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El primer candidato que se presentó fué el conde de Aguila, y despues el de Trápani, hermano del rey de Nápoles; el primero indicado por Inglaterra, favorecido por Francia y consentido por Cristina; así como el segundo, que podia producir el reconocimiento de la córte de Nápoles, y unir estrechamente las ramas reinantes de la casa de Borbon en Europa. Se excitó al rey de Nápoles para que sacara á su hermano del colegio de jesuitas, le diera otro traje, llamándole á su lado ó haciéndole viajar; se queria apresurar el casamiento de la reina, para quitar toda esperanza á los candidatos que no eran aceptables, y á las potencias que los sostenian: para lograr más aprisa el reconocimiento de estas, decia Martinez de la Rosa, y repetia Narvaez, que no podia acercarse á Nápoles más que lo habia hecho "; pero ya se trataba tambien del enlace con un principe francés, y hasta se pensó tambien en un príncipe aleman. Mas Bresson, que representaba á Luis Felipe en Madrid, parecia interesarse por el napolitano, y manifestó que no le serian hostiles las Córtes que iban á reunirse el 10 de Octubre, por lo que el rey de los franceses tomó particularmente cartas en el asunto.

A pesar de tantas conferencias, sólo una vez, en un período de cerca de medio año, desde el 5 de Diciembre de 1843 al 5 de Mayo siguiente, se presentó en consejo de ministros la grave cuestion del régio enlace, y la contestacion dada por unanimidad al diplomático que intentó plantearla y á otro muy elevado que fuertemente le recomendaba, ambos extranjeros, fué eminentemente española y negativa. Hubo si, ministros que sustentaron negociaciones sobre determinada candidatura á nombre del gobierno; pero esto era inexacto porque lo haciau por sí y ante si, y contra lo resuelto por él mismo; así lo ha manifestado con su firma el señor Portillo, miembro de aquel gabinete.

Durante estas negociaciones, no podia estar ocioso D. Cárlos, que se habia dirigido al gobierno inglés á fin de conseguir su apoyo, para el casamiento de su hijo con la reina, para asegurar la tranquilidad de España; pero el gabinete británico opinó que el resultado de la proposicion no correspondia á las esperanzas de quien la presentaba, que estaba ademas concebida en términos poco explicitos, y que al hacerla, no dejaba D. Cárlos, tanto por sí

(1) Carta de 14 de Julio de 1844 al duque de Rivas.

como por su hijo, de pretender un derecho sobre el trono de España. Fundándose el gobierno inglés en el principio de que al español competia únicamente resolver la cuestion, le comunicó la proposicion de D. Cárlos, que en caso de ser tomada en consideracion, manifestaria las concesiones que estaba dispuesto á hacer para conseguir el ensamiento. Estas concesiones eran renunciar su derecho al trono de España, segun escribió á sus amigos de Inglaterra, pues no faltaban alli quienes deseaban colocar la familia de D. Carlos al frente del gobierno español; à lo cual manifestó Aberdeen, ministro de negocios extranjeros, que nada sufririan ni tenian que temer las instituciones liberales de España, porque esto era una cuestion de honor para la Inglaterra, y su gobierno sabria conservarlo sin mancha.

Pero si de tal modo pensaban respecto al hijo de D. Cárlos, favorecia la candidatura napolitana y no se oponia, ni la Francia, á una combinacion con los hijos del infante D. Francisco de Paula, en la que empezó á pensarse, tanto por la oposicion que á la de Nápoles mostró el príncipe de Metternich, como á la grande, á la inmensa impopularidad con que fué acogida en España, empleando todas las clases de la sociedad, las armas del ridiculo, que tanto daño hacen. Sólo un inconveniente presentaba entonces para los franceses la candidatura de los infantes españoles: sus conexiones con el partido progresista, de las que trataron de desviarles, y la oposicion de Cristina, al menos para con el duque de Sevilla ".

De todas maneras, la Francia, que no ofrecia dificultades para el matrimonio de la reina, tenia su candidato especial para la infanta Doña Luisa Fernanda, el duque de Montpensier, lo cual inquietó algo al gabinete inglés, que tambien se opuso resueltamente, y hasta amenazando con una guerra general, si se efectuaba el enlace de la reina con el duque de Aumale.

