Imágenes de páginas
PDF
EPUB

fió á las manos hábiles del desgraciado Salvador. Pero ni el porte que en este lance tuvieron los ministros, ni la entereza respetuosa con que se manejaron cuando se trató si habia de haber ó no cortes extraordinarias, pudieron conciliarles la confianza y el aprecio de la opinion liberal : su crédito iba cada dia á menos; el pecado original de su formacion no estaba redimido todavía, y la guerra de muerte que le declaró el partido exaltado, en la cual los moderados no se atrevieron á defenderlos, acabó de echarlos á pique.

Dos causas principales avivaron este encono, que en las demostraciones insensatas de su desahogo puso el Estado á dos dedos de su ruina. Mandaba el general Riego las armas de Aragon, donde el anterior ministerio le habia puesto cuando su reconciliacion con los cabos de la Isla. No hay duda que en este hombre desgraciadamente célebre habia muchas de las cualidades que constituyen un jefe de partido. Pronto y resuelto en las deliberaciones, audaz y aun temerario en la accion, unia á la honradez é integridad de su carácter una llaneza y facilidad de trato que arrastraba tras de sí los ánimos y conquistaba el corazon

de sus parciales. Pero seria por demás buscar en él otras prendas no menos precisas para atraerse el respeto de los hombres y asegurar la fortuna. Sus talentos no eran grandes, su experiencia corta, la confianza en sí mismo excesiva, circunspeccion poca, reserva ninguna. Equivocaba él, como casi todos sus secuaces, los medios de adquirir con los medios de conservar, y su ocupacion mas grata y mas frecuente era concitar los ánimos de la muchedumbre y halagar las pasiones del vulgo para adquirirse una popularidad mas aparente y efimera que sólida y verdadera. Su porte y sus palabras desdecian, no solo de un general, sino hasta de los respetos y consideraciones que se debia á sí mismo como jefe de partido, y vulgarizando así su puesto y su persona, desairaba igualmente la causa de la libertad, que presumia sostener, y el bando numeroso que al parecer le idolatraba. Mecíanle sus parciales en un lecho de ilusiones tan extravagantes como imposibles, de cuyos aromas, mortalmente perniciosos, él sin cautela alguna se dejaba atosigar. No diré yo que á los honrados sentimientos que abrigaba en su pecho no repugnase entonces toda idea de tiranía y dominacion. Pero su vanidad se alimentaba con

el sueño agradable de que llegaria la época de manifestar este desprendimiento; y el que aseguró públicamente una vez, que no seria el Cromwel de su país, descubrió por lo menos la confianza en que estaba de que los destinos de su país vendrian á ponerse en sus manos. Medirse con Cromwel era medirse muy alto; mas esta torre de vanos pensamientos carecia de base, y sus cimientos flaqueaban. Ni el carácter del personaje, ni su capacidad, ni sus servicios, ni la índole de su nacion, ni el aspecto y serie de los acontecimientos públicos, daban cabida alguna á esta presuncion insensata. ¡Qué de peligros no es preciso arrostrar, Milord; cuántos combates vencer, cuántas gentes debelar, cuántos partidos y facciones destruir, cuánta gloria, en fin, y cuánta independencia haber procurado á su país, para que los demás consientan en someterse á su igual, y pongan al hombre virtuoso en el caso de ser Washington, al ambicioso en el de Cromwel! 1

1 Hablo aquí segun la opinion vulgar que atribuye al general americano el mérito de no haber subyugado su país después de libertarle de la dominacion inglesa. Pero, aun cuando yo conceda sin dificultad alguna á aquel gran personaje todas las virtudes necesa

Hallábase á la sazon en Zaragoza un prófúgo francés que traia rodando en su cabeza no sé qué proyectos de movimientos y revoluciones en su país, y aun llegó á imprimir ciertas proclamas y manifiestos en este sentido, tan descabellados como el objeto á que se dirigian. Unos le tenian por un temerario aventurero, otros mas sagaces por un espía de la policía francesa entre nosotros para comprometernos ó embrollarnos. A pesar de las prevenciones que el Gobierno tenia hechas á las autoridades de Zaragoza sobre el cuidado con que deberian conducirse con aquel extranjero, Riego le dejó acercar á sí, y se intimó con él lo bastante para producir sospechas y rumores, en que se comprometian, no solo su circunspeccion y reserva como comandante de una provincia limítrofe á la Francia, sino hasta su respeto y adhesion á la ley fundamental del Estado, instaurada y proclamada por

rias para este noble heroismo, estoy muy lejos de creer que las circunstancias de su país le hubiesen puesto nunca en la ocasion de manifestarlo. En una palabra, juzgo que hay otros medios de aplaudirle mejores que la comparacion que tantas veces se ha hecho de él con Cromwel, con Napoleon, etc., etc.; la cual falla, en mi concepto, por falta de paridad.

él en las Cabezas. Yo no diré, porque lo ignoro, hasta qué punto estos rumores eran ciertos, ni fundados los avisos que se dieron sucesivamente al Gobierno. Mas bien me inclinaria á creerlos apasionados, ó á atribuirlos á las ligerezas ó imprudencias del General y de sus secuaces, que á ningun plan resuelto y posi- . tivo. De todos modos, el Gobierno empezó á mirar este negocio con inquietud, dudoso del partido que en él tomaria, cuando el suceso del Jefe politico vino ȧ determinar su indecision.

La buena armonía que reinó al principio entre él y el Capitan general se habia descompuesto después y venido á parar en una oposicion casi hostil. Esto no era de extrañar, atendida la diversidad de caractéres, de principios y de conducta que mediaba entre los dos. Habia salido el segundo de Zaragoza como con el proyecto de visitar la provincia: cosa que llevó muy á mal el Jefe político, porque era introducirse en sus atribuciones. Mas cuando ya trataba de volverse, las disposiciones del vulgo y de los milicianos eran tales, que el Jefe político, recelando cuánto serviria la presencia de Riego para fomentarlas, le envió á decir que seria conveniente suspendiese por el momento su ve

« AnteriorContinuar »