidó de enviar de gobernador al mariscal de campo don Juan de Prado, de dotar la Habana de una guarnicion de cuatro mil hombres de buenas tropas, de aumentar y perfeccionar sus fortificaciones, y de que una escuadra de doce navíos y cuatro fragatas, al mando del marqués del Real Trasporte"), se estableciera alli para la conveniente proteccion y defensa del puerto. Prevínose al gobernador que en el caso de sospecha se constituyera. en junta de guerra con el gefe de la escuadra, los generales de mar y tierra, y oficiales de superior graduacion que alli hubiese, añadiendo el ministro, que por los con

bien reducido al estado mas las timoso. Cada nacion de Europa tenia sobrados motivos para desear la páz.

(4) Habíase dado este título, y el de vizconde de Buen Viage á don Gutierre de Hevia, por haber sido el que condujo en el na

vío Fenix á Cárlos III, y su real familia de Nápoles á Barcelona.

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-«Gracias que el rey concedió al mar qués de la Victoria y á su familia;» Biblioteca de la Academia de la Historia, Est. 27, gr. 6.: un volúmen en 4. fol. 234.

tínuos socorros que se enviaban, podria comprender que no vivia el rey sin recelo, y que asi procurára estar tan vigilante como en tiempo de guerra declarada (1). Y en verdad nada sobraba para poner al abrigo de un ataque aquella rica plaza, principal establecimiento mercantil y militar de los españoles en aquellas partes del Nuevo Mundo, y por lo mismo el mas codiciado de los ingleses. Rotas que fueron las hostilidades entre ambas naciones, no habia nadie que no esperára y que no temiera un golpe de la marina inglesa sobre la Habana; el capitan general convocó su junta de guerra, segun se le tenia prevenido; pero tan de confiado pecaba, que con frecuencia solia decir: «No tendré yo la fortuna de que los ingleses vengan.» Y en sus comunicaciones al rey le daba el jactancioso general tales seguridades, que el mismo Carlos III. llegó á persuadirse de que no habia cuidado por que los ingleses acometieran aquella isla, pues si tal intentaban, de seguro saldrian escarmentados (2). Veremos cómo se condujo, cuando llegó la hora del peligro, el presuntuoso gobernador.

El 2 de junio (1762) el almirante Pocock con su escuadra de treinta navíos y cien buques de trasporte, con catorce mil hombres de desembarco, cruzaba el canal de Bahama, sin que le imaginára tan próximo el

(1) Pasáronsele sobre esto diTerentes reales órdenes en los años de 1760 á 1762.

(2) Hay muchas comunicaciones en que ve la desmedida confianza del don Juan de Prado.

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