Sucedia esto poco antes que la reina de Inglaterra hiciera su segunda visita á Luis Felipe, en Eu; y al verificarse ésta en Setiembre de 1845, hablóse del matrimonio del duque de Montpensier con la infanta, diciéndose a lord Aberdeen: este matrimonio

(") En una carta de Luis Felipe á Guizot, decia:-"Estoy persuadido de que la misma reina Cristina, se ha asustado ya, y de que sólo insiste en sus deseos—á favor de Trápani (que son sus débiles), por dos razones; 1.* por su profunda antipatía á todo lo que procede de su hermana, y luego porque no se atrove estando nosotros de por medio, á acogerse al Coburgo.

convieno perfectamente al rey y à la Francia, como union de familia y como alianza politica; mas no por eso crecinos que constituya un nuevo rumbo en nuestra política general conocida; por el contrario, creemos caminar hacia nuestro objeto de un modo indirecto. En tanto que no esté casada la reina de España, ni asegurada sucesion en su linea, el matrimonio de la infanta tiene para nosotros el mismo valor politico que el de la reina misma: así es que obraremos con arreglo al mismo principio, y observarcmos la misma conducta, con tal de que haya reciprocidad en la vuostra. De leal y sensata calificó Aberdeen tal conducta, añndiendo: Por vuestra parte, verificado que sea el matrimonio de la reina do España, y teniendo sucesion, no podemos oponer ningun obstáculo racional al enlace del duque de Montpensior con la infanta; asi es que trabajaremos unidos para verificar el matrimonio de la reina, empleando en el mismo sentido nuestra influencia en el de los descendientes de Felipe V. Efectuado el matrimonio de la reina, y asegurada su sucesion, ya no encontrará las mismas dificultades el matrimonio de Montpensier con la infanta..

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Poco tiempo despucs de esto, en Noviembre, á pesar de la dccidida oposicion que se formó en España contra la candidatura Trapani, el gobierno despreciando á aquella, propuso al francés celebrar inmediatamente el matrimonio del condo con la reina, con tal de verificar simultáneamente el de Montpensier con la infanta; proposicion que rechazó el gobierno francés por mantenerse fiel á los compromisos de Eu. Pero al mismo tiempo daba á Mr. Breson el 10 de Diciembre instrucciones formales para que estuviera alerta, y que si se presentasen como probables combinaciones contrarias á los principios de la Francia, como por ejemplo, la combinacion del príncipe de Coburgo, considerase que hasta alli no llegaba su compromiso, y en ese caso ofreciese la mano de Montpensier, bien para la reina ó bien para la infanta.

El rey de Francia, que ha tiempo tenia pensulo colocar á uno de sus hijos, si no compartiendo el trono y tálamo con la reina, cerca de aquel, fué creciendo en su empeño; trató en más de una ocasion directamente con la reina, prescindiendo del ministerio español; se concertó el viaje á Pamplona, y allí quedó definitivamente arreglado el enlace de la princesa con el duque de Montpensier.

Las mil vicisitudes que ocurrieron despues, especialmente con el infante D. Francisco y su familia, y lo que fuera de España se trabajaba, pues mostraban por su afan mayor interés que nosotros mismos, y lo más grave que se practicaba sigilosamente fuera de la influencia española, y por conductos que no eran españoles, eran origen de nuevos proyectos, é hicieron que se viera con asombro, y cuando menos se esperaba, acceder el rey de Nápoles al casamiento de su hermano con la reina, sin que en esta ocasion se dijera de esto una palabra al duque de Rivas, nuestro ministro en aquella córte. El embajador de Francia, duque de Montebello, fué quien se entendió con el rey de Nápoles, y Luis Felipe por medio del conde de Bresson, directamente con la reina, sin la intervencion de ningun ministro ni funcionario español. Apercibióso de esto el gobierno, como no podia ménos, y ya que no evitara tales manejos, que asi pueden llamarse, por la facilidad que tenia el embajador francés de ver á S. M. sin prévia solicitud, trató de conjurar aquella tormenta, y sobre todo la candidatura Trápani.

