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CARTA QUINTA.

24 de enero de 1824.

A necesitar de apología el ministerio derribado, ninguna mas poderosa, Milord, que los recelos concebidos por el partido liberal en el dia mismo de su caida. Como si de repente se hubiera roto el escudo que protegia la libertad, todo se creyó perdido, y muchos atendieron á su seguridad individual, durmiendo aquella noche fuera de sus casas, en asilos oscuros y desconocidos. Nadie se imaginaba que la corte se hubiese arrojado á un paso tan decisivo sin un apoyo bien fuerte, aunque invisible; y considerada bien la naturaleza destructora de las miras que siempre la

han animado, ya se creian con un nuevo ministerio, y nuevos comandantes militares que, nombrados de pronto y dóciles á su voz, hiciesen en un momento lo que antes no habia podido ejecutar Carvajal, y se repitiese de este modo con éxito mas feliz la tentativa que se malogró en noviembre.

Otros pensamientos habia, sin embargo, en palacio, y quizá no menos temores. El golpe estaba dado, pero con el auxilio que habian prestado las pasiones del partido liberal. Si las Cortes, cuya fuerza moral era entonces muy grande, volvian sobre sí y penetraban en el fondo del suceso, las consecuencias pudieran ser muy perjudiciales, ya que no á la persona del Rey, á lo menos à su autoridad, y sobre todo á sus consejeros. Fué preciso pues disimular algun tiempo la aversion invencible que se tenia al gobierno establecido, y echar la culpa de aquel acontecimiento á la personal repugnancia del Monarca respecto de los ministros separados. Consultóse de su parte á algunos diputados principales del Congreso sobre la eleccion de sucesores, manifestando al mismo tiempo la mayor confianza y el mas grande aprecio hacia los sugetos consultados, y una adhesion sin limites á sus

máximas y á sus consejos. Ellos se negaron á dar formalmente su parecer en el particular, como cosa ajena ó contraria á sus atribuciones. Dado este paso de comedia, se dió otro, al parecer mas efectivo y eficaz, pero igualmente nulo, que fué pasar órden al consejo de Estado para que propusiese á Su Majestad sugetos constitucionales y dignos de ocupar las sillas del ministerio vacante. El Consejo desempeñó á su modo aquel encargo, proponiendo dos candidatos para cada secretaría del despacho. No hay duda que los mas eran hombres de mérito, versados en el manejo de los grandes negocios, y capaces del destino á que se les designaba. Pero el consejo de Estado propuso ministros, y no un ministerio, y el Rey, eligiendo de ellos los que le parecieron mas á propósito para sus miras de entonces, salió con mas felicidad que pensaba del apuro en que se habia puesto, y tuvo secretarios del despacho; pero la nacion no tuvo gobierno.

Porque no era posible que tuviese aspecto de tal aquella combinacion de hombres públicos, sin analogía de caractéres, sin semejanza de servicios, sin igualdad de sistema y sin unidad de miras. Una parte de ellos no

estaba señalada en la lista de los campeones ó de los mártires de la libertad, y esto, unido á la circunstancia de haber sido elegidos por el Rey, les daba la nota de sospechosos y les quitaba la confianza del partido constitucional: cosa muy perjudicial á la sazon, aunque en mi sentir injusta. El carácter de probidad y honradez que los adornaba alejaba toda idea de superchería y de traicion. Descollaban entre todos Valdemoro y Feliu, por su capacidad y sus talentos y por los servicios y pruebas que tenían hechas en obsequio de la libertad. Mas el primero, hecho consejero de Estado por el Rey, dejó el puesto muy pronto, y Feliu, que le sucedió en el ministerio, y que por su despejo y los medios de congreso que tenia, ocupó al instante el primer lugar; Feliu, á pesar de las ventajas y calidades que sin disputa poseia, no pudo llegar á vencer la enorme y obstinada oposicion que siempre tuvo contra sí.

Componíase esta de todas las opiniones, pasiones é intereses que habia en contra del ministerio anterior, agregándoseles además el partido de todos los que le eran adictos, que eran muchos y altamente considerados en la opinion liberal. El favor y la docilidad

del Monarca, de que al principio se lisonjearon los nuevos secretarios, contribuia mas y mas á disminuir su influjo en las Cortes, y por otra parte, aquel mismo favor, sobremanera incierto y precario, como se manifestó á poco tiempo, no podia serles de mucho provecho ni darles seguridad ni desahogo en sus operaciones. Por manera que este malhadado ministerio, desatendido por el Rey, poco considerado en las Cortes y equívoco en la opinion, se halló muy desde el principio sin punto fijo en que apoyarse, sin piés para moverse y sin manos para obrar.

Vino tambien á aumentar el desabrimiento de aquellos dias un suceso verdaderamente atroz, el primero de su clase que afea los fastos de la libertad española, y que por lo mismo imprimió en ella un carácter odioso que antes no tenia. Hablo, Milord, de la muerte dada en su prision al desventurado Vinuesa. Este eclesiástico, que por su genio inclinado á la actividad y al movimiento habia hecho algunos servicios importantes en la guerra de la Independencia, creyó haber hallado en la disposicion que los ánimos y las cosas tenian á fines del año 20 un campo propio para contentar su ambicion y sus pasiones. El ejemplo de

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