Algunos de los ministros, incluso el presidente del Consejo, hallaban en el infante D. Enrique prendas recomendables para ser el marido de la reina, y áun se trató de crear un periódico para abogar exclusivamente por su candidatura, y llegó á concertarse hasta el titulo "; y acordado en una reunion ponerse de acuerdo con D. Enrique, al ir á hacerlo al siguiente dia, nos hallamos-pues el autor de estas líneas formaba parte de la redaccion del periódico-con el manifiesto de 31 de Diciembre de 1845, en el que estuvo deplorablemente aconsejado. Aunque en él consignaba que los príncipes no deben tener predileccion por ningun partido, ni ménos adoptar sus intereses y resentimientos; que los que olvidan estas máximas causan á la nacion muy graves daños, se los hacen á si propios, comprometen la paz de los pueblos, y se exponen á perder su prestigio y su dignidad,» olvidaba en el resto tan elevados propósitos, y no podia ocultar sus simpatías por el progresista.

(1) El Non-plus-ultra, por rivalizar con El Universal, que se creó entonces. 12. Decia así el manifiesto de D. Enrique:

Cuando mi nombre vuelve à ser objeto de las indicaciones de la imprenta, cuando se señaló en público mi persona como digua del más alto honor que caberme pudiera, y de la dicha para ini corazon más cumplida, temeria incurrir en la nota do

VICISITUDES.

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El poco meditado manifiesto de D. Enrique, dificultó su candidatura, y originó su salida de la córte para el Ferrol, de su sccretario á Cádiz, y de su hermano á un regimiento. Los negocindores de otras candidaturas, baticron palmas por este triunfo que tan fácilmente habian conseguido, áun cuando no le procurasen; pero los partidarios del conde de Trápani, extranjeros, no españoles, pues si algunos de estos se lo mostraron favorables, trabajaingrato si guardara por más tiempo silencio sobre los sentimientos que me animan por la felicidad, la gloria y la indopondencia de la nacion española.

Educado en la escuela de la desgracia y en medio de las revueltas políticas, si algo mo hau hecho aprender los sucesos con seguridad, es que los príncipes no deben tener predileccion por ningun partido, uí ménos adoptar sus intereses y sus sentimientos. Los que olvidan esta máxima causau á la nación muy graves daños, se los hacen á sí prepios, comprometen la paz de los pueblos, y se exponen á perder su prestigio y su dignidad. Obedeciendo á esta conviccion arraigada en mi ánimo, he lamentado largamente los estragos de nuestras discordias, derramando lágrimas sin cesar sobre la trágica suerte de cuantos españoles ilustres se habian hecho célebres por sus servicios al trono constitucional; porque los únicos que he aprendido á conocer como enemigos, son aquellos fanáticos que despues de haber defendido la causa de la usurpacion y del despotismo en los campos de Navarra, no destierran sus odios, ni abandonan sus instintos patricidas.

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Los sacrificios que ha prodigado el pueblo español por salvar la causa de Isabel II de las iustituciones, la afirman contra las tentativas del osenrantismo y las intrigas de aquellos que quisieron parodiar el reinado de Cárlos II. Ni los adelantos del siglo, ni los grandes principios reconocidos por todos los pueblos cultos, ni la dignidad de esta nacion magnátima, consienten ningun génoro de retroceso en la carrera de nuestra regeneracion.

Sea cual fuero la eleccion de mi augusta prima, yo será el primero en acatarla, persuadido de que el príncipe quo merezca su preferencia, estará completamento identificado en la gran causa de la libertad y de la independencia española, que abracó con entusiasmo sin límites desde mis primeros años, por convicción, por simpatías, por el ejemplo de mi familia, y de que no seré capaz de separarme mientras me dure la vida.

Desnudo de ambicion, sólo deseo la felicidad de mi patria, y donde quiera que la Providencia me destine ú servirla, consorvaró siempro on mi corazon como un recuerdo precioso, las muestras de simpatías y aprecio con que me he visto favorecido, Madrid 31 de Diciembre de 1845.—Enrique Maria de Borbon.

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